miércoles, abril 29, 2020

Un cráneo en crisis




















Sin la debida competencia, desde el amateurismo total en conocimiento anatómico, alguna vez, como cualquiera, he pensado en mi cerebro. Sé que está allí, cobijado por mi cráneo, bullendo a su modo, e imagino que no tiene rasgos distintos a los cerebros de mis congéneres. Pese a ser un cerebro común, me asombra tenerlo, saber que es único y puedo pensar en él, y que a diferencia de todos los demás engranes de mi cuerpo él es el único que tiene tal capacidad, la de autopensarse. Un brazo no pude pensar que es un brazo, ni el corazón, ni el meñique del pie izquierdo, ni una arteria. Todas las piezas que me articulan como rompecabezas son importantes, pero el cerebro tiene un valor especial porque es allí donde realmente habita, así sea de manera vacilante, insegura, mi alma, mi conciencia de Ser (con mayúscula).
Nada más terrible, por ello, que un cerebro obligado a pensar en sí mismo frente al ascendente acoso de un tumor cerebral. En su libro Viaje alrededor de mi cráneo (Tusquets, 2019, 238 pp.), el escritor húngaro Figyes Karinthy (1887-1932) narró esta debacle en “tiempo real”, desde el primer aviso hasta que, salvadas mil circunstancias, pudo salir de un quirófano sueco para reiniciar su vida en Budapest. Magistral de lado a lado, es un relato que podemos ceñir al género de testimonio, aunque con una peculiaridad: que era escrito para los lectores mientras el deterioro y la atención médica iban ocurriendo. Karinthy, al sentir los signos inaugurales del mal bajo la bóveda craneana, usa su columna periodística para describir con detalle cada malestar y cada indicación de los especialistas. Para entonces ya era un escritor célebre en su patria, de modo que los avatares de su cerebro materialmente en jaque son leídos por el público con avidez.
Luego de indagar en Hungría y Austria, Karinthy debe viajar con su esposa a Estocolmo, Suecia, lugar donde se encontraba el más famoso médico en materia de cerebros, el doctor Olivecrona. El paciente fue operado en una sesión que no le pidió nada a las torturas de la inquisición, pero al final salió, si no como nuevo, sí despojado del mal que lo agobiaba, aunque dos años después murió de apoplejía.
Al leer esta joya de libro en medio de la contingencia sanitaria de la que, se dice, no saldremos siendo los mismos, varias afirmaciones de Karinthy me insinuaron una especie de camino para lo que viene luego del Covid-19: “Así fue como pude entender que lo que toca a continuación no es aspirar al máximo sino saber esperar el mínimo con que reemprender la vida”.

