sábado, abril 25, 2020

Vistazos a la pandemia














Si bien la pandemia se debe a un mismo virus, la forma de encararla evidencia muchas variantes que en poco tiempo revelarán su tino o su impertinencia. En el mar informativo es difícil saber, incluso con estadística a la mano, también manipulable, qué países ofrecerán peores cuentas a su población cuando el desastre haya pasado. Y digo desastre porque de manera unánime se viene hablando en todas partes de saldos negativos ya visibles en cualquier renglón: salud, economía, empleo, educación, energéticos...
Dado el ritmo que ha mostrado la expansión del virus, América ha tenido un poco más de tiempo que Europa y Asia para tomar recaudos. Pese a las semanas de ventaja, sin embargo, algunos países muestran mayores conflictos a la hora de atajar y atender los contagios, como han sido los casos de Estados Unidos, Brasil y Ecuador. Otros, acaso más radicales en el imperativo de resguardar a la población con medidas cercanas a la queda, hasta el momento dejan ver que en las dos o tres semanas venideras podrían aplanar la famosa curva y tomar una bocanada de aliento si no escalan un pico muy alto de contagios.
Es obvio que en ningún país basta la sola disposición de pedir recogimiento a la ciudadanía. Los gobiernos, y el mexicano no es la excepción, se han visto desafiados no nada más para lograr que la mayor parte de la gente se quede en casa, sino también para articular sobre la marcha un montón de ítems, todos de atención inmediata. Por ejemplo, determinar qué espacios de trabajo no son esenciales, lidiar con apoyos exprés para las Pymes, disponer de nuevo equipamiento y más personal médico, vislumbrar otras modalidades impositivas, renegociar deudas al calor de urgencia sanitaria, reconfigurar calendarios escolares y hasta sopesar el uso de acciones represivas. Nada de esto es sencillo para el gobierno que queramos elegir, sea del signo político que sea.
Por su población y ubicación geográfica vecina a Estados Unidos, México daba la impresión (todavía la da) de que saldría muy golpeado de esta crisis. Los números permiten apreciar que hasta el momento la situación no ha rebasado a las autoridades ni colapsado el sistema de salud. Hay, como es lógico, una corriente de opinión muy adversa al gobierno que anticipa un crack inevitable. Adivinar si funcionarán o no las medidas de prevención y atención es materia muy especializada, así que no es nada sencillo ofrecer pronósticos. Lo que resulta mejor, creo, es pensar más en la salud y no tanto en la política, no depositar tantas esperanzas en la caída del actual régimen debido a su fracaso frente a la pandemia. Es prudente pensar en la posibilidad de que, en lo que cabe, salga bien librado y entonces sí el gobierno quede en mejor posición de cara a la etapa de reconstrucción. Quizá quienes le echan porras a la pandemia no hayan pensado también en tal posibilidad. Ya veremos.
Obtuve las opiniones que vienen a continuación mediante las redes. Son, digamos, el corte previo a la etapa más dura de la pandemia, que en teoría ya viene. Se refieren a ocho países, todos de nuestra lengua; salvo España, los demás son de América Latina. También quise conseguir pareceres sobre Brasil, Cuba, Perú y Venezuela, pero no tuve respuesta. Pese a esto, lo que viene insinúa el mosaico de acciones que cada gobierno ha emprendido para atajar al enemigo sorpresa. Agradezco a mis amigos Giselle Aronson, Sajid Herrera Mena, Margarita Morales Esparza, Diego Muñoz Valenzuela, Rafael Alejandro Nieto, Martín Palacio Gamboa, Karen de la Vega y Santiago Vizcaíno por la amable respuesta que dieron a esta idea base: “Cuál es tu percepción sobre el tratamiento que el gobierno de tu país ha dado a la contingencia sanitaria. Además, y aunque es imposible lograr que la opinión individual remplace a la colectiva, te pido que, si puedes, me comentes cuál, o aproximadamente cuál, es la recepción de la ciudadanía a las medidas oficiales tomadas en tu país ante la circunstancia que hoy vivimos”. Salvo España, en todos los demás países representados acá abajo estamos a punto de enfrentar, como ya observé, los días decisivos. Suerte y que los daños sean mínimos, o al menos no tan grandes, para todos.
Nota final: el orden de las respuestas es alfabético; tomo el primer apellido del corresponsal como base.

