miércoles, marzo 19, 2025

Horror en el horror

 







En la edición de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2017 asistí a una conferencia de Sergio Fajardo, el colombiano que había modificado la manera de enfocar la lucha contra el narcotráfico en pandemonios como Medellín. Al acto asistió Enrique Alfaro en calidad de alcalde, pero ya en campaña para ser gobernador de Jalisco. El político mexicano trató allí de lucirse, muy seguro de sí mismo en la ilusa autoconstrucción de su imagen de político moderno.

El auditorio, por la fama de Fajardo o quizá por el acarreo alfarista, estaba a reventar, como se dice en la crónica deportiva. Lejos, creo, nos encontrábamos de imaginar que en el mandato como gobernador de aquel joven calvo, fortachón y lenguaraz se asentaría, entre otras aberraciones, un campo de entrenamiento y exterminio como el rancho Izaguirre.

Al ver imágenes del sitio es imposible no pensar en perversas colusiones entre la delincuencia y el poder político. El rancho no tiene un metro cuadrado de extensión, sino que es un predio amplio y muy visible en un lugar de escasa vegetación. No detectarlo o no saber ni pizca de las monstruosidades que allí se perpetraban revela inaudito contubernio o crasa ineptitud de las autoridades por supuesto no sólo estatales en este caso, sino también federales e incluso municipales.

Tres sexenios llevamos sin abatir los índices de violencia cuyo mayor escándalo está, por supuesto, en la gráfica de las desapariciones, el horror en el horror, el horror al cuadrado. Los tres partidos políticos mayoritarios del país pueden repartirse la criminal irresponsabilidad, pero no lo harán, pues eso sería como reconocer un fracaso que nadie quiere asumir como estigma de su gestión y puerta de entrada a causas penales como la de García Luna. Más allá de distribuir culpas y muy utópicos castigos, la urgencia está en detener por fin la expansión del infierno, que se viabilicen medidas técnicas de inteligencia, búsqueda, captura y sanción efectiva de delincuentes, ya no la permanente politización de las inculpaciones mutuas.

No aceptar el fracaso de todas las medidas para acabar con el crimen organizado es una salida asimismo criminal, y andar el camino de la declaración analgésica es echar más combustible al fuego de la inseguridad.