Desde que leí “El idioma analítico de John Wilkins”,
uno de los más famosos ensayos de Borges, advierto con mayor claridad la unión
de elementos que parecen no tener nada en común. En otras palabras, tengo mayor
conciencia de la enumeración caótica, es decir, de todo aquel listado que
parece ir en contra de la lógica. La realidad, empeñada siempre en transgredir
lo que suponemos ordenado, abunda en ejemplos de hermanamiento atípico.
En el ensayo citado, Borges dice lo siguiente (y tal
es la parte más recordada e irónica de ese texto): “Esas ambigüedades,
redundancias y deficiencias recuerdan las que el doctor Franz Kuhn atribuye a
cierta enciclopedia china que se titula Emporio celestial de conocimientos
benévolos. En sus remotas páginas está escrito que los animales se dividen en
(a) pertenecientes al Emperador, (b) embalsamados, (c) amaestrados, (d)
lechones, (e) sirenas, (f) fabulosos, (g) perros sueltos, (h) incluidos en esta
clasificación, (i) que se agitan como locos, (j) innumerables, (k) dibujados
con un pincel finísimo de pelo de camello, etcétera, (m) que acaban de romper
el jarrón, (n) que de lejos parecen moscas”.
Como se puede apreciar, el efecto cómico de ese
párrafo se da porque toda clasificación supone un camino, un determinado campo
semántico, la sujeción a un contexto en el que de alguna manera ya sabemos qué
hay o qué sigue. Hay preguntas en programas de concurso que trabajan ese
recurso, como cuando dicen “Mencione algunos equipos de beisbol de Estados
Unidos”; sólo la ignorancia o la locura determinarán que alguien responda
“Fonacot” o “Los Rancheritos del Topo Chico”. Si decimos, por ejemplo,
“cocina”, sabemos que allí cerca están “olla”, “refrigerador”, “vaso”,
“cuchillo”, “licuadora”, “molcajete”. Lo desconcertante sería, pues, hallar
allí un martillo o una locomotora, como hacían los surrealistas (“El encuentro
fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección”,
Lautréamont) o como lo hizo la
hipotética enciclopedia china en su clasificación zoológica.
A modo de paréntesis recuerdo una escena. Se dio en el
programa Jeopardy versión mexicana.
Como sabemos, es un concurso de cultura general en el que por ello las posibles
preguntas son potencialmente infinitas por aleatorias (o random, como dicen hoy los jóvenes). Pese a esto, el conductor le
preguntó a un participante: “¿Te preparaste para venir al concurso?” Es una
tontería, claro, pues nadie se “prepara” o “estudia” para un examen de cultura
general, ya que ésta se tiene o no se tiene, y es producto de la curiosidad permanente,
no de la lógica de una guía de estudio a la manera escolar. Cierro paréntesis.
En la calle me he topado pues con ayuntamientos publicitarios
raros. Uno de ellos, desconcertante, estaba al lado de una miscelánea en
Torreón, es decir, de una tiendita de dulces y abarrotes que ofrecía
esto: “Copias. Se venden cascos para moto”. El servicio de fotocopiado no es
inusual. Lo que sí me pareció una ruptura, un quiebre de la lógica, es el
ofrecimiento de cascos para motociclista. No sé qué opinen ustedes, pero a mi
juicio es el único anuncio del mundo con tal ofrecimiento: copias fotostáticas
y cascos para conductor de moto. De locura.