Todos hablan de no sacar “raja política” del caldeado tema de la seguridad, pero sería ingenuo pensar que en México (donde ninguna decisión se toma sin hacer cálculos sobre los dividendos que pueda dejar cualquier medida) nuestros políticos de primer nivel no tomen en cuenta qué beneficios precisos les dejará a su causa tal o cual decisión. Habida cuenta de que todos verán por su beneficio, no estaría mal que reflexionaran en la ganancia que obtendrían sí por primera vez aprovecharan un encuentro con el fin de recuperar las garantías que exige el ciudadano de a pie para transitar en paz por el país.
La demanda de seguridad, agigantada en este año que ha batido todas nuestras marcas de criminalidad, es ya un clamor de primerísima importancia, y darle largas, o regatear con minucias politiqueras el gran acuerdo urgente, es tan delictivo como el desempeño de las bandas supuestamente perseguidas. La gente ya no está para tragarse más engaños: tal vez no ponga demasiada atención a las cifras de muertos por narcotráfico, secuestros, robos de automóviles y demás, pero en la vida cotidiana advierte que la situación está pisando terrenos insufribles. Si antes (un antes no muy lejano, ciertamente) era raro que abordáramos en la conversación diaria casos de violencia, ahora no hay ciudadano que de alguna manera no haya visto de cerca alguna situación relacionada con el tema.
En los entornos familiar, amistoso y laboral, los mexicanos dialogamos ahora, como conversación cada vez más común, sobre delincuencia organizada; no falta que un pariente, un amigo, un compañero de trabajo o quien sea haya padecido, visto u oído de cerca un hecho violento, de suerte que hemos entrado a la sicosis de la vulnerabilidad, y todos comenzamos a ver crecer, frente a nuestros ojos y frente a nuestros oídos, el espectro de la zozobra.
La mejor raja política, la única aceptable en esta coyuntura, es la que obtendrían nuestros políticos si esta vez, por el interés general de la nación, firmaran un pacto de responsabilidad para evitar que la descomposición alcance peores cotas, si los hay, que las actualmente padecidas en el país. Urge entonces asumir compromisos serios e impostergables, no pantomimas ni reacomodo cosmético de siglas. El problema es delicado, así que enredarse, como hasta ahora, en declaraciones optimistas que en muy poco coinciden con la realidad, oculta la gravedad del vacío que experimenta la ciudadanía mancillada por la barbarie.
Es importante señalar, de paso, que la rectitud de los operativos es fundamental, esto para garantizar el respeto a la ciudadanía. Las medidas de choque deben ser acompañadas, por ello, de una instrucción eficaz a los cuerpos de seguridad para que depuren sus criterios y no ocurra lo que ha pasado y agudiza la desconfianza: que civiles, niños incluso, caigan acribillados por las balas de quienes en teoría deben resguardar la tranquilidad.
Un énfasis especial debe ser puesto en el trabajo de inteligencia, pues de poco servirán los retenes y los cateos si antes no son puestas en funcionamiento las estrategias que permitan atacar el mal con precisión, quirúrgicamente. Si la república es un cuerpo enfermo, lo que hasta el momento se ha hecho es meterle el bisturí a ciegas, sin ton si son, en busca de un mal que puede estar en cualquier parte. Como se opera contra el cáncer o contra cualquier otro agente lesivo dentro de un ser humano, las instituciones encargadas de la seguridad deben localizar los puntos de conflicto, ubicarlos bien, y obrar en consecuencia. Lo contrario da la impresión de que son palos de ciego o azarosas cirugías, espuma con pasamontañas. Queda poco margen para el error; el Consejo Nacional de Seguridad, pese a todo, merece, aunque sea a regañadientes, un voto de confianza. Con esto no se vale estar jugando.
La demanda de seguridad, agigantada en este año que ha batido todas nuestras marcas de criminalidad, es ya un clamor de primerísima importancia, y darle largas, o regatear con minucias politiqueras el gran acuerdo urgente, es tan delictivo como el desempeño de las bandas supuestamente perseguidas. La gente ya no está para tragarse más engaños: tal vez no ponga demasiada atención a las cifras de muertos por narcotráfico, secuestros, robos de automóviles y demás, pero en la vida cotidiana advierte que la situación está pisando terrenos insufribles. Si antes (un antes no muy lejano, ciertamente) era raro que abordáramos en la conversación diaria casos de violencia, ahora no hay ciudadano que de alguna manera no haya visto de cerca alguna situación relacionada con el tema.
En los entornos familiar, amistoso y laboral, los mexicanos dialogamos ahora, como conversación cada vez más común, sobre delincuencia organizada; no falta que un pariente, un amigo, un compañero de trabajo o quien sea haya padecido, visto u oído de cerca un hecho violento, de suerte que hemos entrado a la sicosis de la vulnerabilidad, y todos comenzamos a ver crecer, frente a nuestros ojos y frente a nuestros oídos, el espectro de la zozobra.
La mejor raja política, la única aceptable en esta coyuntura, es la que obtendrían nuestros políticos si esta vez, por el interés general de la nación, firmaran un pacto de responsabilidad para evitar que la descomposición alcance peores cotas, si los hay, que las actualmente padecidas en el país. Urge entonces asumir compromisos serios e impostergables, no pantomimas ni reacomodo cosmético de siglas. El problema es delicado, así que enredarse, como hasta ahora, en declaraciones optimistas que en muy poco coinciden con la realidad, oculta la gravedad del vacío que experimenta la ciudadanía mancillada por la barbarie.
Es importante señalar, de paso, que la rectitud de los operativos es fundamental, esto para garantizar el respeto a la ciudadanía. Las medidas de choque deben ser acompañadas, por ello, de una instrucción eficaz a los cuerpos de seguridad para que depuren sus criterios y no ocurra lo que ha pasado y agudiza la desconfianza: que civiles, niños incluso, caigan acribillados por las balas de quienes en teoría deben resguardar la tranquilidad.
Un énfasis especial debe ser puesto en el trabajo de inteligencia, pues de poco servirán los retenes y los cateos si antes no son puestas en funcionamiento las estrategias que permitan atacar el mal con precisión, quirúrgicamente. Si la república es un cuerpo enfermo, lo que hasta el momento se ha hecho es meterle el bisturí a ciegas, sin ton si son, en busca de un mal que puede estar en cualquier parte. Como se opera contra el cáncer o contra cualquier otro agente lesivo dentro de un ser humano, las instituciones encargadas de la seguridad deben localizar los puntos de conflicto, ubicarlos bien, y obrar en consecuencia. Lo contrario da la impresión de que son palos de ciego o azarosas cirugías, espuma con pasamontañas. Queda poco margen para el error; el Consejo Nacional de Seguridad, pese a todo, merece, aunque sea a regañadientes, un voto de confianza. Con esto no se vale estar jugando.