viernes, agosto 29, 2008

Profes de cuarta



José G. Moreno de Alba tomó posesión el 10 de marzo de 1978 como académico de número de la Academia Mexicana de la Lengua. Actualmente es director de esa institución. El único libro que de él tengo y he leído es Minucias del lenguaje (FCE, 1996), reunión de apuntes y precisiones sobre palabras generalmente usadas incorrectamente en el español nuestro de cada día. El académico añade allí algunos ensayos más generales, y creo no equivocarme si afirmo que es un libro especializado, sí, pero no inaccesible para el lego en estas materias.
Hace algunos días, obligado por una duda, lo releí a saltos, y reencontré un ensayito titulado “De filología y filólogos”. Aunque parece anecdótico, el relato de una experiencia personal, su contenido nos toca de cerca y no ha perdido actualidad. Al contrario: lo que allí narra el director de la Academia adquiere relevancia en este México de bancarrota educativa. No puedo citarlo completo en el espacio de esta columna, así que resumo algunas de sus partes: Moreno de Alba cuenta que en 1987 asistió, en Madrid, a una sesión pública de la Real Academia Española. Mayúscula sorpresa se llevó al notar que al acto concurría una cantidad muy grande de interesados, de suerte que aquello daba la impresión de ser una especie de acontecimiento “académico-social”.
El erudito mexicano hizo en automático la comparación con nuestro país. La sintió adecuada porque, salvadas algunas diferencias, el clima educativo de México y España parece más similar que el de México comparado con el de Alemania o Estados Unidos. En principio, reflexiona sobre el “prestigio social” del que goza el filólogo español, a diferencia del nuestro. Escasísimos, los filólogos son tomados como seres estrafalarios e improductivos; Moreno de Alba trata de entender la razón de tal laguna. Y ahora sí, cito textualmente estos terribles párrafos de su puño: “A mi parecer este tipo de carreras no podrán prestigiarse (socialmente, se entiende) si no se prestigia antes, en general, la profesión de la enseñanza. En nuestro país ser profesor de secundaria o de preparatoria (y aun de universidad) puede proporcionar ciertamente satisfacciones de carácter casi apostólico, pero muy difícilmente ayudará a ocupar un lugar de prestigio en la escala socioeconómica. Además del serio problema demográfico del país y de sus permanente crisis (?) [la interrogación es de Moreno de Alba] económica, que lleva a la contratación masiva de profesores mal pagados, se produce también el eterno círculo vicioso: te preparaste mal porque sabías que te pagarían poco y te pagan poco porque estás mal preparado”.
Sigue: “Debe tenerse en cuenta que en España, para volver a la comparación inicial, el profesor de instituto (equivalente a lo que aquí sería secundaria y preparatoria) es un profesionista que goza de prestigio social, pues llegar a serlo supone primeramente haberse titulado en una universidad, casi siempre como doctorado, haber ganado la plaza (de carácter nacional) después de muy difíciles exámenes y, consecuentemente, recibir salarios decorosos e iguales en cualquier parte del país. Ser en España profesor de instituto es una profesión como cualquiera otra. Eso explica que se trate de una carrera relativamente codiciada que atrae muchos estudiantes y, por ende, que los filólogos encargados de formar a los futuros profesores de filología de los institutos gocen, social y económicamente, de un prestigio aún mayor”.
Y remata: “Cuando en México el profesor de secundaria y de preparatoria tenga prestigio social y sea pagado como verdadero profesionista, los departamentos que tengan encomendada en las universidades su formación crecerán en cantidad y en calidad; la filología, como profesión, cobrará la importancia de la que hoy carece. Como se ve, la solución no sólo es difícil sino que, en los tiempos actuales, se ve prácticamente inalcanzable”.

jueves, agosto 28, 2008

La orilla de la orilla



Por dos razones no quise decir ayer que el ciudadano sí cuenta con un medio para castigar al gobernante parásito: el voto. Omití abrir esa válvula de escape porque suena de poco tiento meter ingredientes políticos al coctel molotov de los acuerdos contra la inseguridad y porque la supuesta válvula en el fondo es una falacia: la ciudadanía indignada puede castigar a un partido y dar su voto a otro, pero da la penosa casualidad de que ese otro no garantiza el cambio, sino la continuidad de la ineptitud. Sin embargo, el voto sigue causando dicha a la partidocracia gangsteril y chorrillo la posibilidad de perderlo. Como vivimos en una cultura política que se reduce a la emisión del sufragio y al chismorreo en tiempos electorales, es decir, sin militancias reales, nuestros gobernantes trabajan con la mira siempre puesta en las elecciones venideras y en la construcción de clientelas, de ahí que la administración pública se haya rebajado a la pura simulación en la mayoría de los casos.
Si hubiera, pues, una prueba Enlace en otros renglones de la administración pública, de seguro las calificaciones serían reprobatorias. ¿Para qué somos buenos, entonces? La respuesta es desalentadora. Hoy nos acosa el embrollo de la inseguridad, pero la verdad es que no hay rubro que no haga agua: educación, vivienda, deporte, salud, productividad, transporte, trabajo, poder adquisitivo, medio ambiente, sistema penitenciario, cultura, seguridad y demás son ámbitos de la vida nacional cuyos resultados reales e intuidos no le dejan mucha cancha al optimismo, de ahí que para todo eso sea necesaria la organización de cumbres que fijen plazos y terminen por fracasar definitivamente o rehacer a partir de los escombros.
En esa debacle se basan quienes afirman un panorama harto calamitoso cuando en unos cuantos años, hacia 2012, se sume de nuevo la rebatinga por el poder. ¿Aguantará México otro crack político similar al de 2006? ¿En dos años de gobierno calderonista hemos avanzado o retrocedido? ¿Se atreverá alguien a preludiar que este sexenio terminará con buenas cuentas? Casi hemos llegado a la orilla de la orilla en todo, aunque por su gravedad y porque atenta directa y brutalmente contra la vida humana, la seguridad acapara los reflectores y apremia la inmediata construcción de diques. Pero los diques son un imperativo, se infiere, para todo, si no cómo detener, por ejemplo, el sostenido deterioro del aprovechamiento escolar, cómo hacer para que millones de niños y jóvenes sean rescatados de las zahúrdas de la ignorancia que evidencian los saldos del harakiri Enlace.
No sé si a otros les pase lo mismo, pero en mi círculo cercano familiar y amistoso cada vez siento con mayor frecuencia la esperanza de la huida. No falta que alguien, al hablar de lo que pasa, tal vez acuciado por las paranoias que genera la violencia, revele su intención de escapar. Los sicólogos tienen un nombre para eso, según sé. Pero una cosa es desear la fuga y otra muy distinta es tener las posibilidades prácticas para hacerlo. Así como el terrorismo infundido por Sendero Luminoso provocó un éxodo de peruanos aterrorizados hace quince años, miles de mexicanos quieren echar llave a su casa y largarse, salir en estampida de este país delirante, generoso con muy pocos y mezquino con la mayoría.
Alfonso Zárate citó el miércoles en su artículo de El Universal unas palabras que, para nuestra vergüenza, merecen ser fijadas en el mármol: “‘Que roben pero que salpiquen’; ‘la amistad se demuestra en la nómina’; ‘el que no tranza no avanza’; ‘no les pido que me den, nomás que me pongan donde hay’… son frases de la picardía mexicana que reflejan la cultura dominante: un país de cínicos”. ¿A quién culpar por el enquistamiento de tal mentalidad? ¿Dónde está la salida de este inmundo laberinto?

miércoles, agosto 27, 2008

Manita del diablo



Estamos ya en el futuro del que hace algunos pocos años fue el futuro. Especialistas de todas las corrientes advertían que si el foxismo no frenaba el tsunami de la delincuencia, México se las iba a ver horribles. Pues bien, ese pronóstico se hizo bueno, tanto que ya estamos más allá del pronóstico, peor de lo que algunos imaginaron. Si los agoreros del desastre pensaban en una especie de “colombización” de la realidad mexicana, los estragos del crimen dan para pensar que el reino de Pablo Escobar Gaviria fue una película de Heidi comparado con lo que nos está pasando: poderosos bandos del narco a todo trapo, autoridades judiciales corrompidas hasta el tuétano, impunidad sin orillas, clanes diversificados hacia el secuestro, fuerzas del orden sin planes coordinados, políticos con alma de avestruz y ciudadanos azorrillados, impotentes ante el acribillamiento que padece el estado de derecho.
Fui quizá de los pocos que, modestia al margen, encendí no una vela, sino un fugaz cerillo para pedir desde mi pobre estatura de laico que la reunión del Consejo Nacional de Seguridad dejara algo bueno en medio de la barbarie que vivimos. No soy ingenuo, sin embargo. Desde hace 44 años, los que tengo, sé que el país avanza con paso firme hacia el desastre. He tenido un par de pequeñas esperanzas de cambio en 1988 y en 2006, pero por razones que todos conocemos esa promesa de alternancia fue abortada de manera tajante con dos fraudes: uno burdo y otro más sutil o al menos merecedor de suspicacias. Y digo “pequeñas esperanzas” porque en México, y tal vez en muchas otras partes, no hay que creer del todo a los redentores. Simplemente digo que en aquellos proyectos que fueron víctimas de un legrado electoral no sólo vi una posibilidad de que cambiaran las siglas y los apellidos, sino la política económica que devino lo que actualmente somos: un país con una clase dirigente terca, poco solidaria y rapaz; una clase media agarrada con las uñas a lo poco que ha pepenado en el camino; una clase trabajadora que vive al día y una legión de parias que sólo tienen las salidas del vicio y del delito.
El futuro, pues, ya nos alcanzó, y resulta que al parecer nos ha rebasado. En eso muchos están de acuerdo. Tanto es así que las instituciones se han debilitado y provocan el escepticismo generalizado. ¿Quién cree en su juicio que el aparato gobernante acabará con el escenario cataclísmico que campea hoy en el país? Pocos, lamentablemente. Son tan pocos que, tras los acuerdos de la cumbre nacional sobre seguridad, los analistas coinciden en dudar que sean cumplidas las metas firmadas con plazo perentorio. Y más: las críticas se han enderezado a pensar en el castigo que merecerán nuestras autoridades en caso de que no cuajen las medidas de choque contra la delincuencia organizada. ¿Cuál será la pena que recibirán los gobiernos en caso de que no funcionen los lindos propósitos del acuerdo? Ninguna, en apariencia, pues por legítima que sea la petición de que renuncien quienes no puedan, es inoperante así como se oye, dado que la única institución que funciona perfectamente en el país es la impunidad del gobernante inepto y mafioso. Como todos tienen una inmensa cola para ser pisada, se cuidan las espaldas, mientras el ciudadano observa con impotencia que la devastación “cada día asciende a más”, como reza tautológicamente una canción norteña.
No hay puerta, entonces. Por eso, agarrado de ese clavo ardiente, fui, y soy aún, de los pocos que, aunque suene candoroso, suspendí por un rato mi escepticismo para que avancemos unos milímetros con las astillas de institucionalidad que todavía nos quedan. Dudo que ocurra, pero no queda de otra sopa aunque sea como pedirle al diablo que nos eche una manita.