sábado, abril 25, 2020

Vistazos a la pandemia














Si bien la pandemia se debe a un mismo virus, la forma de encararla evidencia muchas variantes que en poco tiempo revelarán su tino o su impertinencia. En el mar informativo es difícil saber, incluso con estadística a la mano, también manipulable, qué países ofrecerán peores cuentas a su población cuando el desastre haya pasado. Y digo desastre porque de manera unánime se viene hablando en todas partes de saldos negativos ya visibles en cualquier renglón: salud, economía, empleo, educación, energéticos...
Dado el ritmo que ha mostrado la expansión del virus, América ha tenido un poco más de tiempo que Europa y Asia para tomar recaudos. Pese a las semanas de ventaja, sin embargo, algunos países muestran mayores conflictos a la hora de atajar y atender los contagios, como han sido los casos de Estados Unidos, Brasil y Ecuador. Otros, acaso más radicales en el imperativo de resguardar a la población con medidas cercanas a la queda, hasta el momento dejan ver que en las dos o tres semanas venideras podrían aplanar la famosa curva y tomar una bocanada de aliento si no escalan un pico muy alto de contagios.
Es obvio que en ningún país basta la sola disposición de pedir recogimiento a la ciudadanía. Los gobiernos, y el mexicano no es la excepción, se han visto desafiados no nada más para lograr que la mayor parte de la gente se quede en casa, sino también para articular sobre la marcha un montón de ítems, todos de atención inmediata. Por ejemplo, determinar qué espacios de trabajo no son esenciales, lidiar con apoyos exprés para las Pymes, disponer de nuevo equipamiento y más personal médico, vislumbrar otras modalidades impositivas, renegociar deudas al calor de urgencia sanitaria, reconfigurar calendarios escolares y hasta sopesar el uso de acciones represivas. Nada de esto es sencillo para el gobierno que queramos elegir, sea del signo político que sea.
Por su población y ubicación geográfica vecina a Estados Unidos, México daba la impresión (todavía la da) de que saldría muy golpeado de esta crisis. Los números permiten apreciar que hasta el momento la situación no ha rebasado a las autoridades ni colapsado el sistema de salud. Hay, como es lógico, una corriente de opinión muy adversa al gobierno que anticipa un crack inevitable. Adivinar si funcionarán o no las medidas de prevención y atención es materia muy especializada, así que no es nada sencillo ofrecer pronósticos. Lo que resulta mejor, creo, es pensar más en la salud y no tanto en la política, no depositar tantas esperanzas en la caída del actual régimen debido a su fracaso frente a la pandemia. Es prudente pensar en la posibilidad de que, en lo que cabe, salga bien librado y entonces sí el gobierno quede en mejor posición de cara a la etapa de reconstrucción. Quizá quienes le echan porras a la pandemia no hayan pensado también en tal posibilidad. Ya veremos.
Obtuve las opiniones que vienen a continuación mediante las redes. Son, digamos, el corte previo a la etapa más dura de la pandemia, que en teoría ya viene. Se refieren a ocho países, todos de nuestra lengua; salvo España, los demás son de América Latina. También quise conseguir pareceres sobre Brasil, Cuba, Perú y Venezuela, pero no tuve respuesta. Pese a esto, lo que viene insinúa el mosaico de acciones que cada gobierno ha emprendido para atajar al enemigo sorpresa. Agradezco a mis amigos Giselle Aronson, Sajid Herrera Mena, Margarita Morales Esparza, Diego Muñoz Valenzuela, Rafael Alejandro Nieto, Martín Palacio Gamboa, Karen de la Vega y Santiago Vizcaíno por la amable respuesta que dieron a esta idea base: “Cuál es tu percepción sobre el tratamiento que el gobierno de tu país ha dado a la contingencia sanitaria. Además, y aunque es imposible lograr que la opinión individual remplace a la colectiva, te pido que, si puedes, me comentes cuál, o aproximadamente cuál, es la recepción de la ciudadanía a las medidas oficiales tomadas en tu país ante la circunstancia que hoy vivimos”. Salvo España, en todos los demás países representados acá abajo estamos a punto de enfrentar, como ya observé, los días decisivos. Suerte y que los daños sean mínimos, o al menos no tan grandes, para todos.
Nota final: el orden de las respuestas es alfabético; tomo el primer apellido del corresponsal como base.

Giselle Aronson, escritora (Argentina)














Apenas instalada la urgencia, y antes del recrudecimiento de casos y víctimas, el novísimo gobierno de mi país actuó con rapidez, tomando decisiones que considero adecuadas en nuestro contexto, medidas que abarcaron aspectos sociales, económicos, sanitarios, culturales. Tal como lo expresó el presidente Alberto Fernández, se priorizó la vida de los argentinos a la economía. El costo será altísimo, sobre todo si consideramos que Fernández asumió (hace tres meses) tras cuatro años de un gobierno que dejó “tierra arrasada”. Por lo pronto, el famoso “pico de casos” no se registró aún, la curva de infectados muestra tendencia a aplanarse y el sistema de salud está respondiendo de manera efectiva. Lamentablemente, todavía no podemos concluir sobre la eficacia de estas medidas, la coyuntura se evalúa a diario y hay mucha incertidumbre, incluso a nivel mundial, sobre cómo será el escenario futuro. Creo que, en general, la población acepta y acuerda con estas medidas, a pesar de los disconformes de siempre que se manifiestan en contra por el sólo hecho de oponerse sin criterio. Por suerte, es una minoría insignificante.

