El
galicismo boutade es definido por el
diccionario académico como “Intervención pretendidamente ingeniosa, destinada
por lo común a impresionar”; otro diccionario establece que es una “Afirmación
chocante más o menos paradójica e ingeniosa”. Así pues, una boutade es lo que en términos
coloquiales podemos denominar “ocurrencia” con el sentido de frase ingeniosa.
Un ejemplo podría ser éste: “Las personas muy ordenadas en realidad son flojas
para buscar”. Hay ingenio aquí, claro, aunque sólo sirva para respingar cuando
nos regañan por desordenados, por caóticos.
La
antinomia orden-desorden está presente en todos lados, tanto en las creaciones
de la naturaleza como en las del ser humano. Para mí es obviamente más visible
en el plano del homo sapiens:
nuestras obras creativas, las obras que conforman nuestra civilización, tienden
al orden pero en el fondo han sido gobernadas por el caos. Se da pues en ellas
una oscilación que podemos reducir a la fórmula sarmentina “civilización y
barbarie”, donde la primera busca el orden, la sujeción, la previsibilidad,
mientras la segunda tiende a lo contrario.
El
libro La obsesiva realidad del caos
(Ayuntamiento de Torreón, 2024, Torreón, 87 pp.), de Raúl Blackaller Velázquez
(Torreón, Coahuila, 1977) reflexiona sobre el caos y su envés durante ocho
ensayos hermanados por el tema, el tono y la extensión. Si alguien se asoma al
índice sentirá que son diez las piezas que lo configuran, pero en realidad noto
que el primero y el último tienen espíritu de prólogo y epílogo,
respectivamente, aunque no estén encabezados por estos rótulos.
Es,
si no me equivoco, el primer libro de este autor lagunero, de ahí que sea
pertinente compartir su semblanza. Blackaller es licenciado en Derecho por la
Universidad Autónoma de Coahuila y maestro en Educación por la Universidad
Iberoamericana. Tiene más de 25 años de experiencia docente, en la que ha
impartido clases de literatura, historia, ciencias sociales y filosofía. A lo
largo de su trayectoria ha compartido artículos y ensayos en diversos medios,
como la plataforma digital Substack, donde explora temas educativos,
estrategias de aula y experiencia como docente.
De
entrada debo consignar que La obsesiva
realidad del caos es un libro multidisciplinario, convocante de saberes
misceláneos relacionados con la ciencia, la lingüística, la educación, la
filosofía, la sociología, la antropología, la tecnología, la economía, la
política y aún de otros menos rigurosos y más bien creativos como el cine, el
periodismo y en general los divulgados por los medios de comunicación. Una de
sus virtudes radica en que, ceñido a la mejor tradición del ensayo, esencialmente
antidogmática, no se plantea como respuesta, sino como dinamo de peguntas e
inquietudes, como sacudimiento de nuestra adormilada y acomodaticia percepción
de la realidad frente a un caos que debería infundirnos una permanente
curiosidad por ver lo que hay del otro lado de las costumbres, los hábitos, las
inercias y, en suma, la educación que recibimos para encincharnos en sistemas
que nos malacostumbran a la pereza analítica que es el otro nombre de la
alienación y el sometimiento. Por esto, debo decir que La obsesiva realidad del caos es un libro exigente y muy difícil de
compendiar por su rica enciclopedia. Con un repaso a los ocho ensayos intentaré
espigar, necesariamente a vista de pájaro, su contenido.
“La
anémona y el niño” plantea la diversidad caótica de la naturaleza en contraste con
la tendencia humana a ceñirnos a la clasificación y al orden. Frente al
imperativo dieciochesco y decimonónico de poner ataduras a la realidad,
propósito caro sobre todo al positivismo y su devoción por el orden y el
progreso, la realidad se fuga y se torna tan caprichosa como un ornitorrinco,
animal que escapa a las clasificaciones, a la categoría de lo previsible. Otro buen
ejemplo de afán ordenador es el de la frenología que con Gall y Lombroso quiso
establecer la conducta delincuente a partir del tamaño y la forma de la cabeza
y otros rasgos físicos. Habita también en este ensayo una crítica de la
estadística y la clasificación como métodos de ordenamiento, las que en efecto
suelen fallar porque siempre habrá excepciones que escapan a la sujeción (en el
caso de la clasificación recordé el del ajedrez, los toros y el billar,
actividades que en los programas de la vieja televisión incluían, estoy seguro
que con dudas, en el rubro “deportes”). Este primer ensayo marca una pauta
central del libro: el caos convive con nosotros y debe estimularnos a pensar,
no a forzar a rajatabla iniciativas de ordenamiento y clasificación.
En
“La magia del Pi”, el autor escudriña de nuevo las posibilidades del caos como dinamo
de la creatividad. El ejemplo del juguete Lego es puntual, e igual sus planteos
sobre el símbolo como representación de la coherencia que buscamos al desorden.
Sobre el famoso juego, comparte que cuando era niño las piezas abrían la
posibilidad de armar cosas distintas, pues “el caos te permite la creatividad y
la emoción. Hoy, armas el Batman, el coche, la tienda de helados, lo pones en
tu librero y se acabó. El mundo ha terminado siendo así, determinado, concreto,
simple, demasiado simple”.