lunes, agosto 25, 2008

Termina Beijing



A las 18:00 horas (hora de Torreón, no de Beijing), el medallero completo de las olimpiadas mostraba a México, con las dos de oro y la de bronce que ahora suma, en el lugar 34 de los juegos. A años luz de las potencias, nuestro país puede compararse más equitativamente con las repúblicas hermanas de Latinoamérica: Brasil (lugar 22, con 3 oro, 3 de plata y 8 de bronce), Cuba (lugar 27, con 2, 9 y 11) y Argentina (lugar 33, con 2, 0 y 3). Otros latinoamericanos quedaron más allá, como República Dominicana (lugar 44, con 1, 1 y 0), Panamá (lugar 49, con 1, 0 y 0), Colombia (lugar 60, con 0, 1 y 1), Chile (lugar 64, con 0, 1 y 1), Ecuador (lugar 65, con 0, 1 y 0) y Venezuela (lugar 81, con 0, 0 y 1).
El juicio definitivo sobre el resultado en medallas que la delegación mexicana trae de China puede ser bueno, regular o malo, pues depende del enfoque que le hagamos. En un plan comparativo, es bueno a secas, pues el lugar 34 entre poco más de 200 países da la impresión de que hay trabajo. El lugar 34 también puede ser visto como regular, pues en la práctica sólo el teakwondo fue el deporte que nos favoreció con su sorprendente travesura. El lugar 34 puede ser percibido como malo si nos anticipamos al uso que de él harán las autoridades deportivas para justificarse en sus puestos.
Como se sabe, en México la mayoría de los deportes alcanza algún grado de desarrollo merced al esfuerzo personal y no al institucional. Eso explica un poco por qué los deportes de conjunto, que requieren, más que los individuales, una coordinación especial y verdaderas federaciones, no tengan ni siquiera representación en las olimpiadas. Ni fut, ni básquet, ni voli, ni waterpolo ni nada que implique cierta coordinación de esfuerzos han logrado destacar en el caso mexicano. Aunque las clavadistas Espinosa y Ortiz ganaron bronce en sincoronizados, esa disciplina no pasa de reunir a dos atletas como máximo por equipo. Los conjuntos de deportistas o de federaciones trabajan con quejumbrosa dificultad en México, y no hemos tenido a la fecha una autoridad deportiva que ponga orden y al fin trace un plan de largo plazo para aquellas disciplinas en las que nuestro país realmente puede figurar en las primeras posiciones. No tiene mucho sentido, por tanto, esmerarse en deportes que históricamente han demostrado no coincidir con la antropometría del mexicano estándar. Por ejemplo, las carreras atléticas de velocidad, dominadas por deportistas de raza negra; o la gimnasia, hecha casi a la medida para que los orientales y los caucásicos tengan cierta ventaja sobre los demás. No quiere decir esto que en México deba desaparecer la práctica de dichos deportes, sino que el énfasis sea puesto en lo que ha demostrado redituar logros para el olimpismo nacional. Clavados, taekwondo, caminata, atletismo en fondo y medio fondo, boxeo (pese a Beijing) y alguno que otro deporte individual en los que varios mexicanos quedaron entre los diez mejores del mundo, requieren atención prioritaria de quienes cobran por planear y dirigir nuestro deporte. Lo contrario, es decir, continuar con la dinámica de grillas y pretextos y promesas puede provocar lo que ya está pasando con disciplinas que otrora le dieron algo al país, como la marcha de 20 y 50 kilómetros, justa que por poco deja medalla en 2008 y, al no cuajar, mantiene una sequía de metales que durante varios años ha roto la producción de Pedraza, Bautista, Canto, González, Mercenario y Segura (tres oros, dos platas y un bronce).
Las medallas de China, indiscutiblemente meritorias en lo individual, serán usadas como escudo por los ineptos dirigentes, sanguijuelas enquistadas en un área que recibe generosos recursos del Estado. Y no sólo por ellos. Los medios más poderosos —las televisoras nacionales, ya lo sabemos— han lucrado de inmediato con sombrero ajeno. De una inaceptable hipocresía parece, es, que se emocionen hasta el chillido con los clavados y los karatazos exitosos sin haberles dedicado nunca programas generosos, como al futbol. Pasado el encuentro olímpico, los clavados y el taekwondo volverán a ser nada para la televisión, medio que en el caso de Beijing lucra no tanto con aquellos deportes, sino con el patrioterismo espectacularizado gracias a la música heroica y las tomas en cámara lenta. Doble contra sencillo a que no me equivoco: mañana lunes la televisión mexicana no se planteará la posibilidad de difundir con frecuencia y calidad las disciplinas que, no obstante su poco punch publicitario, pueden interesar a muchos niños y jóvenes en el país.
En el desarrollo del deporte hay buena parte de la salud pública de un país. Privar a los niños y a los jóvenes del bienestar que produce el ejercicio (primero lúdico, después competitivo) es cercenar una de las más gratas potencias del ser humano. En México hay talento para más de tres medallas, pero seguiremos con esas ralas cosechas mientras procedamos como procede la televisión: que los deportes que más nos acomodan, en los que podemos tener éxito casi inmediato, son marginados y no gozan del glamour que sí tiene, sin descanso, el futbol.
Aunque profusamente comercializados, los juegos olímpicos no han perdido la nobleza esencial con la que nacieron. Muchos mexicanos más tienen el potencial para competir en ellos y ganar. En el apoyo serio a los deportes, si lo miramos con cuidado, se esconden beneficios incluso hasta en el rubro de la seguridad, no se diga en el combate de males ya preocupantes, como el de la obesidad. Hay que jugar, hay que llevar a los niños hacia el juego.

sábado, agosto 23, 2008

La profunda inestabilidad



Un curso relámpago sobre economía política pone en evidencia que nada hay en el quehacer social que opere como ínsula. Todo se relaciona con todo, así que lo ideal en cualquier análisis es ensamblar piezas, construir un rompecabezas que evite el simplismo de las observaciones inconexas. Da la impresión, por ello, de que los compromisos asumidos en el Consejo Nacional de Seguridad son, aislados, una panacea, pues no habrá seguridad a largo plazo si persisten las condiciones que le dan sustento al crimen.
A las iniciativas para combatir el delito hay que atar un cambio radical a las políticas económicas que al menos morigeren el deterioro de la calidad de vida enjaretado a los mexicanos. Abrupto a veces, lento en ocasiones, como ha ocurrido en lo que va de este sexenio de nacimiento apócrifo, el desempleo, la inflación y la caída del ingreso se reflejan por fuerza en el fortalecimiento de la criminalidad. Hay otros factores, como la pobreza de la educación y las cuarteadoras en el núcleo familiar, que gravitan para mantener abastecido el mercado laboral de la delincuencia, pero todos se vinculan de una u otra forma al plano de lo económico. Con nulas o escasísimas oportunidades, amamantados en familias disfuncionales y sin el contrapeso de una escolaridad que afinca actitudes constructivas en la persona, cientos de jóvenes son atraídos con facilidad por el imán de las organizaciones delictivas. Basta ver ciertas apologías musicales o icónicas al crimen para notar que, aunque nos pese, muchos mexicanos hallan en la miseria espiritual del delito un humus propicio para salir del abismo, para desquitarse. Pensar en el esencialismo de que quien delinque es portador de un Mal congénito es cerrar los ojos a la realidad y ubicar la cura del problema en el errabundo agrandamiento de los cuerpos policiacos y en la construcción de más penales.
En ese contexto, las críticas de algunos senadores priístas, aunque puedan ser tenidas por marrulleras dentro de la mínima concertación que supone la firma de los compromisos sobre seguridad, están montadas exactamente en el tema. El actual gobierno federal, como sus predecesores panista y priístas, ha perdido el rumbo económico y todos los días puebla con signos negativos la faz de la república. Y de nuevo, a los indicadores macroeconómicos, que por sistema son esperanzadores, se les puede poner de frente la experiencia cotidiana de surtir la canasta básica y todos los servicios que requiere una vida no digamos desahogada, sino de mera supervivencia. Las amas de casa, los padres de familia que sí boxeamos contra la realidad del día tras día, sabemos que, como reptil que no hace ruido pero pica e inyecta su veneno, los precios no han dejado de subir desde hace meses, mientras el salario se mantiene estacionado y cada vez se torna menos suficiente para despachar la compra de lo elemental.
Según nota de El Universal, algunos senadores “Advirtieron que el panorama económico es preocupante ya que ha incrementado el desempleo, se ha agudizado la baja del crecimiento y prevalece un entorno de incertidumbre e inseguridad. El secretario de la Comisión de Hacienda del Senado de la República, Eduardo Calzada, dijo que economía en el país mantiene un raquítico crecimiento de sólo un 2% anual en el Producto Interno Bruto y no existe una política industrial y productiva que detone el desarrollo. A su vez, el senador Carlos Lozano del Torre dijo que el panorama es preocupante e incluso se perfila ‘la tormenta perfecta’ ya que existen todos los elementos que se requieren en un país para entrar en una profunda inestabilidad”.
Esas palabras, que ven a futuro la inestabilidad, pueden ser aplicadas ya al fenómeno de la violencia omnipresente en el mapa de la patria. Esa “profunda inestabilidad” es, para abrir boca, la que ha desatado el crimen, de ahí que toda solución deba mirar también hacia los infiernos de la economía.

