sábado, junio 03, 2023

Nombres obligatorios

 











Al compartir algunas ideas sobre literatura mexicana a público argentino me vi hace poco en la necesidad, dado el tiempo disponible, de armar una pequeña selección de nombres representativos. Toda criba de esta índole es injusta, como sucede también en la constitución de antologías, pero es inevitable cuando requerimos, por fuerza, una mirada comprensiva, abarcadora.

El tema surgió de una experiencia real. La cuento. En una sesión de taller literario comenté que el intercambio de libros entre nuestros países, los latinoamericanos, es paupérrimo, tanto que se reduce a un número de nombres que caben en una sola mano. Pregunté abiertamente: ¿díganme los nombres de autores peruanos y argentinos que recuerden? Las respuestas fueron un buen tanteo de la realidad: en ambos casos apenas pasaban de cinco precarios nombres. Igual pregunta me atreví a plantear ante amigos argentinos: a cuántos escritores mexicanos conocían. La respuesta fue análoga en su número, lo que me reveló que nuestras literaturas se desconocen casi en su totalidad.

Por ello en la ponencia sobre nuestros escritores ante público argentino quise ampliar la lista de los mencionados. A los ya conocidos (no sé si leídos) Reyes, Paz, Rulfo y Fuentes sumé algunos nombres que ni de broma aparecen en el horizonte argentino de lecturas, pero son, sin duda, clásicos contemporáneos mexicanos. Sólo pensé en el siglo XX. Comencé con Martín Luis Guzmán, que me parece básico. Añadí a Revueltas, frecuente en las listas de autores importantes de nuestro país pero muy desconocido más allá de nuestras fronteras. Mencioné a Rosario Castellanos, un caso parecido a los dos anteriores. Igual hice con Elena Garro y Elena Poniatowska, y a ellas agregué a José Agustín, Ibargüengoitia, Monsiváis y Pacheco.

Las listas de este tipo son muy injustas, por discriminatorias, pero, como dije hace algunos párrafos, son inevitables. Faltan muchos nombres de escritores y escritoras para sentir que allí nuestro país está bien representando, pero incluso en su insuficiencia, en su inevitable pobreza, no es ya lo mismo que los cinco o seis nombres de cajón que siempre afloran para dizque abrazar a la literatura mexicana.

miércoles, mayo 31, 2023

De obras completas












Lo más común es que las obras completas jamás sean verdaderamente completas sobre todo en los autores de caudalosa producción. Las razones de esta paradoja son varias, y una de las más importantes es la negativa del escritor o del editor a publicar “todo” en estricto sentido, es decir, todo lo que se dice todo. Sin embargo, hay aproximaciones al ideal, como es el caso de Alfonso Reyes y los cerca de treinta tomos que desde finales de los cincuenta han venido apareciendo con el sello del Fondo de Cultura Económica. ¿Algún día estará completa la herencia escrita del regiomontano? Supongo que no, que algo quedará al margen, pero seguramente será lo menos importante.

Hay un cierto tipo de lector (me incluyo en este grupo) obsesionado por reunir las obras completas de sus autores más queridos. En teoría es para leerlos cabalmente, pero sospecho que esta motivación es falsa: la razón es para tenerlos a la mano de manera íntegra o casi íntegra, pues para el lector al que me refiero sería algo inquietante saber que de sus autores favoritos no tiene tal o cual título fundamental, sería un vacío. La obsesividad a la que se llega puede ser enfermiza, y eso lo supo la vieja editorial Aguilar, que durante varias décadas preparó tomos descomunales y casi ilegibles para satisfacer a los lectores deseosos de no perderse nada.

Del sello de Aguilar todavía es posible conseguir muchos clásicos en aquel papel biblia ya legendario. Por supuesto, sólo son asequibles en librerías de viejo o en sitios de internet. Cervantes está en un tomo gordo, Quevedo en dos (prosa y poesía), Lope creo que en tres, y así todos los grandes y algunos no tan grandes: Goethe, Balzac, Stendhal, Destoievski, Tolstoi… Casi me atrevo a decir que quien los busca y los conserva procede por coleccionismo o consulta específica, pues los libros de Aguilar tienen páginas difíciles de leer, por lo incómodo de su pequeña tipografía y por lo pesado de cada tomo.

Me parece muy recomendable tratar de agotar el catálogo de libros de cada autor, tener sus (hasta donde se pueda) obras completas, siempre y cuando nos esforcemos por desahogar poco a poco su lectura. El caso es fugarse del mero coleccionismo, que no está mal, pero tampoco es muy meritorio que digamos.

sábado, mayo 27, 2023

Una anécdota viva


























De vez en cuando reencuentro anotaciones, apuntes, bocetos y demás en las entrañas de mi computadora. Son borradores inéditos, ideas sueltas que, a la manera del diario personal no de papel sino digital, captan un pedacito de vida cotidiana. En este caso es una anécdota de hace diez años, inédita; viene a continuación y creo que sigue sugiriendo un buen proceder de parte de los padres y sus hijos:

Aunque se base en una anécdota personal del martes pasado, el tema nos atañe a todos, no sólo a quienes vivimos ya el privilegio/desafío de ser padres. Narro. Iba en el coche con mis hijas rumbo a su escuela, temprano. La de doce años llevaba una cartulina hecha tubo, y en un semáforo preguntó que si podía mostrármela. Le dije que sí. Al verla, traté de no exhibir ningún azoro, y pensé que se trataba de algún tema contenido en la unidad equis de cierta materia vinculada con lo social. Sólo dije que estaba bien y ya.

En realidad eran dos cartulinas, y ambas abordaban el mismo asunto: “El matrimonio entre personas del mismo sexo”. La niña me informó que era para una exposición en equipo que ofrecerían el jueves en el salón de clases, así que llevaba las cartulinas para que la maestra les diera el visto bueno. Todavía con interés intencionalmente mediano, le pregunté que dónde, en qué libro de texto, veían ese tema. Me daba íntimo gusto, por supuesto, que los libros de texto ya asumieran ese tópico como parte de lo que se debe plantear y debatir en la adolescencia.

Yo estaba seguro de que mi hija contestaría algo así: “Es del libro de educación tal, unidad tal”. Pero no, su respuesta fue deslumbrante: “No viene en ninguno de los libros. La maestra dijo que eligiéramos nuestra exposición de manera libre, y si ella no hubiera estado de acuerdo, no hubiera sido libre. El tema lo propuse yo, y mis compañeros y compañeras de equipo lo aceptaron”. Debo decir que en ningún momento percibí morbo o una curiosidad anómala en esta conversación, y me cuidé de no parecer demasiado inquisitivo, aunque tampoco indiferente. El jueves se dio la exposición, les fue muy bien, y fin, no pasó nada.

Lo que veo detrás de esto es mucho más de lo que ocurrió, claro. Veo un cambio de mirada respecto de un asunto que en la niñez de quienes pasamos, no sé, los cuarenta años, no sólo era imposible tratar, sino siquiera pensar como posible, como “tema”. Jamás, que yo recuerde, y eso que estuve en puras escuelas públicas, hablamos sobre homosexualidad de manera frontal, en el grupo; jamás en las conversaciones privadas de los patios escolares dialogamos sin tomar el tema a broma o sin hacer sátira del compañero o compañera, o maestro o maestra, que estuvieran bajo sospecha colectiva.

