sábado, abril 06, 2024

Poderío de la enumeración

 









La literatura —e incluyo en ella, aunque de ligas ciertamente menores, a la composición de canciones populares o “comerciales”—, hace uso muy frecuente de la enumeración, figura retórica “que consiste en la acumulación o suma de elementos lingüísticos, ya sea por yuxtaposición o por medio de conjunciones. Por ejemplo: ‘La sala era un caos: había libros, papeles, vasos sucios, restos de comida, ropa y diarios viejos desparramados por doquier’”. La magra definición, claro, no alcanza a ceñir todas sus posibilidades, pero da el gatazo para sancochar este párrafo de arranque.

Un enumerador tenaz en la composición de canciones es el español Joaquín Sabina, tanto que se trata de un recurso que atraviesa de punta a punta muchas de sus creaturas. Traigo como ejemplo la pieza titulada “La del pirata cojo”, cuya letra se sostiene en el tropo ya mencionado: “Al Capone en Chicago, / legionario en Melilla, / pintor en Montparnasse. / Mercader en Damasco, / costalero en Sevilla, / negro en nueva Orleans. / Viejo verde en Sodoma, / deportado en Siberia, / sultán en un harén. / Policía ni en broma, / triunfador de la feria, / gitanito en Jerez. / Tahúr en Montecarlo, / cigarrillo en tu boca, / taxista en Nueva York”. Luego de amplias acumulaciones como la citada, en la que conviven concreciones y abstracciones, viene el estribillo en el que dice preferir, entre todas las vidas enumeradas, “la del pirata cojo / con pata de palo, / con parche en el ojo, / con cara de malo”.

En “No volveré”, de Manuel Esperón y Ernesto Cortázar, canción (hermosa) más cercana a nuestro contexto espiritual, los compositores apelan a una enumeración similar, en este caso comparativa: “Fuimos nubes que el viento apartó, / fuimos piedras que siempre chocamos, / gotas de agua que el sol resecó, / borrachera que no terminamos”. En suma, una figura muy productiva en la escritura.

La idea de comentar este tropo me nació al leer una novela del español Juan Eslava Galán. Ya la reseñaré, así que por ahora no importan su título ni su asunto. Vi allí, entre otras muchas, con tenue estilo necesariamente anticuado en la adjetivación, este párrafo que acentúa hasta el éxtasis la belleza de un personaje femenino: “Tenía la viuda los ojos grandes y oscuros, orlados de sedosas pestañas, la nariz recta y marfileña, los labios sensuales y gordezuelos, los dientes parejos y blancos, la sonrisa cautivadora. El cuello largo, los hombros moldeados, los pechos grandes y grávidos, el talle estrecho, con un vientre terso y ligeramente abombado, las caderas anchas y rotundas, los muslos largos y carnosos, las piernas bien modeladas y los pies pequeños y juguetones, con las uñas pintadas de carmín”. Luego de esta descripción acumulativa, prepara otra más corta y tremenda: “Cuando bailaba la danza del vientre movía con tal sensualidad sus encantos, al compás de una collera de colgantes con cascabeles de cobre, que provocaba relinchos y gorjeos guturales en la audiencia masculina. Ante ella perdían gravedad los jueces, notarios y magistrados y hasta los eunucos sentían renacer la ausente natura”.

Cierro con un fragmento de El reino de este mundo, novela del cubano Alejo Carpentier en el que podemos distinguir dos acumulaciones. Este párrafo lo usé de epígrafe en mi primer libro, y así de mucho me complace: “Pero la grandeza del hombre está precisamente en querer mejorar lo que es. En imponerse Tareas. En el Reino de los Cielos no hay grandeza que conquistar, puesto que allá todo es jerarquía establecida, incógnita despejada, existir sin término, imposibilidad de sacrificio, reposo y deleite. Por ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de las plagas, el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo”.

Por lo visto, la enumeración es una figura plástica, moldeable. Saber usarla con voluntad de estilo garantiza o casi garantiza la hipnosis del lector.