Un curso relámpago sobre economía política pone en evidencia que nada hay en el quehacer social que opere como ínsula. Todo se relaciona con todo, así que lo ideal en cualquier análisis es ensamblar piezas, construir un rompecabezas que evite el simplismo de las observaciones inconexas. Da la impresión, por ello, de que los compromisos asumidos en el Consejo Nacional de Seguridad son, aislados, una panacea, pues no habrá seguridad a largo plazo si persisten las condiciones que le dan sustento al crimen.
A las iniciativas para combatir el delito hay que atar un cambio radical a las políticas económicas que al menos morigeren el deterioro de la calidad de vida enjaretado a los mexicanos. Abrupto a veces, lento en ocasiones, como ha ocurrido en lo que va de este sexenio de nacimiento apócrifo, el desempleo, la inflación y la caída del ingreso se reflejan por fuerza en el fortalecimiento de la criminalidad. Hay otros factores, como la pobreza de la educación y las cuarteadoras en el núcleo familiar, que gravitan para mantener abastecido el mercado laboral de la delincuencia, pero todos se vinculan de una u otra forma al plano de lo económico. Con nulas o escasísimas oportunidades, amamantados en familias disfuncionales y sin el contrapeso de una escolaridad que afinca actitudes constructivas en la persona, cientos de jóvenes son atraídos con facilidad por el imán de las organizaciones delictivas. Basta ver ciertas apologías musicales o icónicas al crimen para notar que, aunque nos pese, muchos mexicanos hallan en la miseria espiritual del delito un humus propicio para salir del abismo, para desquitarse. Pensar en el esencialismo de que quien delinque es portador de un Mal congénito es cerrar los ojos a la realidad y ubicar la cura del problema en el errabundo agrandamiento de los cuerpos policiacos y en la construcción de más penales.
En ese contexto, las críticas de algunos senadores priístas, aunque puedan ser tenidas por marrulleras dentro de la mínima concertación que supone la firma de los compromisos sobre seguridad, están montadas exactamente en el tema. El actual gobierno federal, como sus predecesores panista y priístas, ha perdido el rumbo económico y todos los días puebla con signos negativos la faz de la república. Y de nuevo, a los indicadores macroeconómicos, que por sistema son esperanzadores, se les puede poner de frente la experiencia cotidiana de surtir la canasta básica y todos los servicios que requiere una vida no digamos desahogada, sino de mera supervivencia. Las amas de casa, los padres de familia que sí boxeamos contra la realidad del día tras día, sabemos que, como reptil que no hace ruido pero pica e inyecta su veneno, los precios no han dejado de subir desde hace meses, mientras el salario se mantiene estacionado y cada vez se torna menos suficiente para despachar la compra de lo elemental.
Según nota de El Universal, algunos senadores “Advirtieron que el panorama económico es preocupante ya que ha incrementado el desempleo, se ha agudizado la baja del crecimiento y prevalece un entorno de incertidumbre e inseguridad. El secretario de la Comisión de Hacienda del Senado de la República, Eduardo Calzada, dijo que economía en el país mantiene un raquítico crecimiento de sólo un 2% anual en el Producto Interno Bruto y no existe una política industrial y productiva que detone el desarrollo. A su vez, el senador Carlos Lozano del Torre dijo que el panorama es preocupante e incluso se perfila ‘la tormenta perfecta’ ya que existen todos los elementos que se requieren en un país para entrar en una profunda inestabilidad”.
Esas palabras, que ven a futuro la inestabilidad, pueden ser aplicadas ya al fenómeno de la violencia omnipresente en el mapa de la patria. Esa “profunda inestabilidad” es, para abrir boca, la que ha desatado el crimen, de ahí que toda solución deba mirar también hacia los infiernos de la economía.
A las iniciativas para combatir el delito hay que atar un cambio radical a las políticas económicas que al menos morigeren el deterioro de la calidad de vida enjaretado a los mexicanos. Abrupto a veces, lento en ocasiones, como ha ocurrido en lo que va de este sexenio de nacimiento apócrifo, el desempleo, la inflación y la caída del ingreso se reflejan por fuerza en el fortalecimiento de la criminalidad. Hay otros factores, como la pobreza de la educación y las cuarteadoras en el núcleo familiar, que gravitan para mantener abastecido el mercado laboral de la delincuencia, pero todos se vinculan de una u otra forma al plano de lo económico. Con nulas o escasísimas oportunidades, amamantados en familias disfuncionales y sin el contrapeso de una escolaridad que afinca actitudes constructivas en la persona, cientos de jóvenes son atraídos con facilidad por el imán de las organizaciones delictivas. Basta ver ciertas apologías musicales o icónicas al crimen para notar que, aunque nos pese, muchos mexicanos hallan en la miseria espiritual del delito un humus propicio para salir del abismo, para desquitarse. Pensar en el esencialismo de que quien delinque es portador de un Mal congénito es cerrar los ojos a la realidad y ubicar la cura del problema en el errabundo agrandamiento de los cuerpos policiacos y en la construcción de más penales.
En ese contexto, las críticas de algunos senadores priístas, aunque puedan ser tenidas por marrulleras dentro de la mínima concertación que supone la firma de los compromisos sobre seguridad, están montadas exactamente en el tema. El actual gobierno federal, como sus predecesores panista y priístas, ha perdido el rumbo económico y todos los días puebla con signos negativos la faz de la república. Y de nuevo, a los indicadores macroeconómicos, que por sistema son esperanzadores, se les puede poner de frente la experiencia cotidiana de surtir la canasta básica y todos los servicios que requiere una vida no digamos desahogada, sino de mera supervivencia. Las amas de casa, los padres de familia que sí boxeamos contra la realidad del día tras día, sabemos que, como reptil que no hace ruido pero pica e inyecta su veneno, los precios no han dejado de subir desde hace meses, mientras el salario se mantiene estacionado y cada vez se torna menos suficiente para despachar la compra de lo elemental.
Según nota de El Universal, algunos senadores “Advirtieron que el panorama económico es preocupante ya que ha incrementado el desempleo, se ha agudizado la baja del crecimiento y prevalece un entorno de incertidumbre e inseguridad. El secretario de la Comisión de Hacienda del Senado de la República, Eduardo Calzada, dijo que economía en el país mantiene un raquítico crecimiento de sólo un 2% anual en el Producto Interno Bruto y no existe una política industrial y productiva que detone el desarrollo. A su vez, el senador Carlos Lozano del Torre dijo que el panorama es preocupante e incluso se perfila ‘la tormenta perfecta’ ya que existen todos los elementos que se requieren en un país para entrar en una profunda inestabilidad”.
Esas palabras, que ven a futuro la inestabilidad, pueden ser aplicadas ya al fenómeno de la violencia omnipresente en el mapa de la patria. Esa “profunda inestabilidad” es, para abrir boca, la que ha desatado el crimen, de ahí que toda solución deba mirar también hacia los infiernos de la economía.