Más allá de que sólo sea un abordaje esporádico, una anécdota y no la unidad específica de un libro de texto en el área de “ciencias sociales”, me dio gusto saber que cuatro niñas y niños de doce años expusieron frente a su grupo, hayan dicho lo que hayan dicho, un asunto que, como tantos otros, debemos orear sin miedo hasta alejarnos del tratamiento añejo: el del secreto, el de la burla o, principalmente, el del silencio.

miércoles, mayo 24, 2023

Veinte años de Corazón de nuez

 











Prácticamente no hay año sin que piense en su reedición, pero sistemáticamente la he pospuesto como tanto se pospone en esta vida. Publicado por primera vez en 2003, Corazón de nuez y otros relatos tuvo un tiraje corto. Yo lo edité y lo imprimió mi amigo Antonio López en Impresora Meridiano. En menos de un año, ese primer y único tiraje quedó agotado y a la fecha creo que conservo un solo ejemplar de archivo.

Una anécdota notable con este trabajo es la que se dio en la Feria del Libro de Torreón 2003 que organizaba entonces la Ibero Torreón. En las juntas de planeación, a las que yo asistía como parte del equipo organizador, alguien comentó la necesidad de presentar un libro para niños, el que fuera, pues para entonces ya estaban amarradas las presentaciones de autores como Noé Jitrik, Luis Humberto Crosthwite, Federico Campbell, entre otros. Fue allí cuando se me ocurrió plantear que estaba por salir el libro de mi hija, y luego de explicar la situación, todos aceptaron su presentación en el marco de la Feria del Libro. Hubo campaña de medios, carteles y toda la promoción pertinente. Lo asombroso fue que los autores consagrados tuvieron, como ocurre siempre con la literatura, una cantidad de público buena, la de nuestros estándares laguneros, cincuenta, sesenta personas por sesión.

En la presentación de Corazón de nuez estuvimos el pediatra de mi hija, Ricardo Acosta; uno de sus maestros, el doctor en pedagogía Sergio Raúl García, y yo. Ricardo Acosta hijo, que tenía siete años entonces y hoy es ya un gran pianista, tocó una pieza. No exagero si digo que pocas veces he asistido a una presentación de libro más concurrida; entre madres y niños había allí (el auditorio de la Ciudad Deportiva de Torreón) aproximadamente 250 personas, lo que rebasó nuestras expectativas. Previendo que la niña no iba a poder dedicar libros con rapidez, antes le hicimos un sello de goma y con eso salimos del apuro. Fue, por todo, un sábado inolvidable. Hoy Renata Iberia, mi hija, tiene 26 años y muchísimo ha cambiado; al repasar con ella sus cuentos de Corazón de nuez —alguna vez reseñados por Vicente Alfonso— no dejamos de reír: qué libertad lucen, qué linda forma tienen los niños de vincularse, sin prejuicios que hagan dique, con las palabras y la imaginación.

sábado, mayo 20, 2023

Ideal del triángulo

 




En algún punto de su larga escritura, Borges reseñó uno de los primeros libros de Manuel Maples Arce, capo del movimiento estridentista. Esto ocurrió en la década de los veinte, es decir, que el libro de Maples apareció en México y casi al mismo tiempo, apenas unos meses después, lo estaba comentando Borges en la efímera revista Proa de Buenos Aires.

Puedo suponer que el mismo Maples envío el libro a sus homólogos vanguardistas del cono sur, y que el joven Borges, de apenas 23 años, lo recibió para luego hacer la crítica de la cual convido este párrafo: “El libro Andamios interiores es un contraste todo él. A un lado el estridentismo: un diccionario amotinado, la gramática en fuga, un acopio vehemente de tranvías, vestiladores, arcos voltaicos y otros cachivaches jadeantes; al otro un corazón conmovido como bandera que acomba el viento fogoso, muchos forzudos versos felices y una briosa numerosidad de rejuvenecidas metáforas” (la prosa de Borges todavía estaba allí en trance de perfeccionamiento, pero ya se insinuaba la revolución que provocaría veinte años luego).

Pero no es sobre la relación bilateral Maples-Borges en lo que deseo detenerme, sino en lo que sugiere este tipo de vinculaciones. ¿Qué hacer para lograr que no se nos pasen todas las buenas noticias de la literatura en español? El contexto al que aludo es amplísimo, pues abarca toda la América española y España, una zona de hecho inabarcable por cualquier pobre lector individual. Borges reseñó al mexicano Maples porque nuestro paisano le envió su libro, el trámite fue directo. Ahora bien, en un mundo lleno de información y por ello, paradójicamente, tendiente a la desinformación por culpa del exceso de noticias, desde hace muchos años me he obligado a diseñar un mínimo plan de ataque cuya graficación tiene la forma de triángulo escaleno: para abarcar todo lo que deseo, elegí México, España y Argentina como ángulos. Son, con enormes lagunas sin embargo, las tres literaturas que mejor conozco, pero sin que en su área interior sean menos valiosas las demás naciones. Quiero decir que atender mayoritariamente a la mexicana, la española y la argentina me permite expandir la recepción de noticias a la chilena, la uruguaya, la colombiana, la peruana…, y aunque nos llegue poco, no deja de interesarme la centroamericana, siempre olvidada, o la cubana, cuyos libros localizo sobre todo en la FIL Guadalajara. ¿Y la literatura de España? Es tan grande y poderosa que nadie podría abrazarla, pero de cualquier modo es pertinente tenerla sobre la mesa.

Abarcar todo lo que se produce en el inmenso triángulo que he imaginado es un ideal, jamás podrá ser una realización. Intentar esa mirada totalizadora nos lleva necesariamente a encontrar gratas, muy gratas sorpresas literarias.

miércoles, mayo 17, 2023

Acequias 90 en línea


 











Acequias, la revista universitaria de mayor edad en La Laguna y acaso la única superviviente de su tipo, llega al número 90 y al año 26 de su edad. Comparto un fragmento del editorial.

Las autoridades mundiales de salud han declarado el fin de la pandemia luego de los tres años casi exactos en los que la humanidad convivió con ella. Es cierto que fue terrible el costo que implicó en términos de pérdidas de vidas y estragos a la economía, pero también, en contraposición, ha dejado lecciones que, es deseable, esperamos no sean olvidadas. Una de ellas es la de la potencial capacidad que tenemos para ejercer la solidaridad.

En este número de Acequias, el 90 ya, entramos al año 26 de esta publicación insignia de la Universidad Iberoamericana Torreón. Una feliz coincidencia nos permite abrir, como en el primer número de la revista, este nuevo ciclo con grabados del maestro Alonso Licerio. Ojalá que esto nos augure otros 25 años de andancia editorial.

