miércoles, diciembre 29, 2021

Cajita 2021

 










Esta es la última entrega de Ruta Norte en 2021, un año que, como todos, tuvo sus peculiaridades. La principal: que poco a poco, no sin incertidumbre, fuimos saliendo del confinamiento marcado por la pandemia declarada en marzo de 2020. En lo personal, volví a la oficina de la universidad en mayo de este año, y aunque por momentos sentí que la sobrecarga de chamba me rebasaba, todo fue saliendo en medio de las precauciones todavía necesarias para cuidarnos de contagios.

Lo mejor de mi trabajo estuvo, como es habitual, en los libros. Creo que edité ocho, algunos de los cuales serán presentados en los primeros meses del año venidero. Todo lo comunicaré por este medio conforme se vaya dando. Ahora bien, no fue poco lo que tuve la fortuna de leer, y aunque no todo pude comentarlo/compartirlo, sigo en la idea de que leer es una de las posibilidades más productivas del ocio, acaso la mejor.

Además, este año viví una novedad un tanto casual: en enero comencé con la novela Dejen todo en mis manos, del uruguayo Mario Levrero, que aquí reseñé. La manía de aislar los libros que voy leyendo para ver luego si escribo sobre ellos me llevó a acumular en dos meses un puñado de ocho o nueve títulos. Dado que mi biblioteca estaba en trance de reorganización y todo era caos, decidí aislar en una cajita los ya leídos. Fue grande mi sorpresa al ver que para abril o para mayo, como cantaron los hermanos Carreón, la cajita estaba casi llena, así que la cambié por otra un poco más grande. A diferencia de otros años, esto me permite saber hoy lo que leí en el año. No es tampoco la gran cosa, pero me da gusto que las pequeñas y grandes miserias de la vida no me hayan alejado del placer mayor que es la lectura.

¿Lo mejor? Sí, hay dos o tres libros que sin duda me alegraron más que otros. El libro ya mencionado de Levrero, la biografía Hernán Cortés. La espada, de Christian Duverger; la autobiografía Adiós, poeta, de Jorge Edwards; Ante el dolor de los demás, de Susan Sontag; Y retiemble en sus centros la tierra, de Gonzalo Celorio, entre otros.

Es buen recurso el de la cajita, creo, porque nos permite mirar unida la lectura de un año completo. Les deseo pues una cajita llena para el 2022 y todas las venturas adicionales que en el mundo hay.


domingo, diciembre 26, 2021

Quince años de Ruta Norte








Este blog cumplió quince años en 2021. Nació poco más de un año después de que inauguré la columna Ruta Norte en el diario Milenio Laguna y cuando ya declinaba la breve moda de los blogs, justo cuando comenzaron a aparecer las redes sociales como Facebook y poco después Twitter. Según pude ver, muchos blogs nacieron y murieron casi al instante en el primer lustro del siglo; otros tuvieron una vida de pocos meses e incluso de algunos años, pero terminaron por bajar su cortina ante la vertiginosa popularidad de las redes.

Sin otro propósito que no sea el de almacenar, sólo almacenar, mis textos escritos para la prensa, he mantenido abierto el blog hasta la fecha. Quizá a su persistencia se deba que hoy tenga un promedio estable de visitas al mes, lo que me alegra discretamente, sin moverme a especulaciones demasiado optimistas. Mi idea es seguir con este espacio tanto como sea posible, y aportar sobre todo textos relacionados con literatura y libros, que es de lo que más me cuadra escribir.

Gracias a quienes se han asomado alguna vez a este blog. Ojalá que hayan encontrado algo apreciable en sus renglones.




sábado, diciembre 25, 2021

Diez microtextos

 







Suelo dejarlos sueltos por allí, en apuntes que se van acumulando sin una utilidad precisa. Algunos pueden ser ubicados en la categoría microrrelato, y otros ni eso, o a lo mucho aguantan como microtextos, meras ocurrencias que quizá, pese a la modestia de su envergadura, pueden expresar algo: una paradoja, una ironía o un simple guiño del ingenio. Comparto aquí diez:

Cálculos científicos

La ciencia no conoce límites. Acabo de leer que, según cuidadosas investigaciones, la fecha precisa del nacimiento de Cristo ocurrió seis años antes de lo que se cree. La conclusión es simple y deslumbrante: en verdad Cristo nació seis años antes de Cristo.

 

El típico malasuerte

Un tren le mutiló la pierna derecha, su casa se incendió, su esposa le dijo adiós, lo echaron del trabajo. Tenía tan mala suerte que el día que la buscó adrede, cuando estaba a punto de arrojarse desde un puente, vio un billete de lotería, le pegó al gordo, compró un yate, se operó la nariz y las mujeres le cayeron como lluvia de mayo. Nada le salía bien en la vida.