El
ensayo titulado “El universo cinematográfico o la otra realidad” nos plantea
que la complejidad de lo real es sometida a simplificaciones que hacen sumariamente
entendible y acaso soportable el caos. El planteo de que el entendimiento
actual de la realidad, incluso el científico, puede ser una mera conjetura aspira
a decirnos que todo está en permanente cambio, que lo que hoy tenemos subrayado
como certeza mañana puede ser superado tal y como pasa con nuestra
consideración del saber primitivo. ¿En el futuro seremos vistos como nosotros
vemos hoy a los prehomínidos? En suma, no debemos tener miedo a la complejidad (al
caos) en contraposición a la idea de vivir encapsulados en realidades
minúsculas que nos tranquilizan, es verdad, pero que asimismo no son la
realidad o en todo caso son la realidad
petrificada del orden.
Blackaller
critica el facilismo de las pseudociencias en “Los determinismos dan miedo”, estancia
en la que reflexiona sobre la tendencia a establecer conclusiones sobre el
comportamiento humano asimilándolo al de la máquina: si A resultó B en diez
personas, quiere decir que A siempre resultará B. Todo es, dice el autor,
complejo, dinámico, y no debemos encuadrarlo en tablas o incisos estancos, por
lo que observa: “Entonces, ¿estamos determinados o no? Como siempre defenderé:
sí y no. Definitivamente estamos determinados por el sistema, el lenguaje. Pero
hay mucho espacio para el indeterminismo en nuestro contexto, incluso en
nuestro cuerpo y en el Universo”.
“Odio
el color rojo de Mazda” plantea algunas preguntas y posibles respuestas sobre
la obsesión, que en general tiene mala prensa y sólo asociamos con terquedades
destructivas. El autor no concluye que esto sea positivo o negativo, sino, como
en sus otros ensayos, nos mueve a reflexionar que una obsesión puede tener
caras tan diversas como descuartizar a un ser humano, pintar un gran cuadro o
tener un amor irreductible por la matemática.
Un
acercamiento al maniqueísmo es observado en “Destruyendo Mazdas rojos”. Apela
aquí, como disparador, al caso de la película El rey león y su esquematización —reiterada en miles de películas—
de los buenos contra los malos. De nuevo, las preguntas son acaso más
importantes que las respuestas: ¿quiénes son los buenos y quiénes son los malos
y por qué los buenos son buenos y los malos, malos, se pregunta, nos pregunta. Entre
otros ejemplos, para desarrollar su sobrevuelo recuerda el caso de Najib Bukele
y su tabula rasa, un caso bienvenido
en el mundo de los simplificadores de la mano dura que aplauden la aniquilación
de un plumazo contra todo aquel que, si parece malo, seguramente lo es y por
ello hay que eliminarlo.
Uno
de los ensayos más breves, aunque no menos interesantes, es “Contemplación de
la impureza”, donde Blackaller observa el proceso mediante el cual acopiamos
conocimiento. Todo comunica, en todo está escondida la complejidad, no hay nada
simple. Nos invita pues a pensar en lo que nos rodea siempre con preguntas en
ristre, para aprender y para asombrarnos, como lo supuso Neruda en las “odas
elementales” que nos convidan a sopesar lo asombrosas que son todas las
minucias de la vida cotidiana, incluidas las ingratas. “Un instante cualquiera es
más diverso y profundo que el mar”, dijo Borges, y advertimos que esto es
cierto cuando reparamos en lo más simple; una taza de café, por ejemplo, supone
agricultura, física, antropología, química, economía…
Basado
en su trabajo como profesor, el ensayista encara el tema de la confianza, el
miedo y la forja de comunidad. En “Al maestro con confianza” explica que la
base para que los lazos comunitarios se refuercen no radica en la propagación
del miedo, sino en enfatizar la confianza que permita establecer relaciones
sanas y constructivas.
El
último ensayo es una especie de epílogo sin este nombre; su título es “Destruyamos
todo”, y es un llamamiento hiperbólico cuya traducción menos alarmante sería
“Cuestionemos todo” y no nos resignemos a fórmulas ni científicas, ni
seudocientíficas ni mágicas. Pensemos, dudemos, cuestionemos una realidad que
siempre se ofrece como mesa de bufet para nuestro apetito. El caos, pese a que
de entrada insinúa una noción terrible, puede ser más bien una invitación
permanente al asombro de la imaginación y la busca de sentido.
Una
idea global de La obsesiva realidad del
caos, harto simplista pero creo que eficaz si nos atenemos a los alcances
de esta reseña, puede articularse en el párrafo que comenta el ya mencionado
juego de los legos, que por cierto tuve la suerte de practicar con mis hijas. A
propósito de lo expuesto por Blackaller, allí no queda duda de que el caos de las
piezas incita nuestro ingenio, las infinitas posibilidades de la creatividad
humana frente al mecanicismo de los sistemas atornillados a un solo orden.
En suma, vuelvo en el cierre de mi recorrido a la boutade con la que arranqué estos párrafos: el orden ilusorio en el que vivimos es sólo una coartada de nuestra resignación y nuestra flojera para pensar. Destruyamos, cuestionemos todo y que el caos sea un permanente e imaginativo motor de la creatividad.
Nota. Texto leído el 26 de febrero de 2025 en la presentación del libro La obsesiva realidad del caos celebrada en la Casa Mudéjar de Torreón. Participamos Mariana Ramírez, el autor y yo, y fue organizada por Nadia Contreras, coordinadora del área de Literatura del Instituto de Cultura y Educación de Torreón (IMCE).