miércoles, abril 08, 2020

Calle o libro




















No escasean los artistas, y entre ellos los escritores, acostumbrados a vivir en una especie de competencia para demostrar que son los chicos más malos del barrio, que si algo les sobra es exactamente calle. Su obsesión por hacerse los que ya vienen de regreso de todo es tanta que en cualquier conversación no hay para ellos realidad del inframundo cuyos pliegues desconozcan. Todo lo que de nefasto hay en la vida ya lo gozaron/padecieron, y nadie puede enseñarles nada. Conocí a uno, baste este triste ejemplo, a quien le noté un tic automático: bastaba que en las charlas alguien hablara de su encuentro con alguna mujer ocasional para que aquél asegurara haber fornicado con media zona de tolerancia, o que cualquiera hablara de su primera experiencia con la mariguana para que aquél lo masacrara con la certeza de ser cliente distinguido del cártel de Sinaloa. Una vez, recuerdo, dije que me gustaba la lucha libre y pronto me dejó caer encima su amistad con todos los luchadores del país, desde Gory Guerrero a la fecha. Era invencible y envidiable, casi un burócrata de la vida raspa, y junto a él uno parecía tener menos calle que Venecia.
Ahora, en el enclaustramiento de los días presentes, he repensado en la disyuntiva calle o libro. No me parece ilógica la reaparición de tal águila o sol, pues si de algo carecemos en este momento es de la posibilidad de vagabundear, de absorber vida y desaburrimiento en la calle, así que, en el mejor de los casos, estamos condenados a la experiencia vicaria de los libros y las películas.
Alejandro Dolina alguna vez fue interrogado sobre el tema en una de las incontables entrevistas en las que es posible escucharlo vía internet. Pusieron el asunto en la mesa y esgrimió su opoción por las universidades; lo enseñado en la calle se aprende en media hora, dijo. Yo añadiría que no sólo el conocimiento callejero es generalmente fácil de asir, sino que además obtenerlo es casi inevitable. Con salir de casa, así sea a la esquina con los amigotes, uno comienza a dominar el arte de escupir con puntería o de eructar o de poner apodos, mientras que el otro, el planteado por las aulas y los libros, demanda un esfuerzo más terco y hasta cierta sistematización del proceso.
En mi caso no elegí la calle porque cuando la atravesé fue sin querer y sin saber que sus guiños me iban a servir para escribir ciertos textos, algunos en cuyas tramas desfilan personajes y atmósferas no necesariamente vinculadas a la vida académica o literaria. La calle me fue dada, en suma, gratis. A los libros y a las aulas accedí de otra manera, luchando primero con timidez, luego con un poco de mayor seguridad y al final, hoy, con un gusto que casi parece natural aunque se trata de un constructo basado en el autodidactismo. Así entonces, entre los libros y la calle resuelvo de manera simple: prefiero ambos.