Cuando
la posesión de música dependía de la compra de discos, casetes y cidís, no faltaba que del
álbum con diez o doce canciones sólo se salvaran una o dos, los éxitos. Así,
los consumidores sabíamos de antemano que las demás piezas eran una especie de
relleno, la ensalada que indefectiblemente debía acompañar el corte grueso de
carne. Con frecuencia ocurre algo similar en los libros de poesía y de cuento,
e incluso, aunque de otro modo, en las novelas, relatos en los que no suelen
faltar capítulos hueros, acaso prescindibles, sólo necesarios para dar el peso
en la báscula de la narración larga.
Ahora
bien, creo que donde más se advierten las piezas de relleno es en el libro de
cuentos. Esta es la razón por la que he llegado a afirmar, tal vez con cierta
exageración, que escribir una novela es más difícil que un cuento, pero no más que un
libro de cuentos. Para que un volumen con ficciones cortas alcance buena
calificación es fundamental que se libre de la maldición del vinilo, es decir,
que parezca no haber sido engordado con historias de esponja. Esto es lo que
percibo en Dos gardenias y otros cuentos
(LOM Ediciones, Santiago de Chile, 127 pp.), de Eduardo Contreras (Chillán, Chile,
1964), libro en el que habitan quince piezas de una calidad alta y pareja.
Lo
anterior se debe, sospecho, al conocimiento que su autor tiene del género, un
conocimiento que lo obliga a gobernar el relato de acuerdo a las premisas que
están más allá, mucho más allá, de la mera brevedad como requisito obvio. Al
escribir un cuento cuento es menester que acatemos el criterio de la extensión
corta, es verdad, pero se requiere algo más, y ese algo más habitualmente
desdeñado es lo que hace del cuento un género peliagudo, de ejecución difícil.
Eduardo
Contreras fue exiliado junto con su familia en 1973, luego del golpe
cívico-militar. Volvió a su país en 1983, donde se tituló de ingeniero civil
industrial en la Universidad de Chile. Desde 1996 se desempeña como profesor de
la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la Universidad de Chile. Autor
de las novelas policiales Don’t disturb.
Crónica de un encuentro en Cartagena de Indias, reeditada el año 2009, y Será de madrugada, 2015. Su cuento “Historias
de generales” fue premiado en el concurso Letras de Chile, versión 2017, y su
novela Muerte en la campaña obtuvo el
primer premio en el concurso Fantoches 2017 en Santa Clara, Cuba, en el marco
del Primer Encuentro Latinoamericano de Novela Negra. Sus textos figuran en
varias antologías.
Los
cuentos de Dos gardenias… han sido pues
muy bien ensamblados; muchos ofrecen grandes brincos al pasado y personajes
delineados eficazmente, sin excesos retóricos, con el trazo justo de sus
psicologías. Hay en todas las historias una pátina bien administrada de
ambigüedad, de misterio, con información en los pliegues que apenas se deja
entrever en cada caso. Es notorio que el autor piensa en sus finales desde que acomete
cada ficción, pues no con otro objetivo fluye, como deseaba Piglia, la historia
subterránea. Eduardo Contreras acata en suma los rasgos esenciales del cuento
como género en el que es fundamental la intensidad para que el lector no escape
hacia la relajación, y si a esto añadimos dosis tenues de humor y sutiles ingredientes de índole sociopolítica, no dudo en
afirmar que se trata de un racimo más que atendible de relatos. A continuación ofrezco, en orden, una pincelada harto sumaria sobre cada pieza.
“Guantanamera
del sur (con tiempos equivocados)” es un notable cuento retrospectivo. Un
joven, Antonio, pasa su adolescencia de chileno exiliado en Cuba. En las tareas
del campo descubre a una maestra, Carolina, bastante mayor que él y también
exiliada de Chile, con quien asombrosamente se le da la revelación del sexo. El
cuento abre en un presente narrativo (ve a la maestra en televisión) y de allí
se parte a una gran retrospección que al final vuelve al presente de la tele:
ella ha regresado a Chile y es una maestra exitosa desde el punto de vista
educativo y social. La tensión se da porque Antonio, al verla, recuerda
vagamente unas acusaciones del pasado. Apenas elíptico en detalles fogosos, es
un bello cuento sobre el despertar a los regocijos de la carne.
Desde
la mirada de Selene, joven rica, “El mayor general” narra una ceremonia de
homenaje al general Domeciano Garmendia, héroe de la patria. Durante el acto
cívico, la narradora recuerda una conversación con la abuela viejísima en la
que llega la voz de un capellán que supo por qué murió el héroe de la patria;
en el presente, la memoria que se tiene del militar sólo aborda su pasado como
prócer sin que queden vestigios sobre la razón genuina de su muerte, lo que impregna
de ironía su mérito.
Lo
que narra “La otra venganza” es un desquite. El pordiosero de la narración es
en realidad un asesino que huye. Mató por celos a la mujer de su amigo y ahora
es asediado por él. El perseguidor lo encuentra como vagabundo, lo tiene a
merced, pero sólo decide dejarle un mensaje enigmático en lugar de aniquilarlo.