Giselle Aronson, escritora (Argentina)














Apenas instalada la urgencia, y antes del recrudecimiento de casos y víctimas, el novísimo gobierno de mi país actuó con rapidez, tomando decisiones que considero adecuadas en nuestro contexto, medidas que abarcaron aspectos sociales, económicos, sanitarios, culturales. Tal como lo expresó el presidente Alberto Fernández, se priorizó la vida de los argentinos a la economía. El costo será altísimo, sobre todo si consideramos que Fernández asumió (hace tres meses) tras cuatro años de un gobierno que dejó “tierra arrasada”. Por lo pronto, el famoso “pico de casos” no se registró aún, la curva de infectados muestra tendencia a aplanarse y el sistema de salud está respondiendo de manera efectiva. Lamentablemente, todavía no podemos concluir sobre la eficacia de estas medidas, la coyuntura se evalúa a diario y hay mucha incertidumbre, incluso a nivel mundial, sobre cómo será el escenario futuro. Creo que, en general, la población acepta y acuerda con estas medidas, a pesar de los disconformes de siempre que se manifiestan en contra por el sólo hecho de oponerse sin criterio. Por suerte, es una minoría insignificante.

Sajid Herrera Mena, historiador y editor (El Salvador)















La pandemia del Covid-19 en El Salvador ha generado experiencias inéditas para muchos, sobre todo para los más jóvenes, como es el encierro doméstico de carácter nacional y obligatorio, que a más de algún universitario que haya leído a Foucault le recordará los modelos de gobierno que las ciudades apestadas proporcionaron al mundo occidental. Para otros, quizá les haga recordar lo que se experimentó en la década de 1970 y durante la guerra civil (1980-1992) con los "estados de sitio" y los "toques de queda" impuestos por los regímenes de turno, así como los racionamientos de alimentos en el mercado nacional y las escenas de pánico e histeria colectiva. Como quiera que sea, creo que se ha transitado mediática y repentinamente de una patologización psicosocial, por la que el Estado buscaba enfrentarse a los grupos disfuncionales de la sociedad (las pandillas y el crimen organizado), a una patologización biológica por la que ahora el Estado lidera la batalla contra un enemigo también social, catalogado como "invisible", pero ubicado en el cuerpo humano. A diez meses de haber iniciado su mandato, el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, ha buscado detener el avance de esta pandemia no sin críticas por la falta de transparencia en la información ofrecida por él y sus ministros, por las violaciones a los derechos humanos cometidos por los aparatos de seguridad del Estado y por la desobediencia a las resoluciones que ha dado la Corte Suprema de Justicia, específicamente la Sala de lo Constitucional. A pesar de ello, algunas casas de opinión pública internacionales han revelado los altos índices de popularidad que goza el gobernante, sobre todo por el manejo de la pandemia, sin advertir críticamente cómo este país se ha construido socialmente durante muchas décadas bajo el imperio de la fuerza y la violencia que los regímenes militares favorecieron y la oligarquía financió. Ciertamente, el presidente, con su ejercicio de poder de corte autoritario y populista, quiere capitalizar este modo de construcción social para su beneficio (y el de su partido). Y un beneficio importante es justamente el electoral. Lo interesante del caso es que estamos presenciando el paso de un modelo de "control territorial" de los espacios físicos, en donde las pandillas y el crimen organizado operan, por el que el Estado pretende tener un control policial y militar, a un modelo de "control territorial" de espacios físicos en donde es la enfermedad la que vulnera biológicamente a sus habitantes. En este caso, sin dejar de contar con la policía y el ejército, son los médicos los protagonistas. En este segundo caso, se busca también el control no solo de la enfermedad, sino también de los sanos y de los enfermos. Entonces, la cuarentena y los cercos sanitarios se están convirtiendo para la experiencia salvadoreña en nuevos modelos de disciplinamiento social, en espacios en donde la ciencia médica se logrará articular con la ciencia de la seguridad ciudadana. Debemos estar atentos a los nuevos tipos de saber y de poder que ello generará y cuáles serán sus consecuencias más inmediatas y futuras. 

