Me obligo a ser optimista pese a que, como al cantante Piero, el mundo me duele por dentro. Por eso, sólo por eso, he sostenido ante los cuates más cercanos que no es que México fracase en las olimpiadas, sino que las competencias no son las más adecuadas para la idiosincrasia y la madera de nuestros coterráneos. Lanzar la jabalina, saltar con pértiga, dominar las barras paralelas, correr los cien planos, arrasar en la piscina, esas destrezas no nos fueron dadas. Finalmente, la tortilla y los frijoles con reteharto chile no hacen milagros; mucho logran esos modestos alimentos con mantener en pie al país, con evitar que caiga desvanecido por la canija hambruna.
Mi propuesta es que nos instalemos en competencias especiales. Eso nos elevaría la autoestima, sin duda. Imaginemos entonces unas olimpiadas con justas ad hoc, acordes a la musculatura mexicana. Nadie nos arrebataría las preseas doradas. Sugiero algunas modalidades:
Ingesta de caguamas: sé de imbatibles consumidores de cerveza, amos y señores de esa ingesta, campeones que son capaces de chupar seis, siete, ocho o más botellas en un solo guateque. Hay incluso competidores de alto rendimiento: los que consumen igual número de botellas, pero de puro caguamón loco.
Invención de albures: contamos en México con los mejores exponentes en el difícil arte de improvisar albures. En picosa malicia verbal ningún país nos aventaja, lo aseguro. De hecho, yo conozco a grandes y chiquillos que medallas ganarían.
Renovación de esperanzas: años y años pasan y en cada uno de nosotros se instala el manido discurso del cambio y la transición a la democracia. Pocos países como México para renovar atléticamente su esperanza cada seis años. En materia de ilusiones ocuparíamos el cajón protagónico del podio.
Solidaridad con los pobres banqueros: sabedores de que la banca internacional pasa por malos momentos, los mexicanos hemos aceptado mansamente un pago altísimo de comisiones bancarias. Si compitiéramos con cualquier otra nación para ver quién es más solidario con los desvalidos financistas, los mexicanos descollaríamos por nuestro excelente corazón. Aquí, sin embargo, nos quedaríamos con medalla de bronce; la de oro se la daríamos a los bancos, para socorrerlos otro tanto.
Levantamiento de cristianos: gracias a la impunidad que reina en nuestra amada patria, cada vez son más y mejores los atletas dedicados a levantar cristianos. El gobierno ha fomentado esa sombría disciplina, tanto que ya no es noticia cuando nos enteramos que hay competencias interestatales en Sinaloa, Tamaulipas o Chihuahua, por ejemplo.
Salto con licencia: capacidad, pericia, arrojo y sobrada inteligencia se han desarrollado en muchos mexicanos para abandonar temporalmente, con licencia, un puesto político y buscar otro que les asegure más años de bonanza presupuestal. No en cualquier país se da con el cinismo que vemos en el nuestro. Los “chapulines”, como les llaman, siempre se dan por muertos y a la hora buena se instalan en la catapulta. Tenemos medalla de oro segura en esta competición.
Linchamiento mediático: tal vez sea nuestro hermoso suelo el que más ha visto crecer la práctica del linchamiento mediático a los enemigos políticos del régimen. Giovanni Sartori es un ingenuo principiante en sus análisis sobre el periodismo mundial si contrastamos sus opiniones con la libertad de expresión aplicada en tierras de Tezcatlipoca. Somos campeones en esta ruda disciplina.
Si en esas competencias nos retaran, México levantaría su corazón al cielo y jubiloso desdeñaría los malos resultados de Beijing.
Mi propuesta es que nos instalemos en competencias especiales. Eso nos elevaría la autoestima, sin duda. Imaginemos entonces unas olimpiadas con justas ad hoc, acordes a la musculatura mexicana. Nadie nos arrebataría las preseas doradas. Sugiero algunas modalidades:
Ingesta de caguamas: sé de imbatibles consumidores de cerveza, amos y señores de esa ingesta, campeones que son capaces de chupar seis, siete, ocho o más botellas en un solo guateque. Hay incluso competidores de alto rendimiento: los que consumen igual número de botellas, pero de puro caguamón loco.
Invención de albures: contamos en México con los mejores exponentes en el difícil arte de improvisar albures. En picosa malicia verbal ningún país nos aventaja, lo aseguro. De hecho, yo conozco a grandes y chiquillos que medallas ganarían.
Renovación de esperanzas: años y años pasan y en cada uno de nosotros se instala el manido discurso del cambio y la transición a la democracia. Pocos países como México para renovar atléticamente su esperanza cada seis años. En materia de ilusiones ocuparíamos el cajón protagónico del podio.
Solidaridad con los pobres banqueros: sabedores de que la banca internacional pasa por malos momentos, los mexicanos hemos aceptado mansamente un pago altísimo de comisiones bancarias. Si compitiéramos con cualquier otra nación para ver quién es más solidario con los desvalidos financistas, los mexicanos descollaríamos por nuestro excelente corazón. Aquí, sin embargo, nos quedaríamos con medalla de bronce; la de oro se la daríamos a los bancos, para socorrerlos otro tanto.
Levantamiento de cristianos: gracias a la impunidad que reina en nuestra amada patria, cada vez son más y mejores los atletas dedicados a levantar cristianos. El gobierno ha fomentado esa sombría disciplina, tanto que ya no es noticia cuando nos enteramos que hay competencias interestatales en Sinaloa, Tamaulipas o Chihuahua, por ejemplo.
Salto con licencia: capacidad, pericia, arrojo y sobrada inteligencia se han desarrollado en muchos mexicanos para abandonar temporalmente, con licencia, un puesto político y buscar otro que les asegure más años de bonanza presupuestal. No en cualquier país se da con el cinismo que vemos en el nuestro. Los “chapulines”, como les llaman, siempre se dan por muertos y a la hora buena se instalan en la catapulta. Tenemos medalla de oro segura en esta competición.
Linchamiento mediático: tal vez sea nuestro hermoso suelo el que más ha visto crecer la práctica del linchamiento mediático a los enemigos políticos del régimen. Giovanni Sartori es un ingenuo principiante en sus análisis sobre el periodismo mundial si contrastamos sus opiniones con la libertad de expresión aplicada en tierras de Tezcatlipoca. Somos campeones en esta ruda disciplina.
Si en esas competencias nos retaran, México levantaría su corazón al cielo y jubiloso desdeñaría los malos resultados de Beijing.