miércoles, abril 29, 2020

Un cráneo en crisis




















Sin la debida competencia, desde el amateurismo total en conocimiento anatómico, alguna vez, como cualquiera, he pensado en mi cerebro. Sé que está allí, cobijado por mi cráneo, bullendo a su modo, e imagino que no tiene rasgos distintos a los cerebros de mis congéneres. Pese a ser un cerebro común, me asombra tenerlo, saber que es único y puedo pensar en él, y que a diferencia de todos los demás engranes de mi cuerpo él es el único que tiene tal capacidad, la de autopensarse. Un brazo no pude pensar que es un brazo, ni el corazón, ni el meñique del pie izquierdo, ni una arteria. Todas las piezas que me articulan como rompecabezas son importantes, pero el cerebro tiene un valor especial porque es allí donde realmente habita, así sea de manera vacilante, insegura, mi alma, mi conciencia de Ser (con mayúscula).
Nada más terrible, por ello, que un cerebro obligado a pensar en sí mismo frente al ascendente acoso de un tumor cerebral. En su libro Viaje alrededor de mi cráneo (Tusquets, 2019, 238 pp.), el escritor húngaro Figyes Karinthy (1887-1932) narró esta debacle en “tiempo real”, desde el primer aviso hasta que, salvadas mil circunstancias, pudo salir de un quirófano sueco para reiniciar su vida en Budapest. Magistral de lado a lado, es un relato que podemos ceñir al género de testimonio, aunque con una peculiaridad: que era escrito para los lectores mientras el deterioro y la atención médica iban ocurriendo. Karinthy, al sentir los signos inaugurales del mal bajo la bóveda craneana, usa su columna periodística para describir con detalle cada malestar y cada indicación de los especialistas. Para entonces ya era un escritor célebre en su patria, de modo que los avatares de su cerebro materialmente en jaque son leídos por el público con avidez.
Luego de indagar en Hungría y Austria, Karinthy debe viajar con su esposa a Estocolmo, Suecia, lugar donde se encontraba el más famoso médico en materia de cerebros, el doctor Olivecrona. El paciente fue operado en una sesión que no le pidió nada a las torturas de la inquisición, pero al final salió, si no como nuevo, sí despojado del mal que lo agobiaba, aunque dos años después murió de apoplejía.
Al leer esta joya de libro en medio de la contingencia sanitaria de la que, se dice, no saldremos siendo los mismos, varias afirmaciones de Karinthy me insinuaron una especie de camino para lo que viene luego del Covid-19: “Así fue como pude entender que lo que toca a continuación no es aspirar al máximo sino saber esperar el mínimo con que reemprender la vida”.