Abre el presente número con un mensaje del maestro Juan Luis Hernández Avendaño, nuestro rector, quien enlista en sus palabras los logros del año transcurrido como celebratorio del aniversario 40 de nuestra institución. Mucho es lo que se ha logrado en el curso de este periodo, segundo tramo del actual rectorado. Siguen al aporte anterior dos textos en los que se plantean reflexiones sobre temas económicos. Uno sobre el llamado Pequeño Mundo Solidario firmado por José Ramírez Mijares, Luz María López y Francisco Javier Flores, y el otro sobre la pertinencia del trabajo con perspectiva de género, firmado por Zaide Patricia Seáñez. Luego, un ensayo de Raúl Blackaller sobre las contingencias de la educación y su imprevisibilidad, y una crónica urbana del periodista y escritor Iván Hernán Benítez.

Les siguen un amplio ensayo de Gerardo García Muñoz sobre la novela Laberinto, de Eduardo Antonio Parra, y un apunte de Jaime Muñoz en torno a las líneas generales del cuento como género. Cierran este número dos textos literarios: un fragmento de Monólogo desde el olvido, novela de la periodista y escritora lagunera Nancy Azpilcueta, y dos poemas de Tanya Villarreal, colaboradora de la biblioteca de la Ibero Torreón.

Que la edición 90 de Acequias les depare un buen rato de lectura.

sábado, mayo 13, 2023

Macedónica edición

 











Hace quince años, el escritor argentino Fabián Vique sentó la primera piedra de un proyecto llamado Macedonia Ediciones. Lo hizo en su ciudad natal, llamada Morón, en la zona del llamado conurbano bonaerense. Su idea central era abrir cancha, sobre todo, a la microficción, género que, como el cuento y la poesía, tenía y sigue teniendo una presencia marginal en los sellos editoriales más poderosos. A los libros con relatos brevísimos, Macedonia añadió títulos de poesía y un poco, también, de ensayo, novela y cuentos más convencionales. En su nómina autoral destacan escritores de Argentina, pero también los hay chilenos y peruanos.

Macedonia ha sido pues un enclave de la microficción en Sudamérica, y su trabajo ha hecho pinza con otros emprendimientos importantes como el de Micrópolis (Perú), Brevilla y Letras de Chile (Chile) y Ficticia (México). Se puede decir, por ello, que si en nuestro espacio geográfico y lingüístico el cuento súbito se ha desarrollado en los recientes años, esto se debe a la labor callada y tenaz de editores con innegable vocación por una forma de escritura cada vez más frecuentada por escritores y lectores.

El trabajo de Vique se vio enriquecido por la colaboración de José Luis Bulacio, también escritor y editor. Ambos han configurado un catálogo nutrido de títulos que son evidencia de lo creativo y resistente que puede ser el deseo de difundir, a terca contracorriente, literatura al margen de los reflectores.

En la presentación de su web, los macedónicos observan: “Somos un sello independiente creado en el año 2008, en Morón, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Nuestra materia central es la Literatura.

Nos deleita especialmente lo breve, aquello que en pocas palabras puede dar aquel cross a la mandíbula del que hablaba Roberto Arlt, o esa visión del mundo que proponía desde la alcantarilla Alejandra Pizarnik. Pero también hemos hecho espacio a otras especies como la novela, la crónica, al análisis del discurso, la Historia, el ensayo y la literatura infantil.

Integran nuestro catálogo autores contemporáneos que se caracterizan por sus propuestas creativas, innovadoras, arriesgadas y bellas. Voces jóvenes sobre todo, no por la contingencia de la edad, sino por la frescura de su obra.

Nuestro nombre se debe, precisamente, al más joven de los “viejos”, Macedonio Fernández, autor de obras imprescindibles como el Museo de la Novela de la Eterna y Papeles de Recienvenido.

Participamos de congresos, ferias y encuentros nacionales e internacionales dedicados a las Letras, además de colaborar con publicaciones y programas radiales orientados a lo literario. Nuestra aspiración es seguir creciendo, dando a conocer a talentosos autores de todos los rincones del país y de Hispanoamérica en su conjunto. Conducimos este colectivo incontable José Luis Bulacio, Lara Tonco y Fabián Vique.

Compartimos la felicidad de ser parte de los libros y los universos que los libros son”.

Felices quince años para Macedonia, y a festejar con ellos in situ.

miércoles, mayo 10, 2023

Vestigios de lo leído

 








Con una equilibrada mezcla de satisfacción y alarma suelo reencontrarme con mis viejos libros. Pasa seguido que al reacomodar o sacudir aflora el lomo de algún título comprado y leído hace no pocos años, a veces hasta cuarenta, y al hojearlo sobreviene el recuerdo del placer por su lejana lectura y asimismo el horror por retener apenas vaguedades de su contenido. Supongo que siempre es así para los no memoriosos como yo: que el usufructo de una lectura remota suele quedar casi reducido a polvo luego de que ha pasado mucho tiempo, pero esto no derrumba del todo la alegría de saber que tales o cuales páginas alguna vez fueron recorridas con la vista todavía no cansada de la juventud.

Ante esta realidad triste y feliz al mismo tiempo he puesto en práctica un experimento en el taller literario. Desde hace varios meses, al iniciar cada sesión y mientras llegan todos los asistentes que suelen participar en ese espacio, llevo y comento un libro de mis estanterías más antiguas. Antes de salir hacia el taller, en la mañana de los sábados y sin pensarla demasiado, tomo un poco al azar cualquiera de los libros que alguna vez me distrajeron y u o me aleccionaron. Lo cargo hasta el taller y, para hacer tiempo, comento lo que puedo sobre el autor y sobre el contenido. Todo se basa en lo que me queda en la memoria, muchas veces apenas algún vestigio de lo leído, pero suficiente para desahogar quince minutos de comentarios que desean entusiasmar a los talleristas sobre las bondades del libro elegido.

Hasta ahora llevo cerca de cincuenta libros, y puedo decir que la adquisición y la lectura de la mayoría data de hace veinte o treinta años. Reconozco que gran parte de su contenido se me ha escurrido del depósito de la memoria, pero lo que queda es materia suficiente para hablar un poco y, sobre todo, para revivir el goce que alguna vez fue pleno y, pasados tantos años, se ha descarapelado pero sigue allí, vigente a su modo tenue y maravilloso. Entre los autores ya sobrevolados están muchos a los que nunca abandono: Borges, Reyes, Cervantes, Neruda, y otros tantos descubiertos más recientemente como Sorrentino, Cercas, Iparraguirre…

Lo que a la larga nos deja la buena lectura puede ser poco, pero nunca se va del todo.

sábado, mayo 06, 2023

La ciudad como mall


 






Tenía cerca de tres semanas sin pasar por una esquina más o menos habitual entre mis rutas y al pasar de nuevo por allí encontré con sorpresa que habían levantado una nueva plaza comercial. Le faltaban los acabados, pero ya estaba lista su estructura y buena parte del estacionamiento. Esto me llevó a pensar en lo rápido que ha cambiado y seguirá cambiando la fisonomía de la ciudad o al menos de varios de sus puntos, esos en los que de repente aparece un nuevo Oxxo o, como ya dije, una flamante plaza comercial.

