De todos los conceptos del siempre ambiguo vocabulario político, el de “cultura” es uno de los más escurridizos. En la mente de nuestros funcionarios suele ser tan vago y amorfo que prácticamente define todo lo que ofrecen o producen los “artistas”, ese decir, tanto aquellos que se dedican a trabajar con el arte como quienes desde los medios de comunicación se emplean en esa actividad mejor conocida como “artisteada”, es decir, los cantantes/actores/bailarines que llenan escenarios gracias a su arrobadora popularidad. Nuestros polacos, pues, meten ya sin pudor en el mismo liacho tanto a la Camerata como a la Banda del Recodo, tanto a Ramón Vargas como a Miguel Bosé.
No es marcada ahora ni una mínima frontera entre cultura culta (por llamarla de algún modo), cultura popular y cultura mediática; aunque todas enriquecen el espíritu, lo hacen desde diferentes plataformas y con fines distintos. Lo malo no es, per se, Marco Antonio Solís, sino el hecho de que su “música”, además de recibir una cobertura mediática abrumadora, merezca también apoyo de gobiernos y presupuesto oficial. Su derecho tienen Solís y sus congéneres de la artisteada a llenar palenques y plazas de toros, pero no con dinero que debería servir para auspiciar expresiones artísticas de quilataje más subido.
Pero es obvio que la demagogia del show bussines ha encontrado en el anzuelo de los “artistas” pop, los que salen en la tele, un modo fácil de atraer muchedumbres, acarreados que llenan plazas con tal de cantar y bailar los éxitos que dominan gracias al imperio del CD pirata. Es un vicio, entonces, de los actuales gobiernos que, perdido su poder de convocatoria, pagan hasta lo que no para tener público cautivo. Eso, en tiempos electorales, es proselitismo bastardo, y en épocas de gobierno, gato por liebre cultural.
En tal contexto, los políticos se cuidan y saben que no pueden hacer ciertas declaraciones. De hecho, como no han leído un solo libro en sus importantes vidas, suelen no hablar nunca de “cultura”, esa peligrosa forma del autobalconeo que tanto exhibe sus limitaciones congénitas, su proverbial insensibilidad artística, una insensibilidad que abrillantó Fox al citar la imprescindible obra de José Luis Borgues.
Pero la lengua a veces no tiene contención: en la entrevista que concedió el sábado al programa Cambios, el actual presidente municipal de Gómez Palacio dictó cátedra de optimismo en todas las materias; a cualquier brete respondía sí puedo, mañana mismo lo hago, lo soluciono en seguida, eso no me preocupa, sino “me ocupa”, etcétera. Casi salía bien librado del diálogo con Ángel Carrillo, pero al final, al despedirse, recordó al pueblo gomezpalatino la invitación al concierto de Paquita la del Barrio. “¿Y con motivo de qué, Ricardo?”, preguntó Carrillo. “Nada más, para traer a esta artista. A la gente hay que darle diversión, hay que darle cultura, y Paquita la del Barrio es una gran exponente de esto”, respondió Rebollo.
Ni hablar. El sábado nos vemos en la explanada de la presidencia para cultivarnos con los clásicos “Rata de dos patas” y “¿Me estás oyendo, inútil?”.
No es marcada ahora ni una mínima frontera entre cultura culta (por llamarla de algún modo), cultura popular y cultura mediática; aunque todas enriquecen el espíritu, lo hacen desde diferentes plataformas y con fines distintos. Lo malo no es, per se, Marco Antonio Solís, sino el hecho de que su “música”, además de recibir una cobertura mediática abrumadora, merezca también apoyo de gobiernos y presupuesto oficial. Su derecho tienen Solís y sus congéneres de la artisteada a llenar palenques y plazas de toros, pero no con dinero que debería servir para auspiciar expresiones artísticas de quilataje más subido.
Pero es obvio que la demagogia del show bussines ha encontrado en el anzuelo de los “artistas” pop, los que salen en la tele, un modo fácil de atraer muchedumbres, acarreados que llenan plazas con tal de cantar y bailar los éxitos que dominan gracias al imperio del CD pirata. Es un vicio, entonces, de los actuales gobiernos que, perdido su poder de convocatoria, pagan hasta lo que no para tener público cautivo. Eso, en tiempos electorales, es proselitismo bastardo, y en épocas de gobierno, gato por liebre cultural.
En tal contexto, los políticos se cuidan y saben que no pueden hacer ciertas declaraciones. De hecho, como no han leído un solo libro en sus importantes vidas, suelen no hablar nunca de “cultura”, esa peligrosa forma del autobalconeo que tanto exhibe sus limitaciones congénitas, su proverbial insensibilidad artística, una insensibilidad que abrillantó Fox al citar la imprescindible obra de José Luis Borgues.
Pero la lengua a veces no tiene contención: en la entrevista que concedió el sábado al programa Cambios, el actual presidente municipal de Gómez Palacio dictó cátedra de optimismo en todas las materias; a cualquier brete respondía sí puedo, mañana mismo lo hago, lo soluciono en seguida, eso no me preocupa, sino “me ocupa”, etcétera. Casi salía bien librado del diálogo con Ángel Carrillo, pero al final, al despedirse, recordó al pueblo gomezpalatino la invitación al concierto de Paquita la del Barrio. “¿Y con motivo de qué, Ricardo?”, preguntó Carrillo. “Nada más, para traer a esta artista. A la gente hay que darle diversión, hay que darle cultura, y Paquita la del Barrio es una gran exponente de esto”, respondió Rebollo.
Ni hablar. El sábado nos vemos en la explanada de la presidencia para cultivarnos con los clásicos “Rata de dos patas” y “¿Me estás oyendo, inútil?”.