Hay escritores que son como un país y para recorrerlos necesitamos un mapa. Es el caso de Julio Ramón Ribeyro. Peruano, a lo largo de su no muy larga vida configuró un conjunto de narraciones que goza hoy del mejor aprecio crítico. No fue, sigue sin serlo, un escritor de masas, aunque poco a poco su obra alcanza a mayor número de lectores. Novelista y aforista respetable, es en el cuento donde sin duda alcanzó a colocarse entre los grandes de América Latina. Porque escribió muchos, y de esos muchos muchos son excelentes, los cuentos de Ribeyro alcanzan para colocarlo al lado de narradores de la brevedad tan eficaces como Cortázar, Onetti o Arreola. Más: siento no exagerar si afirmo que es un pico en la cuentística latinoamericana, algo así como un correlato cortazariano del Perú.
A Ribeyro llegué solo, de casualidad. En al menos dos antologías hallé su cuento “Los gallinazos sin plumas”, que desde la primera lectura me pareció el relato de un maestro. Algo más, pequeño también, encontré luego, pero no recuerdo un solo título del peruano circulando en nuestras librerías. Fue así como varios años después, en una más de las largas conversaciones sostenidas con Gerardo García Muñoz, ensayista torreonense que actualmente trabaja para la Universidad de Texas A&M, en Houston, me enteré que él había urdido un largo análisis sobre los cuentos de Ribeyro. Trabajaba yo, por entonces, en la UIA Laguna, y propuse su edición, que sin muchas dificultades prosperó bajo el título Julio Ramón Ribeyro: cinco claves de su cuentística (2003). En fechas recientes he pensado que no está de más darles otro empujón publicitario a esos trabajos de laguneros con los cuales he tenido la suerte de editar. Después de todo, su valor es innegable, y mal hacemos en publicarlos y casi inmediatamente olvidarlos. En la introducción, García Muñoz invita al mapa de Ribeyro con las palabras que siguen:
Nacido en Lima el año de 1929, el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro forma, junto con Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique, la trilogía de narradores más importante del país incaico durante las décadas posteriores a la mitad del siglo. En 1955 publicó su primer libro: una colección de cuentos titulada Los gallinazos sin plumas, en la que se advierte una precoz destreza en el manejo de las estructuras literarias. Desde 1952 partió a tierras europeas; allí practicó diversos oficios ingratos, como recuerda en el relato “La estación del diablo amarillo”, hasta lograr un empleo de periodista en la agencia France-Presse. No obstante radicar en uno de los centros editoriales del planeta, Ribeyro siempre estuvo al margen del éxito comercial. Ajeno a las fragores publicitarios del boom, sólo empezó a recibir el reconocimiento unánime cuando la editorial española Alfaguara publicó en 1994 la totalidad de sus cuentos. Ese mismo año le fue concedido el Premio Internacional Juan Rulfo. Por paradojas del destino, le fue imposible recibir el galardón, pues la muerte, esa inesperada sombra que recorre varias de sus páginas cimeras, lo visitó un día de otoño.
Fue la lectura emocionada de ese volumen de casi ochocientas páginas la que me estimuló a emprender este acercamiento crítico. La amplitud de sus registros temáticos me reveló a un creador que escudriña cada resquicio del mundo material, pero con una actitud artística que supera las estrecheces del realismo. Estudiosos de valía inobjetable como Julio Ortega y José Miguel Oviedo, han establecido el prestigioso linaje al cual pertenece Ribeyro: Stendhal, Maupassant, Chejov, maestros indiscutibles de la narrativa decimonónica. En sus ficciones se aprecia que Ribeyro eligió la claridad expresiva y la transparencia cronológica de los sucesos. Para Enrique Anderson Imbert, Ribeyro renovó los temas.2 El análisis de la forma en que ejecutó esa renovación constituye el objetivo medular de nuestro estudio.