 

Declaración de principios de la Catrina

“Lucharé contra el Halloween aunque me quede en los puros huesos”.

 

Narciso a todo tren

Las cámaras fotográficas de los celulares han prohijado una nueva profesión: el paparazzo de sí mismo.

 

Escena en el Far West

—Hola, Nick.

—¿Qué tal, Joe?

—¿Sabes qué parecemos en la barra de este salón del Lejano Oeste, tomando whisky barato y a la espera de algún forastero al que sin duda tendremos que desafiar?

—No, Joe, no sé qué parecemos.

—Pues un cliché, Nick, un maldito y sucio cliché.

 

Realismo trágico

Vine a Inglaterra porque me dijeron que aquí vivía mi asesino, un tal Jack the Ripper.

 

Cuestión de tirria

Estoy comenzando a sospechar que el futuro nos tiene mala leche.

 

Continuidad de los tragos

Sabía que era un borrachín impenitente y que jamás podría escapar de las botellas. Andaba, pues, de piquera en piquera, metido siempre en tragos y en problemas. Comprendía con dolor que sus pasos no eran los correctos, que su hígado era ya una pasa inservible, pero una poderosa fuerza interior lo movía porque en el fondo de su corazón palpitaba otra certeza: pese a su vida desastrosa y anónima, pese a sus veinte años consecutivos de ebriedad, alguna vez sería tema de un microrrelato, al menos de un minúsculo y pobre microrrelato que quizá, por qué no creerlo así, es éste.

 

Para ser preciso

—Soy hijo de Hugh Hefner.

—Bien, ¿y quién es tu madre?

—Agosto del 87.

 

Verdad de dios

El camino de la salvación espiritual está en la pobreza. Para todo lo demás existe MasterCard.

 

miércoles, diciembre 22, 2021

Siglo de Monterroso


 









En 2007 publiqué Monterrosaurio, mi libro más lúdico, un juguete de palabras sobre Augusto Monterroso y su microtexto “El dinosaurio”. Para recordar que ayer se cumplió el centenario de Monterroso, traigo un pasaje:

Veamos algunas [casualidades en el famoso micro]: en cuanto a sus pequeñas revelaciones numéricas, “El dinosaurio” suma 44 letras; pues bien, Augusto Monterroso llegó a México en el 44. El número siete, ya se sabe, tiene un valor simbólico notable en nuestra cultura: siete pecados capitales, siete días de la semana, siete maravillas del mundo, siete artes liberales, siete sabios de Grecia, los siete contra Tebas, el Código de las siete partidas de Alfonso X, las siete partes del orden caballeresco de Lulio, los siete enanos de Blanca Nieves, la fatídica séptima entrada del beisbol, en fin, sietes en demasiados ángulos de la cultura que nos abraza. Hay también sietes de la suerte en torno a “El dinosaurio”, microrrelato que se edifica apenas con siete fugaces palabras. El nombre propio de su autor (Augusto) cuenta con siete letras; “Augusto Monterroso” suma siete sílabas y, ya lo dijimos, el minicuento ocupa el lugar siete en el cuentario que lo acoge. Además, como sucede con las palabras Aurelio y murciélago, el dinosaurio incluye, con toda su peculiar sonoridad, todas las vocales (en total suman, contando las dos que se repiten, siete). Hasta aquí son demasiadas sorpresas para obra tan escueta. La casualidad, no nos engañamos, operó en todos los casos y hasta el mismo autor podría reír con esta intromisión de un azar endiabladamente lúdico, un azar que tendría feliz o por lo menos intrigado a cualquier supersticioso.

Pero, ¿qué más puede esconder el prodigioso miligramo prosístico de Monterroso? Es, a simple vista, un cuento fantástico: un hombre sueña con un dinosaurio y etcétera, ya conocemos el raudo final. La mente está predispuesta a aceptar como fantástico un texto que, si queremos, podría ser realista aunque demasiado soso para ser admitido así por nuestra sensibilidad. Por supuesto, la explicación fantástica es más seductora. Rodear a “El dinosaurio” con un contexto realista deteriora la belleza del texto, así que nuestra mente coopera bien al aceptarlo dócilmente como fantástico.


