miércoles, abril 17, 2024

Morir en el vacío absoluto


 









Tenía poco más de cinco años sin pararme en la Ciudad de México. En tal lapso había estado de pasada en el aeropuerto, pero sin trascender su espacio, sólo para transbordar. Ahora, en un viaje de estos días, me establecí en el centro, cerca de Bellas Artes, y en una sola tarde y en una sola noche recorrí los rumbos de la alameda, la Torre Latinoamericana y el Sanborns de los azulejos. Esta ciudad jamás dejará de ser monstruosa, y cada vez que la visito siento que más se desborda su monstruosidad.

Luego de cenar, hice una pausa de pasmada observación sentado en las jardineras de Bellas Artes. Ya eran las once de la noche y el cruce del Eje Central no lucía como el hormiguero que siempre es mientras dura la luz de un día cualquiera. Era lunes, pocas personas lo cruzaban. En menos de diez minutos cruzaron por allí, como centellas, dos ambulancias a sirena batiente en esta ciudad de sirenas incesantes.

Un poco más tarde reparé en el adorno principal del crucero que está al pie de la Latinoamericana: los indigentes locos. Pude contarlos y alcancé a sumar ocho en aquel pequeño espacio de la ciudad. De noche, sin el camuflaje de la muchedumbre, se notaban más sus movimientos sin ton ni son, sus gritos desarticulados. Uno danzaba como derviche, otro retaba enemigos invisibles, uno más se bajaba el trapo que usaba a manera de pantalón y mostraba (como decían antes) sus “partes pudendas”. No pude no pensar en lo que pienso a veces cuando veo a los locos pringosos de la calle: ¿qué pasó con esas almas ya completamente aisladas de la civilidad, con esos sujetos antisistema que ni siquiera saben que son antisistema? ¿Recordarán su nombre? ¿Habrá alguien que espere su casi imposible regreso a la vida convencional? Aunque todos seguramente eran o habían sido adictos a la basura de los solventes, en ese momento sólo uno parecía portar un chemo al que le daba pegues recurrentes.

El asombro me invadió al reconfirmar que las piltrafas humanas allí abundantes son, en su locura, los únicos seres carentes de todo nexo con el mercado. No tienen nada, no anhelan nada, o lo poco que tienen o anhelan es realmente nada. Una situación asombrosa la de los parias: ser nadie, vivir en el nihilismo total, morir en el vacío absoluto.