Sajid Herrera Mena, historiador y editor (El Salvador)















La pandemia del Covid-19 en El Salvador ha generado experiencias inéditas para muchos, sobre todo para los más jóvenes, como es el encierro doméstico de carácter nacional y obligatorio, que a más de algún universitario que haya leído a Foucault le recordará los modelos de gobierno que las ciudades apestadas proporcionaron al mundo occidental. Para otros, quizá les haga recordar lo que se experimentó en la década de 1970 y durante la guerra civil (1980-1992) con los "estados de sitio" y los "toques de queda" impuestos por los regímenes de turno, así como los racionamientos de alimentos en el mercado nacional y las escenas de pánico e histeria colectiva. Como quiera que sea, creo que se ha transitado mediática y repentinamente de una patologización psicosocial, por la que el Estado buscaba enfrentarse a los grupos disfuncionales de la sociedad (las pandillas y el crimen organizado), a una patologización biológica por la que ahora el Estado lidera la batalla contra un enemigo también social, catalogado como "invisible", pero ubicado en el cuerpo humano. A diez meses de haber iniciado su mandato, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ha buscado detener el avance de esta pandemia no sin críticas por la falta de transparencia en la información ofrecida por él y sus ministros, por las violaciones a los derechos humanos cometidos por los aparatos de seguridad del Estado y por la desobediencia a las resoluciones que ha dado la Corte Suprema de Justicia, específicamente la Sala de lo Constitucional. A pesar de ello, algunas casas de opinión pública internacionales han revelado los altos índices de popularidad que goza el gobernante, sobre todo por el manejo de la pandemia, sin advertir críticamente cómo este país se ha construido socialmente durante muchas décadas bajo el imperio de la fuerza y la violencia que los regímenes militares favorecieron y la oligarquía financió. Ciertamente, el presidente, con su ejercicio de poder de corte autoritario y populista, quiere capitalizar este modo de construcción social para su beneficio (y el de su partido). Y un beneficio importante es justamente el electoral. Lo interesante del caso es que estamos presenciando el paso de un modelo de "control territorial" de los espacios físicos, en donde las pandillas y el crimen organizado operan, por el que el Estado pretende tener un control policial y militar, a un modelo de "control territorial" de espacios físicos en donde es la enfermedad la que vulnera biológicamente a sus habitantes. En este caso, sin dejar de contar con la policía y el ejército, son los médicos los protagonistas. En este segundo caso, se busca también el control no solo de la enfermedad, sino también de los sanos y de los enfermos. Entonces, la cuarentena y los cercos sanitarios se están convirtiendo para la experiencia salvadoreña en nuevos modelos de disciplinamiento social, en espacios en donde la ciencia médica se logrará articular con la ciencia de la seguridad ciudadana. Debemos estar atentos a los nuevos tipos de saber y de poder que ello generará y cuáles serán sus consecuencias más inmediatas y futuras. 

Margarita Morales Esparza, periodista (España)


















En España todavía se vive demasiada incertidumbre con el Covid-19. Pese a que las cifras de muertes y contagios empiezan a bajar levemente, el gobierno pide “prudencia” con los datos ofrecidos. ¡Por algo será! Todo sigue siendo confuso y quizá no tan caótico como al principio, pero sí preocupante cuando el mismo presidente, Pedro Sánchez, ha advertido este sábado que “podrá haber sucesivos estados de alarma”. La población ya empieza a estar como una “bomba de tiempo”, desesperada y urgida por salir a trabajar de nuevo para ganar dinero, pero sobre todo para ver con qué se va a encontrar fuera de casa. Lo cierto es que la desescalada tiene al gobierno quebrándose la cabeza para ver cómo desenreda la madeja. El coronavirus vino a poner en vilo la economía del país y, por lo pronto, el verano se da por perdido, pues no hay que olvidar que España vive del turismo. El breve “alivio” inmediato que dará el gobierno, será en unos días, en que los niños podrían salir del encierro, de manera controlada y acompañados de sus padres, a pasear. Hay quienes se oponen a esta medida, porque si se abren parques y áreas de juegos, existe el riesgo de que el virus empiece a propagarse de nuevo. Habrá que esperar para ver…

Diego Muñoz Valenzuela, escritor (Chile)















El sello global que el gobierno de Piñera ha dado al tratamiento de la emergencia sanitaria es un sesgo hacia el favorecimiento de los intereses económicos de las grandes empresas, no hacia el cuidado de las personas, los trabajadores, los empresarios pequeños y los independientes. Se advierte un manejo de la información destinado a generar una sensación de control de la situación, mediante un manejo poco transparente, y de otra parte la generación de miedo y parálisis, destinada a tender una cortina de humo sobre las reivindicaciones surgidas a partir del 18 de octubre de 2019, en el estallido social. Justamente mañana [lunes 20 de abril] Piñera y su gobierno han llamado a los trabajadores del sector público a volver a sus puestos de trabajo, en una actitud irresponsable, ya que lo que se pretende es generar una acción ejemplar para recuperar la economía, despreciando la salud de las personas. Hay llamados a la desobediencia civil para no volver al trabajo mañana lunes, que será un día de decisiones y acciones complejas.

