Dije ayer que debemos ver hacia el futuro, y no me faltó el comentario de banqueta que censuró mi supuesto desdén por nuestro pasado. Corrijo, o aclaro, más bien: nuestro pasado importa no en función de la nostalgia hueca, ésa que mira al ayer con ojos arrobados, de borrego a medio morir, añorante de la moda y de las buenas costumbres. No. El pasado que en todo caso importa es el que nos pueda ayudar a maniobrar con mayor cuidado en el futuro, el que, de hecho, propicie la comisión de menos errores. Un ejemplo, el obvio: si el agua es el recurso indispensable para nuestra viabilidad como región, es importante ver al pasado, darnos cuenta de que la hemos derrochado y a partir de ese conocimiento aplicar los correctivos que le den sustentabilidad a La Laguna del porvenir. En este sentido, precisamente porque no vemos al pasado (ni siquiera al inmediato) poco se hace en realidad para ahondar en el problema. Más bien, da la impresión de que tenemos asegurada agua eterna, como si viviéramos en el trópico, y no lo que de veras hay: agua cada vez más escasa y profunda en nuestros muy castigados mantos.
Así, todos los problemas pasan por saber quiénes somos, por asomarnos a la espalda del presente. De otra manera, el futuro se edifica un poco al tanteo, sin saber con exactitud qué conviene y qué no. Pues bien, para indagar en el pasado de La Laguna sigo pensando que el mejor documento escrito hasta ahora no es otro que La Comarca Lagunera, constructo cultural (UIA Laguna, Torreón, 2005), del doctor Corona Páez. Ese vistazo, además de ceñirse a un método estrictamente académico, describe sin sentimentalismos espurios el origen del topónimo “laguna” y la mentalidad de quienes poco a poco edificaron lo que hoy somos.
Hasta dónde sé, este libro todavía se encuentra a la venta en la UIA Torreón; de mi cosecha lleva un prólogo que aquí recaliento ("Pórtico a nuestro 'laberinto de la soledad'"): "En enero de 2005 tuve por primera vez en mis manos el legajo inédito de La Comarca Lagunera, constructo cultural. Economía y fe en la configuración de una mentalidad multicentenaria; de inmediato noté que se trataba, si se me permite afirmarlo así, del 'laberinto de la soledad' que los laguneros no teníamos y que durante poco más de cuatrocientos años, lentamente, el tiempo armó hasta germinar en la vocación investigadora del doctor Sergio Antonio Corona Páez. Gracias a la paciencia de los siglos, y gracias ahora a la pericia de este especialista en la historia del sur del Coahuila, los habitantes de La Laguna tenemos hoy acceso al primer libro referido con riqueza documental y fino análisis a las entrañas identitarias de nuestra región, a la comprensión, así sea en parte, de nuestra 'laguneridad'.
Como ha ocurrido con todas las aportaciones hemero y bibliográficas de Corona Páez, sobre todo con La vitivinicultura en el pueblo de Santa María de las Parras, su tesis doctoral, La Comarca Lagunera… también es un adentramiento minucioso al pasado de esta zona del mundo cuya historia él, Corona Páez, ha insistido en remontar al inicio de la colonización del norte novohispano y no —como se acostumbra ahora, con visión corta, reduccionista y atravesada por intereses del presente— a poco más de un siglo.
Bien lo afirma en su presentación el maestro Felipe Espinosa, sj: este trabajo explora un proceso 'de larga duración' tal y como lo pensaba Fernand Braudel. Con esa noción se refería el científico francés a los fenómenos históricos —por caso la cultura de una región— que para ser entendidos con mayor profundidad demandan al estudioso una investigación que examine lo ocurrido en varios siglos y no sólo periodos más o menos breves recortados en el tiempo, sin contextualización. Nadie hasta ahora había mirado de esa forma a La Laguna, con un compás abierto desde la llegada de los primeros pobladores españoles y tlaxcaltecas hasta nosotros, laguneros instalados en los albores del siglo XXI.
La Comarca Lagunera… hace énfasis en la cultura en tanto término antropológico, es decir, como expresión que ata todos los haceres relacionados con el hombre. Por tal razón este libro de Corona Páez es un acabado ejemplo de estudio multidisciplinario, erudito sí, pero asombrosamente accesible gracias a la claridad de su exposición, al bien digerido conocimiento del numeroso saber que nos despliega en cada párrafo.
