Alguien,
no sé quién, le prestó o le regaló a Gilberto Prado Galán la voluminosa edición
de lujo, no venal y publicada por Bancomer (1979), de Los 1,001 años de la lengua española, de Antonio Alatorre (Autlán,
Jalisco, 1922-Ciudad de México, 2010).
Era entonces, cuando Gil me lo mostró, esto hacia mediados de los
ochenta, un libro inencontrable, fuera de comercio, así que nomás pude verlo un
instante aquella vez. Recuerdo que mi amigo lo manejaba con veneración, como se
trata a los libros que de alguna manera cambian la vida.
Varios
años después me topé con la primera edición ya comercial publicada por el FCE (México,
1989). Como nunca olvidé los elogios de Gilberto al magnífico trabajo del maestro
Alatorre, lo compré, lo leí y lo reseñé
como lo que es: acaso el mejor libro de divulgación escrito por un mexicano
sobre la historia de nuestra lengua. Es, desde que pude leerlo, una obra entrañable
para mí tanto como sentí que lo fue para Gilberto, y con el correr de los años
lo he recomendado machaconamente sobre todo a mis alumnos de talleres
literarios para que conozcan, muy bien contada, la historia de su herramienta
de trabajo: el español. Y algo más: luego conseguí una edición más del mismo
libro publicada por la SEP y la original en una librería de viejo, la lujosa edición
destinada a los clientes de Bancomer, aquélla que sólo vi por encimita y me
anotició sobre la existencia de este documento espléndido.
Por
lo anterior, desde hace casi cuarenta años tengo respeto por la figura de don
Antonio Alatorre. Además del libro capital ya mencionado, de él he leído
ensayos sueltos en revistas académicas, la mayoría sobre literatura barroca y
autores del Siglo de Oro, su especialidad. Recién sumé Ensayos sobre crítica literaria, libro publicado por El Colegio de
México en 2012 (México, 193 pp), y me parece que sus nociones sobre el acto
crítico son más que atendibles por quienes además de leer aspiran a enhebrar
algún comentario o idea sobre lo leído o respetan tanto la creación literaria
como la crítica que sobre ella se ejerce.
Contiene
una docena de asedios a otros tantos problemas de la crítica literaria, varios
de los cuales fueron escritos para ser presentados en congresos, coloquios o
mesas redondas, de modo que para bien acusan, pese a la densidad de algunas ideas
allí planteadas, dejos de la exposición oral que les dio origen. Al parecer, y esta sensación se
reafirma varias veces en el libro (“no quiero aumentar el ya enorme cerro de lo prescindible”), Alatorre no asigna gran valor a estas
páginas, pero sin duda son esclarecedoras si pensamos en la excelencia de su
labor crítica. Apenas abre, comparte esta idea: “Para mí, por ejemplo, si se
trata de un soneto de Garcilaso de la Vega, lo importante es entenderlo, y entenderlo
no así como así, sino en su ser mismo, en su todo y en sus partes, con su
sustancia y su ornamento, su mensaje y su estructura; entenderlo como lo
entendían los contemporáneos de Garcilaso, y aun Garcilaso mismo”. Comprender
íntegramente lo que un texto fue para su autor y sus contemporáneos es uno de
los ejes de la crítica, y esto es ya una noción muy de tener en cuenta.
Asimismo,
Alatorre sabe que su trabajo como docente y enjuiciador de obras literarias tiene
la función de enlace: “El buen crítico no estorba, sino ayuda, y su misión,
entre otras cosas, es de índole pedagógica”, ya que “El crítico es un lector,
pero un lector más alerta y más ‘total’, de sensibilidad más aguda: las
cualidades de recepción del lector corriente están como extremadas y
exacerbadas en el lector especial que es el crítico”, y “Las impresiones que en
el lector ordinario son difusas e imprecisas, se dan organizadas, coherentes y luminosas
en el crítico”. Por todo, “La crítica es la formulación de la experiencia del
lector. Pone en palabras lo que se ha experimentado con la lectura”.
Alatorre
despliega en la mesa el papel fundamental de la lectura atenta, base del
ejercicio crítico que se convierte a su vez en escritura y luego se vuelca a
los lectores: “el crítico literario es un lector que no se guarda para sí mismo
su experiencia (…) la pone a la luz, la hace explícita, la examina, la analiza,
se plantea preguntas acerca de ella”. Uno de los temas salientes de este libro
es la discordia entre las herramientas críticas de Alatorre y las que
irrumpieron con las nuevas corrientes del análisis. Esto lo puso en aprietos,
pues por iniciativa propia o ante la inquisición de los demás, tuvo que opinar
aunque no lo quisiera: “que el diccionario de términos imprescindibles que un
foco neo-académico preparaba no hace mucho para uso de críticos modernos
rechace ‘emoción’, ‘imaginación’, ‘belleza de lenguaje’, ‘coherencia’, ‘fuerza
de convicción’ o ‘sensación de vida’ y en vez de eso incluya ‘intertextualidad’,
‘red actancial’, ‘red actorial’, ‘reducción accional’ y cosas por el estilo, ya
no me es tan indiferente”. Lo resolvió tratando de demostrar que aunque a veces
quedaba lejos de ese tipo de expresión nueva, era viable discernir entre los
nuevos críticos brillantes de los charlatanes que se valieron, ignoro si
todavía es así, de jergas intragables para descifrar textos literarios.
Entre
los temas de Ensayos sobre crítica literaria
más interesantes están tres: su análisis sobre Menéndez y Pelayo (“es doloroso
ver a Menéndez Pelayo aceptar el punto de vista católico retardatario y no el
punto de vista católico ilustrado”), imperdible por lo que significó para la
lengua española el crítico santanderino; su debate contra nuestro paisano Evodio
Escalante para esclarecer los valores o antivalores de la nueva crítica, y su
crítica a la comisión para la defensa del español creada sexenios ha, pues “el
español se defiende solo” (“Yo dediqué dos de mis conferencias del Colegio
Nacional a cuestionar los presupuestos y las metas de esa Comisión, y aun su
ser mismo, y las habría publicado si la cruzada nacionalista hubiera seguido
adelante, con ganas de que sus organizadores, Fernando Solana y Eliseo Mendoza
Berrueto, se dieran tiempo para dialogar conmigo, aunque fuera para reducir a
polvo mis críticas. Pero no: la campaña no traspuso la frontera del sexenio”).
Hace una semana comenté a las carreras un libro de la gran Margit Frenk. Hoy comparto aquí este otro sobre un libro de su marido, don Antonio Alatorre, uno de los críticos literarios, filólogos e historiadores del español al que debemos tener siempre en la mira, leerlo.
Nota. Como dato curioso y postreseña, la relación Antonio Alatorre-Gilberto Prado Galán que ocupa anecdóticamente el primer párrafo de este comentario se extendió a una coincidencia en sus cronologías: ambos murieron un 21 de octubre; Alatorre del 2010 y Prado Galán del 2022. Que este apunte sirva un poco para recordarlos con la admiración que me merecen.