sábado, diciembre 18, 2021

Prosas leprosas o el oficio de buscar




















Los caminos de la literatura son inescrutables. Sí, lo son siempre y para todo lo vinculado al quehacer de la escritura. Lo que dijo, pues, Cioran, sobre el misterioso destino de los libros, es aplicable al destino de muchos hombres. Dijo el filósofo rumano que nada podemos asegurar sobre un libro, lo que torna muy riesgoso cualquier adivinación sobre su porvenir. Lo mismo exactamente se puede decir sobre el hombre. Enrique Ramos Salas (Torreón, Coahuila, 1952), ingeniero con doctorado en estadística, vivió varias décadas estrechamente vinculado como profesor e investigador al mundo de los números, y ahora, casi sorpresivamente, irrumpe como sujeto estrechamente vinculado al mundo de las letras.
Dije “casi sorpresivamente”. Uso el adverbio “casi” para aclarar esto: que la sorpresa no fue tan sorpresiva al menos para él ni para quienes lo han tratado de cerca, pues durante todos esos largos años palpitó, debajo de los análisis multivariables, los valores discordantes y todo eso, lo que constituye su trabajo profesional, el deseo de armar y desarmar con palabras su emoción más personal, sus experiencias, sus filias y sus fobias arraigadas en el hueso. Un día no muy lejano a este día, Ramos Salas quemó las naves de su actividad alimenticia y construyó otras con palabras, embarcaciones que son libros como el que aquí hoy presentamos.
Prosas leprosas y una que otra letanía profana fue publicado en Sonora hacia finales de 2012. Lo primero que desconcierta al lector es que ninguna de sus 45 piezas sean prosa, sino, si nos atenemos al menos a su complexión física, poesía. Desde allí hay un quiebre, una ruptura del sentido que habitualmente le atribuimos al género armado con renglones que van de orilla a orilla en una página, es decir, prosa. Aquí no, aquí las prosas tienen la textura de la poesía y en ella una figura es recurrente: la ennumeración que en ocasiones roza una variante de esa misma figura: la ennumeración caótica. El manual de retórica se refiere a ella como el engarzamiento de términos o partes que no necesariamente se vinculan semánticamente. Esto que suena horrible puede ser traducido a mejor romance: Enrique Ramos apela en muchos de sus “prosemas” (el anfibio de prosa y poesía) al enlistamiento en letanía de versos que al acumularse van armando su figura interior, van esculpiendo, digamos, su espíritu, el del autor.
Así sea tarde para lo que usualmente pasa en las carreras literarias, noto en el conjunto de poemas un impulso por expresar con emoción y sinceridad. La voz presente en cada pieza es confesional, casi ceñidamente autobiográfica. En este sentido poco importa, entonces, la demora con la que llegaron los pálpitos del autor a su condición de textos, pues cada uno está atravesado por una experiencia de vida que jamás podría tener un hombre de menor edad. Ramos Salas escribe entonces algo tarde si nos atenemos a lo que habitualmente ocurre, como ya señalé, en otras vidas literarias, pero eso es un factor que opera a favor de la calidad de los prosemas, dado que nos colocan frente a espejo en el que vemos nuestra existencia cuando han llegado ya las grandes preguntas, aquellas preguntas que todos solemos hacernos cuando descubrimos y comenzamos a padecer nuestra finitud.
Antes de explorar un poco el meollo temático del libro, quiero hacer notar que hay momentos que podrían mejorar en términos de ritmo. Sé que hay tendencias literarias que repelan de cualquier canon, de cualquier preceptiva, de cualquier atadura, pero en poesía, aunque de momento le queramos decir prosa, es fundamental que el flujo de los versos se dé como si corriera el agua, con prioridad por el énfasis en el logro de una música determinada. ¿Qué pasa en algunas piezas de Prosas leprosas? Que van muy bien, que nos envuelven, pero allí, sutilmente escondidas, hay algunas arrugas en la tela, leves caídas del ritmo que a veces pudieran ser remediadas con un cuidadoso hipérbaton o con una especie de encabalgamiento. Por fortuna, son pecas, escasas y sólo notorias para quien está metido más o menos de lleno en el comercio de la poesía.
El fondo, este sí, pinta al ser humano que es en este momento Enrique Ramos Salas, un ser humano que hunde su mirada en sí mismo y bucea en su ser con ánimo de descubrir su universo subcutáneo. Descubrí con gusto que las certezas terribles y los asombros pasmosos son acompañados por una mirada generosa y libre. Quiero decir que el ánimo del autor oscila entre la catástrofe y la dicha, entre la alegría y la desazón, y en suma, todo apunta al mismísimo centro del asombro y la necesidad de expresarlo. No hay, por ello, un tema eje, algo que destaque notoriamente como emoción señera.
Sin embargo, si me obligaran a subrayar líneas temáticas destacadas puedo decir, sin temor a errar, que Prosas leprosas es una especie de libro contable en el que, trepados en el lomo del tiempo, vemos la suma de errores, caídas, fracasos, derrotas y demás que nos hace un hombre y, a la par, su deseo de agradecer los dones y los logros que también quedaron asentados en el decurso de la vida. El libro contiene varios poemas en los que el autor marca una especie de punto final o hace un corte que sirve no sólo para recontar el pasado, sino para abrir cancha al presente y al futuro. En el trayecto, pasa revista a todo lo que sus ojos miran, pero más hacia adentro que hacia afuera, como quien entiende que luego de mirar la vida y sus trajines, invierte la mirada y reconstruye a partir de ese momento una nueva vida, la interior con todas sus fealdades y realizaciones, con todo a secas.
En resumen, Prosas leprosas es, como dice uno de sus poemas, una lucha entre su autor y su sombra, acaso el mayor desafío que todo escritor tiene cuando asume la aventura de contarse a sí mismo. Por ello me gusta mucho, como varios poemas de este libro, éste, que puede ser fácilmente citado por breve, contundente y, sobre todo, franco:

En Yécora recobré el hilo,
vencí mis fantasmas,
salí adelante,
esta vez no me ganaron,
pero ahí están derrotados,
humillados,
rechinando, retorcidos,
pero agazapados,
como estuve yo tantas veces antes, abatido,
pero no más por ahora,
aunque nunca es bueno cantar victoria
contra tu propio enemigo.

Recomiendo el libro de Enrique Ramos Salas por esto: porque en el combate ha vencido sus fantasmas y, sin embargo, cierto de que el hombre nunca está seguro ni en sí mismo, se abstiene de levantar el brazo.

Prosas leprosas y una que otra letanía profana, Enrique Ramos Salas, Editorial de Mil Agros, Hermosillo, otoño, 2012, 91 pp. Ilustraciones de Beatrix Prieto. Texto leído en la presentación de este libro celebrada el 14 de marzo de 2013 en el auditorio del Museo Arocena, Torreón. Participamos el autor, Rosario Ramos y yo.

miércoles, diciembre 15, 2021

Rojinegros

 











Mi recuerdo futbolero más antiguo es rojinegro. Cuento. Viví hasta los trece años en una casa ubicada en la calle (luego avenida) Madero de Gómez Palacio. Tenía de frente unos diez o doce metros y un fondo como de cuarenta. La parte construida ocupaba unos quince metros, así que en la zona trasera teníamos un espacio que en mi memoria considero inmenso. Lo llamábamos corral, pues su suelo era de tierra; allí estaban los tendederos de mecate y el bóiler de leña, además de que llegamos a ocuparlo con gallinas, conejos y otros animales de granja. Hacia 1970 o 71, creo, y no sé por iniciativa de quién, le fueron colocadas unas porterías de madera similares en tamaño a las del futbol-sala. No tenían red, pero servían perfectamente para armar piquitas entre los mocosos del barrio.

Una tarde cualquiera de las muchas tardes perdidas en aquella infancia austera y alegre que me cupo en suerte, quizá la tarde en la que estrenamos las porterías, todos aparecimos, lógico, con ropa de distinto color. Había niños de seis hasta diez años, más o menos, y antes de comenzar alguien preguntó a uno de los más grandes que de cuál equipo era cada jugador de acuerdo al color de su ropa. Yo vestía playera roja y un short negro, de esos de tela de algodón con elástico apretado, algo inflados y con una bolsita en la nalga derecha. Aún no sabía nada sobre futbol profesional, y cuando llegó mi turno, el dictaminador dijo: “Tú eres del Atlas”.

Poco después, ya clavado en una afición patológica por el futbol, me dominó, hasta la fecha, la querencia por Cruz Azul que luego complementaría con la del Santos Laguna, de manera que vivo dividido entre dos clubes. Sin embargo, la tarde aquella en la que, por culpa de mi ropa, me dijeron “Tú eres del Atlas”, provocó que siempre pusiera atención a los rojinegros, que viera sus partidos todos los sábados por la noche, que los respetara e incluso que los quisiera por su cantera inagotable, por su permanente jogo bonito y hasta por su hermosa combinación de colores anarcosocialistas. De hecho, cuando aflora el tema siempre digo: “Atlas es mi equipo de Jalisco”. Por esto me dio harto gusto lo que sucedió el domingo, y más por mi amigo Beto Rubio, atlista fervoroso y hoy feliz.