Rafael Alejandro Nieto, editor (Colombia)




















En mi concepto, el Estado colombiano ha tenido una respuesta adecuada a la emergencia sanitaria. Si bien el gobierno nacional perdió aproximadamente cinco días clave para dar inicio a la cuarentena, el liderazgo de varios mandatarias y mandatarias regionales en regiones (gobernaciones y alcaldías) impulsó al Estado no sólo a implementarlas, sino a extenderlas por dos semanas adicionales para darle tiempo a nuestro sistema de salud (público y privado) de fortalecerse antes de los picos de ingreso de pacientes infectados; todo a pesar de las presiones de muchos sectores para "reabrir la economía". Adicionalmente, muchos entes de gobierno territorial han realizado campañas de recaudo de dinero entre empresas y personas, con lo que han conseguido cuantías considerables que se sumarán a los esfuerzos estatales. En contraste, el Congreso de la República no ha dado muestras de estar a la altura de las circunstancias demorándose en cumplir con su deber constitucional en legislar al no ponerse de acuerdo en la modalidad de gestionar sus tareas. 
En los últimos días, especialmente en Bogotá, la situación de orden público se ha deteriorado con brotes de violencia por la lentitud en la distribución de ayudas entre poblaciones de escasos recursos y vulnerable. Esto porque la emergencia desnudó la falta de cobertura de la red de bienestar y la muy limitada información que tiene el Estado de sus habitantes de bajos recursos o en situación de miseria. Esto se refleja en declaraciones del presidente en alocuciones públicas, donde afirma que personas empleadas en microempresas reciben en promedio US$500 mensuales, cuando el salario mínimo mensual a duras penas asciende a los US$200 y más de la mitad de la población se encuentra en la informalidad.

Martín Palacio Gamboa, músico y escritor (Uruguay)


Hablar de lo que ha sido el tratamiento del coronavirus en Uruguay es hablar de una política de Estado que buscó estar en consonancia con algunas declaraciones oficiales de otros países signados ideológicamente por la derecha. O sea, la idea es liberar la cuarentena de un modo gradual, empezando por los sectores menos favorecidos y más expuestos (trabajadores rurales, obreros). Se trata de aplicar la medida que Boris Johnson hizo en Reino Unido, que la población se vaya infectando y a partir de ahí ver cómo se inmuniza, ya que lo importante es que el mercado y el sistema financiero continúen en marcha. Eso no evitó una suerte de contrapunto —no carente de rispideces— entre el gobierno y unos cuantos sectores de la sociedad civil. Un ejemplo se dio el miércoles 22. El presidente Luis Alberto Lacalle Pou había decretado el comienzo de clases para ese día en las escuelas rurales. Por más que las maestras explicaran las condiciones de acceso, por más que varias agrupaciones de médicos recomendaran no tomar esa medida, el hecho era hacer una demostración de poder instando a que el orden social volviera a una supuesta normalidad. Los medios oficialistas y las autoridades se apersonaron a primera hora para recibir a los alumnos en varias de esas escuelas del interior profundo: no fue nadie. Por una de esas raras circunstancias de la historia nacional, tuvimos en las portadas de nuestros diarios masivos una hermosa noticia: un acto sereno de desobediencia civil, en el mejor sentido de la palabra.
El hecho es que en nuestro país ha quedado claro que los sectores que se harán cargo de solventar el costo de esta pandemia y recesión serán, como siempre, los menos privilegiados: los trabajadores, los privados que cobrarán un subsidio de desempleo escaso y solventado enteramente por el Estado y los públicos que ven cómo sus salarios son ilegalmente rebajados sin negociación previa. Eso nos lleva a preguntar cuál es el aporte que hace el sector de la empresa privada al Fondo del Coronavirus. ¿El sector bancario y el financiero, las grandes latifundistas, o los agroexportadores de soja, arroz o ganado, tan beneficiados? Hoy en día, ¿cuánto donarán de sus ganancias? Los ejecutivos de compañías de seguros, Afaps, directores y gerentes de empresas privadas que hacen negocios con políticas públicas, mutualistas y seguros privados de salud, bancos, y que ganan sueldos por mes de 2 a 6 millones, ¿van a tirar del carro del Fondo CoronaVirus? En definitiva, los grandes ricos, los rentistas, las quinientas familias, no se verán afectadas para nada. Quizás se infecten, pero tendrán recursos para sobrevivir y seguir ostentando. En cambio, el pueblo en su conjunto será usado por un gobierno que vino con un propósito que ya empezó a llevar adelante: achicar el Estado Benefactor, contraponer al empleado público (los que hacen que el sistema funcione, desde el policía al barrendero, pasando por el docente o el que te arregla la luz cuando se corta) al empleado privado, que está subempleado y acepta ganar lo que sea que le paguen. El gobierno lanza una falsa oposición con el objetivo declarado de luchar contra el virus y con el objetivo encubierto de desregular el empleo y el salario al más puro estilo liberal.
Mientras tanto, se escucha por radio que tanto Isaac Alfie (Director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto) como Azucena Arbeleche (ministra de Economía) recomiendan, para épocas de pandemia, flexibilización laboral, baja de salarios y aumento impositivo. No como en épocas normales, que recomiendan flexibilización laboral, baja de salarios y aumento impositivo.

