Nunca
sucedió que las semanas pasaran y pasaran sin deportes profesionales en las
páginas de los periódicos ni en los medios electrónicos. Por supuesto que el
adverbio inicial no se refiere a la historia de la humanidad, sino al periodo,
más o menos de inicios del siglo XX para acá, en el que los deportes fueron
organizados para convertirse en aderezo de la vida cotidiana con el que los
ciudadanos de a pie condimentamos el aburrimiento propiciado por la rutina, la
vida de ordinario gris que a casi todos nos circunda. Un equipo de futbol, de
beisbol, de básquet, o un boxeador, un tenista, un torero (sigo metiendo en los
deportes, con perdón de los taurófilos, a la llamada —por ellos— “fiesta”) y hasta un luchador han sido desde
hace varias décadas el clavo del cual se agarra el hombre común para palpar
simbólicamente un poco de heroicidad, la heroicidad que por lo general se le
atribuye a los atletas.
Pero
de golpe, por el virus, nos quedamos sin
nada, chiflando en la loma, como dicen los abuelos. Ni un partido, ni una
función, nada hay desde hace varias semanas en el firmamento deportivo
mundial. La estadística de todos los
deportes quedó paralizada a principios de marzo y desde entonces la humanidad, adicta
a la droga de los deportes mediatizados, permanece atada a las proezas del
pasado ya que no pueden darse nuevas. Hasta la liga ranchera, ésa que los
domingos permitía emular peripecias en modo caguamero, fue brutamente obliterada
por la pandemia.
Al
aburrimiento global generado por la inactividad del deporte rentado le viene en
tándem, como a todas las áreas del quehacer humano, un dislocamiento económico.
Según una agencia, “Debido a la interrupción
repentina y continua de los deportes en vivo, la industria deportiva mundial
generará solo 73 mil 700 millones de dólares de ingresos en 2020, lo que
significa la pérdida de 61 mil 600 millones de los 129 mil que estaban
programados”. Esto, claro, no incluye toda la cadena de recursos generados por
el deporte profesional: la pandemia limó no sólo el ingreso proyectado de ESPN,
sino también las ganancias nada suntuarias de don Samuelito, el semillero al
que le compro cuando me apersono en el fut.
La crisis del coronavirus le ha pegado a todo y aún no dimensionamos,
porque es imposible saberlo, hasta dónde se extenderán sus estropicios. Todavía
ni siquiera sabemos en qué minuto del partido vamos, si saldremos mal o peor
librados de la calamidad.