sábado, diciembre 11, 2021

Psicosis resemantizada en Motel Bates




















Por más que hayan producido, los grandes artistas suelen ser recordados por uno solo de sus gestos. Picasso es “Las señoritas de Avignon”; Beethoven es “La novena sinfonía”; Víctor Hugo es Jean Valjean; Duchamp es el mingitorio replanteado como “La fuente” y Borges es, sin duda, “El Aleph”. Solemos, pues, identificar a los monstruos apenas por una de sus obras y, a veces, por una partícula de esas mismas obras. Así el abarrote, ¿qué pasa cuando pensamos en Alfred Hitchcock? Sé que a nuestra memoria puede acudir una cascada de imágenes, pero hay una que destaca entre todas las demás: Hitchcock es Psicosis (1960), y, si me apuran un poco, Hitchcock es Marion Crane en la última ducha de su vida.

Esa obra emblemática del cineasta inglés —y podríamos decir que del cine en su totalidad— da pie a Yussel Dardón para configurar el mecano narrativo titulado Motel Bates. Ya el título es, por supuesto, un tributo al amo y señor del suspenso, pues ese peculiar inmueble es la locación en la que se dio lugar la psicosis de Psicosis.

Libro ganador del premio de cuento breve Julio Torri 2012, Motel Bates es un objeto desconcertante sobre, creo, el desconcierto. Si algo tuvo Psicosis y si algo tienen hoy los estroboscópicos textos de Dardón es, precisamente, una mirada desconcertada y desconcertante sobre el desconcierto que es la vida. Más allá del aparente y en apariencia gratuito trabalenguas, Dardón nos hace deambular por sus páginas sin que sepamos bien a bien qué hay detrás de cada puerta. Es un homenaje a Psicosis, film en el que, como bien sabemos, las apariencias eran sólo eso: apariencias, fintas para el espectador que a cada minuto, mientras avanza la película, se va topando con sorpresas y más sorpresas, la mayoría, claro, terribles.

Hay una frase en el epígrafe que justifica con inteligencia dos rasgos paradójicos de Motel Bates: justifica su unidad y su fragmentarismo. En efecto, Hitchcock declaró, según el epígrafe de Dardón, y acaso embusteramente, que no le interesaban los argumentos ni los personajes, sino “que la unión de los trozos pudiera hacer gritar al público”. Digo que la ejecución de Motel Bates se ajusta a ese postulado: la unión de sus escenas, puestas todas en el mismo tono narrativo y en la misma atmósfera, producen la sensación de desconcierto, de irrealidad, de locura, tanto que uno termina por quedar cerca de una agitación que casi llega al alarido.

Organizado en tres estancias bien delimitadas, Motel Bates tiene un tono delirante entre lo fantasmal, lo inconexo, lo perverso, lo vesánico y lo simplemente enigmático. Da la impresión de ser una especie de guion literario entrecortado, pesadillesco y vertiginoso, una pauta que reproduce esa sutil acumulación de pequeños horrores que es el cine de Hitchcock. Es pues un terreno narrativo pantanoso, denso, que genera una suerte de espesa neblina entre el lector y lo descrito, de manera que asistimos a un desfile de figuras que entran y salen de la escena sin un aparente hilo conductor. El hilo, en todo caso, es el set, el motel escalofriante (metáfora de la vida, a mi parecer) en el que ocurren los más disparatados acontecimientos y donde se nos anuncia en varios “Atentos avisos” con estilo de guía turística, todo el espanto que nos garantiza la radicación en ese inmueble.

Es, por todo, un libro de difícil clasificación, genéricamente azogado, movedizo, tanto como la sanguinosa imagen de su portada. ¿Son relatos? Sí y no, pues aunque se dejan leer independientemente, cada uno guarda sutiles conexiones con la caldosa atmósfera general del libro. ¿Es una novela? Sí y no, o al menos se trata, como dicen, de un libro de relatos vía novela, dado que, aunque carezca de un argumento explícito o personajes evidentemente destacables, no hay una trama, o si la hay, está diluida casi hasta la invisibilidad. Digamos, por ejemplo, que esta es una pieza más o menos habitual en Motel Bates; es uno de los “atentos avisos” diseminados perturbadoramente en el libro:

Motel Bates cuenta con una colección de animales disecados que puede llevarse a su habitación para dárselos a los niños, quienes tendrán un compañero de juego mientras usted prepara los cuchillos con los que les arrancará la piel. Cada animal está embalsamado con las mejores técnicas: rellenos de cabello, uñas y dientes humanos. Los souvernirs siempre sirven de algo en Motel Bates.