Margarita Morales Esparza, periodista (España)


















En España todavía se vive demasiada incertidumbre con el Covid-19. Pese a que las cifras de muertes y contagios empiezan a bajar levemente, el gobierno pide “prudencia” con los datos ofrecidos. ¡Por algo será! Todo sigue siendo confuso y quizá no tan caótico como al principio, pero sí preocupante cuando el mismo presidente, Pedro Sánchez, ha advertido este sábado que “podrá haber sucesivos estados de alarma”. La población ya empieza a estar como una “bomba de tiempo”, desesperada y urgida por salir a trabajar de nuevo para ganar dinero, pero sobre todo para ver con qué se va a encontrar fuera de casa. Lo cierto es que la desescalada tiene al gobierno quebrándose la cabeza para ver cómo desenreda la madeja. El coronavirus vino a poner en vilo la economía del país y, por lo pronto, el verano se da por perdido, pues no hay que olvidar que España vive del turismo. El breve “alivio” inmediato que dará el gobierno, será en unos días, en que los niños podrían salir del encierro, de manera controlada y acompañados de sus padres, a pasear. Hay quienes se oponen a esta medida, porque si se abren parques y áreas de juegos, existe el riesgo de que el virus empiece a propagarse de nuevo. Habrá que esperar para ver…

Diego Muñoz Valenzuela, escritor (Chile)















El sello global que el gobierno de Piñera ha dado al tratamiento de la emergencia sanitaria es un sesgo hacia el favorecimiento de los intereses económicos de las grandes empresas, no hacia el cuidado de las personas, los trabajadores, los empresarios pequeños y los independientes. Se advierte un manejo de la información destinado a generar una sensación de control de la situación, mediante un manejo poco transparente, y de otra parte la generación de miedo y parálisis, destinada a tender una cortina de humo sobre las reivindicaciones surgidas a partir del 18 de octubre de 2019, en el estallido social. Justamente mañana [lunes 20 de abril] Piñera y su gobierno han llamado a los trabajadores del sector público a volver a sus puestos de trabajo, en una actitud irresponsable, ya que lo que se pretende es generar una acción ejemplar para recuperar la economía, despreciando la salud de las personas. Hay llamados a la desobediencia civil para no volver al trabajo mañana lunes, que será un día de decisiones y acciones complejas.

Rafael Alejandro Nieto, editor (Colombia)




















En mi concepto, el Estado colombiano ha tenido una respuesta adecuada a la emergencia sanitaria. Si bien el gobierno nacional perdió aproximadamente cinco días clave para dar inicio a la cuarentena, el liderazgo de varios mandatarias y mandatarias regionales en regiones (gobernaciones y alcaldías) impulsó al Estado no sólo a implementarlas, sino a extenderlas por dos semanas adicionales para darle tiempo a nuestro sistema de salud (público y privado) de fortalecerse antes de los picos de ingreso de pacientes infectados; todo a pesar de las presiones de muchos sectores para "reabrir la economía". Adicionalmente, muchos entes de gobierno territorial han realizado campañas de recaudo de dinero entre empresas y personas, con lo que han conseguido cuantías considerables que se sumarán a los esfuerzos estatales. En contraste, el Congreso de la República no ha dado muestras de estar a la altura de las circunstancias demorándose en cumplir con su deber constitucional en legislar al no ponerse de acuerdo en la modalidad de gestionar sus tareas. 
En los últimos días, especialmente en Bogotá, la situación de orden público se ha deteriorado con brotes de violencia por la lentitud en la distribución de ayudas entre poblaciones de escasos recursos y vulnerable. Esto porque la emergencia desnudó la falta de cobertura de la red de bienestar y la muy limitada información que tiene el Estado de sus habitantes de bajos recursos o en situación de miseria. Esto se refleja en declaraciones del presidente en alocuciones públicas, donde afirma que personas empleadas en microempresas reciben en promedio US$500 mensuales, cuando el salario mínimo mensual a duras penas asciende a los US$200 y más de la mitad de la población se encuentra en la informalidad.

Martín Palacio Gamboa, músico y escritor (Uruguay)


