Mi
hija intermedia (tengo tres) me pregunta por Whatsapp: “¿Estás aburrido?”. Le
respondo que no, que entre las actividades que no cesan como leer, revisar,
escribir y editar, me invento tareas para mantener la cabeza ocupada y
productiva en la medida en la que lo permite un encierro que intenta ser,
dentro de lo posible, radical para atender el llamado a no salir expedido por
las autoridades de salud.
No
es fácil inventar una vida al margen de la libertad. Por eso uno de los
principales castigos sociales diseñados por el hombre es precisamente el de la cárcel,
sitio indeseable entre los sitios indeseables por la opresión que impone al
individuo. Debido a la pandemia —aunque con muchos asegunes por delante— casi
todos estamos teniendo una probadita de lo que significa perder la libertad.
Así, privados del espacio abierto, imposibilitados para engrosar concurrencias
numerosas, no nos queda otro remedio que diseñar un modelo de convivencia distinto
al que teníamos hasta hace dos semanas.
El
lunes 30 de marzo recibimos el anuncio: vamos a encerrarnos hasta el 30 de
abril, no hasta el cierre de la semana santa, como se había especulado. Sumado
a las dos semanas anteriores, abril se convierte en el largo puente que debemos
atravesar para que la pandemia no pegue tan fuerte en nuestro país. ¿Qué hacer
entonces para transformar los días de encierro en un callejón iluminado? Cada
quién diseña sus propias tácticas, y es muy probable que casi todos intentemos
suavizar estos días en el consumo de películas. Las plataformas como Netflix,
que antes parecían infinitas, ahora dan la impresión de tener un límite, el
límite impuesto por millones de televidentes forzosamente empujados a consumir/agotar
el menú.
Como
tantos estudiantes y trabajadores, tengo mis ocupaciones fijas. Escribir esta
columna, por ejemplo, es una de ellas, y hay que desahogarla con o sin
pandemia. Pero pronto vi que no era suficiente. La rutina no basta para que las
horas se diluyan en ella, así que decidí inventarme una actividad totalmente
nueva, la que aquí describo. Siempre he visto lejos el mundo audiovisual. Es un
mundo que no me pertenece, pero siempre, reitero, tuve la inquietud de ver en qué
consiste, sobre todo, el trabajo de edición. Muy poco antes de que se declarara
la orden de no salir, ya había comenzado a practicar, por fin, con este arte, y
ahora el enclaustramiento me ha permitido indagar un poco más, mover botones,
enseñarme lo básico. No lograré mucho, lo sé, pero creo que este nuevo
aprendizaje ayudará a que los días corran y me dejen algo además de la lección
más importante: valorar mejor la libertad y varios privilegios más.