viernes, agosto 22, 2008

Cumbre sobre seguridad



Todos hablan de no sacar “raja política” del caldeado tema de la seguridad, pero sería ingenuo pensar que en México (donde ninguna decisión se toma sin hacer cálculos sobre los dividendos que pueda dejar cualquier medida) nuestros políticos de primer nivel no tomen en cuenta qué beneficios precisos les dejará a su causa tal o cual decisión. Habida cuenta de que todos verán por su beneficio, no estaría mal que reflexionaran en la ganancia que obtendrían sí por primera vez aprovecharan un encuentro con el fin de recuperar las garantías que exige el ciudadano de a pie para transitar en paz por el país.
La demanda de seguridad, agigantada en este año que ha batido todas nuestras marcas de criminalidad, es ya un clamor de primerísima importancia, y darle largas, o regatear con minucias politiqueras el gran acuerdo urgente, es tan delictivo como el desempeño de las bandas supuestamente perseguidas. La gente ya no está para tragarse más engaños: tal vez no ponga demasiada atención a las cifras de muertos por narcotráfico, secuestros, robos de automóviles y demás, pero en la vida cotidiana advierte que la situación está pisando terrenos insufribles. Si antes (un antes no muy lejano, ciertamente) era raro que abordáramos en la conversación diaria casos de violencia, ahora no hay ciudadano que de alguna manera no haya visto de cerca alguna situación relacionada con el tema.
En los entornos familiar, amistoso y laboral, los mexicanos dialogamos ahora, como conversación cada vez más común, sobre delincuencia organizada; no falta que un pariente, un amigo, un compañero de trabajo o quien sea haya padecido, visto u oído de cerca un hecho violento, de suerte que hemos entrado a la sicosis de la vulnerabilidad, y todos comenzamos a ver crecer, frente a nuestros ojos y frente a nuestros oídos, el espectro de la zozobra.
La mejor raja política, la única aceptable en esta coyuntura, es la que obtendrían nuestros políticos si esta vez, por el interés general de la nación, firmaran un pacto de responsabilidad para evitar que la descomposición alcance peores cotas, si los hay, que las actualmente padecidas en el país. Urge entonces asumir compromisos serios e impostergables, no pantomimas ni reacomodo cosmético de siglas. El problema es delicado, así que enredarse, como hasta ahora, en declaraciones optimistas que en muy poco coinciden con la realidad, oculta la gravedad del vacío que experimenta la ciudadanía mancillada por la barbarie.
Es importante señalar, de paso, que la rectitud de los operativos es fundamental, esto para garantizar el respeto a la ciudadanía. Las medidas de choque deben ser acompañadas, por ello, de una instrucción eficaz a los cuerpos de seguridad para que depuren sus criterios y no ocurra lo que ha pasado y agudiza la desconfianza: que civiles, niños incluso, caigan acribillados por las balas de quienes en teoría deben resguardar la tranquilidad.
Un énfasis especial debe ser puesto en el trabajo de inteligencia, pues de poco servirán los retenes y los cateos si antes no son puestas en funcionamiento las estrategias que permitan atacar el mal con precisión, quirúrgicamente. Si la república es un cuerpo enfermo, lo que hasta el momento se ha hecho es meterle el bisturí a ciegas, sin ton si son, en busca de un mal que puede estar en cualquier parte. Como se opera contra el cáncer o contra cualquier otro agente lesivo dentro de un ser humano, las instituciones encargadas de la seguridad deben localizar los puntos de conflicto, ubicarlos bien, y obrar en consecuencia. Lo contrario da la impresión de que son palos de ciego o azarosas cirugías, espuma con pasamontañas. Queda poco margen para el error; el Consejo Nacional de Seguridad, pese a todo, merece, aunque sea a regañadientes, un voto de confianza. Con esto no se vale estar jugando.

jueves, agosto 21, 2008

Rosaura y sus verdades



Gracias al regiomontano Jaime Palacios, director de la carrera donde estudié comunicación, hacia 1984-86 fui lector asiduo del suplemento cultural Aquí vamos… publicado por el El Porvenir, de Monterrey. Palacios estaba suscrito a ese periódico, y cuando supo de mi interés por el periodismo cultural comenzó a obsequiarme el suplemento que, sin duda, fue uno de los más importantes editados por algún diario norteño. Recuerdo que en esas páginas leí varios artículos de Rosaura Barahona, escritora de aquellos rumbos. Tanto me agradaban sus textos que no olvidé el nombre de la autora. Ayer, gracias a una cadena de correo electrónico (habitualmente poco atractivas y desechables) volví a leer a Barahona. Es una crónica titulada “De ciudades, libros y alcachofas”, y viene al dedillo en el contexto de los resultados de la prueba Enlace. Detrás de su humor hay, creo, una tragedia nacional:
“Permítame compartir con usted algo que ilustra cierta realidad del País, cuando éste va más allá de nuestro círculo personal.
El domingo pasado, unos amigos cercanos venían de McAllen a Monterrey. Cruzaron por el puente de Pharr y les tocó verde. A 20 metros de ahí había un retén militar. Uno de los soldados les marcó el alto y los envió a revisión. Se acercó un soldado moreno, bajito y atento, pero con cierta arrogancia (ellos tienen el poder y los civiles debemos acatar sus órdenes o nos va como en feria). Entonces se dio este diálogo entre el soldado y mis amigos:
—Buenos días, señor, ¿de dónde viene?
—De MacAllen.
—¿A dónde va?
—A Monterrey.
—¿De dónde son?
—De Monterrey.
—¿A qué fue a Mac Allen?
—A descansar.
—Permítame una revisión del vehículo, por favor.
Mi amigo se dirigió a la parte posterior de la camioneta y otro soldado lo alcanzó. El primero revisó las placas minuciosamente. Regresó con una expresión de ‘Ya los pesqué en la movida’ y le dijo a mi amiga:
—A ver, señora, ¿de dónde me ‘dijieron’ que son?
—De Monterrey.
—¿Ah, sí?... ­—y añadió con un tono molesto—: ¡Entonces explíqueme por qué las placas son de Nuevo León!
Mi amiga (quien se caracteriza por hablar de más), sin dejar de ver al soldado, abrió la boca y enmudeció.
El soldado se creció ante su desconcierto y dijo con más fuerza:
—¡Acabo de ver las placas y son de Nuevo León!
Entonces mi amiga, con delicadeza, le explicó:
—Es que Monterrey es la capital del estado de Nuevo León y no ponen las placas por ciudad, sino por estado.
—¿Segura?
—Segura...
Al terminar la revisión les permitió irse. Mi amiga jura que no pudo reírse nunca.
Esos amigos, ambos profesores, son los mismos a quienes otro aduanal, en Reynosa, los acusó de ser contrabandistas de libros porque, entre los dos, traían casi 30 libros distintos. El razonamiento del aduanal fue que nadie en su vida entera puede leer tantos libros, así que era contrabando.
Mi amiga rara vez se enoja, pero cuando se enoja se vuelve horrible. Ya convertida en pantera, se bajó, sacó todos los libros que el aduanal pedía revisar, los estrelló en el banco de revisión y le gritó, entre otras cosas, que era muy doloroso saber la cantidad de droga y armas que dejaban pasar bajo sus narices, mientras detenían a dos profesores que gastaban parte de su salario en libros porque en México no hay bibliotecas actualizadas en donde se puedan leer. Y sin dejar de gritar, le pidió que llamara a su jefe.
El aduanal fue por su superior, pero éste al ver de lejos a la versión femenina del Dr. Jekyll y Mr. Hyde decidió no arriesgarse. Al volver, el aduanal les permitió irse.
Cuando nos contaron lo anterior, otra pareja compartió su propia experiencia. Hace varios años en el aeropuerto de Monterrey los detuvo un policía y les preguntó si venían de la ciudad de México o de Mexico City. Si era de Mexico City debían pasar por la revisión de aduana en la llegada internacional. Le explicaron que las dos ciudades eran la misma, pero les dijo que no y los detuvo un buen rato porque ¡venían del extranjero!
Otra amiga que va con frecuencia a su casa en Arteaga siempre pasa por retenes militares en la carretera. Todos los años nos invita a cosechar alcachofas y vayamos o no, ella trae algunas. Ya le recomendamos no traer más de media docena porque al paso que vamos, la veremos aparecer en la nota roja como contrabandista de alcachofas.
Lo anterior puede causar risa, pero es dramático. El grado de educación de muchos soldados, policías y aduanales es bajísimo, por no decir nulo. ¿Podemos, entonces, los mexicanos depender de su criterio en una situación delicada o ambigua? No. Ellos ven todo en blanco y negro y no piensan; están formados para cumplir órdenes sin cuestionarlas jamás.
El ejército, los cuerpos policiacos y los aduanales son esenciales para el funcionamiento del País. El problema es la calidad de muchos de sus integrantes. Si no tienen criterio ni capacidad de razonamiento, los mexicanos debemos estar preparados para cualquier cosa.
Por eso nos da pavor verlos con tanto poder y con armas por todos lados. Es peor que armar a un niño. El niño no tiene fuerza para manejarlas; el soldado, sí”.

Anhelos mediatizados



¿Qué pasaría si en vez de la minuciosa cobertura que les infligen a nuestros atletas olímpicos los medios ignoraran, ahora sí que olímpicamente, todas las competencias en las que participan esos compatriotas? Imaginemos tal vacío, imaginemos que sólo recibimos noticias rezagadas y meramente textuales, como cables de ínfima categoría para un rincón de octava plana en las secciones deportivas. Construyo ese cuadro fantasioso porque creo que gran parte de la frustración proviene de la sobrexhibición de las derrotas, de esa cobertura que a toda costa escudriña con lupa el desempeño de nuestros atletas sólo para restregarnos en la cara que perdieron, que quedaron rezagados, que al final se desinflaron o que no pudieron con los nervios.
La idea de la sobrexhibición exaltada me nació el lunes, cuando la transmisión de los clavados desde el trampolín de tres metros fue interrumpida para ceder la pantalla a un triatlonista mexicano que iba “fugado” en su bicicleta. El cronista hacía esfuerzos gimnásticos para esperanzarnos, para decirnos que el atleta Francisco Serrano (homónimo de aquel general al que le madrugaron arteramente en Huitzilac) encabezaba la justa e iba en heroico rumbo a la medalla. El comentarista se mantuvo así, con verbo frenético, como diez minutos, hasta que mandó a un breve corte de la señal. Al volver al aire, como suele ocurrir, miles de ingenuos nos encontramos con la ley del mexicano que destaca un rato en las olimpiadas: Serrano había sido rebasado. Poco después, un alemán entraba en primer lugar y el mexicano no alcanzó a pepenar medalla.
Sé que Serrano hizo su máximo esfuerzo, y que su lugar fue decoroso entre todos los demás competidores. Lo cuestionable es el fervor balín del locutor, que nos ilusionó de oquis, sólo para dejarnos más frustrados que de costumbre. Allí se me ocurrió escribir estos párrafos, pues noté la recurrente exaltación de los comentaristas cada vez que un mexicano da trazas de que puede trepar al podio. Aunque sea un deporte ordinariamente mirado con indiferencia por los medios (tiro con arco, canotaje, volibol playero), los especialistas con micrófono, quienes se supone son expertos, inflaman sus palabras y crean la ménguara ilusión de que en verdad se puede. Luego viene el desplome del atleta y en ese momento hay un abrupto retorno a la indiferencia mediática. Pasó con un tirador con arco, con las volibolistas de playa, con un clavadista y con el boxeador de apellido Santos: pasaron las primeras rondas, fueron asediados por la prensa y cuando quedaron fuera de la competencia estalló de golpe la burbuja.
Lacrimógenos, varios reportajes han dado, además, cuenta hasta de las condiciones familiares que viven los atletas mexicanos, como el karateca Pérez, de Uruapan, quien para costearse parte de su preparación preolímpica maneja un taxi desde las cinco de la mañana hasta la una de la tarde. En esas circunstancias, no es ocioso preguntar si los medios hacen bien al aumentar artificiosamente las expectativas del público o si sería mejor decir la verdad sin pelos en la lengua: el deporte olímpico mexicano jamás figurará en ninguna disciplina mientras esté atascado, como está y ha estado siempre, de directivos pránganas y de atletas que muchas veces con las uñas pagan su preparación. En este caso no es, creo, admisible el romanticismo: los medios deben bajar la cantidad de pólvora que le ponen a sus infiernitos y no inventar posibilidades donde no las hay. Ya se ha visto que el éxito del deporte olímpico es una mezcla de buena administración, talento, disciplina y ciencia. México sólo tiene talento y, en casos aislados, disciplina; lo otro, que es indispensable, no existe, así que todo o casi todo lo que nos digan los especialistas es una falacia, la más simplona manera de mantener ilusiones que se evaporan al primer contacto con la maldita realidad.