Hablar de lo que ha sido el tratamiento del coronavirus en Uruguay es hablar de una política de Estado que buscó estar en consonancia con algunas declaraciones oficiales de otros países signados ideológicamente por la derecha. O sea, la idea es liberar la cuarentena de un modo gradual, empezando por los sectores menos favorecidos y más expuestos (trabajadores rurales, obreros). Se trata de aplicar la medida que Boris Johnson hizo en Reino Unido, que la población se vaya infectando y a partir de ahí ver cómo se inmuniza, ya que lo importante es que el mercado y el sistema financiero continúen en marcha. Eso no evitó una suerte de contrapunto —no carente de rispideces— entre el gobierno y unos cuantos sectores de la sociedad civil. Un ejemplo se dio el miércoles 22. El presidente Luis Alberto Lacalle Pou había decretado el comienzo de clases para ese día en las escuelas rurales. Por más que las maestras explicaran las condiciones de acceso, por más que varias agrupaciones de médicos recomendaran no tomar esa medida, el hecho era hacer una demostración de poder instando a que el orden social volviera a una supuesta normalidad. Los medios oficialistas y las autoridades se apersonaron a primera hora para recibir a los alumnos en varias de esas escuelas del interior profundo: no fue nadie. Por una de esas raras circunstancias de la historia nacional, tuvimos en las portadas de nuestros diarios masivos una hermosa noticia: un acto sereno de desobediencia civil, en el mejor sentido de la palabra.
El hecho es que en nuestro país ha quedado claro que los sectores que se harán cargo de solventar el costo de esta pandemia y recesión serán, como siempre, los menos privilegiados: los trabajadores, los privados que cobrarán un subsidio de desempleo escaso y solventado enteramente por el Estado y los públicos que ven cómo sus salarios son ilegalmente rebajados sin negociación previa. Eso nos lleva a preguntar cuál es el aporte que hace el sector de la empresa privada al Fondo del Coronavirus. ¿El sector bancario y el financiero, las grandes latifundistas, o los agroexportadores de soja, arroz o ganado, tan beneficiados? Hoy en día, ¿cuánto donarán de sus ganancias? Los ejecutivos de compañías de seguros, Afaps, directores y gerentes de empresas privadas que hacen negocios con políticas públicas, mutualistas y seguros privados de salud, bancos, y que ganan sueldos por mes de 2 a 6 millones, ¿van a tirar del carro del Fondo CoronaVirus? En definitiva, los grandes ricos, los rentistas, las quinientas familias, no se verán afectadas para nada. Quizás se infecten, pero tendrán recursos para sobrevivir y seguir ostentando. En cambio, el pueblo en su conjunto será usado por un gobierno que vino con un propósito que ya empezó a llevar adelante: achicar el Estado Benefactor, contraponer al empleado público (los que hacen que el sistema funcione, desde el policía al barrendero, pasando por el docente o el que te arregla la luz cuando se corta) al empleado privado, que está subempleado y acepta ganar lo que sea que le paguen. El gobierno lanza una falsa oposición con el objetivo declarado de luchar contra el virus y con el objetivo encubierto de desregular el empleo y el salario al más puro estilo liberal.
Mientras tanto, se escucha por radio que tanto Isaac Alfie (Director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto) como Azucena Arbeleche (ministra de Economía) recomiendan, para épocas de pandemia, flexibilización laboral, baja de salarios y aumento impositivo. No como en épocas normales, que recomiendan flexibilización laboral, baja de salarios y aumento impositivo.

Karen de la Vega, editora (Guatemala)
















Guatemala actualmente cuenta con toque de queda de 18:00 horas a 4:00 de la mañana. El uso de mascarilla es obligatorio. No hay centros comerciales funcionando y hay cierto distanciamiento social, pudiendo laborar sin límite aquellas empresas que así lo consideren con sus empleados. Creo que nuestro gobierno ha querido hacer presión para lograr la contención de personas en cuarentena lo más posible, haciendo cercos sanitarios en algunos municipios del país; sin embargo, existe una presión mayor de parte del sector empresarial que no quiere detener la producción. Ha optado por despidos masivos. En general la población apoya y aplaude las decisiones que ha tomado el gobierno, pero no hay normativas que garanticen un toque de queda 24/7 y que respalden a la población en cuanto a sus responsabilidades económicas.

Santiago Vizcaíno, escritor y editor (Ecuador)














La situación en Ecuador ha puesto en evidencia el desastroso estado de la salud pública y la descomposición del sistema burocrático gubernamental. Ya con una crisis a medias paliada por el Estado antes de la emergencia, la pandemia ha rebasado las posibilidades económicas del presupuesto y se empiezan a tomar medidas no para sostener a la población trabajadora, sino para sostener el pago de deuda externa, proteger a los grandes empresarios flexibilización laboral y al sistema bancario. Sin ninguna capacidad de liderazgo, el presidente Moreno deja que las decisiones fundamentales las tomen sus ministros, aliados del FMI y los grandes prestamistas. Sentado sobre su trono y su discurso de discapacidad, gobierna desde su cuenta de Twitter y le preocupa más enterrar a los muertos que contener el contagio desmedido del virus en la población. Su popularidad ha caído en picada y la imagen que presenta el gobierno con excesiva reiteración es la de un vicepresidente fotografiado hasta el hartazgo en hospitales y territorio, como si se tratara de una campaña política. La responsabilidad en los grandes polos de contagio, Guayas y Pichincha, parece haber recaído en los alcaldes, con resultados evidentemente distintos.