Karen de la Vega, editora (Guatemala)
















Guatemala actualmente cuenta con toque de queda de 18:00 horas a 4:00 de la mañana. El uso de mascarilla es obligatorio. No hay centros comerciales funcionando y hay cierto distanciamiento social, pudiendo laborar sin límite aquellas empresas que así lo consideren con sus empleados. Creo que nuestro gobierno ha querido hacer presión para lograr la contención de personas en cuarentena lo más posible, haciendo cercos sanitarios en algunos municipios del país; sin embargo, existe una presión mayor de parte del sector empresarial que no quiere detener la producción. Ha optado por despidos masivos. En general la población apoya y aplaude las decisiones que ha tomado el gobierno, pero no hay normativas que garanticen un toque de queda 24/7 y que respalden a la población en cuanto a sus responsabilidades económicas.

Santiago Vizcaíno, escritor y editor (Ecuador)














La situación en Ecuador ha puesto en evidencia el desastroso estado de la salud pública y la descomposición del sistema burocrático gubernamental. Ya con una crisis a medias paliada por el Estado antes de la emergencia, la pandemia ha rebasado las posibilidades económicas del presupuesto y se empiezan a tomar medidas no para sostener a la población trabajadora, sino para sostener el pago de deuda externa, proteger a los grandes empresarios flexibilización laboral y al sistema bancario. Sin ninguna capacidad de liderazgo, el presidente Moreno deja que las decisiones fundamentales las tomen sus ministros, aliados del FMI y los grandes prestamistas. Sentado sobre su trono y su discurso de discapacidad, gobierna desde su cuenta de Twitter y le preocupa más enterrar a los muertos que contener el contagio desmedido del virus en la población. Su popularidad ha caído en picada y la imagen que presenta el gobierno con excesiva reiteración es la de un vicepresidente fotografiado hasta el hartazgo en hospitales y territorio, como si se tratara de una campaña política. La responsabilidad en los grandes polos de contagio, Guayas y Pichincha, parece haber recaído en los alcaldes, con resultados evidentemente distintos.

