A veces, muy a veces, menos seguido de lo que
deseo pero sí a veces, cada mucho tiempo más bien, me siento medianamente complacido por
una respuesta a mis hijas. Me pasó ayer, y cuento.
No sé por qué razón ni en qué materia, el libro de
Formación cívica y ética de sexto
grado viene insistiendo en asuntos relacionados con la personalidad y la
conciencia de esa personalidad en los pequeños. Supongo que es por la edad que
atraviesan: como están al borde de la adolescencia, lo que equivale a decir que
están al borde de una zanja, algunos capítulos de su libro han planteado tareas
específicas a mi pequeña: escribir su autobiografía, autorretratarse a lápiz,
anotar sus rutinas y todo eso.
Supongo, reitero, que esos planteos sirven para afirmar al niño, para hacerle ver su condición de individuo excepcional y amacizar su autoestima.
En la tarea de ayer había tres encomiendas: 1) describir las virtudes que el propio niño percibe en sí mismo; 2) describir igualmente sus deficiencias; y 3) comentar cómo pueden sus virtudes ayudar a subsanar sus defectos.
El inciso más difícil para mi hija fue el primero, tanto que se acercó a pedirme ayuda. Ella es, creo, un ser humano extraordinario, atiborrado de capacidades y sensibilidad; no lo digo sólo yo (aunque para mí sea fácil declararlo): sus notas y sus maestras me ahorran la incomodidad de elogiarla. Como niña conciente ya de sus potencialidades, sabe que es dueña de virtudes importantes, y una de ellas, la modestia, es la que sirvió para alertarla: sintió que algo andaría mal si se soltaba como si nada describiendo que es puntual, responsable, disciplinada, respetuosa, amable, sensible, cordial, sincera, sencilla y algo más. Me dijo: "Papá, no me gustaría decir eso, se oye mal".
Hace poco, dos semanas antes de lo que narro, me preguntó el significado de la palabra "soberbia", así que lo aplicó en este caso: "Lo que escriba parecerá... ¿soberbio?".
Pensé de botepronto en las dos posibles salidas: 1) La de la confianza absoluta, sin titubeos, la del orgullo convencido sin átomo de duda; decirle: "Escribe lo que sabes que eres con total seguridad. Si sabes que eres eso, no dudes en asumirlo". Marginé esa respuesta porque me parece inhumana, no da margen a la equivocación. Opté entonces por la salida 2) La de la precavida incertidumbre: "Escribe "creo que soy responsable, aspiro a ser educada, procuro respetar a los demás, me gusta ser puntual y trato siempre de ser solidaria...'". Le hice ver que había allí muchas palabras que suponen un deseo, una aspiración, un propósito, y que el solo hecho, por ejemplo, de querer ser responsable era ya, en sí mismo, una virtud. La niña sonrió, no requirió más explicaciones y de inmediato comenzó a escribir sobre los renglones disponibles de su cuaderno de trabajo.
Algunos me dirán, lo supongo, que sembrar dudas en su "camino al éxito" no es lo más recomendable. Pienso luego, para tranquilizarme y sin afán didáctico, sólo para mí, que el "éxito" que ahora tanto nos preocupa y es tan socorrido en los manuales de autoayuda, no está en alcanzar “el éxito” en sí, sino en sobrevivir a todas las dudas que nosotros mismos nos imponemos y vamos resolviendo con humildad, sin creer jamás del todo en las fachendosas virtudes que a veces nos suponemos y por lo general son meras ilusiones, vanos pedestales para instalar nuestra autoestimita.
Por último, a mi hija le fue bien en su tarea.
Supongo, reitero, que esos planteos sirven para afirmar al niño, para hacerle ver su condición de individuo excepcional y amacizar su autoestima.
En la tarea de ayer había tres encomiendas: 1) describir las virtudes que el propio niño percibe en sí mismo; 2) describir igualmente sus deficiencias; y 3) comentar cómo pueden sus virtudes ayudar a subsanar sus defectos.
El inciso más difícil para mi hija fue el primero, tanto que se acercó a pedirme ayuda. Ella es, creo, un ser humano extraordinario, atiborrado de capacidades y sensibilidad; no lo digo sólo yo (aunque para mí sea fácil declararlo): sus notas y sus maestras me ahorran la incomodidad de elogiarla. Como niña conciente ya de sus potencialidades, sabe que es dueña de virtudes importantes, y una de ellas, la modestia, es la que sirvió para alertarla: sintió que algo andaría mal si se soltaba como si nada describiendo que es puntual, responsable, disciplinada, respetuosa, amable, sensible, cordial, sincera, sencilla y algo más. Me dijo: "Papá, no me gustaría decir eso, se oye mal".
Hace poco, dos semanas antes de lo que narro, me preguntó el significado de la palabra "soberbia", así que lo aplicó en este caso: "Lo que escriba parecerá... ¿soberbio?".
Pensé de botepronto en las dos posibles salidas: 1) La de la confianza absoluta, sin titubeos, la del orgullo convencido sin átomo de duda; decirle: "Escribe lo que sabes que eres con total seguridad. Si sabes que eres eso, no dudes en asumirlo". Marginé esa respuesta porque me parece inhumana, no da margen a la equivocación. Opté entonces por la salida 2) La de la precavida incertidumbre: "Escribe "creo que soy responsable, aspiro a ser educada, procuro respetar a los demás, me gusta ser puntual y trato siempre de ser solidaria...'". Le hice ver que había allí muchas palabras que suponen un deseo, una aspiración, un propósito, y que el solo hecho, por ejemplo, de querer ser responsable era ya, en sí mismo, una virtud. La niña sonrió, no requirió más explicaciones y de inmediato comenzó a escribir sobre los renglones disponibles de su cuaderno de trabajo.
Algunos me dirán, lo supongo, que sembrar dudas en su "camino al éxito" no es lo más recomendable. Pienso luego, para tranquilizarme y sin afán didáctico, sólo para mí, que el "éxito" que ahora tanto nos preocupa y es tan socorrido en los manuales de autoayuda, no está en alcanzar “el éxito” en sí, sino en sobrevivir a todas las dudas que nosotros mismos nos imponemos y vamos resolviendo con humildad, sin creer jamás del todo en las fachendosas virtudes que a veces nos suponemos y por lo general son meras ilusiones, vanos pedestales para instalar nuestra autoestimita.
Por último, a mi hija le fue bien en su tarea.