Las obras de remodelación emprendidas por el ayuntamiento torreonense en la avenida Cuauhtémoc a la altura del bosque Venustiano Carranza son, para decirlo al más puro estilo chichimeca, un perfecto desmadre. Como muchas otras promovidas por la actual administración, no sólo han avanzado a la velocidad del gusano, sino que mientras se exhiben los agujeros y los charcos del supuesto arreglo no hay funcionario de obras públicas ni mucho menos alcalde capaces de comprender que una cosa es Juan Domínguez y otra, muy distinta, que no haya jamás señalamientos preventivos ni personal de tránsito que agilice la vialidad en esos cuellos de avestruz.
La tónica parece ir en contra de la lógica y del ciudadano: si hay recursos para la obra pública relacionada con la pavimentación y la cordonería, ¿no habrá por ai (por ai sin hache) un letrerito que así sea modestamente les indique a los automovilistas que Juan Ángel Pérez está trabajando por nosotros? Parece que no, que en Torreón los coches pueden hundirse en un barranco o quedar a merced de colisiones sólo porque al municipio no se le ha ocurrido comprar la señalética usual en estos casos.
La maldición se cumple en la obra aledaña al bosque; de nuevo, la indicación preventiva es una larga fila de tambos amarillos echados al tramo sin el menor concierto, unos más salidos que otros en relación a la acera del Venustiano. Junto con eso, en el inicio de la obra los conductores se tienen que jugar el pellejo para ganar carril, problema que en las horas pico, y por falta de oficiales, llega a preludiar una versión en reality de los carritos chocones (por cierto harto mugrosos en las atracciones del bosque). En esto se nota falta de previsión y de conciencia de parte de las autoridades, que sistemáticamente arrancan obras y pocas veces toman las medidas pertinentes para agilizar el tráfico y guiar al conductor.
¿Qué pasará el día que ocurra un percance donde algún ciudadano sufra consecuencias en su integridad física? ¿Será su culpa? Y sí pasa que sólo su coche recibe daños, ¿está considerado que la autoridad cubra la reparación? Sea lo que fuere, no está bien ni que los ciudadanos estén en permanente riesgo ni que la autoridad se exponga tanto a pagar daños cuando puede evitarlos casi a cabalidad. Lo ideal es simple: emprender obras, proyectar su duración con total exactitud y en el ínterin señalar y disponer tantos agentes como sean necesarios para evitar en lo posible todo riesgo de accidente.
Pero no hay que ser tan optimistas. La situación está hecha un desorden. Nomás el martes, para no ir muy lejos, vi una barredora municipal en labores de limpieza sobre la Colón, pero ¡a la una de la tarde!, cuando es obvio que su trabajo lo debe hacer durante la madrugada. ¿Y la palmera? Eso fue, más que una medida oficial, un acto vandálico que en cualquier ciudad civilizada provocaría el cese fulminante de los burócratas implicados.
No pasará nada, sin embargo. Estamos en La Laguna y aquí casi toda la obra de gobierno suele ser un desmadre muy bien desorganizado.
La tónica parece ir en contra de la lógica y del ciudadano: si hay recursos para la obra pública relacionada con la pavimentación y la cordonería, ¿no habrá por ai (por ai sin hache) un letrerito que así sea modestamente les indique a los automovilistas que Juan Ángel Pérez está trabajando por nosotros? Parece que no, que en Torreón los coches pueden hundirse en un barranco o quedar a merced de colisiones sólo porque al municipio no se le ha ocurrido comprar la señalética usual en estos casos.
La maldición se cumple en la obra aledaña al bosque; de nuevo, la indicación preventiva es una larga fila de tambos amarillos echados al tramo sin el menor concierto, unos más salidos que otros en relación a la acera del Venustiano. Junto con eso, en el inicio de la obra los conductores se tienen que jugar el pellejo para ganar carril, problema que en las horas pico, y por falta de oficiales, llega a preludiar una versión en reality de los carritos chocones (por cierto harto mugrosos en las atracciones del bosque). En esto se nota falta de previsión y de conciencia de parte de las autoridades, que sistemáticamente arrancan obras y pocas veces toman las medidas pertinentes para agilizar el tráfico y guiar al conductor.
¿Qué pasará el día que ocurra un percance donde algún ciudadano sufra consecuencias en su integridad física? ¿Será su culpa? Y sí pasa que sólo su coche recibe daños, ¿está considerado que la autoridad cubra la reparación? Sea lo que fuere, no está bien ni que los ciudadanos estén en permanente riesgo ni que la autoridad se exponga tanto a pagar daños cuando puede evitarlos casi a cabalidad. Lo ideal es simple: emprender obras, proyectar su duración con total exactitud y en el ínterin señalar y disponer tantos agentes como sean necesarios para evitar en lo posible todo riesgo de accidente.
Pero no hay que ser tan optimistas. La situación está hecha un desorden. Nomás el martes, para no ir muy lejos, vi una barredora municipal en labores de limpieza sobre la Colón, pero ¡a la una de la tarde!, cuando es obvio que su trabajo lo debe hacer durante la madrugada. ¿Y la palmera? Eso fue, más que una medida oficial, un acto vandálico que en cualquier ciudad civilizada provocaría el cese fulminante de los burócratas implicados.
No pasará nada, sin embargo. Estamos en La Laguna y aquí casi toda la obra de gobierno suele ser un desmadre muy bien desorganizado.