sábado, abril 04, 2020

Cada quien sus trucos














Ahora que por el ritmo lento de las horas en reclusión he acomodado libros casi con meticulosidad de relojero, recordé dos trucos bibliográficos que jamás he compartido. No son, en estricto sentido, trucos. Los llamo así por llamarlos de algún modo, sólo porque ambos me han funcionado dentro del aula como si lo fueran. El primero, al que llamo “truco del estilo”, fue descrito en un cuento como ingrediente de la trama, y consiste grosso modo en desafiar a los alumnos para que cada uno busque un trozo literario de entre diez autores. Los alumnos hacían la tarea y en la clase siguiente leíamos cada fragmento sin que yo supiera el nombre del autor. Gracias al estilo, yo reconocía al hacedor del texto citado. En mi relato, el protagonista describe de la siguiente forma la sencillez o la maña del asunto: “Es un viejo juego en el que casi siempre gano, pero porque tiene una trampita. Los escritores que doy en la lista son mis favoritos y los reconozco a la primera, con el puro oído. Quevedo, Borges, Carpentier, Cervantes, Cortázar, Rulfo, Vargas Llosa, Arreola, Reyes... todos son muy reconocibles para mí”.
El otro es más fácil, aunque aparenta no serlo, y puedo denominarlo “truco de la bibliografía”. En cualquier clase de literatura pido de sorpresa a los alumnos que elaboren una lista con diez autores, y al lado el título de alguno de sus libros y la editorial que lo puso en órbita. El reto parece desmedido, y de hecho lo es, pues el resultado general ante la solicitud fue siempre precario: el alumno más adelantado anotaba quizá diez autores distintos, pero sólo tres libros y con total frecuencia ninguna editorial. Luego de demostrar que la memoria bibliográfica no es lo más popular entre la gente, no faltaba que algún estudiante me preguntara qué podía responder yo ante tal prueba. Si nadie preguntaba, mi deber era insinuar un posible resultado. En ese momento les decía que diez autores, libros y editoriales eran pocos, así que podíamos subir la cifra a cincuenta. Luego enmendaba y proponía cien. No conforme, aseguraba que ante ellos podía, en el pizarrón, enlistar doscientos. Parecía increíble, pero no lo era. La trampa consistía en responder con el siguiente procedimiento: tomo un autor, digamos García Márquez, y a continuación enumero quince o veinte de sus libros, los que pueda recordar, y al final sólo digo que todos fueron publicados por editorial Diana. De esta manera, con un ítem podía despachar veinte renglones, y por tal camino fácilmente era viable llegar a doscientos autores, títulos y editoriales. No es tan difícil si uno ha estado en esto muchos años, y hoy que sacudo y acomodo libros casi siento que estoy entrenando para volver a esos dos trucos.