lunes, agosto 18, 2008

Listas no tan listas



El lector suele ser generoso. Menudean, por eso, peticiones específicas a esta columneja miscelánea. Los temas que son más socorridos en esa especie de hora de las complacencias ya los tengo bien ubicados: vialidades destruidas o conflictivas, fraudes del comercio, choros políticos, seguridad pública, descuido de espacios públicos. Cuando recibo solicitudes precisas, agradezco la confianza y acostumbro contestar lo de siempre: “Hace poco escribí algo sobre eso” o “creo que es un asunto que he tratado varias veces”. El problema del columnismo es ése: por la frecuencia de las colaboraciones, a la vuelta de pocos años uno se afina como experto en generalidades. El columnista es, pues, un buzo que nada, sin remedio, en la superficie.
Pese a ello, como digo, el lector suele ser comprensivo y generoso, tanto que no deja de hacer gentiles solicitudes. Algunas son cíclicas, como la que escucho reiteradamente en julio-agosto: “¿Por qué no habla usted sobre las listas de útiles escolares?”. Mi respuesta es, para no variar, la misma: “Ya he escrito sobre ese tema, pero con gusto le damos una refriteada”. Así como, con frecuencia, remacho que, por ejemplo, el libramiento Torreón-Gómez-Lerdo es criminal y nadie ha caído en la cárcel por ese delito urbanístico, cada año he procurado dejar constancia del estropicio de lesa economía familiar y leso medio ambiente que conlleva la enorme, gravosa, delirante y, por qué no decirlo, estúpida solicitud y compra desmesurada de útiles escolares.
Ya ni batallo. Como la realidad no cambia, como las escuelas siguen en su terca dinámica saqueadora y estéril, tengo un texto-machote para la ocasión. He interrogado sobre el asunto a maestros de escuelas oficiales: ellos no pueden pedir demasiado, pues de todos modos los padres, en consonancia con sus limitaciones económicas, no admiten hacer compras fuertes de papelería. Las pulgas se cargan, por ello, a las escuelas particulares; en lo que no se repara es en un hecho harto visible: en muchas instituciones privadas los padres gimen y lloran para pagar colegiaturas, así que sumar listas desmesuradas de útiles escolares los arrincona y provoca que se desplome la economía familiar durante un par de meses, si no es que más tiempo. He consultado, de paso, a dos amigos cubanos, residentes en el país con los mejores promedios educativos de América Latina, según la Unesco. Con limitaciones, el Estado se hace cargo de todo, y bastan unos cuantos lápices, cuadernos y libros bien usados, algunos de segunda mano, para alcanzar estándares superlativos de aprovechamiento.
México es falaz en muchos rubros, y uno de ellos es el educativo, como bien lo sabemos. Toneladas de papel van y vienen, pero el aprovechamiento general es ínfimo. Por esa razón me opongo —sin mucho eco, sin mucha solidaridad, con mucha resignación, eso sí— a toda lista de útiles de escuela privada mexicana. ¿Las ha visto el amabilísimo lector? Parece que los chamacos irán a Harvard, y no al Instituto Supérate Exitosamente. Algunos buenos amigos me mostraron sus listas, las comparamos y llegamos a la conclusión de que, en nuestros ya borrosos tiempos de primaria, una familia con cinco alumnos no demandaba lo que demanda hoy un solo estudiante. ¿Y salen ahora mejor preparados? Lo dudamos. ¿Qué no son suficientes los libros de texto que distribuye gratis el Estado? ¿Los niños llegan a leerlos completos y, lo más importante, a dominarlos? ¿Para qué, entonces, pedir más? ¿Para hacerle un favor a las pobrecitas Santillana o McGraw Hill? Algo anda muy mal en todo esto.
De tal suspicacia partí para escribir, hace años, una larga vindicación de la austeridad. Austero no significa ser tonto, sino medido, inteligente, responsable, cuidadoso en el gasto. ¿De qué le sirve una papelería entera a un niño, si dejará los cuadernos y los lápices a medias? Ese es el espíritu de “Examen de un abuso” (íntegro en este blog), mi diatriba reciclable contra las listas-monstruo de útiles escolares. Recaliento aquí uno de sus párrafos, y adiós:
“Cualquier escuela privada u oficial serviría como ejemplo, pues para hablar sobre este tema todas proceden de la misma forma. Pienso en la educación preescolar y en la primaria, ya que todavía no llego a padecer los excesos, si los hay, de la secundaria y los siguientes niveles. Aclarado eso, traigo a la mesa de debate un mito: entre más abultada vaya la mochila, los niños aprenderán más. Como dicen algunos políticos: eso es falso de toda falsedad. Cualquier pedagogo con dos milímetros de frente sabe que la educación no está basada en la acumulación infinita de materiales —libros y útiles—, sino en el aprovechamiento óptimo de los que con mesura se puedan manejar durante un año lectivo. Creer que, por ósmosis, un niño que ostenta un cerro de materiales didácticos va a obtener mejor preparación, es creer que la educación es un asunto de cantidad, de exceso, de engorda porcina, no de calidad y medida. No está demostrado que un niño con dos libros y dos o tres útiles escolares aprenda bien, pero lo que sí es seguro —y basta mirar a los estudiantes que llegan a secundaria y a preparatoria y a profesional— es que millones de niños con decenas de libros y cuadernos y lápices y borradores y tijeras se indigestan con todo el material que les piden en la escuela. Debe primar, entonces, la mesura, no la arbitraria petición y compra de material que luego es subaprovechado”.

Édgar Valencia, doctor



Con Édgar Valencia (Ciudad Victoria, 1975) ya suman cinco o seis los amigos laguneros —pues lagunero más que tamaulipeco es Valencia— que en los años recientes han alcanzado el grado académico de doctores. En Filosofía, Javier Prado; en Historia, Sergio Antonio Corona; en Letras, Gerardo García Muñoz, Fernando Fabio Sánchez, Gilberto Prado y, recién, el autor de Oficios, Descripción de la esfera, Vestigios del origen y Reescrituras, nuestro entrañable cuate Édgar Valencia, quien el jueves 14 de agosto, a unos días de ser padre por primera vez, presentó su examen de grado en la UNAM. Sólo tengo palabras de aprecio y de respeto para Édgar, pues a su innegable talento ha unido una constancia digna de la tierra que lo vio crecer. Vaya para él, para Nelly Palafox (su esposa), para el hijo de ambos que ya viene, para su madre y sus hermanos, una felicitación y mil hurras concelebrantes, pues a humanistas de ese calibre no los vemos emerger, aquí, en las macetas.
Tengo al menos cinco con un inédito, en word, de Valencia. Serio, como siempre, nuestro escritor hurga en Alfonso Reyes y la literatura fantástica. Traigo unos párrafos; en ellos veremos que no hablo por hablar.
“Pareciera que el único preocupado por la cuestión de los géneros es el teórico literario que necesita clasificar, definir y establecer límites entre determinados textos, ya por delimitar un corpus, ya por establecer un campo de estudio. Lo malo para ese afán clasificatorio es que la literatura parece hacer todo lo contrario, va brincando cercos, nutriéndose a sí misma de géneros diferentes, de cartas, de discursos periodísticos que entran en el discurso narrativo, en el poético, y viceversa. Además, entre otras calamidades, los géneros no sólo son literarios, esta manía taxonómica abarca prácticamente todo, ya que tenemos también a las artes, el cine, la pintura, la música y sus correspondientes subgéneros.
El estudio de la literatura fantástica siempre ha comenzado por acreditarse con un discurso referente al género, diversos trabajos seminales inician su discusión argumentando la valoración de este tipo de literatura en el corpus de la historia de la literatura, quizá pensando en alguna herencia, delimitando cierto terreno sobre el cual se irá construyendo el ‘género’. Pero recientes aproximaciones a la discusión genérica hacen que en nuestro inicio, si bien demuestra cierta nostalgia por esa tradición a los comienzos, trataremos de realizar una acercamiento acorde a las teorías de nuestro tiempo, que es el punto desde el cual rearticulamos el discurso fantástico, nuestro aquí y nuestro ahora.
Desde Aristóteles, quien inició la discusión con el retomado caso de la mimesis, y su división de géneros, se abrió una discusión que sigue hasta nuestros días. Alfonso Reyes nos recordaba cierta omisión aristotélica, la cual devino en malas interpretaciones por parte del retratismo realista: ‘[A Aristóteles] Ni por sospechas se le ocurrió —aunque vagamente anuncia las posibles transformaciones futuras del género— que pudieran llegar a darse tragedias en prosa. [...] Tratando la concepción de la historia en Herodoto, decía Alfred Croiset en un artículo de revista: ‘Pasa con la historia como con la tragedia, que lleva el mismo nombre bajo Luis XIV y bajo Pericles, aunque en cada época ese nombre designe una cosa distinta’. De todas maneras, el distingo aristotélico se mantiene: aunque Empédocles haya escrito en verso, su obra no es poesía, sino filosofía o ciencia; y aunque los mimos de Sofrón y Jenarco estén en prosa, lo mismo que ciertos diálogos platónicos, son poesía. Hay que buscar las esencias más allá de las arbitrariedades lingüísticas’.
Cada época plantea un canon genérico que pareciera obedecer al impulso de su tiempo, descartar ciertos términos y hacer apología de otros. En ese tenor incluimos esta pregunta: ¿la literatura fantástica es un género o un subgénero?”.

