sábado, agosto 02, 2025

El maestro Benaiges

 












En noviembre de 2022 estuve en Burgos, famosa ciudad española. Aunque fuera sólo un rato, quería conocer ese lugar, caminarlo un poco. Uno de mis ensayistas favoritos, Álex Grijelmo, nació allí en 1956, y desde que leí su Defensa apasionada del idioma español despertó en mí la inquietud de visitar algún día aquella heráldica ciudad de la comunidad autónoma de Castilla y León. No hubo tiempo en aquel viaje para visitar un espacio del cual obtuve noticias en mis vagabundeos por internet. Cerca de Burgos está Atapuerca, zona que se convirtió en el principal yacimiento de restos fósiles de homínidos en Europa, huesos que tienen alrededor de un millón de años.

Desde aquel periplo burgalés han pasado ya tres años, y lo recordé con énfasis por estos días a propósito de un hallazgo: la película El maestro que prometió el mar (Patricia Font, 2023), pues su historia se relaciona con sucesos ocurridos hacia 1934 en la zona de Burgos, particularmente en Bañuelos de Bureba, una miniciudad cuya población actual es de 31 habitantes. Hace noventa años, más o menos cuando se dio la historia que narra la película, tenía más, pero igualmente su población no era numerosa.

Basada en una historia real hasta donde pueden serlo las historias golpeadas por la guerra, a Bañuelos de Bureba llegó en 1934 un maestro de primaria. Su nombre fue Antonio Benaiges, y simpatizaba con la república. Acostumbrada España a una educación básica confesional, clerical y cerrada, los métodos de Benaiges fueron decididamente laicos, sin intromisiones de la fe religiosa. El profesor era oriundo de Mont-roig del Camp, Cataluña, y había conseguido su plaza en un pueblo recóndito y cercano a Burgos, al parecer sin estímulos para dedicar allí grandes esfuerzos.

Lejos de tomarlo a poco, el maestro emprendió un trabajo creativo y entusiasta, al estilo magisterial antiguo, comprometido hasta el tuétano con la formación de sus discípulos. Obviamente no escasean los obstáculos a su propósito. El cura del pueblo, atinadamente llamado Primitivo, cuestiona los métodos del nuevo docente, pero nada puede hacer: a Benaiges lo ha designado el gobierno de la república, por aquellos años de corte progresista, “rojo”.

Antonio Benaiges (encarnado en la cinta por Enric Auquer) lleva en la cabeza, para poner en acto, el método pedagógico del francés Célestin Freinet cuyo eje es la autogestión, la cooperación y la solidaridad del alumnado. Para su tiempo se trata de una novedad, vanguardia educativa que además sumó una imprenta manual como pieza clave de los quehaceres en el aula. El resultado principal de esa dinámica fue la impresión de cuadernillos de trabajo elaborados por los mismos alumnos, con sus textos y sus dibujos.

El título de la cinta, El maestro que prometió el mar, se debe a que Benaiges, en un paseo al campo con sus alumnos, explicó el flujo de los ríos que al final desembocan en el mar. Una alumna le preguntó que cómo es el mar, y de allí el profesor interroga a los demás si saben cómo es. Los niños y las niñas no lo conocen, y es en ese momento cuando el maestro promete llevarlos a su pueblo, en Cataluña, para que conozcan el mar. El trabajo de convencimiento a los padres para obtener permisos es arduo, pero lo consigue, y, en la emoción que los arrebata, los estudiantes elaboran cuadernillos alusivos al océano. No cuento lo que sigue porque la película, pese a su reciente factura, está íntegramente disponible en Youtube.

El maestro que prometió el mar ha sido armada con dos tramas muy bien urdidas, cada cual con su fotografía cálida y fría según la época a la que se refiere. Es 2010; Ariadna (Laia Costa) es una joven madre de familia. Ve en un programa de tele que en Burgos han encontrado una fosa común como las muchas que dejó regadas el franquismo por toda España luego de terminar la guerra civil. Sabe que el padre de su abuelo es un desaparecido y vivió en aquellos rumbos de Castilla. Su abuelo está en el asilo ya sin habla, enfermo, y Ariadna le/se promete que irá a Bañuelos de Bureba a tratar de indagar algo en la fosa común de La Pedraja. Allí encuentra el vago paradero del padre de su abuelo, y algo más: la historia infantil de su propio abuelo y la del profesor Benaiges, quien trabajó en el pueblo de 1934 al 19 de julio del 36. Titulado “¡El retratista!”, en uno de los cuadernillos reales sobrevivientes a las piras franquistas el profesor escribió: “Todo aquí es tan nuevo, que todo, la menor cosa levanta júbilo. ¡Dentro de su abandono, dichosos ellos, estos niños! Por eso yo digo: dad a los pueblos, a las aldeas... Dadles, no luz de ciudad, sol artificial, sino luz de su luz, luz que sea también calor, sabor, alma. Luz y alma. Y antes que eso, ineludiblemente, pan, satisfacción de pan. Y entonces veríamos qué son los pueblos, qué son las aldeas... Ese caudal de alegría, esa llama y ese frescor, ese primor que ahora sólo y a pesar de todo mana de los niños, no sería rostro y alma mustios, queja y vejez en los hombres, en los mismos mozos. ¡El retratista! He aquí, niños, lo que os trajo, sin traérosla: una perla”. Se refiere a una foto real del maestro y sus alumnos fuera de la escuela, imagen que también sobrevivió a la persecución del régimen encabezado por el despiadado Caudillo, como llamaron a Franco.

Con guion de Albert Val basado en un notable trabajo de Francesc Escribano, Queralt Solé y Sergi Bernal, la historia de Antonio Benaiges se vincula estrechamente con la cacería salvaje de “rojos” durante (y sobre todo después de) la guerra civil (1936-1939). Por eso el film consigna al final, en un mensaje previo a los créditos, esto que no debemos olvidar dado que el mapa de España está lleno de fosas comunes: “Al día de hoy se han exhumado en España los restos de 12.000 personas. Se estima que aún quedan miles por encontrar. Sus familiares continúan buscando”.