Nunca entendí el imperativo freudiano de acabar
con el padre boom, de matarlo y
orientar la escritura por caminos supuestamente distintos, como si la
literatura, el arte, la vida toda no fuera una permanente y nunca acabada
mezcla (dialéctica, dirían algunos) de tradición y ruptura. Más, pues, que
aniquilarlo (aniquilar significa etimológicamente “convertir en nada”), siempre
he creído que es mejor integrarlo sin traumas a nuestra tradición, en
percibirlo como parte constitutiva de nuestra cultura, en asumirlo como un
momento notable/perdurable de la narrativa latinoamericana. Matar al boom es un empeño que creo no ha
prosperado, pues todavía hoy es más que frecuente encontrar reediciones de sus
autores más visibles. Por algo será.
Una de las inquietudes que siempre brincan
cuando se habla de esta generación es la referida a la nómina de sus
integrantes. ¿Quiénes fueron y quiénes no fueron parte del grupo? La pregunta
es de respuesta imposible, y creo que esto se debe a que, más allá de los
encuentros en fiestas, mesas redondas, oficinas de editores y demás, los
autores del boom nunca configuraron
un bloque homogéneo debido sobre todo a la disparidad de sus edades y al
inmenso espacio geográfico que supieron abarcar: toda América Latina. A
diferencia de otras generaciones, cuyos integrantes tenían más o menos la misma
edad y radicaban en una ciudad o al menos en un solo país, los escritores del boom nacieron en fechas algo distantes y
se movieron por todo el contexto hispánico y más allá, pues no faltó que
radicaran en distintos periodos en Francia, Inglaterra y Estados Unidos, lo que
añadió una suerte de inevitable dispersión. Basta ver el índice de los entrevistados
en el canónico Los nuestros, libro de
entrevistas de Luis Harss, para advertir lo que trato de explicar. Lo mismo
aparecen allí Carpentier (Cuba, 1904) que Vargas Llosa (Perú, 1936), o Borges
(Argentina, 1899) que García Márquez (Colombia, 1927), es decir, autores geográfica
y cronológicamente alejados, lo que dificultó la noción de compacidad espacio-temporal que suele demandar el concepto de generación.
Según el crítico que aborde el tema, uno de los
integrantes que entra y sale de la lista es José Donoso (Santiago de Chile, 1924-1996).
Cuentista y novelista, autor de títulos celebrados como Coronación, El lugar sin límites y El obsceno pájaro de la noche, compuso además una especie de
memoria titulada Historia personal del ‘boom’
(Alfaguara, 2018, 166 pp.). Su primera edición apareció en el amanecer de los
setenta, en 1972, cuando la ola boomística, perdón por el ingrato adjetivo, ya
venía de bajada. Pese a esto, el fenómeno sesentero seguía fresco, y el
abordaje de Donoso es el de un testigo que duda, forzado quizá por el buen
gusto de la modestia, en darse a su vez el estatus de participante.
El chileno plantea de entrada que durante la primera mitad del siglo
XX la novela latinoamericana obedeció a un rasgo chovinista de nuestros países:
cada uno valoraba con énfasis lo nacional, lo relacionado estrechamente con el
contexto local, de modo que las novelas resultantes eran apreciadas como buenas
en función de su arraigo verbal y temático en cada terruño. Es, grosso modo, lo que luego sería
calificado como “novela telúrica”: que el autor “escribía para su
parroquia, sobre los problemas de su parroquia y con el idioma de su parroquia,
dirigiéndose al número y a la calidad de lectores —muy distinta, por cierto, en
Paraguay que en Argentina, en México que en Ecuador— que su parroquia podía
procurarle, sin mucha esperanza de más”.
Una prueba de que no andaban en lo correcto, dice Donoso, es que “los grandes
nombres de la novela ‘literaria’, de la primera mitad de este siglo escrita en
castellano, tanto hispanoamericanos como españoles, se han desvanecido en
comparación con sus contemporáneos alemanes, norteamericanos, franceses e
ingleses, sin dejar gran huella en la formación de los novelistas actuales”.