viernes, agosto 15, 2008

Tener o no tener



No vivimos en Corea del Norte; nuestro país, como casi todos, es una fuente interminable de tentaciones, de anzuelos para gozar lo bueno de la vida. Ubicua, la publicidad no cesa de invitarnos a consumir lo mejor, lo más bonito creado para satisfacer a la exigente clientela. La realidad es hoy un campo minado de ofertas para que disfrutemos el lujo, el confort, el estatus. Pero todo cuesta, y cualquier hijo de vecino sabe hoy que puede adquirir una camisa con cincuenta pesos o con diez mil, según la marca. El bombardeo es tal que resulta necesario ser Diógenes o Cioran para mandar al demonio los apetitos aguijados por la publicidad. Y no sólo por ella, sino por las escenas que evidencian poder y privilegio en las películas, en las telenovelas, en las revistas. La exaltación del triunfador, en contraste con el menosprecio a todo “loser”, toca ahora extremos jamás vistos.
Los desheredados, a menos que sean Diógenes o Cioran, como digo, difícilmente niegan su deseo de tener; incluso muchos religiosos, quienes supuestamente han renunciado a las ricuras de la vida terrenal, gozan de ellas a la menor oportunidad. Y cómo no: es casi imposible resistirse a los coches de hoy, a las casas de hoy, a la ropa de hoy, a la tecnología de hoy, a los viajes de hoy, a las mujeres de hoy, a la comida de hoy, a todos los muchos y maravillosos bienes y servicios que acarrea el dinero en la era de la mercadotecnia. Sólo un sujeto muy resistente o muy hipócrita o ajeno a la publicidad (especie cada vez más rara en el mundo) dirá que no disfrutaría una Explorer 2008, o una casa de descanso en Miami, o un traje de marca, a una laptop con chorromil gigas, etcétera. A diferencia de los productos que podían ser alcanzados por la riqueza antigua, ocultos a la plebe tras los muros de palacio, la publicidad nos muestra desde hace décadas qué es lo que tendríamos y podríamos gozar con el simple poder de nuestra firma.
La mayoría resiste a ese embate de la tentación con mecanismos de defensa estandarizados a la fuerza por las limitaciones del salario: en vez de la Navigator del año, el sedancito a crédito; en vez del viaje a París, el apurado tour como Beverlys de Peralvillo a Raymundo Beach; en vez de la mansión en El Pedregal, el jacalito de interés social de Casas FEO. Para muchos hay, con tal de que nadie se quede sin pegarle algunas mínimas tarascadas al pastel de la bonanza. Una gorda franja de clasemedieros y de trabajadores con sueldo de supervivencia saben, sabemos, que con trabajo y con crédito se puede llegar a tener algo, un poco de lo innumerable que nos convida el paraíso de los anuncios televisivos. La educación, los valores, el conformismo, el miedo, hay muchos frenos para la tentación de tener más, mucho, todo lo que las glándulas del antojo puedan demandar. Por eso, porque México es un país en el que todavía el respeto a ciertas conductas es mayoritario, no se desborda la búsqueda enfermiza de posesión. Con poco, uno queda quieto; tristón, porque viajar en un crucero o comprar ropa en Nueva York no es lo mismo que pasarla padrísimo en Parras o comprar en Del Sol, pero bueno. La cultura del esfuerzo nos obliga a continuar, pese a que nunca haremos lo que hacen quienes verdaderamente tienen y salen en las revistas sobre poderosos.
Por ello, veo en el fondo de la mentalidad delincuente no sólo el placer irracional ante el peligro y el uso de la brutalidad. Bien observado, mirado a los huesos, detrás de todo criminal hay un tipo que desea sin coto. ¿Y qué desea? Desea, por un camino tan corto como tortuoso, todo o buena parte de los lujosos bienes puestos frente a nuestras narices por el mercado. No se necesita demasiado para caer en las trampas del crimen, de ahí que tantos jóvenes de entre 15 y 30 años anden metidos en eso. Un poco de arrojo, indiferencia por el prójimo, una vida vivida entre carencias y cierta inevitable exposición a los objetos que el mercado ubica como símbolos de poder. Lo demás es aprender a eludir, a hacer valer la onza de la impunidad.

jueves, agosto 14, 2008

Con qué cara



Antes, todavía poseso de impetuosa juventud, me resultaba fácil pedir íntimas cuentas al atletismo mexicano cada vez que el mundo celebraba olimpiadas. Ahora, desengañado quevedianamente de la fortuna, metido por los años al feo tambo de la realidad, advierto que no tengo cara, que muchos no tenemos cara para andar exigiendo que nuestro deporte destaque en el contexto mundial. No es fácil. Beijing me ha llevado a reflexionar no tanto en el deporte, sino en todo lo que de positivo hacemos en nuestro país.
Creo que sin necesidad de meterle demasiada neurona podemos notar que los logros científicos, artísticos y deportivos de nuestro país obedecen, por lo regular, a esfuerzos individuales. El orden y la sistematización no son parte de nuestra cultura en ningún rubro, lo que se ve principalmente en el cambio de políticas públicas, arbitrario en la mayoría de los casos tras el cambio de nombres en los puestos de dirigencia. Somos pues rehenes de caprichos sexenales que modifican de raíz, en ciclos breves, lo poco bueno y lo mucho malo que el país produce. Hay una especie de maldición egipcia en nuestra índole: los gobernantes echan abajo los programas de sus predecesores: los malos, porque son inútiles; los buenos, para no dejar huella de lo que hizo el anterior gobierno y empezar de cero la nueva y esplendorosa Era.
Es obvio que la realidad es infinitamente más compleja, que no cabe el simplismo en fenómenos sociales de tamaña amplitud. Pero la intuición ayuda a, por lo menos, fraguar algunas hipótesis, a escudriñar las razones del fracaso. Veamos los tres casos. En el campo de la ciencia y la tecnología, es bien sabido que el foxato agudizó un problema que ya se veía venir desde que la tecnocracia altanera se hizo del poder político en nuestro país: desmantelar los pocos espacios dedicados a la investigación, asfixiar a quienes se dedican a la ciencia en México, como una y otra vez lo han señalado personalidades como René Drucker, uno de los más tenaces críticos de las políticas que parecen encaminadas a convertirnos, ya sin marcha atrás, en un arrabal del desarrollo científico, en un simple adaptador tardío de los avances logrados en el exterior. En esta área, entonces, los pocos científicos que sobrevivían contra la corriente y no se iban del país, ahora emigran como braceros calificados en busca de oportunidades para lograr sus metas. Una cantidad mínima, la que se queda, obtiene resultados más por empuje individual, por talento e imaginación, que por dinámicas sistematizadas desde dentro del Estado.
El mundo de la cultura también permite ver con facilidad que los éxitos no pasan por la creación de espacios o corrientes socializados para la formación artística. Es tanto el desorden, tan flaca la formación de los niños y los jóvenes mexicanos que en todas las disciplinas lo único que podemos encontrar es logro personal. Hay presencias destacadas, voces que sobresalen, pero son ínsulas, pues el poder ha apostado por la dádiva (de becas, por ejemplo) y ha dedicado poca atención al trabajo formativo que cree públicos y despierte vocaciones.
El deporte, por supuesto, es el más visible de los tres universos que aquí palpo. Extrañamente, aunque es motor de inspiración patriótica nunca ha sido tratado a conciencia por las autoridades. Al contrario, es continua fuente de escándalos, de fraudes, de zancadillas. La grilla es el condimento en los tratos de la dirigencia, y al parecer nunca veremos la creación de una Secretaría del Deporte que ponga en orden a ese pandemonio retacado de vivales. Las víctimas son los jóvenes que, en la soledad de sus cuerpos nadan, brincan, corren, entrenan y logran marcas que les permiten ir a los olímpicos en calidad de testigos, sin protagonismo real en las justas deportivas. Por eso digo: con qué cara les pedimos medallas a esos atletas si no hacemos nada por señalar a los nefastos dirigentes del deporte nacional.

miércoles, agosto 13, 2008

Olimpismo en nuestra tv



Unos días después de inaugurados los olímpicos de China, los medios de comunicación mexicanos, sobre todo el duopolio de nuestra televisión, han hecho que en muchos casos sea intragable el espectáculo aledaño a los juegos. Por la terquedad de ser graciosos, heroicos, memorables, se la pasan gritando que son los mejores, los que ofrecen más detalles de cada una de las justas y los que llevan más profesionales de la comunicación en directo desde Beijing. Repaso un poco de lo que he visto y oído.
Puede llegar a ser entendible que los programas deportivos salgan con la mamonería de achinarse artificiosamente para estar a tono, según ellos, con la cultura anfitriona de los juegos. Pero aunque su programa no valga un cacahuate, ver a Origel y edecanes que lo acompañan en plan de mandarines no tiene nombre; en un caso extremo, sin embargo, es tolerable que las chicas vistan como princesas de Mulan, y ridículo que Origel, como hombre y como periodista que es (ya sé que algunos cuestionarán esas categorías), se trasforme y use cuello redondo y trajecito rojo de seda. De pena ajena; es uno de esos papelazos que el periodismo de espectáculos (periodismo entre comillas) tiene que asumir para venderse mejor.
En las mañanas, Televisa a propuesto el noticiero Primero Beijing, con Carlos Loret de Mola y Brozo. Empeñado en fungir de maldito, el payaso políticamente más entreguista de la televisión mexicana pasa todo el rato al aire empeñado en decir albures. Se obliga tanto a esa práctica que dos o tres son buenos, y ocho o diez fallidos, menos afortunados que los expelidos como ristra en las películas de Lalo el Mimo. La razón de esa monotonía, como muchas paparruchas que atañen a la tv, es la vertiginosidad del medio, que no permite usar recursos sin desgaste semántico inmediato.
En las noches, la multimillonaria producción de Televisa ha querido arrasar a su principal competidora. Medidos ahora por los cómicos que participan en las trasmisiones, los del Ajusco dan la impresión de haber quedado en la orfandad humorística que, por cierto, ellos inventaron para las justas deportivas internacionales, eso en los tiempos de José Ramón Fernández como mandón de TV Azteca. Televisa, pues, ha llevado una horda de entretenedores, al grado de que sus programas parecen de comedia aderezados con un poco de noticias deportivas. Son buenos los trabajos reporteriles de Alberto Tinoco y Karla Iberia Sánchez; las estúpidas puntadas del Compayito; la revelación de Mateo, un niño con sensibilidad para el ritmo televisivo y, lo más importante, que mastica el español, el inglés y el chino con soltura; son refritos de refritos de refritos Eugenio Derbez y Omar Chaparro, dos cómicos que deben recurrir casi al pastelazo o al disfraz carnavalesco para lograr algunos resultados humorísticos.
En ambos casos, las televisoras no pueden ocultar su deseo de justificar el viaje de los mexicanos con el logro de alguna medalla; ya comenzaron, con el bronce de Tatiana Ortiz y Paola Espinosa, que será exprimido, ya lo comprobaremos, hasta sacar de allí hasta la última gota de provecho mediático.
Sobran muchos, muchísimos comunicadores llevados por nuestras televisoras a Beijin. Luis García, por ejemplo, no fue, pero carece de aptitudes para usar un micrófono. El lunes, para no ir lejos, el Travieso Arce decía que en box lo importante es el sorteo. “Si en la primera ronda te toca un cubano o un norteamericano, te va mal; pero si te toca uno de Madagascar o un mongol, puede que te vaya mejor”, dijo el pugilista. “Bueno, si te toca un mongol es fácil, claro que sí”, dijo muy risueño el ex futbolista. André Marín quedó boquiabierto ante la cruel ocurrencia de su compañero. Ya nada pudo hacer. Con risitas nerviosas tuvo que festejar la humorada de García. Imagínense.