Tanto Wolfgang A. Luchting como James Higgins ven los cuentos de Ribeyro desde una óptica social, muy valiosa en sí misma, pero que no niega su carácter monolítico y parcial, pues sólo tangencialmente alude a los valores estéticos de los textos. Con la meta de contribuir a una valoración más completa del autor limeño, resaltamos las técnicas literarias que dan fundamento a las narraciones: la animalización, la arquitectura simbólica de la realidad, la caracterización psicológica de los personajes y el diseño estructural de la intriga. La capacidad de variación de esos procedimientos imprime una gran riqueza a sus historias.
En cada uno de los apartados del ensayo ponderamos cinco distintos aspectos. El primero aborda el tema de la infancia que se enfrenta a la inhumana esfera de los adultos. El segundo capítulo señala una de los asuntos recurrentes de Ribeyro: la imposibilidad de los protagonistas por escapar de un presente miserable y así eludir un futuro ominoso. En el tercero examinamos las figuras simbólicas y las estrategias narrativas presentes en una trilogía que intenta abarcar la totalidad geográfica del Perú. La aventura en la órbita de lo fantástico demuestra la versatilidad de Ribeyro; en el cuarto capítulo detectamos influencias y subrayamos sus aportaciones al género. El ensayo concluye con la exploración del que es, sin duda, su mejor cuento: “Nada que hacer, monsieur Baruch”. Las imágenes surgidas en la mente del moribundo y la descripción de las fases de su agonía se unen para engendrar una memorable obra maestra.
A Ribeyro llegué solo, de casualidad. En al menos dos antologías hallé su cuento “Los gallinazos sin plumas”, que desde la primera lectura me pareció el relato de un maestro. Algo más, pequeño también, encontré luego, pero no recuerdo un solo título del peruano circulando en nuestras librerías. Fue así como varios años después, en una más de las largas conversaciones sostenidas con Gerardo García Muñoz, ensayista torreonense que actualmente trabaja para la Universidad de Texas A&M, en Houston, me enteré que él había urdido un largo análisis sobre los cuentos de Ribeyro. Trabajaba yo, por entonces, en la UIA Laguna, y propuse su edición, que sin muchas dificultades prosperó bajo el título Julio Ramón Ribeyro: cinco claves de su cuentística (2003). En fechas recientes he pensado que no está de más darles otro empujón publicitario a esos trabajos de laguneros con los cuales he tenido la suerte de editar. Después de todo, su valor es innegable, y mal hacemos en publicarlos y casi inmediatamente olvidarlos. En la introducción, García Muñoz invita al mapa de Ribeyro con las palabras que siguen:
Nacido en Lima el año de 1929, el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro forma, junto con Mario Vargas Llosa y Alfredo Bryce Echenique, la trilogía de narradores más importante del país incaico durante las décadas posteriores a la mitad del siglo. En 1955 publicó su primer libro: una colección de cuentos titulada Los gallinazos sin plumas, en la que se advierte una precoz destreza en el manejo de las estructuras literarias. Desde 1952 partió a tierras europeas; allí practicó diversos oficios ingratos, como recuerda en el relato “La estación del diablo amarillo”, hasta lograr un empleo de periodista en la agencia France-Presse. No obstante radicar en uno de los centros editoriales del planeta, Ribeyro siempre estuvo al margen del éxito comercial. Ajeno a las fragores publicitarios del boom, sólo empezó a recibir el reconocimiento unánime cuando la editorial española Alfaguara publicó en 1994 la totalidad de sus cuentos. Ese mismo año le fue concedido el Premio Internacional Juan Rulfo. Por paradojas del destino, le fue imposible recibir el galardón, pues la muerte, esa inesperada sombra que recorre varias de sus páginas cimeras, lo visitó un día de otoño.