Calculo que en los más recientes veinte años se arraigó entre nosotros el concepto de comercio en “plaza”. Creo que es calco, como tantas otras cosas, de una modalidad norteamericana: juntar en un solo espacio muchos negocios de diferente índole, y abrir para todos una zona común como estacionamiento. Este “concepto” ha sido muy exitoso, por lo que se ve, ya que no cesan de aparecer aquí y allá, lo que no deja de asombrar, pues según la opinión de muchos analistas exprés de la política y la economía actuales, todo se está yendo al carajo. No ha de ser tan así, pienso, si es imparable la expansión de espacios para la compra y la venta de bienes y servicios, evidencias de una realidad orientada hacia el consumo.

Un detalle me preocupa de esta irrupción frenética de comercios en la modalidad de plaza, y a ellos sumaría las llamadas “tiendas de conveniencia” como el Oxxo o el Seven Eleven. ¿En qué medida, para comenzar a construirlas, demuelen patrimonio arquitectónico? Puede ser que en la periferia, en las nuevas zonas residenciales, no haya mayor problema al respecto, pero esto no ocurre en el centro de la ciudad, sitio donde todavía es posible distinguir edificaciones con estilos que han marcado de algún modo el aspecto de la urbe, como el art déco o el neoclásico.

Es de esperarse que la autoridad vigile la conservación de edificaciones de esta índole, y más todavía que invierta en su remozamiento cuando esto sea posible. El caso, por ejemplo, del hotel Galicia es significativo, ya que su rescate y restauración permitiría conservar una edificación que desde hace décadas caracteriza a la zona de la plaza de armas y es parte casi imprescindible de la fisonomía torreonense.

Sé que en esto siempre hay debate, que el ímpetu de la economía suele pasar por encima de todo. Lo deseable es que no sea así, que las inclinaciones de la vida comercial para convertir a toda la ciudad en mall se vean alguna vez detenidas y, por qué no, contrariadas cuando lo que se busque tumbar sea muy valioso. Hay edificios que deben perdurar, mantenerse en pie y no llagar a ser, tarde o temprano, carne de Oxxo o plaza comercial.

miércoles, mayo 03, 2023

Velocímetro de la lectura








Durante el fin de semana largo vi a mi hija menor enfrascada en la lectura de El hombre en busca de sentido, el famoso libro de Viktor Frankl sobre los campos nazis de concentración. En una materia le habían impuesto esa encomienda y luego comentar el contenido en el aula, esto como parte de la calificación semestral. Mientras desahogaba el trámite, en una pausa alimenticia, me abordó: “Papá, me medí el tiempo y en una hora pude leer veinte páginas. ¿Tú puedes leer más rápido, verdad?”

Dudé unos segundos en responder, pero luego del breve titubeo recordé que ya había pensado algunas veces en la lectura rápida y en los cursos que enseñan a leer a la velocidad de la luz. No creo en eso. Creo de manera simple que la velocidad de la lectura depende principalmente de dos factores: 1. La densidad del texto, y 2. La capacidad del lector para procesarlo en un grado decoroso de comprensión. Me pongo como conejillo de Indias: si leo una novela de Dumas, que no es simple pero tampoco densa, puedo sentir que avanzo a una velocidad alta en comparación a la velocidad que imprimiría si leo a Foucault. Puede ocurrir que una página del filósofo me demande igual cantidad de tiempo que la del novelista, pero es evidente que la comprensión no se dará igual: la densidad del texto me obligará a trabajar más despacio, y aún así es probable que no logre procesar bien lo leído, de manera que deberé releer, es decir, invertir más tiempo.

La velocidad de la lectura no puede ser pues considerada en el aire, sin saber a qué texto nos referimos y qué tipo de lectores somos. Por ello, como moraleja de la anécdota filial, le hice a mi pequeña una gráfica elemental referida a un mismo hipotético libro: alguien invierte media hora leyéndolo y no comprende frente a alguien que invierte una hora y lo comprende. Quien leyó media hora y no comprendió no sólo no entendió, sino que perdió una valiosa media hora. En cambio, quien depositó una hora y comprendió, gastó una hora y ganó un conocimiento que puede durarle para siempre.

En suma, la velocidad importa poco o nada frente a la comprensión. Esto, y también disfrutar, es lo que debemos buscar en la lectura, no pasar las hojas más aprisa pero en blanco, sin saber qué ha ocurrido sobre el papel.


sábado, abril 29, 2023

Rompecabezas de la vida creativa

 











La vida literaria es un inagotable motivo literario. Tanto es así que hay obras enteras dedicadas a seguir los pasos de escritores, casi casi como si lo que hacen quienes moldean palabras fuera siempre digno de consideraciones especiales. En esto hay, claro, un pequeño truco: la vida de los escritores es lo que tienen más a la mano los escritores, de ahí el antojo casi inevitable de contarla. Un ejemplo, acaso el mejor de todos los que me vienen a la cabeza cuando pienso en una obra literaria con tema literario, es “Enoch Soames”, cuento tenido por algunos como el mejor de la historia.

Pero no sólo la ficción apela a personajes dedicados a escribir. Las memorias, los diarios o las autobiografías de los escritores, digo por caso, escudriñan inevitablemente, y de manera frontal, el asunto, y lo mismo hace el ensayo cuando desde el yo crítico expone las características, circunstancias, esplendores y miserias de la vida literaria. Un clásico de esta naturaleza puede ser Un arte espectral. Reflexiones sobre la escritura (Emecé, México, 2009, 321 pp.), de Norman Mailer. Tengo frente a mí, recién leído, una obra congénere: La lectura y la sospecha (Cal y arena, México, 164 pp.), de Armando González Torres (Ciudad de México, 1964), quien en este libro subtitulado Ensayos sobre creatividad y vida intelectual traza medio centenar de aproximaciones al viscoso mundillo en el que se mueven los aporreadores de teclas, aunque hay páginas que se extienden a los practicantes de otras disciplinas (en uno de los últimos textos del conjunto hace énfasis, por ejemplo, en la plástica, ámbito de la creación en el que cualquier mamarracho esotéricamente justificado con sociología o filosofía puede ser exhibido en un museo y u o ser vendido a precios irrisorios por inflados).

Las piezas que componen este libro habitan tres grandes secciones. González Torres las delimita en su presentación: “El libro comienza con algunas reflexiones, especulaciones y dramatizaciones sobre la actividad creativa, su génesis y los hábitos que la estimulan u obstaculizan. El segundo capítulo contiene una parodia de diversas deformaciones y anomalías del acto creativo, como la esterilidad, la elección vocacional equivocada o la propensión al robo o al plagio. El tercer capítulo contiene algunas reflexiones sobre el entorno de mercado y los incentivos institucionales que rodean el arte y que influyen en su creación y reflexión”.

También poeta, Armando González Torres trabaja aquí en el registro del ensayo más ensayístico, aquel que despliega sus planteos con una equilibrada mezcla de información, tono literario, templado desacuerdo, tenue humor, rechazo al dogmatismo y originalidad de enfoque, todo al modo de Montaigne, digamos. No sé si a esta enumeración le falte algún otro rasgo, pero con los citados creo describir bien el timbre general de las piezas, la médula y el tono que el lector encontrará en La lectura y la sospecha. Es, por ello, un libro al alimón inteligente y ameno, espeso de agudas observaciones sobre, ya lo insinué, el circo de muchas pistas que es la vida de cualquier creador, particularmente del que escribe.