domingo, agosto 10, 2008

Tiroteos de balde



De vez en cuando, no mucho, recibo cartas de queja contra lo que publico en la columna y luego trepo al escaparate del blog. Creo que en todos esos casos he respondido con amabilidad, sin ironizar, siempre con el más sincero agradecimiento al lector que se tomó la molestia de escribir un correo electrónico aunque sea para contradecirme y, a veces, para vapulearme con calificativos no precisamente serenos. Aunque en ocasiones lo he hecho, no debato y evito defenderme porque creo que lo (por mí) escrito, escrito está, y bizantino sería polemizar a propósito de cualquier tema, más a sabiendas de que todo abordaje deja satisfechos a unos e inconformes a bastantes más.
Me han preguntado la razón por la que no acepto mensajes ajenos en mi blog. Tengo varias, y una de ellas, quizá no la más importante, es que los apuntes ajenos llevan muchas de las veces una firma apócrifa. Si ya de por sí no creo en esos arrebatos de opinionitis, menos crédito les doy cuando de antemano sé que nacen del anonimato, que en la mayoría de los casos son arranques sin ton ni son, redactados sin piedad, además, por las más elementales reglas gramaticales. Cualquiera que haya leído los comentarios adheridos, por ejemplo, a los videos de YouTube, sabe de qué hablo. Como en el chat, esos foros que supuestamente democratizan las posibilidades de expresión son usados con las patas, sólo como espacios para el desahogo y la maledicencia atrabiliarios, sin un mínimo de decoro formal.
No es necesario ser una lumbrera para saber que muchos de los pacíficos ciudadanos que nos topamos en la calle, en cualquier lugar del mundo, se transforman al ingresar en una página virtual que abre foros: ahí, contra su naturaleza seguramente sosegada, emiten opiniones como si fueran metralletas, despedazan a sus invisibles enemigos, vituperan, zahieren, cagotean sin dar ni pedir papel. Lo que difícilmente harían de frente, con su nombre y apellido por delante, lo ejecutan sin reservas en los ciberdebates, esto gracias a una impecable garantía de anonimato. No generalizo, es obvio, pero es abrumadora la cantidad de participaciones trochas y con el rostro embozado. Cunde así, donde sólo hay disonancia, la ilusión de pluralidad, como si fuera importante lo que innumerables seres sin cara han escrito, por lo común muy mal, sobre los temas serios y disparatados discutidos en la red.
Algunos dirán, lo sé, que todos tienen derecho a opinar. Pues sí, todos tienen ese derecho, y ojalá quienes ya gozan de tal oportunidad gracias al internet supieran que ese derecho conlleva mínimas obligaciones, empezando por la de respetar ya no digo al oponente, sino a la propia lengua. Porque es pavoroso, o más que pavoroso, si se puede, que alguien quiera ser atendido cuando ni siquiera pone un mínimo de voluntad a la forma de sus berrinches.
La injuria, el ex abrupto, la maledicencia escritos con insolente desgarbo son, por todo, introductores de ruido en la red, por eso mi lucha ínfima, e inútil, por no fomentar foros que sólo añaden irritación a cualquier proyecto de diálogo. ¿A qué acuerdo se puede llegar si a propósito de todo tema la polarización se exacerba debido a las “opiniones” que no bajan de la mentada de madre? No importa el asunto. Trátese lo que se trate, no falta el brillante comentarista que trepa al cuadrilátero para decir “aquí estoy, cabrones, yo creo que tal rollo es así y chinguen todos a su madre”. Así, palabras más, palabras menos, son los aportes que infestan los foros de la red. Del tema que sea, insisto: si alguien vitupera a Luis Miguel, sobran fans del “sol” que vomitan sobre aquel; si alguien elogia al Atlas, abundan los aficionados de las Chivas que maldicen a los rojinegros; si alguien defiende al PAN, brotan de todos lados bombarderos de izquierda; si alguien le tira a México una flor, no faltan chilenos o paraguayos o españoles que se cagan sobre los malditos mexicanos; si alguien rescata a Fidel, surgen los que envían pedradas contra el déspota. Y así, al infinito, un intercambio de radicalismos mal escrito y basado sólo en el gusto personal, en la pasión adolescente por una u otra bandería.
Acerco algunos ejemplos, todos tomados del basurero doxológico llamado YouTube (en todos los casos respeto, tal cual, la calaña de los comentarios). Sobre un video dedicado al Che: “UNA PRODUCCION de la REVOLUCION CUBANA Y.... Los comunistas y terroristas de latino america Los vagos y proxenetas y Las putas y maricones socialistas, comunistas del mundo. CON LA DIRECCION DE..... FIdel castro y sus covardes y asesinos. PARA..... Fomentar el odio y la discordi y.. traerle la promesa comunista de.. HAMBRE, ODIO Y GUERRA, ESCLAVITUD y AMPLIA MISERIA”. Sobre un video con palabras de Pinochet: “pinochet fue bkn, y mas de uno al iwal q yo, piensa q el no tenia la intencion de matar, el solo keria tomarse el paia para arreglar lo q el influenciado allende tenia pa la kagaa, y como este wn no fue humilde y prefirio matarse , kagaron junto cn el los comunista, si ese wn no hubiera hecho eso y hubiera entregao el mando nadie habria muerto, ¡¡¡PINOCHET HICISTE BN A ESTE PAIS!!!!”. Sobre un video con el himno del América: “arriba el america culeros! y si son chivistas para k chingados se meten a la pagina del rey ojetes? ahuevo pk sommos sus padres pendejos! y nosmas kieres gosar de nuestra majestad putos”. Sobre un video con Ninel Conde y Dulce María: “Peleando Para Ver Quien Es La Mas Puta Y Buenota...Todavia Le Voy + A Dulce Porque Ella Al Menos Es Natural,No Como La Ninel Que Es Miss Cirugia!’!’! Y No Crean Que Le voy Mas A Dulce Porque Ella Me Cae De La Verga”.
Ese es el tenor de los comentarios que atraviesan muchos foros de internet. Ante tales comentarios, sobran los comentarios. Lo que se impone, más bien, es llamarse a silencio, pasar de largo y resignarnos a discutir con los amigos del café. Como antes.

sábado, agosto 09, 2008

Olimpismo a la mexicana



Me obligo a ser optimista pese a que, como al cantante Piero, el mundo me duele por dentro. Por eso, sólo por eso, he sostenido ante los cuates más cercanos que no es que México fracase en las olimpiadas, sino que las competencias no son las más adecuadas para la idiosincrasia y la madera de nuestros coterráneos. Lanzar la jabalina, saltar con pértiga, dominar las barras paralelas, correr los cien planos, arrasar en la piscina, esas destrezas no nos fueron dadas. Finalmente, la tortilla y los frijoles con reteharto chile no hacen milagros; mucho logran esos modestos alimentos con mantener en pie al país, con evitar que caiga desvanecido por la canija hambruna.
Mi propuesta es que nos instalemos en competencias especiales. Eso nos elevaría la autoestima, sin duda. Imaginemos entonces unas olimpiadas con justas ad hoc, acordes a la musculatura mexicana. Nadie nos arrebataría las preseas doradas. Sugiero algunas modalidades:
Ingesta de caguamas: sé de imbatibles consumidores de cerveza, amos y señores de esa ingesta, campeones que son capaces de chupar seis, siete, ocho o más botellas en un solo guateque. Hay incluso competidores de alto rendimiento: los que consumen igual número de botellas, pero de puro caguamón loco.
Invención de albures: contamos en México con los mejores exponentes en el difícil arte de improvisar albures. En picosa malicia verbal ningún país nos aventaja, lo aseguro. De hecho, yo conozco a grandes y chiquillos que medallas ganarían.
Renovación de esperanzas: años y años pasan y en cada uno de nosotros se instala el manido discurso del cambio y la transición a la democracia. Pocos países como México para renovar atléticamente su esperanza cada seis años. En materia de ilusiones ocuparíamos el cajón protagónico del podio.
Solidaridad con los pobres banqueros: sabedores de que la banca internacional pasa por malos momentos, los mexicanos hemos aceptado mansamente un pago altísimo de comisiones bancarias. Si compitiéramos con cualquier otra nación para ver quién es más solidario con los desvalidos financistas, los mexicanos descollaríamos por nuestro excelente corazón. Aquí, sin embargo, nos quedaríamos con medalla de bronce; la de oro se la daríamos a los bancos, para socorrerlos otro tanto.
Levantamiento de cristianos: gracias a la impunidad que reina en nuestra amada patria, cada vez son más y mejores los atletas dedicados a levantar cristianos. El gobierno ha fomentado esa sombría disciplina, tanto que ya no es noticia cuando nos enteramos que hay competencias interestatales en Sinaloa, Tamaulipas o Chihuahua, por ejemplo.
Salto con licencia: capacidad, pericia, arrojo y sobrada inteligencia se han desarrollado en muchos mexicanos para abandonar temporalmente, con licencia, un puesto político y buscar otro que les asegure más años de bonanza presupuestal. No en cualquier país se da con el cinismo que vemos en el nuestro. Los “chapulines”, como les llaman, siempre se dan por muertos y a la hora buena se instalan en la catapulta. Tenemos medalla de oro segura en esta competición.
Linchamiento mediático: tal vez sea nuestro hermoso suelo el que más ha visto crecer la práctica del linchamiento mediático a los enemigos políticos del régimen. Giovanni Sartori es un ingenuo principiante en sus análisis sobre el periodismo mundial si contrastamos sus opiniones con la libertad de expresión aplicada en tierras de Tezcatlipoca. Somos campeones en esta ruda disciplina.
Si en esas competencias nos retaran, México levantaría su corazón al cielo y jubiloso desdeñaría los malos resultados de Beijing.