Fue la lectura emocionada de ese volumen de casi ochocientas páginas la que me estimuló a emprender este acercamiento crítico. La amplitud de sus registros temáticos me reveló a un creador que escudriña cada resquicio del mundo material, pero con una actitud artística que supera las estrecheces del realismo. Estudiosos de valía inobjetable como Julio Ortega y José Miguel Oviedo, han establecido el prestigioso linaje al cual pertenece Ribeyro: Stendhal, Maupassant, Chejov, maestros indiscutibles de la narrativa decimonónica. En sus ficciones se aprecia que Ribeyro eligió la claridad expresiva y la transparencia cronológica de los sucesos. Para Enrique Anderson Imbert, Ribeyro renovó los temas.2 El análisis de la forma en que ejecutó esa renovación constituye el objetivo medular de nuestro estudio.
Tanto Wolfgang A. Luchting como James Higgins ven los cuentos de Ribeyro desde una óptica social, muy valiosa en sí misma, pero que no niega su carácter monolítico y parcial, pues sólo tangencialmente alude a los valores estéticos de los textos. Con la meta de contribuir a una valoración más completa del autor limeño, resaltamos las técnicas literarias que dan fundamento a las narraciones: la animalización, la arquitectura simbólica de la realidad, la caracterización psicológica de los personajes y el diseño estructural de la intriga. La capacidad de variación de esos procedimientos imprime una gran riqueza a sus historias.
En cada uno de los apartados del ensayo ponderamos cinco distintos aspectos. El primero aborda el tema de la infancia que se enfrenta a la inhumana esfera de los adultos. El segundo capítulo señala una de los asuntos recurrentes de Ribeyro: la imposibilidad de los protagonistas por escapar de un presente miserable y así eludir un futuro ominoso. En el tercero examinamos las figuras simbólicas y las estrategias narrativas presentes en una trilogía que intenta abarcar la totalidad geográfica del Perú. La aventura en la órbita de lo fantástico demuestra la versatilidad de Ribeyro; en el cuarto capítulo detectamos influencias y subrayamos sus aportaciones al género. El ensayo concluye con la exploración del que es, sin duda, su mejor cuento: “Nada que hacer, monsieur Baruch”. Las imágenes surgidas en la mente del moribundo y la descripción de las fases de su agonía se unen para engendrar una memorable obra maestra.
Terminal
En nuestra gustada sección “Los marranos de Simas y de Obras Públicas”, va: que el amable lector nunca sufra afuera de su casa una obra pública del municipio. Realmente lo deseo. Pasó recién que en la cuadra donde vivo metieron nuevo drenaje y arreglaron algunos desperfectos en la tubería de agua potable; el agujero que hacen es entendible, pero no la marranísima forma de taparlo. Además de que siempre dejan un batidero de tierra, el gran parche de grava y chapopote queda boludo, irregular e infaliblemente se desmorona en los extremos, de suerte que produce kilos y kilos de grava. No miento si afirmo que durante dos semanas obtuve como veinte kilos de grava inútil sólo en el área de mi banqueta. Luego, poco después, los cochinos de Simas arreglaron una fuga por allí mismo. La bloquearon, pero dejaron tal batidero de lodo que aquello parecía un pantano. ¿Qué no alcanza el dinero para pagar una cuadrillita de limpieza post-reparaciones?
En nuestra gustada sección “Los marranos de Simas y de Obras Públicas”, va: que el amable lector nunca sufra afuera de su casa una obra pública del municipio. Realmente lo deseo. Pasó recién que en la cuadra donde vivo metieron nuevo drenaje y arreglaron algunos desperfectos en la tubería de agua potable; el agujero que hacen es entendible, pero no la marranísima forma de taparlo. Además de que siempre dejan un batidero de tierra, el gran parche de grava y chapopote queda boludo, irregular e infaliblemente se desmorona en los extremos, de suerte que produce kilos y kilos de grava. No miento si afirmo que durante dos semanas obtuve como veinte kilos de grava inútil sólo en el área de mi banqueta. Luego, poco después, los cochinos de Simas arreglaron una fuga por allí mismo. La bloquearon, pero dejaron tal batidero de lodo que aquello parecía un pantano. ¿Qué no alcanza el dinero para pagar una cuadrillita de limpieza post-reparaciones?