El recuerdo es imborrable: la imagen de Porfirio Muñoz Ledo de pie, airado, a grito pelón contra el desconcertado presidente De la Madrid. En ese momento, nadie lo ignora, se partió en dos la historia del más faraónico de los ritos mexicanos: el informe de gobierno. El antes se caracterizaba por la genuflexión de todos los poderes al del presidente, y duraba tantas horas el incienso y el autoincienso que uno terminaba invadido de una bostezante náusea. Los recuerdo claramente, pues azotaron mi niñez y la de muchos mexicanos que andamos arriba de los 35 o 40 años: el país quedaba paralizado y por radio y televisión no había más voz que la del Emperador. A cada remate oratorio, a cada fabuloso logro enumerado, atronaban los aplausos serviles de quienes conformaban en la Cámara a los Hombres del Sistema, los diputados, senadores, secretarios de Estado, gobernadores, el regente del DF y toda la cáfila de invitados invitados nomás a lamer un par de empeines. Era el tiempo del poder omnímodo, del Infalible Todopoderoso Sexenal.
El después comenzó aquel 1 de septiembre de 1988 en el que Muñoz Ledo rompió el duro y sumiso protocolo con interpelaciones sin precedente en la historia del zarismo mexicano. Lo ha recordado hace poco, el 13 de agosto, Fidel Samaniego en El Universal: “Estupor en unos, nerviosismo en otros. Y luego, los gritos de varios. De la Madrid volteaba hacia el palco en el que estaba su mamá. Muñoz Ledo no evitaba el temblor de la barbilla. Montes le pedía que retornara a su lugar. Solicitaba al presidente que continuara con su discurso. Luego, más intentos muñoz-ledianos por interpelar al mandatario. Y más exclamaciones de sus compañeros contra el que ocupaba la llamada más-alta-tribuna-del-país. Y la manifestación silenciosa de los legisladores panistas, parados, con boletas electorales en las manos. El escándalo. Y algo también insólito, inédito: diputados y senadores del Frente Democrático Nacional abandonaban el recinto. El entonces gobernador de Aguascalientes, Miguel Ángel Barberena, apretó con su manaza el cuello de Muñoz Ledo, alguien más le tiró una patada, Otto Granados Roldán le lanzó una mentada”.
Ese fue el punto de arranque. Luego siguieron, o quisieron seguir, nuevos informes con el mismo formato monumental adecuado para el lucimiento del cesáreo presidente, pero ya no era lo mismo. Poco a poco, las circunstancias fueron cambiando, a la oposición le salieron nuevas uñas de gavilán pollero y ni Salinas ni Zedillo ni Fox pudieron repetir la grandiosa liturgia de antaño, con recorrido público y aplausos sin freno y besamanos y encopetamiento de todo lo humanamente encopetable por el poder presidencial exhibido una vez más ante el Agradecido Pueblo.
El colmo de los desastres, la puntilla o casi la puntilla, se la dieron a Zedillo. El Muñoz Ledo de ese momento fue Marco Rascón, del PRD, quien hace poco narró el hecho (“El informe del pelele”, La Jornada, 28 de agosto del 2007): “13:05 Se percibe una presencia perturbadora, pero silenciosa. Aparece abajo, al centro del escenario, frente al gabinete presidencial, un diputado que lentamente se coloca una máscara de puerco, mientras pone en el piso 30 carteles que empieza a pasar pausadamente, uno a uno. El primero decía así: ‘¡Gracias por exonerarnos: Madrazo y Figueroa, Los impunes!’ Otros: ‘Viva la economía de mercado!’ ‘Viva el siglo XIX. El clero y los militares’. ‘Queremos más privatizaciones y apoyo a los bancos. Porky’. ‘Colosio se mató solo. El fiscal’. ‘Vamos con Clinton, nuestro gallo’. ‘Entregar al país no es delito. Es eficiencia’”.
Con Fox la cosa siguió empeorando, tanto que en el último de sus informes, lo recordamos bien, tuvo que dejar su legajo en un pasillo de San Lázaro y largarse del recinto. Y ahora, en la discutida era del felipismo, la institución del informe es menos que una caricatura, un choro que deberíamos desaparecer, desaparecerlo como han desaparecido los beneficios reales al país, pues en el fondo tal es el tema: no tiene caso ya informarle fantasmagorías al arraigado desaliento popular.
Dos abrazos
Mario: bienvenido otra vez, amigo. Ya extrañábamos tus Politicuentos. Monsi: ánimo; toda mi solidaridad en este momento.