viernes, agosto 08, 2008

Pena peligrosa



Conviene que ante la justificada cólera generada por el secuestro y el asesinato inclementes nos detengamos un poco, reflexionemos bien y no pidamos agitados, irritados, la pena de muerte como castigo a los culpables de fechorías atroces. Más allá de los argumentos éticos o religiosos hay otros que atraviesan por el más crudo pragmatismo. ¿Quién se encargará de decidir si el castigo terminal es aplicado o no? ¿Quiénes serán los principales receptores de esa punición? ¿Con qué elementos se podrá hallar culpable a alguien para condenarlo a la inyección letal? Es un problema, un verdadero problema, y pasaría con esa pena lo mismo que ocurre, pero con mayor brutalidad, con las sentencias hoy aplicadas sobre muchos internos: en una muy considerable parte de los casos la reclusión se basa en intrincadas y poco claras investigaciones, en falta de recursos económicos para la defensa o en pocas influencias para eludir la privación de la libertad.
Acelerarse, entonces, y pensar como Gamboa Patrón (¡Gamboa Patrón, carajo, una joya!) que en ciertos casos sí sería conveniente la pena capital, es no considerar el atávico estado de agusanamiento que pesa sobre los aparatos de seguridad e “impartición” de justicia mexicanos. Fatalmente, no estamos en Suiza ni en Finlandia, donde uno podría confiar, primero, en el buen derrotero que seguiría una investigación desde el mismo momento en el que son descubiertos los delitos. En esos lugares cualquiera cree en el levantamiento neutral, desapasionado, científico de huellas y de testimonios; luego, en el examen rigurosamente ceñido a la lógica forense, ajena a presiones políticas o económicas, de la evidencia disponible, para derivar por último en el fallo de jueces no manipulables, no amenazables, incorruptibles, o casi.
Los delitos en México no pasan con aseo por esas etapas. Aun hoy, sin pena de muerte ni cadena vitalicia, sabemos que la evidencia es recogida por elementos que piensan de antemano, con sumo cuidado, en las repercusiones políticas de un crimen. Bien sabido es, incluso, que antes de que llegue cualquier investigador autorizado y “experto”, los policías municipales o quien sea, hasta un velador, tumban a las víctimas lo que se pueda usar o revender más adelante, como joyas, dinero, ropa, identificaciones. Si la víctima es pobre, su caso es manejado relajadamente y tal vez nunca lleguen a buen puerto los análisis; no pasa lo mismo si es pudiente: en esa situación los aparatos de investigación se mueven con tanta agilidad que no es poco frecuente el despeje de los enigmas aunque luego bullan sospechas sobre invención de chivos expiatorios y siembra de evidencias. Las cárceles están llenas de pobres, de prietitos con apellidos sin lustre. Algunos están allí gracias a un acto de justicia, sí; otros, simplemente por una delación amañada, por no tener dinero para pagar una defensa profesional o porque no tienen un compadre poderoso que les eche la mano para evitar el zarpazo de “la ley”.
Dado que México es un país atestado de pobres y de clasemedieros trepadores y fascistizados que se creen a salvo de la pinchedumbre sólo porque tienen un pariente regidor o pequeño empresario, es muy peligroso aceptar así, por puro enojo, la pena de muerte como solución al problema de la violencia desatada. Cualquiera podría ser víctima de un cuatro, de una delación marrullera, y ante la fuerza de un político/empresario potentado, por ejemplo, no habría salvación: el dinero y las influencias moverían palancas para que muchos, acaso sin deberla, dieran con sus huesos en la sórdida cama que inmortalizó a Sean Penn.
Más que endurecer las penas, hay que endurecer las investigaciones y los procesos judiciales, hacerlos impermeables a la corrupción o al menos taparles las anchas goteras que hoy padecen.

jueves, agosto 07, 2008

Contingencias bancarias



Son las 4 de la tarde del 31 de julio de 2008. Entro a la sucursal del banco y veo con repentina satisfacción que no hay fila y gracias a eso haré un pago sin pérdida de tiempo. De inmediato accedo a una ventanilla y allí el atento joven me fulmina: “No hay sistema”, dice. Le pregunto si puedo ir a otra sucursal, y me ataja: “Todas están en la misma situación”. Le pido pues que me diga si el problema quedará arreglado en pocos minutos, para esperar, o durará demasiado tiempo. “No sé, pero pase con el gerente, él le puede decir”. Voy con el gerente, un joven igualmente atento. Le pregunto si sabe cuánto tardará el desperfecto, y responde que no asegura nada: como puede durar unos pocos minutos, puede tardar una hora o más. Comienzo un diálogo tendido con él; hablamos sobre el servicio al cliente ante casos de falla en el sistema de cómputo bancario. Fastidiado, pero sin enojo, le digo que los bancos deberían entregar un documento sellado que permita al cliente que ya asistió a la sucursal apersonarse al día siguiente cuando la falla sea atribuible al banco. “Eso no está considerado”, me responde. Más por hacer tiempo que por conversar, le comento que el cliente no tiene por qué ir dos o tres veces al banco el mismo día, o esperar dentro de él, si hay un desperfecto del sistema. “El cliente cumple con ir a pagar; no está obligado a esperar hasta que ustedes solucionen sus líos con el sistema, si los tienen”. “Pues sí, es un error del banco”, acepta.
Ya entrado en el diálogo, le pregunto qué pasaría si dan las siete, el banco cierra y el sistema “no regresa”. La respuesta es deslumbrante: “Si es el día límite para hacer el pago, hay un cobro por mora”. No lo puedo creer. “¿Harían un cobro por demora [lo correcto sería ‘por demora’, no ‘por mora’] aunque el banco sea el culpable?”, lo interrogo. “Sí, así es”, me contesta seguro, apenado y con ánimo de ser cordial, tratando de sobrellevar la situación. “Eso es absolutamente injusto, deshonesto. El banco no puede hacer cargos extras por una demora de pago no atribuible al cliente”. El funcionario saca su mejor as: “Es que el cliente debió pensar en las contingencias”. Desconcertado, pregunto: “¿Cuáles contingencias?”. “Las que sean, por eso el cliente debe pagar antes”. Aunque sereno, exploto por dentro: “¿Pagar antes? ¿Esa es la precaución ante las contingencias? Es precisamente lo que vengo a hacer ahora, tres horas antes de que cierre la sucursal. Eso es pagar antes. Mi obligación es ésa: traer el dinero y estar dentro de la sucursal aunque sea un minuto antes de las siete, que es la hora en la que cierra. Eso es estar antes. Y vale tanto ese ‘antes’ como cualquier otro”. Pero el joven no se deja persuadir a la primera, y saca un naipe tramposo: “Hay que prevenir contingencias, por ejemplo un tornado, por eso hay que pagar antes, si se puede”. Le enfatizo: “Aquí estoy, pagando antes, y ustedes no me pueden cobrar. Ese es un problema de ustedes, no mío ni de la meteorología”. Otra vez se dobla, pero no se gana nada: “Pues sí, es un gran error del banco”. Y le aclaro: “No es un error. No. Es una hamponada, un robo. ¿Cuántos millones de pesos por recargos se pueden embolsar ‘legalmente’ en casos de problemas con su sistema? Perdóneme, joven, pero es una desfachatez de los bancos”. Sin pleito, más bien algo desahogado por haber dicho a viva voz que los hampones son hampones, le pido su número de teléfono para salir de la sucursal y llamar en media hora con el propósito de saber si ya pueden hacer el favor de cobrarme. Pasa una hora, llamo, me dan luz verde, voy de nuevo, hago fila, pago y adiós, huyo de la madriguera.
De regreso, pienso en la palabrita: contingencia. Meneo la cabeza, incrédulo ante las absurdas excusas que les enseñan a los empleados bancarios. Remota me parece la hora del “ya basta” al abuso de los bancos que, lo sabemos, en México tienen ganancias no leoninas, sino criminales.

miércoles, agosto 06, 2008

Cine y letras con Miguel Báez



Mucho se ha dicho sobre la ceñida relación entre el cine y la narrativa literaria. En efecto, desde que el cine comenzó a cobrar la importancia que a la larga le dio estatus artístico, las historias contenidas en los libros le fueron serviciales. Eso desde el comienzo del cinematógrafo, o casi, pues debemos recordar que las primeras filmaciones tuvieron una intención documental, así fuese embrionaria. Como guiones en potencia, los relatos de los grandes autores hallaron en la inmensa pantalla otra vía de acceso al público, y desde que el cine es cine, pues, ha sido frecuente que clásicos y no clásicos de la literatura mundial se vean recreados, antes, en el celuloide, y, hoy, en “soporte” digital.
De tal tema, del matrimonio bien avenido entre el cine y la narrativa, hablará esta noche Miguel Báez Durán en el Icocult Laguna. El conferencista tiene, como pocos en La Laguna, autoridad para abordar a fondo los detalles del tópico, dado que su vida ha estado estrechamente vinculada a esas dos manifestaciones del arte. A las letras, como lector disciplinado y atento, como autor de numerosos cuentos y como crítico literario; al cine, como espectador de cuanta película puede ver y analizar, sobre todo de aquellas que no obedecen a los cartabones de la industria facilista que tiene su santuario en Hollywood.
La ficha biográfica de Miguel Báez Durán nos dibuja fielmente su perfil profesional: nació en 1975 en Monterrey, Nuevo León, y vivió en Torreón durante casi dos décadas; regresa a esta localidad dos veces al año. Es licenciado en derecho por la Universidad Iberoamericana Plantel Laguna y maestro en letras españolas por la Universidad de Calgary, Canadá. Ha publicado reseña cinematográfica y ensayo en los colectivos Hoy no se fía y Sueños de La Laguna así como cuento en los colectivos Enseñanza superior y Acequias de cuentos. Sus textos han aparecido también en el periódico La Opinión y en las revistas Brecha, Acequias, Estepa del Nazas, Arteletra y Espacio 4. Es autor de Vislumbre de cineastas (2001), Un comal lleno de voces (2002) y Miel de maple (2007). Fue profesor de español como segunda lengua en la Universidad de Calgary, de literatura y cine en la Universidad Iberoamericana Plantel Laguna, así como en la Escuela de Escritores de La Laguna. Participó en el programa Letras al aire de Radio Torreón. Actualmente reside en Montreal, Québec, y da clases de español en la Universidad Concordia y en la Escuela Internacional de Lenguas de la YMCA.
No expresa lo más sutil, sin embargo, un boceto curricular. Faltan allí algunos datos que sólo pueden ser compartidos bajo la forma de comentarios amistosos de quienes conocemos de cerca al personaje. No está en su currículum, por ejemplo, que Báez Durán es un hombre ganado por la literatura al mundo del derecho, que hizo espléndidos estudios profesionales de leyes, pero el deseo de crear ficciones se apoderó de él tan hondamente que hasta le fecha se asume indeclinable narrador. Como hermano menor del arte narrativo (por edad), el cine ha estado siempre en Miguel Báez; es una de sus gozosas prioridades, tanto que pesó entre sus motivaciones principales para radicarse en Montreal, cosmopolita ciudad en la que puede ver, y ve, todas las cintas que quedan a su alcance (acá entre nos, vive en el piso veintitantos de un edificio que en su base tiene todo: supermercado, farmacia, restaurantes y, por supuesto, salas de cine, de manera que Miguel sale del elevador y casi a merced encuentra una butaca).
Hoy, entonces, a las 20:00 horas en el Icocult Laguna, nos vemos con Miguel Báez Durán en la conferencia “Vinculaciones entre el cine y la literatura”. La entrada es libre y será ofrecido un extraordinario brindis.