Como es un libro poliédrico, no es posible agotar en una reseña la totalidad de los asuntos en él encarados. Para avivar el interés del lector, cito sólo tres. En el texto titulado “De chiripa”, reflexiona sobre la suerte en el quehacer artístico, a veces socorrido por algún chispazo fortuito, pero siempre más vinculado con la solidez de la formación: “El gran arte no puede ser sólo improvisación y se requiere de un plan mínimo, de una hoja de navegación, aunque también debe disponerse de la apertura para recibir, asimilar e incluso propiciar el accidente dentro de la arquitectura previamente trazada”.

En “Creación e intoxicación” sobrevuela el mito de la experimentación con activadores líquidos, herbales o pulverulentos para aterrizar (literalmente, luego del “viaje”) en obras valiosas: “¿En verdad resulta creativa la intoxicación? (…) Acaso un creador requiera la visión de los infiernos o paraísos que proporciona la intoxicación, pero también requiere un pulso firme para materializarla. Por eso, quizá muchas obras largamente soñadas se quedan en nuestro pulso tembloroso e imaginación somnolienta de intoxicados”.

Un último ejemplo. El apunte titulado “Guardianes de la queja” señala que “En la mitología intelectual del siglo XX llegó a atribuírsele a los intelectuales el papel de guardianes de la queja. Se suponía que el intelectual podía formular y conducir la queja de una manera más apropiada que el ciudadano común. Por supuesto, esto era un simple mito, pues muchos intelectuales adoptaron la queja histérica y el fanatismo”.

Dejo estas tres pizcas para tratar de evidenciar algunos de los muchos recovecos por los que discurre Armando González Torres en La lectura y la sospecha. Es, sobre todo, un libro para escritores/creadores, pero no resulta exagerado anotar que cualquier lector podrá hallar en estas páginas atinados rasgos de una fauna compleja y peculiar, contradictoria y tan sublime como —en buena parte de los casos— ridícula.

miércoles, abril 26, 2023

mesa de editores


 







El jueves 20 de abril pasado el IMCE de Torreón convocó a una mesa de editores laguneros a la que fuimos invitados Mariana Ramírez, Fernando de la Vara, Germán Cravioto y yo. La moderadora/organizadora fue Nadia Contreras, responsable del área de literatura en el ayuntamiento actual. Quienes asistimos no somos la totalidad de quienes trabajamos directa o lateralmente con lo editorial en La Laguna, pues hay colegas que, como Ruth Castro, se han relacionado aquí con la labor editorial, en este caso específico en la elaboración de libros y no de otro tipo de productos editoriales, como revistas o periódicos.

Por supuesto que una hora, lo que duró el “conversatorio”, es insuficiente para espigar todas las implicaciones que tiene una actividad tan delicada como la edición bibliográfica, pero algo logramos poner sobre la mesa (redonda) para saber en dónde estamos parados como cultores de este oficio. De entrada, creo que coincidimos en afirmar que en nuestra comunidad el trabajo editorial no tiene un perfil estrictamente empresarial, es decir, que no tenemos sellos que auspicien la publicación como apuesta comercial. Tenemos, eso sí, personas que pueden ayudar a los interesados en armar sus libros de acuerdo a los criterios exigidos para que este objeto cumpla con los requerimientos mínimos de calidad.

¿Y cuáles son esos requisitos? Primero, orientar al autor sobre lo que puede hacer de acuerdo a su propósito. Luego, si el autor desea seguir adelante, lograr que el documento se apegue lo más posible a la corrección gramatical, lo que en mucho depende del documento original creado en el mismo Word. Luego, diseñar las páginas con apego a las partes convencionales del libro, establecer su diseño en interiores y portada, y pensar en el tiraje pertinente. Al final, imprimirlo en el sistema que más convenga (por demanda u offset), lo que incluye la posibilidad hoy viable de distribuirlo sólo como producto digital.

Fue una mesa grata, y lo más importante es que permitió el diálogo sobre la confección actual de libros en La Laguna, un fenómeno que en este momento goza de su mayor auge en la historia de nuestra región.

sábado, abril 22, 2023

Libros asequibles












 

“Asequible” es un adjetivo muy útil. El diccionario académico le dedica una definición que no tiene pierde, por clara y sintética: “Que puede conseguirse o alcanzarse”. Nada más, con eso basta. La uso en el título de esta entrega porque creo que, contra lo que se piensa, el libro sigue siendo uno de los objetos más asequibles del mercado, tan fácil de conseguirse o alcanzarse que cualquiera puede hoy soñar con una biblioteca de crecimiento rápido. Aquí excluyo las copias y los PDF (se recomienda no pluralizar las siglas o iniciales, o sea, no decir PDFs u ONGs), ya que acusan otro tipo de distribución e incluso suponen otra actitud lectora.

Los libros-libros, por decirlo así, esos objetos ergonómicos, concretos, silenciosos e inmejorables como invento desde que alguien hace muchos siglos decidió cortar el papel en hojas y pegarlas de un lado para crear lo que hoy llamamos “lomo”, son también asequibles, y más allá de cualquier limitación económica, quien sea puede conseguirlos si además de un poco de dinero tiene algo de voluntad para buscarlos y después, si es posible, leerlos. Por supuesto que si el presupuesto es mínimo no podrán alcanzarse fácilmente los bombazos editoriales del momento o los libros de cierto lujo, digamos de 400 pesos o más, pero sí todos aquellos, que abundan, ubicados por debajo, y a veces muy por debajo, de la franja de los 100 pesos, incluidos los títulos de autores clásicos. Las librerías de viejo son un buen ejemplo de lo que señalo, ya que constituyen reductos en los que el bajo precio por lo regular no corresponde con la alta calidad de las obras exhibidas.

Por estas fechas cercanas al Día del Libro, además, no es infrecuente que las librerías se pongan de modo y descuenten notablemente sus existencias. En la capital del país hay incluso un proyecto anual con un nombre explícito: “Remate de libros”. Algo parecido, aunque en pequeño, de las dimensiones que admite el tamaño de nuestra región, organizó el Museo Arocena en 2022, y funcionó como imán de lectores. Este año ha reiterado la convocatoria cuyo nombre es “Libros con descuento”, y hoy sábado 22 reunirá a varias instancias públicas y privadas vinculadas al trabajo con el libro.

La idea, como indica el título de la actividad, es que los libros puestos a la vista del cliente potencial sean vendidos, todos, con un descuento más que significativo, tan grande como sea posible, de modo que el público entre, compre y salga de allí con volúmenes en la mano. Participarán la Ibero Torreón por medio de su Centro de Difusión Editorial, Educal-FCE, el Archivo Municipal de Torreón, la Librería El Astillero, El Instituto Municipal de Arte y Cultura de Torreón, La Tinta Cafebrería, la Universidad Autónoma de Nuevo León y la institución convocante y anfitriona, el Museo Arocena.

Ya el año pasado, como digo, participamos en la primera edición de esta propuesta bibliográfica y tuvo una afluencia importante que este sábado, esperemos, mejore.

