sábado, abril 18, 2020

Del humor social











Se necesita ser un verdadero amarguete para no disfrutar al menos algunas pizcas del humor que hoy cunde en las redes. En el envés de la pandemia y debido al encierro forzoso se ha agudizado la tendencia a dejar en las manos de la gente común, y ya no tanto en las de los comediantes profesionales, la labor de hacer reír ora con la creación de un meme, ora con la narración de un chiste, ora con un sketch, ora con la filmación accidental de un hecho jocoso. También como pandemia, pero ésta de gracejadas, el mundo es testigo de una democratización del humor que sin duda se ha convertido en paliativo de los días en el claustro.
Se dirá, con razón, que tanto humor desactiva —si los tuvo alguna vez— los radares críticos de la sociedad, que por habituarse a chapotear en el mar de los memes el ciudadano de a pie tiende a frivolizarlo todo, a limar importancia a lo fundamental y encumbrar lo hueco. Esto es verdad, tan verdad como el hecho no menos evidente de que el humor y las nuevas tecnologías han abierto una trinchera crítica a la población que antes sólo disponía del pariente o del amigo para escuchar una ocurrencia por lo común insustancial, pero también frecuentemente cargada de acidez contra el poder. Tales ocurrencias tienen en este tiempo la posibilidad de alcanzar mayores públicos y por lo bajo reflejan apetencias, frustraciones, idiosincrasias tan profundas que no sería ocioso analizarlas con una mirada antropológica.
Si ya la oferta de internet había mellado el peligroso filo de la televisión en su formato noticioso tradicional, el espacio de entretenimiento fue el siguiente ítem devorado por el alud de las redes. Las telenovelas, otrora reinas de la pantalla, han quedado reducidas casi a polvo, y los programas humorísticos que entronizaron a muchos comediantes son, en este momento, una pálida sombra de su antiguo boom.
He encontrado tres razones (aunque de seguro no son todas) para explicarme este fenómeno, el de la caída en desgracia de los programas cómicos: 1) La posibilidad, que no ha tenido la tele, de manejar un lenguaje de calibre más picoso, con maldiciones e incluso obscenidades; 2) El poder de circulación que ha permitido la difusión/recepción de chistes (les llamo así, genéricamente) a cualquier hora y en cualquier lugar, a diferencia del horario de la tele siempre restringido incluso a la llamada “barra cómica” que por lo regular era transmitida durante las noches; y 3) La limitación creativa, pues mientras un programa cómico de televisión dependía de uno o dos libretistas, en la jungla de las redes todos los usuarios de un celular son potenciales guionistas, actores, productores y divulgadores de sus ocurrencias, lo que multiplica casi al infinito el número de gracejadas en permanente flujo.
En las redes hay humor de todo, la mayoría ciertamente fallido o estúpido, pero no falta que a diario nos lleguen dos o tres muy buenas píldoras para hacer reír, y esto del humor, dado que estamos encerrados y con la cabeza en ebullición, es hoy una pandemia en medio de la pandemia.