martes, agosto 05, 2008

Entrevista sobre Leyenda Morgan para La Opinión



La reportera Karla Lobato me entrevistó hoy para La Opinión. Este fue el diálogo:
1. "Leyenda Morgan" es el título de la obra ganadora, ¿Cuál es la esencia de esta producción?
Se trata de un libro de cuentos “vía novela” (así lo definió Hernán Lara Zavala). Las cinco historias que lo forman son policiales, y aunque cada una es distinta en todas aparece el mismo personaje protagónico, un policía judicial con buen instinto de investigador e implacablemente corrupto. El telón que fondea cada relato es la comarca lagunera, sus recovecos de mala muerte. Debo decir que este libro añade un ingrediente a la narrativa textual: cómic en algunas partes de cada relato.
2. ¿En qué fue inspirada esta obra?
Siempre quise escribir cuento policial. No tanto por el tema, sino por los detalles de la investigación, por la sutil colocación de pistas y la lógica de los desenlaces. Es decir, me interesaba menos el fondo que la forma, aunque al final el conjunto quedó más o menos bien armonizado.
3. ¿Por qué momento pasaba usted a la hora de escribir este texto?
Escribí este libro entre agosto y diciembre de 2004. Me hallaba pues en el cierre de mi etapa más productiva como cuentista. Luego, al ver las nulas oportunidades que ofrecen los editores mexicanos para publicar cuento, bajé decepcionado la velocidad cuentística y me dediqué a otros géneros.
4. ¿Qué sentir le trae a usted el haber obtenido este apoyo?
Para ser publicado, este libro de cuentos tuvo que ganar dos concursos. El primero lo ganó a mediados de 2005, y fue el premio nacional de cuento de San Luis Potosí. De inmediato conseguí que la editorial Planeta decidiera publicarlo, me mandaron el contrato y todo, pero de un día para otro hubo un cambio de editores y el libro se quedó volando. Luego, ya sin contactos en el DF, peregriné por cuatro o cinco editoriales más, todas negadas a publicar cuentos, aunque algunas de ellas me hicieron esperar hasta un año para darme dictamen. Eso me orilló a buscar el apoyo de Financiarte 2008.
5. ¿Cómo está dividido este trabajo?
Son cinco cuentos, todos con el protagonismo del Teniente Morgan, judicial que resuelve los casos con tranquilidad y maestría, aunque nunca para beneficio de la ley, sino para mejorar sus intereses. Los casos que investiga se mueven entre Torreón y Gómez Palacio, en burdeles, cantinas y negocios de medio pelo. Desde que comencé a escribirlo pensé que era una especie de sinécdoque: la parte por el todo. Morgan es la parte minúscula, pero significativa, de un todo podrido, de un ámbito donde reina la impunidad: la justicia mexicana. Quiero dejar un testimonio literario de que en México suele no haber justicia en casos de asesinato o robo por una primera razón, que desmorona lo demás: la evidencia es ordinariamente borrada o mal manejada desde el principio, cuando los primeros policías llegan y esculcan a las víctimas. Desde ahí todo empieza a fracasar.
6. ¿Cuánto tiempo tardó en escribir esta pieza?
Cinco meses, aproximadamente, un cuento por mes de agosto a diciembre de 2004. En ese mismo lapso le pedí apoyo al dibujante Rubén Escalante, quien guiado por mis peticiones ayudó con los excelentes elementos gráficos del libro.
7. ¿Cuándo será publicada esta obra?
Se supone que antes de que termine 2008, si se puede, antes de noviembre.
8. ¿Con cuántos libros será apoyado a raíz de este premio?
Sólo con éste.

Contra el fut



Antes de padecer agudos malestares de espalda uno es escéptico o indiferente a la posibilidad de esas dolencias. Jamás pensé que antes del miércoles pasado una lumbalgia pudiera retirarme de casi toda mi rutina diaria, incluida la de sentarme frente a la computadora para encarar la obligación de escribir. ¿Con qué cabeza teclear, me pregunto ahora, si la concentración se diluye en el miedo al dolor agazapado, puesto provisionalmente a raya mediante el analgésico? Ya veremos cómo evoluciono. Por lo pronto, comparto una carta que recibí hace poco (omito el nombre del autor). El regaño no fue para mí, y aunque yo gusto del fut, como algunos ya lo saben, es respetable la opinión de los que no:
“Estoy cansado de soportar que los que no me conocen lo suficiente me atribuyan cosas caprichosas sobre las más diversas materias: amistades y sobre todo enemistades, doctrinas políticas, teorías deportivas, etcétera. Considero por eso que corresponde que les explique lo del fútbol, para lo cual no encuentro nada mejor que transcribir un poema mío que deberían haber leído, que curiosamente se titula ‘Fútbol’ (está en Insurrecciones, Mar del Plata, Editorial Martín, 2006) y que dice así: ‘Esta tarde en que todo es fútbol en mi ciudad / y no puedo escapar al partido del día / ni siquiera en la grata penumbra del café, / pienso en Brahms y en sus piezas breves para piano. / Me refiero a aquellas que remontan / la cordillera del catálogo más allá del opus 110: / baladas, intermezzi, breves gestos rapsódicos, / ráfagas de metodismo / que algún acorde insólito problematiza, / homenaje a lo fragmentario, / retazos en fin de un siglo donde la forma / era importante, donde un gesto estético decidía / la diferencia entre la felicidad y la desdicha. / Ahora estoy aquí rodeado por el fútbol / en el delirio del café provinciano, / y decido pensar en Brahms, en sus baladas, en sus fantasías, / creadas en un mundo / al que quizá pertenezco a impulsos de lo atávico, / como el castor que insiste sin reparos / en encontrar determinada forma de morir’ (2003).
El que sepa leer, que lea. Lo que surge de esas palabras, me parece, es mi actitud general respecto del fútbol, que considero una de las peores cosas que nos legó el imperialismo inglés durante su dominación del Río de la Plata. Lo considero una actividad embrutecedora y perniciosa, además de ser —con la droga y la prostitución— uno de los canales mayores por los que circula la plata mal habida.
Esto dicho, casi está de más agregar que yo no puedo ser ‘hincha’, o sea fanático, de ningún equipo de fútbol, por lo cual el calificativo de ‘riverplatense’, que a veces se me endilga, es una grosera deformación de la realidad. Si alguna vez manifesté cierta simpatía por River Plate puede ser en función de una experiencia infantil que me une al recuerdo de mi hermano; también, al hecho de que la hinchada de Boca Juniors es inseparable del peronismo, como que prácticamente son la misma cosa. En lo que respecta a esto último, concibo el peronismo como un cáncer de la sociedad argentina, ya que el culto irracional a sus próceres (Perón, Eva Duarte, López Rega, Isabelita, Herminio Iglesias, Menem, los Kirchner) no es otra cosa que fascismo autóctono.
Por otra parte, puestos a analizar el maloliente fenómeno del fútbol, no me produce ninguna resistencia reconocer (¿quién lo duda?) que Boca Juniors es el mejor equipo argentino de ese deporte. (Sólo que, como el fútbol es una mierda, ser el mejor equipo de fútbol de un país significa tan sólo estar al tope de la mierda.) Además, todo el que salga del país para competir en lo que sea (digamos Vilas, Sabattini, Reutemann, Malbandián, un matemático, un profesor de literatura) está tácitamente representando al país al que pertenece; sus éxitos deben producirnos satisfacción y es de suponer que sus fracasos nos entristecen. Pero esto ya no depende de la actividad de que se trate, sino de la condición de la persona, como practicante o como espectador.
Sé que es difícil comprender a otra persona, aunque se trate de alguien a quien uno quiere. Tampoco es fácil que uno se comprenda a sí mismo, así que lo otro es doblemente difícil. Por eso, no estoy seguro de que ustedes entiendan lo que quiero decir; pero hago el intento de explicarme, para evitar mayores confusiones”.

Lecciones del reino salvaje



Con otras palabras me lo dijo hace tiempo el doctor Corona Páez: la historia del hombre es la historia de la búsqueda de seguridad. Eso les comenté a Mario Gálvez y a Eduardo Holguín mientras dábamos cuenta de unos deliciosos caldos de res en el mercado Juárez, de cuyas fondas ellos son asiduos comensales. Creo que estuvieron de acuerdo. Ilustré la afirmación con una fantasía archirretrospectiva: dentro de la caverna, en las eras de la columna vertebral recién erecta, el jefe de la tribu trataba de explicar a gruñidos que todo estaba bajo control, que no temieran al tigre o al rayo o al guerrero de otro clan que acechaban allá afuera. Su liderazgo se basaba en persuadir a sus seguidores con la palabra, y luego, si la ocasión lo ameritaba, con los hechos que lo distinguieran como guerrero y transmisor de seguridad. Si por alguna razón el tigre o el rayo o el enemigo de otro clan se le imponían, su liderazgo desaparecía al instante, pues no se le podía confiar poder a quien no era capaz de satisfacer la demanda de seguridad. Ese comportamiento es visible todavía entre muchos animales gregarios: el macho dominante goza de varios privilegios siempre y cuando asegure que luchará contra cualquier posible hostilizador de los suyos.
Los tiempos han cambiado muchísimo, la vida se ha tornado más compleja y la división del trabajo ya no obliga a que los mismos líderes del clan sean también guerreros o garantes materiales de seguridad. Su liderazgo, sin embargo, no ha dejado de tener un peso simbólico: son ellos los principales responsables de la tranquilidad social, y al menos deben manifestarse verbal y abiertamente en ese sentido. Si no pasa nada, deben decirlo; si pasa algo, deben ser los primeros en emitir señales de alerta, los gruñidos y los aspavientos que en las especies irracionales significan “escóndanse”, “corran”, “calma”, “ataquen” o algo parecido.
Cuando la voz del líder desaparece, ocurre que la manada se inquieta, se asusta, se desconcierta, y todos al mismo tiempo comienzan a emitir mensajes. Unos dicen que para la izquierda, otros que para la derecha, y otros más que es mejor no moverse, de suerte que no hay nadie a quién creerle; en medio de la alharaca es muy fácil caer en el debilitamiento de la dispersión. Por eso hay ciertas especies (aves, peces) que con señales todavía desconocidas para el hombre se mueven en grupos compactos y con tremenda agilidad y armonía, lo que las protege de depredadores. Los movimientos son seguramente coordinados por un sujeto del conjunto.
Sé que hay ciertos monos, nuestros más cercanos parientes, sin agraviar a los monos, que acostumbran vivir en la parte intermedia de los árboles. El acuerdo es ése, y todos lo acatan, pues de ello depende la supervivencia de la horda. No descansan en la copa del árbol ni en la parte baja por una razón simple: mientras permanezcan a la mitad quedan en posición equidistante de los depredadores terrestres y de los aéreos. Es una manera sencilla de no antojar a las águilas o a los felinos.
La presencia del líder como garante real o simbólico de seguridad, la defensa compacta y armónica del grupo en movimiento defensivo y la colocación prudente frente a los posibles ataques son enseñanzas del reino salvaje que no debemos olvidar. Pero parece que, en general, estos tiempos de amenaza han provocado la contradicción de esos factores: los líderes de la comunidad han desaparecido, o si aparecen dan señales ambiguas, gaseosas, inciertas; por otro lado, la comunidad anda con cada sector (empresarial, comercial, mediático, político, religioso…) por su lado, sin comunicación con el otro, como si en este momento no fuera fundamental la unificación armónica de esfuerzos, lo que lleva al grupo, en general, a no saber en qué lugar del árbol colocarse y a vivir en permanente zozobra. Nota: sigo con estragos de lumbalgia. Una disculpa por mis dos ausencias recientes.