He
tramitado con placer una novela más de Juan Eslava Galán (Arjona, España,
1948). Se trata de El mercenario de
Granada (Planeta, Madrid, 2019, 336 pp.), historia ambientada en la
Andalucía de la Reconquista, más precisamente en las postrimerías de la lucha
entre moros y cristianos que terminó, bien lo sabemos, el mismo año del
Descubrimiento, 1492, con la caída de Granada a manos de los ejércitos
comandados por Fernando e Isabel.
El
protagonista de este relato es un herrero búlgaro de nombre Orbán, heredero de
una tradición familiar vinculada al procesamiento del metal para fabricar,
sobre todo, cañones. Como se sabe, con la aparición de dichas armas se abrió la
posibilidad de derribar enemigos y, principalmente, fortalezas, muros,
castillos, o al menos abrir boquetes en sus paredes para permitir el asalto (el
a-salto) y el combate cuerpo a cuerpo, ya sin el obstáculo de la piedra y la
argamasa. El dominio del metal y, con esto, la hechura de diferentes tipos de
cañones cada vez de calibre más subido, fue desde aquel momento una profesión
estratégica para conservar reinados y, si era posible, para acrecentarlos.
Orbán
sirve a la corona de Turquía, pero es cedido a préstamo, como mercenario, para
ayudar a la cañonería del islam dominador desde hace siglos en Al Andalus, aunque
en aquel momento ya acosado de cerca por los Reyes Católicos, cognomento de
Isabel y Fernando.
Orbán
es un tipo macizo, bajo de estatura, viudo y melancólico, serio como una roca y
más que medianamente aficionado al consumo de alcohol. Recibe la encomienda con
amargor, pero la acata porque las órdenes del rey turco no pueden tener reparo.
Viaja así al sur de la península, y de inmediato sirve como experto en lo suyo:
el manejo del hierro y de la pólvora. Los musulmanes están cercados por los
católicos que desean recuperar sus territorios, y Orbán da esperanzas a los fanáticos
de Mahoma para resistir las andanadas castellanas y aragonesas en Málaga, Baza
y otros puntos vecinos.
A
medio camino de la novela hay un vuelco espectacular: una esclava cristiana de
los infieles, Isabel, llena los ojos de Orbán, quien ve en ella una calca de su
esposa desaparecida. La consigue como pareja y entrambos se dan varios
ayuntamientos plenos de goce. Mientras fragua cañones e instruye a sus
contratantes en el arte de la defensa con tales armas, la vida va pasando y los
amores de Orbán con Isabel también fraguan en una pareja irrompible. Esto se ve
alterado, empero, por un hecho ruin y fortuito: cierto árabe lujurioso abusa de
Isabel, ella lo mata y, para evitar su muerte —el castigo que merecía según las
leyes arabescas—, Orbán decide huir y pasar al bando de los cristianos. Guardo
el final, obvio, pero no sin garantizar que junto a el amor del búlgaro y la
castellana se desarrolla el avance del catolicismo hacia la última posesión del
islam sobre la península: Granada.
Eslava
Galán ha escrito esta novela en un estilo que no imita el español con la
magistralidad que le vimos, por ejemplo, en En
busca del unicornio, El comedido
hidalgo o Últimas pasiones del
caballero Almafiera, sino que trabaja en un registro más cercano a nuestra
época aunque tinto siempre de notas arcaizantes tomadas del léxico español
abundantemente salpimentado, en aquella hora, de arabismos.
Reitero que he leído con placer El mercenario de Granada. Sé que la historia del herrero Orbán y de la dulce y sensual Isabel serán un bocado delicioso para quienes disfrutan de la novela con ingredientes históricos y amorosos. No se puede pedir más saber y buen entretenimiento a un relato.