La década de los sesenta fue para él un parteaguas, un momento en
el que algo pasó: “En un período de apenas seis años, entre
1962 y 1968, yo leí La muerte de Artemio
Cruz, La ciudad y los perros, La casa verde, El astillero, Paradiso, Rayuela,
Sobre héroes y tumbas, Cien años de soledad y otras, por entonces recién
publicadas”. En esta afirmación ya tenemos una lista de autores, cierto, pero
es importante resaltar que Donoso fija su atención en cuatro nombres casi como
si fueran las patas de una mesa: Fuentes, Vargas Llosa, Cortázar y García
Márquez. Anota el rol, algo ambiguo, que él juega en el libro: “No quiero
erigirme en su historiador, cronista y crítico. Nada de lo que digo aquí
pretende tener la validez universal de una teoría explicativa que asiente
dogmas: es probable que en muchos casos mis explicaciones, mis citas, la
información que manejo, no sean ni completas ni precisas, e incluso que estén
deformadas por mi discutible posición dentro del boom de marras: hablo aquí aproximadamente,
tentativamente, subjetivamente, ya que prefiero que mi testimonio tenga más
autenticidad que rigor”, y observa con precaución que se siente ligado a lo que
describe: “cual fuere la
posición y categoría de mi obra dentro de la novela hispanoamericana contemporánea,
mis libros han aparecido en y alrededor de la década del sesenta, y así me
siento ligado a, y definido por, las corrientes y mareas del ambiente literario
de nuestro mundo, cambios determinados por la publicación de ciertas novelas
que incidieron poderosamente en la visión y en el quehacer de este escriba”.
La
falta de padres literarios y la influencia de escritores no hispánicos (Kafka, Sartre,
Faulkner) generó en Latinoamérica, dice, obras en las que “aceptar los
requerimientos de lo fantástico, de lo subjetivo, de lo marginado, de la emoción,
hizo que la novela nueva tomara por asalto las fronteras o las ignorara, saliéndose
del ámbito parroquial: el chileno necesitaba escribir ahora de modo que lo
entendieran y que interesara no sólo en Talca y Linares, sino también en
Guanajuato y en Entre Ríos”.
El recorrido de
Donoso por los cuatro escritores más visibles del boom se rinde ante la obra y la personalidad de Fuentes, y apunta que La región más transparente fue para él un
mazazo. Del mexicano también destaca su erudición, su cosmopolitismo, su
generosidad y su ansia de abrazarlo todo. Algo parecido, aunque un tanto cuanto
más atenuado, subraya de Vargas Llosa y La
ciudad y los perros. Con García Márquez no se rinde igual, aunque sí
reconoce que es el primero y quizá el único a quien le cupo entera la palabra “éxito”
popular y comercial, y a Cortázar es a quien ve más alejado en ese pequeño
grupo signado también por los encuentros y la amistad. Ya en el 72 Donoso sabía
que el boom perdía su efervescencia,
pero presintió algo que en efecto se ha cumplido, que “al pasar de moda el boom como totalidad no dejará el
esqueleto de teorías, sino quizá media docena de novelas que no se apaguen”.
En
esta Historia personal… no faltan las
confesiones personales, las vicisitudes del propio autor para encontrar su voz
en el aislamiento chileno. Tampoco, claro, los temas extraliterarios, como el
punto de reptura que significó el “caso Padilla” o la presencia de la chismografía
y las envidias en torno a los notables del boom.
Además
de lo anterior, la edición de Alfaguara contiene “El ‘boom’ doméstico”, de María
del Pilar Serrano, esposa de José Donoso, sobre los encuentros con los
escritores del boom y sus parejas, incluidas,
en dos momentos distintos de la crónica, Rita Macedo y Silvia Lemus, las
esposas de Fuentes. A esto se suma una especie de continuación titulada “Diez
años después” (o sea, en 1982), donde Donoso suma el reciente Nobel de GGM como
culminación.
Historia personal del “boom” es un libro ya viejo, es verdad, pero con él podemos acceder a un momento de la literatura latinoamericana que produjo obras muchas veces dadas por muertas pero que todavía gozan, por suerte, de buena salud.