Creo que la ciudadanía percibe demasiado bien el meollo del debate entablado el martes entre los senadores y los representantes de los medios de comunicación más poderosos del país. Al final, además de ser un asunto de pesos y centavos, lo que se busca es que los poderes fácticos no impongan su ley: mover la información al gusto del mejor postor, imponer miedo y atar las campañas electorales al designio de quienes cuentan, al fin, con la plataforma de difusión más influyente: ellas, las televisoras.
Fuera de que los partidos también necesitan una reforma a fondo para que sus líderes no acopien un poder desmesurado, era urgente atender el tema de los gastos de campaña luego de la descomunal sangría que fue perpetrada contra el país en 2006. Por ello, colocar un dique a los gastos de campaña, frenar la compra-venta indiscriminada de espots no hace sino beneficiar a México cuando menos en el plano de la teoría. Faltará saber si los candidatos y las televisoras no hallan otros medios más sutiles para financiar procesos electorales tenebrosos, pero en calidad de mientras el tapón legal del martes permite vislumbrar un panorama menos cínico, menos opaco y, sobre todo, menos lesivo para los intereses del país.
En lo inmediato, si los gastos de campaña no podrán ser destinados impunemente al bolsillo de las rapaces televisoras, es imperativo asimismo ajustar los topes y, sobre todo, las cuantiosas sumas que por ley están destinadas a socorrer el funcionamiento de los partidos. Por supuesto, lo ideal sería reformar la situación hasta sus huesos: poner topes, sí, usar los tiempos oficiales, sí, impedir que manos negras metan dinero sucio a las campañas, sí, pero también examinar y, dado el caso, aplicar una muy buena trasquilada a los presupuestos de los partidos.
La nota tragicómica del martes la dieron muchos voceros de Azcárraga y Salinas Pliego, a los que se sumaron otros de menor peso, como Pedro Ferriz de Con, empleado del Grupo Imagen que es propiedad de Olegario Vázquez Raña, también dueño de Excélsior. Indignado ante el supuesto atropello del que era víctima la libertad de expresión, bandera ya muy trapeada por las televisoras cuando ven amenazadas sus canonjías, gritó Ferriz: “Aquí está la CIRT junta, completa y unísona; nunca habíamos estado tan unidos como en esta ocasión. No venimos a dialogar, venimos a reaccionar”. Sin palabras; no se puede opinar mucho sobre ese ex abrupto.
Echando bola e intrínsecamente amenazantes, algunos hombres de la televisión se apersonaron frente a los senadores para hacer eco a la postura que en realidad sostienen sus patrones. El berrinche, como digo, es maquillado con los polvos mágicos de la libertad de expresión y el derecho constitucional a informar, pero no muy en el fondo es simple y llanamente la certeza que tienen los concesionarios de ver volar millones de pesos durante las elecciones y no poder quedarse con ninguno.
Ya era hora de que los partidos, o sus representantes, hicieran algo mínimamente bueno. Ahora falta ver que también ellos aprueben un autorrecorte.