En
2007 publiqué Monterrosaurio, mi
libro más lúdico, un juguete de palabras sobre Augusto Monterroso y su
microtexto “El dinosaurio”. Para recordar que ayer se cumplió el centenario de
Monterroso, traigo un pasaje:
Veamos
algunas [casualidades en el famoso micro]: en cuanto a sus pequeñas
revelaciones numéricas, “El dinosaurio” suma 44 letras; pues bien, Augusto
Monterroso llegó a México en el 44. El número siete, ya se sabe, tiene un valor
simbólico notable en nuestra cultura: siete pecados capitales, siete días de la
semana, siete maravillas del mundo, siete artes liberales, siete sabios de
Grecia, los siete contra Tebas, el Código de las siete partidas de Alfonso X,
las siete partes del orden caballeresco de Lulio, los siete enanos de Blanca
Nieves, la fatídica séptima entrada del beisbol, en fin, sietes en demasiados
ángulos de la cultura que nos abraza. Hay también sietes de la suerte en torno
a “El dinosaurio”, microrrelato que se edifica apenas con siete fugaces
palabras. El nombre propio de su autor (Augusto) cuenta con siete letras;
“Augusto Monterroso” suma siete sílabas y, ya lo dijimos, el minicuento ocupa
el lugar siete en el cuentario que lo acoge. Además, como sucede con las
palabras Aurelio y murciélago, el dinosaurio incluye, con toda su peculiar
sonoridad, todas las vocales (en total suman, contando las dos que se repiten,
siete). Hasta aquí son demasiadas sorpresas para obra tan escueta. La
casualidad, no nos engañamos, operó en todos los casos y hasta el mismo autor
podría reír con esta intromisión de un azar endiabladamente lúdico, un azar que
tendría feliz o por lo menos intrigado a cualquier supersticioso.
Pero, ¿qué más puede esconder el prodigioso miligramo prosístico de Monterroso? Es, a simple vista, un cuento fantástico: un hombre sueña con un dinosaurio y etcétera, ya conocemos el raudo final. La mente está predispuesta a aceptar como fantástico un texto que, si queremos, podría ser realista aunque demasiado soso para ser admitido así por nuestra sensibilidad. Por supuesto, la explicación fantástica es más seductora. Rodear a “El dinosaurio” con un contexto realista deteriora la belleza del texto, así que nuestra mente coopera bien al aceptarlo dócilmente como fantástico.