Es evidente la referencia al documento real, el film —los animales del Norman hitchcockeano  pasados por la taxidermia que en el final de Psicosis justifican la momificación de la madre—, pero aquí tienen un sentido todavía más inquietante, más, digamos, perturbado y perturbador. Es de notarse lo inclasificable del relato, que sólo por obligación asocio al estilo de la guía turística, como dije antes, sin aparentes nexos con el estilo narrativo.
Hay, incluso, fragmentos que no participan de ese timbre y más bien parecen pequeñas piezas aforísticas, textos con estilo expositivo, como “Apunte”, donde se remarca la lejanía con respecto de lo narrativo:

Lo mínimo puede ser causa de un gran suspenso, porque el pensamiento es un cameo, porque en los sueños el sonido chirriante de los violines forma parte del impasse de la realidad.
En el suspenso coexisten la prudencia y la desmesura de los eventos ocultos, el pensamiento que se transforma en una obsesión, en una carga. Así, entre los cambios del blanco y negro al techniocolor descubrimos el detalle, el guiño que si captamos nos volverá cómplices.
Ser copartícipe de la sospecha nos ubica en el límite del peligro, del riesgo.
El suspenso es detalle y reflexión, causa y efecto.
Complicidad, al fin y al cabo.

Libro breve pero complejo, Motel Bates —título 471 del Fondo Editorial Tierra Adentro— es una turbadora resemantización de Psicosis, una apuesta que condensa en sus apretadas páginas, creo, esta alegoría brutal: el escenario donde Hitckcock ubicó su cinta no es a secas un hotel cercano a la autopista, sino la vida misma, ese sitio en el que abundan las dobles personalidades, las tragedias viscosas, las fantasías terribles, las muertes gratuitas, las voces turbias provenientes del recuerdo, los sujetos infantilmente desalmados, los desenlaces fatales y, en suma y para decirlo pronto, la incertidumbre y el desconcierto, la imposibilidad de saber qué es y para qué es el mundo que habitamos, este Motel Bates conocido más comúnmente como vida.
Comarca Lagunera, 18, octubre y 2013

Texto leído en la presentación de Motel Bates, Yussel Dardón, Fondo Editorial Tierra Adentro, México, 2013, 74 pp., celebrada en el foyer del Teatro Nazas, de Torreón, el 18 de octubre de 2013.

miércoles, diciembre 08, 2021

Portento de Sahagún




















Un libro eternamente consultable es la Historia general de las cosas de Nueva España, del fraile franciscano Bernardino de Sahagún. Todos sabemos que gracias a ese trabajo monumental tenemos hoy una enciclopedia que nos ayuda a ingresar con mayor conocimiento al mundo azteca. El horizonte desde el cual escribía Sahagún era el de su tiempo y de su condición de español y religioso, pero, a diferencia de sus coetáneos, advirtió que algo andaba mal si la idea era borrar del mapa la cultura local hasta no dejar rastro de ella. Protocientífico social, Sahagún coleccionó, analizó, inventarió y clasificó cuanto pudo sobre los antiguos mexicanos y gracias a esa labor monstruo tenemos hoy un documento que tranquilamente podemos considerar tesis doctoral en el área de la antropología.
Sabemos que Sahagún recogió el testimonio directo de los ancianos nativos que en náhuatl le compartieron innumerables datos. Todo lo anotó, por eso su Historia general… en efecto es una historia general, un pormenorizado fresco donde vemos todo o casi todo el accionar de la sociedad subyugada por los españoles. Mientras otros llegaron, desde Cortés, a arrasar, a no dejar piedra sobre piedra, el fraile leonés notó que era importante compilar toda la información posible sobre el universo de los conquistados, de ahí que emprendiera una labor investigativa que a la postre serviría para documentar la complejidad y el poder de la sociedad azteca, lo que a trasmano evidenciaría, claro, el mérito de los peninsulares.

Y de veras: todo lo que queramos saber sobre la realidad azteca está aquí, en esta Wikipedia de la antigüedad mexicana. Es, por ello, un clásico inagotable de la literatura, la historia y la antropología nacionales. Yo lo frecuento desde que lo conocí, y lo consulto como obra de referencia, como quien se asoma precisamente a los tomos de una Británica cualquiera. Miren esto, por ejemplo.
En el Libro X, capítulo XV, número 1, titulado “De las mujeres públicas” (mi edición es la de Porrúa, Sepan cuantos…, número 300), Sahagún describe el comportamiento de aquellas chicas que, pese a su mala reputación, merecen un lugar en el mural de los aztecas. Más allá de lo que ahora nos parecería excesiva moralina, la descripción es importante porque dibuja los usos y costumbres, podríamos decir “sofisticados”, de quienes se dedicaban a la prostitución. Y más: al saber hoy que en el mundo azteca había prostitución, nos damos una idea de la complejidad de las relaciones sociales y económicas tejidas entre sus habitantes. Dice Sahagún:

1. La puta es mujer pública y tiene lo siguiente: que anda vendiendo su cuerpo, comienza desde moza y no lo deja siendo vieja, y anda como borracha y perdida, y es mujer galana y pulida, y con esto muy desvergonzada; y a cualquier hombre le da y le vende su cuerpo, por ser muy lujuriosa, sucia y sin vergüenza, habladora y muy viciosa en el acto carnal; púlese mucho y es tan curiosa en ataviarse que parece una rosa después de bien compuesta, y para aderezarse muy bien primero se mira en el espejo, báñase, lávase muy bien  y refréscase para más agradar; suélese también untar con ungüento amarillo de la tierra que llaman axin, para tener buen rostro y luciente, y a las veces se pone colores y afeites en el rostro, por ser perdida y mundana.

2. Tiene también de costumbre teñir los dientes con grana, y soltar los cabellos para más hermosura, y a las veces tener la mitad suelto, y la otra mitad sobre la oreja o sobre el hombro, y trenzarse los cabellos y venir a poner las puntas sobre las molleras, como cornezuelos, y después andarse pavoneando, como mala mujer, desvergonzada, disoluta e infame.

3. Tiene también costumbre de sahumarse con algunos sahumerios olorosos, y andar mascando el tzictli, para limpiar los dientes, lo cual tiene por gala, y al tiempo de mascar suenan las dentelladas como castañetas. Es andadora, o andariega, callejera y placera, ándase paseando, buscando vicios, anda riéndose, nunca para y es de corazón desasosegado.

4. Y por los deleites en que anda de continuo sigue el camino de las bestias, júntase con unos y con otros; tiene también de costumbre llamar, haciendo señas con la cara, hacer del ojo a los hombres, hablar guiñando el ojo, llamar con la mano, vuelve el ojo arqueando, andarse riendo para todos, escoger al que mejor le parece y querer que la codicien, engaña a los mozos, o mancebos, y querer que le paguen bien, y andar alcahueteando las otras para otros y andar vendiendo otras mujeres.

Hasta aquí la cita. Nótese que pese a censurarlas, hay en estos párrafos alguna tibia pincelada de admiración: “es tan curiosa en ataviarse que parece una rosa después de bien compuesta”; por supuesto, la curiosidad en este caso significa “cuidado en hacer algo con primor”, según la RAE. El pasaje en el que describe que siempre anda “mascando el tzictli, para limpiar los dientes, lo cual tiene por gala, y al tiempo de mascar suenan las dentelladas como castañetas”, es un apunte genial: las malas mujeres truenan el chicle mientras lo mastican, lo que ha sobrevivido como tópico de las “perdidas” hasta la actualidad, como lo ha exhibido puntualmente el cine de cabareteras.

La edición sahaguneana de Porrúa tiene más de mil páginas. Imaginen todo lo que podemos consultar y hallar en este portento de investigación, uno de nuestros libros imprescindibles.

sábado, diciembre 04, 2021

Hawking para principiantes

 











He leído con entrecortado placer Breve historia de mi vida (Crítica, México, 2014, 148 pp.), autobiografía de Stephen Hawking (Oxford, 1942). Como queda claro en el número de páginas que anoté hace quince palabras, es un libro efectivamente corto, y más corto se siente porque viene bien aderezado con una abundante cantidad de fotos del autor y su familia. No tengo por hábito leer semblanzas de personajes ajenos a la literatura o al arte, pero en este caso la vida del científico inglés me ha intrigado desde que supe algo sobre él. Por esta misma razón, y contra mi rechazo más o menos visceral a las biopics, vi alguna vez la película que también lo aborda.

Adjetivé como “entrecortado” al placer que sentí durante la lectura de la bio. Por supuesto, esto no se debió a la calidad de libro, sino a mi absoluta incompetencia para entender la física teórica (y de hecho cualquier física). Ni siquiera vista por encimita, de pasada, como lo hace Hawking, esa ciencia es asequible para mí y supongo que para muchos que, como yo, carecen de la inteligencia casi inhumana que se requiere para volar tan alto en el universo de la especulación científica. Admitimos que Hawking y sus colegas son lo que son o fueron lo que fueron porque en los textos o programas divulgativos los han etiquetado como genios, no porque entendamos los conceptos entre los que se movieron. Admirarlos es, pues, casi casi, un acto de fe, precisamente lo menos apegado a los métodos de la ciencia. Con Einstein pasó exactamente lo mismo.