miércoles, abril 22, 2020

Ayuno deportivo














Nunca sucedió que las semanas pasaran y pasaran sin deportes profesionales en las páginas de los periódicos ni en los medios electrónicos. Por supuesto que el adverbio inicial no se refiere a la historia de la humanidad, sino al periodo, más o menos de inicios del siglo XX para acá, en el que los deportes fueron organizados para convertirse en aderezo de la vida cotidiana con el que los ciudadanos de a pie condimentamos el aburrimiento propiciado por la rutina, la vida de ordinario gris que a casi todos nos circunda. Un equipo de futbol, de beisbol, de básquet, o un boxeador, un tenista, un torero (sigo metiendo en los deportes, con perdón de los taurófilos, a la llamada —por ellos— “fiesta”) y hasta un luchador han sido desde hace varias décadas el clavo del cual se agarra el hombre común para palpar simbólicamente un poco de heroicidad, la heroicidad que por lo general se le atribuye a los atletas.
Pero de golpe, por el virus, nos quedamos  sin nada, chiflando en la loma, como dicen los abuelos. Ni un partido, ni una función, nada hay desde hace varias semanas en el firmamento deportivo mundial. La estadística de todos los deportes quedó paralizada a principios de marzo y desde entonces la humanidad, adicta a la droga de los deportes mediatizados, permanece atada a las proezas del pasado ya que no pueden darse nuevas. Hasta la liga ranchera, ésa que los domingos permitía emular peripecias en modo caguamero, fue brutamente obliterada por la pandemia.
Al aburrimiento global generado por la inactividad del deporte rentado le viene en tándem, como a todas las áreas del quehacer humano, un dislocamiento económico. Según una agencia, “Debido a la interrupción repentina y continua de los deportes en vivo, la industria deportiva mundial generará solo 73 mil 700 millones de dólares de ingresos en 2020, lo que significa la pérdida de 61 mil 600 millones de los 129 mil que estaban programados”. Esto, claro, no incluye toda la cadena de recursos generados por el deporte profesional: la pandemia limó no sólo el ingreso proyectado de ESPN, sino también las ganancias nada suntuarias de don Samuelito, el semillero al que le compro cuando me apersono en el fut.
La crisis del coronavirus le ha pegado a todo y aún no dimensionamos, porque es imposible saberlo, hasta dónde se extenderán sus estropicios. Todavía ni siquiera sabemos en qué minuto del partido vamos, si saldremos mal o peor librados de la calamidad.

sábado, abril 18, 2020

Del humor social











Se necesita ser un verdadero amarguete para no disfrutar al menos algunas pizcas del humor que hoy cunde en las redes. En el envés de la pandemia y debido al encierro forzoso se ha agudizado la tendencia a dejar en las manos de la gente común, y ya no tanto en las de los comediantes profesionales, la labor de hacer reír ora con la creación de un meme, ora con la narración de un chiste, ora con un sketch, ora con la filmación accidental de un hecho jocoso. También como pandemia, pero ésta de gracejadas, el mundo es testigo de una democratización del humor que sin duda se ha convertido en paliativo de los días en el claustro.
Se dirá, con razón, que tanto humor desactiva —si los tuvo alguna vez— los radares críticos de la sociedad, que por habituarse a chapotear en el mar de los memes el ciudadano de a pie tiende a frivolizarlo todo, a limar importancia a lo fundamental y encumbrar lo hueco. Esto es verdad, tan verdad como el hecho no menos evidente de que el humor y las nuevas tecnologías han abierto una trinchera crítica a la población que antes sólo disponía del pariente o del amigo para escuchar una ocurrencia por lo común insustancial, pero también frecuentemente cargada de acidez contra el poder. Tales ocurrencias tienen en este tiempo la posibilidad de alcanzar mayores públicos y por lo bajo reflejan apetencias, frustraciones, idiosincrasias tan profundas que no sería ocioso analizarlas con una mirada antropológica.
Si ya la oferta de internet había mellado el peligroso filo de la televisión en su formato noticioso tradicional, el espacio de entretenimiento fue el siguiente ítem devorado por el alud de las redes. Las telenovelas, otrora reinas de la pantalla, han quedado reducidas casi a polvo, y los programas humorísticos que entronizaron a muchos comediantes son, en este momento, una pálida sombra de su antiguo boom.
He encontrado tres razones (aunque de seguro no son todas) para explicarme este fenómeno, el de la caída en desgracia de los programas cómicos: 1) La posibilidad, que no ha tenido la tele, de manejar un lenguaje de calibre más picoso, con maldiciones e incluso obscenidades; 2) El poder de circulación que ha permitido la difusión/recepción de chistes (les llamo así, genéricamente) a cualquier hora y en cualquier lugar, a diferencia del horario de la tele siempre restringido incluso a la llamada “barra cómica” que por lo regular era transmitida durante las noches; y 3) La limitación creativa, pues mientras un programa cómico de televisión dependía de uno o dos libretistas, en la jungla de las redes todos los usuarios de un celular son potenciales guionistas, actores, productores y divulgadores de sus ocurrencias, lo que multiplica casi al infinito el número de gracejadas en permanente flujo.
En las redes hay humor de todo, la mayoría ciertamente fallido o estúpido, pero no falta que a diario nos lleguen dos o tres muy buenas píldoras para hacer reír, y esto del humor, dado que estamos encerrados y con la cabeza en ebullición, es hoy una pandemia en medio de la pandemia.

