La
semana pasada estuve en la FIL Guadalajara y por ello tenía el deseo de
comentar algo sobre ella, pero el domingo se atravesó en mi menú temático un
asunto más importante: la semifinal entre Cruz Azul y América. No es la opinión
de un especialista, aunque casi, pues sin temor a equivocarme y menos a parecer
pedante, mucho entiendo de esta vaina, como dicen los colombianos.
Sabemos
que los dos equipos venían de un empate a cero en el juego de ida. Por su
posición en la tabla, los azules tenían la ventaja de buscar dos resultados
para pasar a la final. Los amarillos, en cambio, sólo uno: el triunfo. Como
buen cementero de la vieja guardia, como cruzazulino acostumbrado a los
tropiezos, sospeché que la ventaja de Cruz Azul planteaba en realidad un
peligro: podían saltar a la cancha con la idea de empatar, sin intensidad, lo
que en efecto sucedió, pues en lugar de salir a arrasar cedieron el balón más
de sesenta minutos. La consecuencia de tal parálisis fue que al minuto 50 ya
iban abajo 2 a 0. Obviamente, no puedo estar contento con un equipo que juega una hora sin intensidad, y menos en una semifinal, y menos frente al América.
Mal los azules, pues.
Lo
que vino luego fue tragicómico. Cruz Azul, no sé cómo, empató el marcador a tres
tantos, y fue en ese momento cuando se dio el punto desastroso del partido.
América siguió haciendo lo suyo muy bien, Cruz Azul enderezó su pésimo primer
tiempo, el partido se puso en tono histórico, pero luego apareció un disparate
arbitral rayano en el absurdo. Tras el gol del empate a tres, los amarillos
movieron el balón con dos jugadores adelante del medio campo. La decisión de
seguir la jugada sería peccata minuta
en un Potosino-La Piedad de la jornada 3, pero en este caso cambió el destino
de una semifinal. La acción del penal nació entonces contaminada, y era
suficiente un vistazo al VAR para rehacerla y anular el cabezazo de Aguirre, la
falta de Rotondi y el tiro de castigo, todo.
Pondré
un ejemplo extremo para que sirva de paralelismo: cualquier negocio que derive
del lavado de dinero es un negocio turbio, así se trate de una dulcería; si el
origen de los recursos está contaminado, todo lo que le siga asimila la mancha
primigenia.
La jugada del penal al América ni siquiera debió proseguir más allá del cabezazo. Todo lo demás es debatible. Eso no, como lo demuestran las imágenes que el árbitro y el VAR se pasaron por calva sea la parte.