El libro comienza con una necesaria ubicación geográfica. ¿Dónde está y qué características físicas tenía La Laguna cuando llegaron sus primeros habitantes sedentarios? Varios mapas que hasta ahora no habían visitado la imprenta —sobre todo los de Núñez Esquivel— sirven de apoyo a las afirmaciones que a su vez muestran y demuestran el origen del topónimo 'laguna' o 'lagunera'. Esta es la región que se convirtió, desde finales del siglo XVII, en teatro del encuentro entre dos culturas: la de los nativos nómadas, dispersos en numerosas tribus, y la de los españoles y tlaxcaltecas occidentalizados. El autor subraya los rasgos que vincularon al español y al tlaxcalteca frente a la amenaza de la alteridad representada por los indios nómadas: entre otros, la necesidad de seguridad como cohesionador de la cultura forjada a partir de la fundación de Parras y la alta valoración del trabajo como generador de riqueza.
A propósito, Corona Páez nos recuerda la trascendencia de las dos empresas que fortalecieron tanto la economía local como la mentalidad de quienes las desarrollaron: la vitivinicultura, primero, y, después, el cultivo del algodón, lo que afianzó el espíritu plenamente mercantil de aquellos abuelos laguneros. A medio camino de su exposición, el autor hace un breve alto y resume lo expuesto de esta inmejorable forma:
La relación de los seres humanos con los recursos naturales, la valoración del trabajo como factor de producción y de autoestima, la activa búsqueda de la oportunidad y de la inversión, la creación y distribución de la riqueza, los patrones de consumo, la actitud ante lo metafísico, son todos elementos eminentemente culturales. Si queremos explicar por qué los laguneros se han singularizado desde la época colonial, debemos echar un vistazo a los elementos de mentalidad que forjaron, cómo se percibían y valoraban a sí mismos y al mundo que los rodeaba, qué significado le daban a la existencia, cuáles eran sus valores económicos y religiosos. Y, sobre todo, cómo estos elementos se amalgamaron para imprimirle a la sociedad regional un sello característico previo a la oleada migratoria regional, nacional e internacional provocada por la bonanza algodonera de la segunda mitad del siglo XIX.
Seguro de lo que indica, apoyado siempre en una abundante y variada masa documental conformada por fuentes primarias y por libros, el historiador nos trae una impresionante cantidad de información, tan relevante como la interpretación que de ella hace, como cuando compara las afinidades entre los pueblos vasco y tlaxcalteca, o la ubicuidad del señor Santiago como estandarte de la lucha contra los infieles, o el origen de Torreón como resultado de los graduales desplazamientos colectivos —derivados de disputas por la propiedad— hacia el oeste de Parras.
En poco espacio puede caber apenas una pizca de todo lo bueno que prodiga tan singular trabajo de investigación, síntesis, entrecruzamiento de datos e interpretación. Afirmo ahora mismo que este asedio será en lo venidero y hasta siempre referencia obligada de los laguneros y de quienes se interesen en nosotros, y no es ingenuo asegurar que de inmediato se convierte en uno de los mejores homenajes que se le pueden rendir a La Laguna en la coyuntura de los centenarios gomezpalatino y torreonense.
Anticipo para terminar unas palabras que corresponden a la conclusión de Corona Páez; si atendemos desde ahora ese colofón, el periplo por este libro será más provechoso y lograremos de tal forma darle su justa dimensión a la tetrasecular y heroica historia de la Comarca Lagunera:
al hablar de sociedades y de problemáticas del presente, debemos tener muy claro que estas sociedades reaccionan a los estímulos y fenómenos del presente con inercias culturales, con elementos del pasado. Es decir, sería poco atinado afirmar que el presente surge del presente y responde desde el presente. El presente es en realidad el escenario en el cual percibimos la interacción, amalgamación o confrontación de inercias compartidas que van muy atrás en el tiempo y en el espacio. Sin afirmar que los contenidos culturales son inmodificables o eternos, debemos reconocer que son características de la cultura —particularmente en las áreas rurales o aisladas— su tendencia a la perennidad, su capacidad de reproducirse a sí misma por medio de la apropiación de las nuevas generaciones que, en sus respectivos grupos sociales, están sometidas a su estímulo y aprendizaje.
Celebro el nacimiento de este libro. Por los españoles y los tlaxcaltecas cuya mentalidad heredamos, me enorgullece como lector saber que estas páginas ya están, por fin, entre nosotros y nos pertenecen".
Comarca Lagunera, septiembre, 2005