“Se
acabó lo que se daba” es otro de los aciertos de este racimo. En Cuba, un
tipo recibe unos exámenes médicos equivocados. Tras esto, decide vagar, beber,
visitar a una antigua amante. El cuento es eficaz porque nos convence de que
en efecto hay en medio una enfermedad terminal. La salida es casi de comedia,
pero creíble si nos atenemos a los vericuetos de la burocracia cubana. El reencuentro con la
amiga de la juventud es un pasaje genial, muy natural, humano y lleno de
vivacidad.
Hay
en el conjunto un cuento, por llamarlo así, mexicano.
Su título es “La última copa”. Temí que aquí fallara el habla de los
personajes, pero está muy bien lograda. Eraclio mata a Ana y a su amante. Como
amaba a Ana, decide suicidarse, pero se le acaban las balas. Luego lo intenta mediante
ahorcamiento, pero se rompe la rama del árbol elegido. En la tercera oportunidad ocurre
un desaguisado que se imbrica a la situación con total lógica; no añado más
para no estropear la delicadeza de su resolución.
“Hathor”
es una pieza con registro totalmente distinto, borgeano; trata sobre un
inmortal que reencuentra a Octavia en Barcelona. El narrador es inmortal
gracias a ella, quien mediante la copulación le transmitió el poder de la
infinitud vital. Eso sólo puede acabarse mediante otro encuentro sexual. Ha
sido, insisto, muy bien narrado con un discreto eco de Borges, quien incluso aparece
mencionado en un pasaje del relato.
En
“Malas compañías” Mayra va a entregar una maleta con droga, y en tal labor la guían tres
malandros. La historia es ubicada en Miami. Sucede entonces que los estaban esperando para balearlos,
pero algo ocurre, casi un milagro. Este cuento ya nos permite señalar otro
rasgo del volumen: son cuentos multigeográficos. Así en “El mañana de Jacinto
Orichi”, historia ubicada en los rumbos de Guinea Ecuatorial; hay en este
relato mucha información subterránea y tal vez es necesario conocer las disputas
políticas de allá para comprenderlo de una leída.
“Dos
gardenias”, que da título al libro, es un cuento tremendo, sazonado por una
honda melancolía. Lázaro de la O es un cubano radicado en Chile. Tiene un amigo
bárman, Pepe, con quien conversa. Lázaro vivió enamorado de la bolerista
Margarita Lanier, Rita, con quien tuvo una relación de seis meses en Santiago
de Cuba. Era menor que ella. Lázaro fantasea que la casona chilena donde bebe es
el 1900, lugar donde se presentaba Rita. Dos veces, ya ebrio, la alucina. Es un relato hermoso con banda sonora de bolero.
Viene aquí una tanda de piezas violentas. En “Arcanos mayores” una tarotista descubre que el cliente con el cual se revuelca la ha engañado. Luego de hacer el amor le echa las cartas y ve para él un futuro que no se presta a discusión. Un alcalde debe firmar un permiso inmobiliario en “Héroe municipal”. Se niega y un sicario lo amenaza. El sicario es asesinado por un guardaespaldas oculto. “En la mira” es un cuento vertiginoso narrado desde la perspectiva de una pistola que ve a una pareja de amantes cocainómanos. Ella lo traiciona, lo engaña con otro, y todo se precipita para que la pistola asuma el rol de protagonista. Un rebelde perseguido huye por el monte, esto en el cuento “Letalidad anónima”. Está metido en asuntos políticos. Recuerda a su madre y su deseo de que abandone la lucha política. Durante la huida recuenta las atrocidades. Se cree salvado. Es un texto escrito en imprescindible tiempo presente.
En
“Crímenes vírales” un exmilitante, arquitecto, pasa la cuarentena en casa.
Tiene el rito de beber whisky por las noches y navegar en internet. Hace
búsquedas sobre represores chilenos, que casualmente mueren al día siguiente.
Suma tres importantes, y entre ellos incluye a la viuda de Pinochet. Un día comete un
error que cambiará el sentido de su suerte. Otro cuento con tema pandémico es “Salir
a la calle”, el último. En la cuarentena, un tipo recuerda la rebeldía previa. Pese
a la prohibición, decide salir y volver a lo que hacía antes.
Más allá de este apretado resumen —en el que me he cuidado de no revelar los cierres—, es claro que Dos gardenias y otros cuentos contiene un menú valioso de historias. La variación geográfica y la heterogeneidad de los personajes forzaban a Eduardo Contreras a inyectar un tono diferente en cada pieza, así que la unidad del conjunto debió cuajar en otro punto: la estructura; si no en todas las piezas, se siente en muchas de ellas la mano de un autor que ordena, que administra detalles, que siembra guiños, que narra con contención y malicia para desembocar en finales que son, para decirlo con una metáfora proveniente de la tauromaquia, estocadas a la sensibilidad del lector.
Nota.
Con este apunte despido el 2024. Que tengan un espléndido 2025.