Como participante a nombre de la Ibero Torreón y al mismo tiempo comprador de libros, puedo asegurar que en 2022 me llevé varios títulos a precios que en otro momento es difícil conseguir. Por eso digo: si uno busca, asiste a estas oportunidades y rastrea oportunidades, se derrumba el pretexto de que el libro es caro. Los esperamos pues hoy sábado de las 12 a las 6 pm en el lobby del Museo Arocena. Por allí nos saludamos y compartimos recomendaciones de libros, sin duda, asequibles.


miércoles, abril 19, 2023

Leer español viejo


 






Una de las literaturas que más pasa inadvertida para el lector actual es la escrita en español antiguo. Ciertamente, muchos escritores del pasado encararon la hechura de sus obras con retorcimientos propios de la época, pero en general, con un poco de esfuerzo, podemos acceder a tal retórica sin menoscabo del sentido. El esfuerzo, si se da, rinde además frutos distintos y apreciables, pues gracias a la escritura antigua nos hacemos de referencias sobre la cultura del pasado que de otra manera no conoceríamos de manera tan directa. La dificultad es cuádruple, cierto, pero salvable con un pizca de voluntad: la ortografía, el léxico, la sintaxis y la cosmovisión de quien escribe.

Narro una experiencia al respecto. En vacaciones mi hija más chica leyó Breves amores eternos, libro de cuentos de Pedro Mairal. Me informó que entendió todos los relatos, salvo uno titulado “Amazonia”. Vi que la dificultad de esa pieza radicaba en el hecho de que fue escrita en clave paródica, con el estilo de las crónicas de Indias, es decir, de los textos que escribieron navegantes, conquistadores y misioneros durante la colonización del llamado Nuevo Mundo. Le expliqué, releímos en voz alta y creo que notó la diferencia: un poco de empeño nos ayuda a entrar en ese “tono” y entenderlo mejor. Luego le leí, explicado, este pasaje del Diario de Colón relativo al primer día de los europeos en el continente que décadas después sería denominado América:

“Ellos no traen armas ni las cognosçen, porque les amostré espadas y las tomavan por el filo y se cortavan con ignorançia. No tienen algún fierro; sus azagayas son unas varas sin fierro y algunas d'ellas tienen al cabo un diente de peçe, y otras de otras cosas. Ellos todos a una mano son de buena estatura de grandeza y buenos gestos, bien hechos. Yo vide algunos que tenían señales de feridas en sus cuerpos, y les hize señas qué era aquello, y ellos me amostraron cómo allí venían gente de otras islas que estavan açerca y les querían tomar y se defendían”.  ¿No se entiende? La ortografía, la sintaxis y el contexto cultural son claros, y en todo caso sólo hay que aclarar tres posibles dudas concernientes al plano del léxico: azagaya=flecha, peçe=pez y “feridas=heridas”. Fuera de esto, todo es completamente asequible y revelador.

sábado, abril 15, 2023

Libros en el hospital










Para don Higinio Esparza, in memoriam

La expresión “muchos libros” suele ser ambigua para cualquier bibliómano. ¿Qué significa?, ¿cuántos son “muchos libros” para alguien que los atesora con delectación?  La verdad, no lo sé, pero es un hecho que “muchos libros” quiere decir, en estos casos, innumerables libros, tantos como puedan ser de interés para quien los acumula. Según he visto —y sentido en casa propia— cuando ya se han saturado todos los espacios disponibles siempre habrá algún truco para entripar con más volúmenes la biblioteca personal. No necesariamente se trata de sumar estantería, sino, por ejemplo, de organizar filas dobles o meter libros en cajas que terminarán apiladas y refundidas en la oscuridad de un clóset. El problema de esta manía es, entonces, espacial, pero se ramifica en otras direcciones: los libros acumulan polvo, pueden ser albergue de bichos extraños y generan un ambiente aéreo acaso peligroso para las vías respiratorias.

Esto último sentí en días recientes al reacomodar mi biblioteca. Como tengo cierta obsesión por los libros antiguos —me refiero a ediciones de los cuarenta, cincuenta o sesenta ya algo amarillentas—, tienen un olor muy peculiar y supongo insoportable, e incluso dañino, para ciertos olfatos. A mí me molesta un poco, pero no llega a ser terrible porque cada tanto procuro sacudir y ventilar. Junto con esto, hace poco comencé con un proyecto aledaño a la acumulación de papel viejo: encuadernar.

Durante mucho tiempo le saqué la vuelta a esta posibilidad, pues además de que la imaginaba onerosa, sentía que intervenir los libros viejos con nuevas tapas era de alguna manera mancillarlos, alterar su aspecto original, adulterar su buqué nato y, por todo, degradar la calidad del libro. Hace poco, sin embargo, decidí por fin animarme a la encuadernación gracias a que un amigo escritor también se dedica a eso, a rejuvenecer libros con el milagroso tónico de la encuadernación profesional.

El resultado ha sido espléndido, y aunque no llevo más de treinta libros restaurados, es ya, para mí, un hecho: el hospital de libros resulta sumamente necesario, pues gracias a esta manita de gato los volúmenes adquieren una revitalización que incluso incentiva el deseo de leer. Mi política, además, ha sido pedir a Arturo Robles, mi encuadernador, que no deje un solo libro igual, es decir, con un aspecto uniforme, pues nada detesto más que las “obscenas ediciones de lujo”, como llamó Borges a esos libros parejos que sirven más como ornamento que como depósito de arte y saber. Al contrario, pedí que cada título fuera encuadernado ad libitum, de acuerdo al gusto espontáneo del especialista, no en una serie idéntica. Así, cada uno podrá conservar “su personalidad” y de alguna manera perseverar, como observó Spinoza, en su ser.

Los problemas del olor y el polvo no tienen más remedio que el aseo y la ventilación, mucho más en un clima como el lagunero, seco hasta la deshidratación. Así que, también un poco ad libitum, cada tanto me he obligado a abrir las ventanas, tomar el sacudidor y abatir en los posible las partículas de talco terrestre que son uno de los rasgos más salientes de la atmósfera regional.

No sé cuánto me vaya a durar el entusiasmo de la encuadernación, pero es un hecho que mandar un libro al hospital es más bien como llevarlo a un spa: sale rozagante a vivir, como me dijo mi encuadernador, “otros cien años”. Que así sea, para no heredar basura, sino libros en excelentes condiciones de salud.

miércoles, abril 12, 2023

Su reacción cuando le dije











El celular tiene, nadie lo ignora, un cuaderno de notas. Como no uso diario, en esas páginas digitales he aprendido a tomar apuntes y he logrado urdir borradores de textos más o menos breves. A veces se acumulan tantos que se “traspapelan” (es un decir) y quedan olvidados entre los más de 200 garabatos allí guardados. El fin de semana hice una purga y encontré una serie de microtextos que no supe cuándo escribí ni para qué iban a servir. Pronto recordé que fueron ejercicios realizados en una sala de espera y basaban su efecto dizque cómico en un meme que me gustó: el de un mono con cara de sorprendido al que abajo se le cuelga un mensaje complementario.

El meme, lo sabemos, es hoy todo un género icónico-literario, quizá el más innovador de nuestro tiempo porque cualquiera puede hacerlo y difundirlo gratis. Toda la realidad es su temática, y sobra decir que en su simplona burla puede llevar implícita una crítica. Imaginemos pues al chango sorprendido y abajo de la imagen estos pies que nunca usé:

Su reacción cuando le dije que en mi adolescencia usé unos zapatos Exorcista.

