En
los más recientes cinco años o poquito más ha estallado como granada de
fragmentación el nombre de Irene Vallejo. Sé que la metáfora militar no es
afortunada, pero da idea de lo ocurrido: el nombre cayó en las librerías y en
los medios con un ¡boom!
extraordinario, retumbo provocado sobre todo por El infinito en un junco (Siruela, 2019), libro ya reimpreso y
traducido a más de cuarenta lenguas, un éxito de ventas y, lo más importante,
de crítica y satisfacción del cliente, para usar una fórmula del mercado.
El infinito en un junco
ha atraído la atención sobre otros libros de la autora. Todos, creo, han sido
publicados originalmente en su país, para luego migrar a otros espacios como libros
exportados o de reedición local. He revisado la bibliografía y creo que Vallejo
sólo tiene un libro plenamente mexicano: es Los
sueños de mis fantasmas (UNAM, 2023), brevísimo, de apenas 29 páginas, cantidad
que incluye el prólogo de Socorro Venegas. Este título es parte de la colección
“Pequeños grandes ensayos” que fue fundada, dicho sea de paso, por el maestro
Hernán Lara Zavala, quien murió esta semana. Estas publicaciones son de difícil
consecución en La Laguna, pero muy accesibles en la capital del país o en ferias
de libro donde tiene presencia la Universidad Nacional.
Los sueños de mis
fantasmas es un libro recomendable para quienes quieran acceder
por primera vez a la obra de Vallejo. Sirve pues de prólogo a su trabajo como
promotora de los libros y la lectura en un mundo ahora muy distraído,
abotagado, por la avalancha permanente e irrefrenable de contenidos
audiovisuales que pulverizan la atención hasta impedir el sosiego necesario
para reflexionar sin distracción.
Vallejo
expone pues, aquí, una especie de profesión de fe: la lectura, el tú a tú
frente al libro, fue el camino que ella siguió para dar sentido a su vida, y
fue herencia de un entorno familiar y educativo que se convirtió en cimiento y
soporte de su vocación. En su prólogo, Socorro Venegas destaca que el ensayo de
la escritora zaragozana se irriga con su experiencia personal y el impulso de
su entorno inmediato: “En varios momentos el lector reconocerá en la prosa de Los sueños de mis fantasmas ese
ejercicio memorístico al que Irene recurre en El infinito en un junco para representar cómo algo personal
repercute no sólo en su educación sentimental, sino en sus decisiones vitales y
en su escritura. Una historia central de El
infinito en un junco es aquella donde narra los episodios de bullying sufridos en la escuela. Se
burlaban porque leía, se burlaban de la ratona de biblioteca. El valor de este
testimonio va más allá de lo anecdótico. La historia del libro, pergeñada por
Irene Vallejo, no puede contarse sin la de los lectores”.
Más
adelante, al cerrar sus palabras liminares, observa: “Como Irene se ha
encargado de decir en distintos lugares, son muchos los discursos que hoy nos
dividen, y por eso es tan importante que hoy se garanticen los derechos a la
educación, a la lectura, con la convicción del poder compasivo, transformador y
sanador de la palabra. Aquí están su ensayo y sus fantasmas para dar fe de
ello”.
Los
“fantasmas” a los que Venegas se refiere son pues las presencias familiares de
Vallejo, además de los maestros y los autores que alimentaron su imaginación.
Comienza lo que parece ser, en su origen, un discurso público, con el recuerdo
de sus abuelas, quienes no pudieron hacer una carrera aunque lo desearon; luego recuerda a su madre, quien con sacrificios y sin opciones, pues deseaba seguir otra
disciplina, logró hacer la carrera de Leyes. Digo que parece ser un discurso
público porque Vallejo señala en un punto, como al pasar, “Quiero dedicarles a
ellas este momento emocionante…”, sin que sepamos con exactitud a qué momento
se refiere.
Poco
después comparte su alta valoración de las Humanidades y su defensa de las
artes frente al utilitarismo que las margina u obliga a ser rico para dedicarse
a ellas: “Hoy nos martillean con el mensaje de que la historia, el arte, la
geografía, las filologías no son útiles, que el mercado laboral no los
necesita. Rechazo cualquier definición de lo útil que no incluya la belleza, la
creatividad, la comunicación, los idiomas, la comprensión del mundo que fue y
el que nos rodea. Necesitamos espacios donde esto se comprenda, se cultive, se
enseñe”.
La autora de El infinito en un junco trae a la página un pasaje de “El licenciado Vidriera”, el relato de Cervantes, para recordar que no es nuevo el ninguneo a las letras: “El sueño de Cervantes es el nuestro. Hoy siguen diciéndonos que con las letras humanas no se gana cosa y se muere de hambre, que los oficios de las artes y la filosofía sólo conducen a penas y penurias. Aun así, el propio Cervantes nos enseñó que la justicia, la aventura, la bondad y la utopía hay que inventarlas primero y decidir vivir en ellas, como se vive en las páginas de un libro, para que alguna vez encuentren su lugar en el mundo”.
Después
de apuntar que la educación es el mejor “ascensor social”, insiste en no poner
en disputa a las artes contra las ciencias, pues para ella van de la mano y ambas
tienen como lazo común la curiosidad, “el deseo de aprender”. Al final, la
autora hace un elogio de su alma mater
y en particular de la biblioteca, una “hospitalaria isla del tesoro”.
El librito se complementa con una sucinta cronología de la autora y una bibliografía mínima que traigo porque en un puñado de referencias describe su andadura bibliográfica hasta 2023: “Irene Vallejo, Terminología libraria y crítico-literaria en Marcial, Zaragoza, Institución Fernando El Católico, 2008; El pasado que te espera, Zaragoza, Anorak, 2010; El inventor de viajes, Zaragoza, Comuniter, 2014; El silbido del arquero, Zaragoza, Contraseña, 2015; La leyenda de las mareas mansas, Zaragoza, Comuniter, 2018; El infinito en un junco, Madrid, Siruela, 2019; El futuro recordado, Zaragoza, Contraseña, 2020; Manifiesto por la lectura, Madrid, Siruela, 2020; Alguien habló de nosotros, Barcelona, Debate, 2023".