miércoles, abril 15, 2020

Algunas muertes posibles














En un libro que después espero reseñar, el húngaro Frigyes Karinthy narró una experiencia que lo puso al borde de la muerte, cuando de joven decidió cruzar el Danubio y en algún momento se dio por vencido. Casi resignado a ahogarse, oyó los ladridos de un perro que sin darse cuenta lo había seguido; esto lo hizo recobrar cierta conciencia que lo ayudó a llegar y el angustiado perro tras él a la otra orilla.
En esta época de tanta muerte producida por un bicho invisible, y tras leer el pasaje de Karinthy, recordé los cuatro o cinco momentos en los que vi pasar muy cerca a la huesuda. Todos tienen la característica de haberse dado en situaciones ordinarias, nada heroicas, y al parecer no me dejaron otra marca que no sea su esporádica reaparición en pesadillas.
La primera se dio en la secundaria. Como todas las tardes, salí de estudiar e igual que muchos compañeros esperé el camión afuera de la escuela, sobre el bulevar Miguel Alemán. Aquella vez, no sé por qué, caminé al centro del bulevar y me coloqué de espalda a la malla ciclónica que divide los carriles. En ésas estaba cuando pasó un ómnibus zumbante al lado mío: juro que me rozó la ropa, que si me adelantaba cinco centímetros no estaría contando esto.
Otra casi muerte se dio a la mitad del río en el parque Raymundo de Ciudad Lerdo. Nadaba, el agua estaba muy fría y espesa, no tocaba el fondo y ninguno de mis amigos estaba cerca. En eso sentí un calambre atroz en la pantorrilla, tan fuerte que me paralizó. Era buen nadador, pero allí estaba perdido, pues había corriente y mi pierna se había convertido ya en una dolorosa piedra. Tiré un par de brazadas sin sentido y antes de que el cuerpo no reaccionara más, sentí el fondo lodoso. A pequeños brincos de un solo pie avancé a la orilla y cuando al fin salí tuve que esperar como media hora para que el dolor cediera por completo.
También cerca de la adolescencia, como a los 16, fui con cierto amigo a un barrio bravo de Torreón. Andaba cayéndole a una chica y me dijo que lo acompañara porque iba a darle un regalo. Al llegar me pidió que lo esperara cerca de la casa donde ella vivía. La tarde ya casi era noche, me senté por allí, en el cordón de la banqueta, y mientras veía hacia adelante sentí un objeto sólido en la nuca y oí una palabra: “Quiubo”. Al voltear, un tipo algo mayor que yo me apuntaba con una pistola. Preguntó algo, no entendí qué, y mientras yo encontraba una respuesta, mi amigo ya venía en camino con un conocido suyo. El conocido dio una orden y el de la pistola se fue. Todavía es hora en la que pienso que el arma era de juguete, pero no podría asegurarlo.
Más grande, como de 18, fui con la palomilla a comprar una barra gigante de hielo para la fiesta de un amigo. La treparon a la troca y allí la barra, por el movimiento del vehículo, se deslizaba sin piedad hacia las piernas de quienes íbamos sentados en la caja. Era inmensa y amenazante. En una vuelta se me vino encima y me golpeó las piernas, el dolor me hizo soltar las manos del borde y por inercia casi caigo de espalda, pero al final, haciendo palanca con el hielo que aprisionaba mis piernas, logré resujetarme.
Hoy que la muerte, ese eterno misterio, nos ronda en silencio, pienso en lo frágiles que somos. En todos lados nos acecha el último segundo.