Su relación cuando le dije que yo le voy a Putin en la guerra.

Su reacción cuando le dije que suspenderemos el Spotify familiar porque tengo una colección de casetes que todavía sirven.

Su reacción cuando le dije que no se pensionará con la ley de 1973.

Su reacción cuando le dije que André Marín es el mejor comentarista deportivo de México.

Su reacción cuando le dije que los bancos inventaron el nauseabundo verbo “aperturar”.

Su reacción cuando le dije que ya no le permitiría leer ni un libro más de César Lozano.

Su reacción cuando le dije que al llegar al cielo ni Dios lo reconocerá si sigue usando tantos filtros.

Su reacción cuando le dije que los likes no sirven para nada.

Su reacción cuando le dije que la toga y el birrete de las graduaciones son una copia chafa de la cultura gringa.

El meme, claro, no es lo mismo sin imagen, y de hecho casi tiene una relación 50/50 con la parte escrita. Su superabundancia ya no nos permite apreciar, leer correctamente, la sintética armazón que supone. Hay muchos muy buenos, y otro de sus rasgos, quizá el más común, es que podemos encontrarlos donde sea.


sábado, abril 08, 2023

Dos soledades del boom












Muerto uno, vivo todavía el otro, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa siguen vendiendo libros casi como en sus mejores tiempos. Tienen pues al menos seis décadas como caciques en la mesa de novedades, cada uno con sus títulos o, como sucede en Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina (Alfaguara, 2021, México, 151 pp.), a cuatro manos, con la firma de ambos en la desconcertante tapa. Y sí, es desconcertante porque desde mediados de los setenta ya no se les vio juntos, luego del legendario puñetazo que el peruano propinó al colombiano. Nunca se supo bien a bien el motivo de aquella desavenencia, misterio que, según sé, explora Los genios, novela del simpático Jaime Bayly recién expuesta al morbo literario.

Prologada por Luis Javier Vásquez, Dos soledades contiene un par de largas conversaciones entabladas entre García Márquez y Vargas Llosa. Se dieron en Lima, Perú, los días 5 y 7 de septiembre de 1967 en el auditorio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería. Un año después apareció la primera edición de los diálogos cuyo principal animador fue el ensayista José Miguel Oviedo, y desde entonces casi nada se sabía sobre las dos charlas limeñas. Alfaguara, al rehidratarlas, permite que escuchemos con los ojos una charla peculiar por su contexto inmediato: unos meses antes de que dialogaran en Perú, García Márquez había publicado Cien años de soledad con el éxito que ya sabemos, y Vargas Llosa había recibido el premio Rómulo Gallegos por La casa verde. Aunque ya tenían un intenso contacto epistolar, fue en Venezuela donde se conocieron y los acercó aún más la admiración mutua.

Dos soledades suma varios textos apendiculares de otros escritores y periodistas. Hacen notar lo que el lector hallará por su propio pie: que los dos diálogos se desarrollaron más bien en formato de entrevista: frente al público que abarrotó el auditorio, Vargas Llosa hizo las preguntas y García Márquez respondió. Esto, me parece, es entendible en función de dos circunstancias: la primera, que el peruano era de algún modo el anfitrión, y, la segunda, que García Márquez ciertamente ya era conocido por la volcánica fama de su cuarta novela, pero poco se sabía realmente sobre él, sobre su vida y su personalidad, de ahí que su amigo escarbara con preguntas que le dieron al encuentro una tesitura de exploración biográfica.

Luis Javier Vásquez advierte en las páginas preliminares un dato muy relevante: que allí todavía no se habla de “realismo mágico” y que apenas, muy tímidamente, asoma su oreja la palabra “boom”. Esto da una idea del momento en el que dialogan los dos escritores, el momento bisagra (1967) marcado por la aparición de Cien años de soledad y el tsunami de popularidad que conllevó para la narrativa latinoamericana.

Las conversaciones reflejan varias de las inquietudes que comenzaban a ventilarse entre los lectores y los escritores de la época. La técnica, los temas, la recepción, el ingrediente sociopolítico, el (por llamarlo de algún modo) latinoamericanismo, el lenguaje, los colegas, la vida organizada o no en torno de la literatura, los viajes, la biografía, las influencias, la imaginación y el realismo, entre otros tópicos.

Se habla mucho, a veces con excesiva necedad, en contra de GGM y MVL, pero lo que hicieron está lejos de haber sido superado. Por todo, es pertinente la reedición de Dos soledades, pues gracias a ella somos testigos retroactivos de una coyuntura que sigue siendo, hasta la fecha, central para las letras de nuestro continente. 

miércoles, abril 05, 2023

Lectura, escritura y trabajo








No hay escritor, no puede haber escritor digno de ser tenido en cuenta que se dedique a escribir sin haber leído. La culpa, por ello, de que existan escritores está atornillada a la lectura.  No es, sin embargo, un fenómeno automático, es decir, que los lectores se conviertan indefectiblemente en escritores. El número de quienes luego de leer se sienten impelidos a escribir es por fortuna bajo. Lo cierto es que hay una relación visceral entre lectura y escritura, una relación tan estrecha, tan inmediata como la hay entre el buzo y el agua.

Otras actividades demandan también el socorro de la lectura. La docencia es, en teoría, una de las que más, aunque lamentablemente no haya en la realidad una vinculación entre magisterio y libro, de ahí que se dé el caso de profesores sin vocación de lectores, que es como decir futbolistas que no tocan el balón. A lo que deseo llegar es a algo muy simple, a esta pregunta que parece innecesaria pero al parecer no lo es: ¿leer es un trabajo? Vista desde fuera, parece que no, que se trata de una actividad hedónica, un pasatiempo, una manera entre tantas de distraerse.

Aunque siempre puede ser un mero entretenimiento, hay profesionales que abrazan la lectura como parte sustancial de su trabajo, acaso la más importante. Para el escritor, señalé al principio, lo es de manera fundamental, y se podría afirmar que la lectura constituye el hueso, el esqueleto de su creatividad. Sin tal soporte, lo que se escribe casi siempre delata ingenuidad, una especie de lejanía candorosa de todo canon, verdor técnico.

Cierto que una persona puede leer un libro y luego escribir un texto maravilloso. Por desgracia, esto ocurre, si ocurre, una vez entre un millón de aspirantes, y se deberá a un genio especial, por no decir insólito. Por eso a los jóvenes que publican su primer libro (de poesía, por ejemplo) les pregunto qué han leído al respecto, y no falta que la respuesta se parezca a sus poemas: delatora de un candor y una fragilidad que se deshacen a la menor exigencia crítica.

Leer, por todo, es el piso de la escritura. Amonedar obras atendibles no se puede alcanzar sin la lectura, a menos de que suceda un verdadero milagro, una especie de revelación mágica de aquellas que, ya sabemos, no se dan en maceta.

