En
alguno de nuestros desayunos gorderos salió a relucir el apodo de Gardel. Me
refiero a la conversación entre Saúl y yo, un diálogo que suele avanzar por
derroteros imprevisibles, la mayor de las veces sobre asuntos relacionados con
la literatura, el periodismo y las pequeñas y grandes miserias de la vida
cotidiana. Gardel, recordamos, fue denominado “El zorzal criollo”. Incitados
por este sobrenombre, no dejamos de sonreír ante los que brotaron en la
conversación. Traigo estos ocho alias de cantantes que la radiodifusión y la cinematografía
se encargaron de encumbrar y que ya casi nadie recuerda.
El bigote que canta.
Fue el sobrenombre del habanero Bienvenido Rosendo Granda Aguilera de quien
celebro dos boleros: “Total” y, el mejor, “Angustia” cantado con
la Matancera. Saúl tiene razón: con ese nombre no necesitaba la sinécdoque de
su apodo.
El flaco de oro.
Agustín Lara, cuyo nombre real fue Ángel Agustín María Carlos Fausto Mariano
Alfonso del Sagrado Corazón de Jesús Lara y Aguirre del Pino, llevó este apodo
áureo y otro igual de famoso e hiperbólico: “El músico-poeta” de quien aplaudo muchas,
una de ellas “Escarcha”.
El samurái de la canción.
Ciertamente, nunca de mis favoritos, pero su voz me agrada de rebote porque al
oírlo recuerdo a mis viejos. Lo propongo con “Espérame en el cielo”. Llamarlo
“samurái” fue un preciosismo que hubiera aplaudido hasta Rubén Darío.
El charro-cantor.
Tampoco de mis favoritos, pero pocos mejores que él para sacar adelante “El arreo”, huapangazo
que alguna vez cantó junto al cómico duranguense Armando Soto la Marina, Chicote.
El barítono de Argel.
También mote epifánico, fue el de Emilio Tuero, santanderino muy poco recordado. La canción que lo
llevó a la fama fue, claro, “Quinto patio” de Luis Arcaraz.
El ruiseñor de América.
Del ecuatoriano Julio Jaramillo, quien durante un tiempo se adueñó del bolero
en América Latina. Su canción emblema fue, creo, “Rondando tu esquina”, pero a
mí me gusta más en el bestial tango “Confesión” que de todos
modos nadie pudo hacer mejor, obvio, que Gardel. Pocos saben hoy que durante algún
tiempo dos ecuatorianos hicieron mucho ruido en Latinoamérica: el mencionado Jaramillo
y otro cantante de nombre (real) espectacular: Olimpo Cárdenas.
El rey del falsete.
Oriundo de Chihuahua, Miguel Aceves Mejía interpretó como nadie los huapangos,
género en el que el quiebre de voz conocido como “falsete” es un requisito de
los considerados sine qua non. Nada
mejor que recordarlo precisamente con “Rogaciano el huapanguero”, pieza en la que exhibe un falsete con embrague de primera a segunda.
El señor de las sombras.
Javier Solís, un monstruo, acaso la mejor voz mexicana de la música campestre. “Sombras” (tango cantado
por Argentino Ledezma y convertido para México en bolero-ranchero) fue su mascarón
de proa.