sábado, abril 11, 2020

Husmear en vidas ajenas













A primera vista parece casualidad, pero quizá no lo sea tanto. En estos demasiados días de confinamiento ha sobrado tiempo para desahogar actividades que no implican el rebase de los estrictos límites caseros. Un encierro así de largo, ya lo vemos, tiende a derivar en el aburrimiento, por eso ha sido necesaria la reafirmación en los hábitos personales y en la invención de otros. Ya dije en párrafos de otras columnas que mi novedad en el frente ha sido aprender a editar video tanto como sea posible, aunque sin dejar lo de siempre: leer.
Aquí es donde, en mi caso, recién descubrí algo al parecer casual. Ciertamente leer es un hábito reafirmado en estos días, pero ahora reparo en una peculiaridad. Sin querer, por elecciones arbitrarias, he tomado libros directa o indirectamente vinculados con el género biográfico. Y cuando las páginas me fastidian, he saltado varias veces al documental biográfico en video. Comencé hace dos semanas con una biografía que más bien es auto: la Vida de Diego de Torres Villarroel, un clásico poco conocido de la literatura española, personaje que al describir su andanza ha continuado la saga de la literatura picaresca que tan bien les salió a los españoles. Luego leí una bio de Juan Gelman, el poeta argentino que un par de veces leyera su obra en La Laguna. En la misma colección, otra de Borges harto resumida y con una muy buena cronología. Después me inmiscuí en algunas, no en todas, las Vidas de los filósofos más ilustres de Diógenes Laercio, un clásico del chismorreo helénico. Luego releí la breve biografía sobre Mozart escrita por Stendhal, lo que de paso me antojó a buscar algo de mi biógrafo favorito: Stefan Zweig (a mi hija mayor le recomendé Fouché, el genio tenebroso que hace más de veinte años leí por recomendación de Gerardo García). De los libros he pasado al video de YouTube, pues sigo careciendo intencionalmente de televisor, y en tal sistema despaché las biografías de García Márquez, Galileo, Leonardo, Beethoven, Picasso, Miguel Ángel, Newton, Mozart y Perelman, lo que constituye un récord en mi vida como husmeador en vidas ajenas. ¿Ha sido esto casual? Digo que sí, pero también puede tener como origen la borrosa necesidad de interactuar con otros, de saber qué hicieron o qué andan haciendo los genios allá afuera.

miércoles, abril 08, 2020

Calle o libro




















No escasean los artistas, y entre ellos los escritores, acostumbrados a vivir en una especie de competencia para demostrar que son los chicos más malos del barrio, que si algo les sobra es exactamente calle. Su obsesión por hacerse los que ya vienen de regreso de todo es tanta que en cualquier conversación no hay para ellos realidad del inframundo cuyos pliegues desconozcan. Todo lo que de nefasto hay en la vida ya lo gozaron/padecieron, y nadie puede enseñarles nada. Conocí a uno, baste este triste ejemplo, a quien le noté un tic automático: bastaba que en las charlas alguien hablara de su encuentro con alguna mujer ocasional para que aquél asegurara haber fornicado con media zona de tolerancia, o que cualquiera hablara de su primera experiencia con la mariguana para que aquél lo masacrara con la certeza de ser cliente distinguido del cártel de Sinaloa. Una vez, recuerdo, dije que me gustaba la lucha libre y pronto me dejó caer encima su amistad con todos los luchadores del país, desde Gory Guerrero a la fecha. Era invencible y envidiable, casi un burócrata de la vida raspa, y junto a él uno parecía tener menos calle que Venecia.
Ahora, en el enclaustramiento de los días presentes, he repensado en la disyuntiva calle o libro. No me parece ilógica la reaparición de tal águila o sol, pues si de algo carecemos en este momento es de la posibilidad de vagabundear, de absorber vida y desaburrimiento en la calle, así que, en el mejor de los casos, estamos condenados a la experiencia vicaria de los libros y las películas.
Alejandro Dolina alguna vez fue interrogado sobre el tema en una de las incontables entrevistas en las que es posible escucharlo vía internet. Pusieron el asunto en la mesa y esgrimió su opoción por las universidades; lo enseñado en la calle se aprende en media hora, dijo. Yo añadiría que no sólo el conocimiento callejero es generalmente fácil de asir, sino que además obtenerlo es casi inevitable. Con salir de casa, así sea a la esquina con los amigotes, uno comienza a dominar el arte de escupir con puntería o de eructar o de poner apodos, mientras que el otro, el planteado por las aulas y los libros, demanda un esfuerzo más terco y hasta cierta sistematización del proceso.
En mi caso no elegí la calle porque cuando la atravesé fue sin querer y sin saber que sus guiños me iban a servir para escribir ciertos textos, algunos en cuyas tramas desfilan personajes y atmósferas no necesariamente vinculadas a la vida académica o literaria. La calle me fue dada, en suma, gratis. A los libros y a las aulas accedí de otra manera, luchando primero con timidez, luego con un poco de mayor seguridad y al final, hoy, con un gusto que casi parece natural aunque se trata de un constructo basado en el autodidactismo. Así entonces, entre los libros y la calle resuelvo de manera simple: prefiero ambos.