¿Y entonces qué me gustó del libro? Pues todo lo demás, que no es poco. El autor recorre a grandes trazos las etapas más significativas de su vida. No se detiene mucho en detalles, y el libro da, por ello, la impresión de que fue escrito con alguna urgencia. Era lógico. Para la segunda década del nuevo milenio se había tornado casi segura la muerte del genio, una muerte que gracias a su tenacidad y a la ciencia (médica en este caso) logró ser pospuesta mucho más allá del lapso que décadas atrás se había pronosticado. Si a los veinte años comenzaron a aparecer en Stephen los primeros síntomas de la esclerosis lateral amiotrófica y los malos augurios sobre su supervivencia, no deja de parecer milagroso que en 2010 todavía estuviera vivo y escribiendo a la mayor rapidez posible.

A los neófitos como yo pueden seducirnos más, entonces, los contornos de su vida familiar. Su niñez feliz y ciertamente desahogada, atravesada por la influencia de un padre médico e investigador. O su natural tendencia de joven al relajo y la relajación festiva, lo que puede notarse en la famosa foto que figura en la portada, aquella en la que el veinteañero Hawking aparece, en pose de burlón triunfador, junto a sus amigos, los integrantes del club de remo. No deja de llamar la atención, claro, su dura vida privada, la relación que debió truncarse con Jane Wilde, su paternidad, su encuentro amoroso con Elaine Mason, enfermera que lo rescató en lo físico y en lo espiritual.

Hawking dedica un capítulo a contar la historia de su libro más famoso: Historia del tiempo (1988), que a la postre se convertiría en bestseller y lo catapultaría a la celebridad mundial.

Salvo por algunas páginas difíciles, Breve historia de mi vida es un libro interesante y apto para todo público.

miércoles, diciembre 01, 2021

Apetito internacional

 











La palabra “internacional” tiene mucho prestigio internacional. Cuando es enunciada en el contexto gastronómico (“cocina internacional”) no hay posibilidad de pensar en algo chafa. Al contrario, de inmediato imaginamos lujos y exquisiteces propios de paladares sabios. Hay sin embargo ciertos alimentos que llevan adherida alguna palabra con aire internacional y no son ya de tanta alcurnia, como si el uso hubiera gastado en algo su semántica original. Ofrezco diez ejemplos que circulan con éxito en nuestra región.

Cacahuates estilo japonés. Al parecer fueron inventados en México por el padre del cantante Yoshio. Hay mil marcas, casi todas buenas sobre todo si son maridadas con cerveza. La cubierta es básicamente harina de trigo con soya. He comprobado que una bolsita de estos cacahuates puede engañar a la tripa con mucho éxito.

Comida china. Nuestra comida china ya incorporó chiles toreados. Nunca he ido a China, así que no puedo asegurar si la grasosa de aquí es como la de allá.

Empanadas argentinas. Han ido cobrando alguna popularidad debido al establecimiento de dos o tres restaurantes de comida argentina y de food-truks. Tuve la suerte de probarlas en su país de origen, donde son el equivalente a nuestros tacos, y no siento que las de acá se les parezcan mucho en sabor e incluso en aspecto.

Enchiladas suizas. Todos las hemos probado. Según sé, estas enchiladas son llamadas “suizas” sin que en Suiza sepan que existen las enchiladas suizas. Sabemos que son como tacos de pollo remojados en salsa verde y suelen ser espolvoreadas con queso o crema. Su acompañamiento habitual es el arroz. En nuestra región son más populares las rojas que las verdes, creo, y les llamamos “enchiladas” a secas.

Helado napolitano. Un gentilicio que suena lindo. Por cierto: Nápoles significa “nueva ciudad” (neos+polis).

Pan árabe. Pan sin levadura. Acá ya he visto que sirve para acompañar hasta frijoles refritos.

Pan francés. Siempre he dicho que es nuestro baguette, quizá uno de los productos laguneros más entrañablemente deliciosos.

Papas a la francesa. Es imposible no haberlas probado. Suelen ser una bomba de grasa y sal, pero es difícil resistirse a su encanto, además de que son económicas.

Rusas. Quien inventó esta bebida refrescante tuvo una idea genial: relacionarla con el frío siberiano.

Salchicha alemana. Cuando es gruesa (y sé que queda abierta la portería para la llegada del albur), le dicen “alemana” aunque de alemana no tenga casi nada. Lo importante es usar en ella el adjetivo.