 

sábado, abril 01, 2023

Imagen + palabra = emblema












Para saber de qué trata Fiesta, duelo y ascetismo. Cultura simbólica en la Nueva España y el México Independiente (BUAP, 2022, Puebla, 143 pp.), libro de Édgar Valencia (Ciudad Victoria, 1975) podemos empezar por destacar dos manifestaciones de la cultura asequibles en la actualidad: el exvoto y el meme. Aunque el propósito de sus contenidos sea muy distinto, los une un rasgo evidente: la conciliación de la imagen con la palabra, el feliz matrimonio entre el dibujo y la expresión escrita. La eficacia de este ayuntamiento parece obvia: una imagen acompañada de una glosa textual permite una mayor inteligencia del mensaje, cuaja de golpe la decodificación del espectador. De esta hermanación entre dos sistemas comunicativos habla el libro de Valencia, sólo que ubicados en un producto de la creatividad humana cuyo éxito atravesó dos siglos en Europa y algo más de tiempo en su extensión americana: el emblema y sus variantes, lo que el autor sintetiza en la frase “cultura simbólica”.

Doctor en Letras por la UNAM, editor y académico, Édgar Valencia tiene ya largo rato dedicado al conocimiento muy especializado, terreno de eruditos, de la emblemática. El valor de su exploración nos sirve hoy para tener presente que la cultura de la imagen, que suponemos sólo actual debido a la omnipresencia de los medios que la usan, nos viene de muy lejos. En efecto, el poder de los símbolos acuñados como dibujos sedujeron al hombre al grado de convertir su hechura y glosa en una disciplina que dio como resultado la confección de una ardua bibliografía que hoy es insumo de especialistas. Gracias a Fiesta, duelo y ascetismo los no iniciados ingresamos pues a una temática que no por lejana deja de tener influencia en el presente, la de la imagen como poderoso vehículo de difusión.

Antes de llegar a la presencia y los usos de la cultura simbólica en la Nueva España, Valencia nos aproxima un contexto sobre el origen y el auge de la emblemática en el Viejo Mundo. Para quienes hemos estado ajenos a este saber especializado, es sorprendente el grado de difusión que tuvo la emblemática a partir del siglo XVI. Humanistas, científicos o simples aficionados alimentaron libros en los que se condensa un saber a partir del orden tripartita inscriptio, pictura y subscriptio, es decir, lema, dibujo o figura alusiva al tema y, al final, epigrama o declaración, lo que, acumulado, crea un dispositivo icónico-lingüístico.  

Desfilan por las eruditas páginas de Fiesta, duelo y ascetismo —que en algo me recuerdan, dicho sea de paso, las de La memoria vegetal, libro relativamente congénere de Umberto Eco— personajes mediana o nada conocidos por el lector de a pie, como Francesco Colonna, Piero Valeriano, Diego de Saavedra Fajardo, Francisco Sánchez de las Brozas, Benito Arias Montano y, claro, el más emblemático de los emblemistas: Andrea Alciato.

Por supuesto, la referencia a tales personajes no tiene sólo como fin censar a quienes se dedicaron al oficio, sino explicar los variados propósitos que tuvo la acuñación de imágenes o símbolos en la vida de occidente. Además de ilustrar el ingenio verbal, de decorar la inteligencia articulada en palabras, la imagen tenía un fin mnemotécnico por su capacidad para condensar una idea compleja de modo simultáneo, no sucesivo como acontece en la ilación verbal. Así, el emblema y sus muchas variantes sirvió a la teología, a la historia, a la filosofía, al teatro, a la política, y en el caso americano y específicamente novohispano, como subraya el libro de Valencia, se extendió más allá del tiempo atribuido a su boom europeo y todavía en la iconografía de la Independencia se sienten ecos de la emblemática al uso, por ejemplo, en representaciones patrióticas, y no se diga poco antes, en la etapa virreinal, con una copiosa iconografía efímera tanto festiva como luctuosa de la cual sólo se conservan écfrasis o descripciones de letrados como Sigüenza y Góngora o Sor Juana.

En suma, el ensayo Fiesta, duelo y ascetismo subraya que una práctica nacida e impulsada en el Barroco, la emblemática, no fue cercenada de tajo por la Ilustración, y su empleo permeó la imaginación de quienes al lado de la palabra disponían, puede decirse que hasta hoy, de símbolos o imágenes confeccionados para resumir ideas. Valencia, en el arranque de su libro, menciona al meme casi como tataranieto deslactosado del emblema. En efecto, en la conjunción icónico-retórica del emblema están presentes los sistemas comunicativos de un género que de alguna manera amplió su procedimiento hasta nuestros días, esta actualidad en la que imagen y palabra parecen indisolubles como herramientas de la comunicación.

Nota. Texto leído en la presentación de Fiesta, duelo y ascetismo. Cultura simbólica en la Nueva España y el México Independiente celebrada en el Museo Arocena de Torreón el 25 de marzo de 2023. Participamos Fernando Fabio Sánchez, el autor y yo.


miércoles, marzo 29, 2023

Maravilla de los acentos








Cádiz, la ciudad conquistada por Jorge Mágico González, es en estos días la sede del IX Congreso de la Lengua Española. Se iba a celebrar en Arequipa, Perú, pero la turbulencia política llevó a cambiar de planes. Esto lo supe al leer el artículo “Y usted, ¿qué español habla?”, publicado en El País por Pablo Ximénez Sandoval. Como tantos asuntos relacionados con nuestra lengua, siempre me ha llamado la atención no sólo lo atañedero a los léxicos locales, sino también, claro, a los acentos, una de las principales maravillas de las que podemos gozar quienes hablamos/escuchamos español.

Dice Ximénez Sandoval: “La inmensa mayoría de los cientos de millones de hablantes de español que hay en el mundo no pronuncian el sonido castellano de la zeta. Es decir, ese zumbido fricativo que uso yo, que soy de Madrid, al decir Zócalo o San Francisco. Cuando he estado en esos lugares es cuando me he dado cuenta de que hablo muy raro. Ni les cuento la cara que pone todo el mundo en Los Ángeles cuando oyen el nombre de la ciudad pronunciando el sonido jota bien fuerte. En México están más acostumbrados, pero no deja de ser una verdadera rareza. Si tienen la oportunidad en la vida de viajar por América, no la dejen pasar. Es una experiencia aleccionadora y un verdadero baño de humildad para un castellano. ¿Quién es el que habla español raro? ¿Toda esta gente? ¿O yo? A mí me quedó clarísimo en mis años allí quién era la minoría”.

En realidad no importa quién constituye la mayoría y quién la minoría en términos de acento, pues ninguno vale más o menos en comparación con los demás. ¿O acaso podemos pensar que el puertorriqueño es mejor que el chileno? ¿O que el uruguayo es mejor que el andaluz? ¿O que el sinaloense es mejor que el yucateco? Más entrañable y peculiarizante quizá que los modismos, el acento es uno de los más sabrosos dividendos de la dispersión del español, y es indudable que todos tenemos uno.

También, que todos podemos gozar del habla lejana. Yo tengo mis favoritos nacionales e internacionales, que no mencionaré, pero entiendo que es un asunto de mero y muy subjetivo gusto. Todos los acentos, insisto, valen igual: son la cara sonora de nuestra espléndida herramienta, el español.