Los caminos de la literatura son
inescrutables. Sí, lo son siempre y para todo lo vinculado al quehacer de la
escritura. Lo que dijo, pues, Cioran, sobre el misterioso destino de los libros,
es aplicable al destino de muchos hombres. Dijo el filósofo rumano que nada
podemos asegurar sobre un libro, lo que torna muy riesgoso cualquier
adivinación sobre su porvenir. Lo mismo exactamente se puede decir sobre el
hombre. Enrique Ramos Salas (Torreón, Coahuila, 1952), ingeniero con doctorado
en estadística, vivió varias décadas estrechamente vinculado como profesor e
investigador al mundo de los números, y ahora, casi sorpresivamente, irrumpe
como sujeto estrechamente vinculado al mundo de las letras.
Dije “casi sorpresivamente”. Uso el adverbio
“casi” para aclarar esto: que la sorpresa no fue tan sorpresiva al menos para
él ni para quienes lo han tratado de cerca, pues durante todos esos largos años
palpitó, debajo de los análisis multivariables, los valores discordantes y todo
eso, lo que constituye su trabajo profesional, el deseo de armar y desarmar con
palabras su emoción más personal, sus experiencias, sus filias y sus fobias arraigadas en el hueso. Un día no muy lejano a este día, Ramos Salas quemó las
naves de su actividad alimenticia y construyó otras con palabras, embarcaciones
que son libros como el que aquí hoy presentamos.
Prosas leprosas y una que otra letanía profana fue publicado en Sonora hacia finales de 2012. Lo
primero que desconcierta al lector es que ninguna de sus 45 piezas sean prosa,
sino, si nos atenemos al menos a su complexión física, poesía. Desde allí hay
un quiebre, una ruptura del sentido que habitualmente le atribuimos al género
armado con renglones que van de orilla a orilla en una página, es decir, prosa.
Aquí no, aquí las prosas tienen la textura de la poesía y en ella una figura es
recurrente: la ennumeración que en ocasiones roza una variante de esa misma
figura: la ennumeración caótica. El manual de retórica se refiere a ella como el
engarzamiento de términos o partes que no necesariamente se vinculan
semánticamente. Esto que suena horrible puede ser traducido a mejor romance:
Enrique Ramos apela en muchos de sus “prosemas” (el anfibio de prosa y poesía)
al enlistamiento en letanía de versos que al acumularse van armando su figura
interior, van esculpiendo, digamos, su espíritu, el del autor.
Así sea tarde para lo que usualmente pasa en
las carreras literarias, noto en el conjunto de poemas un impulso por expresar
con emoción y sinceridad. La voz presente en cada pieza es confesional, casi
ceñidamente autobiográfica. En este sentido poco importa, entonces, la demora
con la que llegaron los pálpitos del autor a su condición de textos, pues cada
uno está atravesado por una experiencia de vida que jamás podría tener un
hombre de menor edad. Ramos Salas escribe entonces algo tarde si nos atenemos a
lo que habitualmente ocurre, como ya señalé, en otras vidas literarias, pero
eso es un factor que opera a favor de la calidad de los prosemas, dado que nos colocan frente a espejo en el
que vemos nuestra existencia cuando han llegado ya las grandes preguntas,
aquellas preguntas que todos solemos hacernos cuando descubrimos y comenzamos a
padecer nuestra finitud.
Antes de explorar un poco el meollo temático
del libro, quiero hacer notar que hay momentos que podrían mejorar en términos
de ritmo. Sé que hay tendencias literarias que repelan de cualquier canon, de
cualquier preceptiva, de cualquier atadura, pero en poesía, aunque de momento
le queramos decir prosa, es fundamental que el flujo de los versos se dé como
si corriera el agua, con prioridad por el énfasis en el logro de una música
determinada. ¿Qué pasa en algunas piezas de Prosas
leprosas? Que van muy bien, que nos envuelven, pero allí, sutilmente
escondidas, hay algunas arrugas en la tela, leves caídas del ritmo que a veces
pudieran ser remediadas con un cuidadoso hipérbaton o con una especie de
encabalgamiento. Por fortuna, son pecas, escasas y sólo notorias para quien
está metido más o menos de lleno en el comercio de la poesía.
El fondo, este sí, pinta al ser humano que es
en este momento Enrique Ramos Salas, un ser humano que hunde su mirada en sí
mismo y bucea en su ser con ánimo de descubrir su universo subcutáneo. Descubrí
con gusto que las certezas terribles y los asombros pasmosos son acompañados
por una mirada generosa y libre. Quiero decir que el ánimo del autor oscila
entre la catástrofe y la dicha, entre la alegría y la desazón, y en suma, todo apunta
al mismísimo centro del asombro y la necesidad de expresarlo. No hay, por ello,
un tema eje, algo que destaque notoriamente como emoción señera.
Sin embargo, si me obligaran a subrayar líneas
temáticas destacadas puedo decir, sin temor a errar, que Prosas leprosas es una especie de libro contable en el que,
trepados en el lomo del tiempo, vemos la suma de errores, caídas, fracasos,
derrotas y demás que nos hace un hombre y, a la par, su deseo de agradecer los
dones y los logros que también quedaron asentados en el decurso de la vida. El
libro contiene varios poemas en los que el autor marca una especie de punto
final o hace un corte que sirve no sólo para recontar el pasado, sino para
abrir cancha al presente y al futuro. En el trayecto, pasa revista a todo lo
que sus ojos miran, pero más hacia adentro que hacia afuera, como quien
entiende que luego de mirar la vida y sus trajines, invierte la mirada y reconstruye
a partir de ese momento una nueva vida, la interior con todas sus fealdades y
realizaciones, con todo a secas.
En resumen, Prosas leprosas es, como dice uno de sus poemas, una lucha entre su
autor y su sombra, acaso el mayor desafío que todo escritor tiene cuando asume
la aventura de contarse a sí mismo. Por ello me gusta mucho, como varios poemas
de este libro, éste, que puede ser fácilmente citado por breve, contundente y,
sobre todo, franco:
En Yécora recobré el hilo,
vencí mis fantasmas,
salí adelante,
esta vez no me ganaron,
pero ahí están derrotados,
humillados,
rechinando, retorcidos,
pero agazapados,
como estuve yo tantas veces antes, abatido,
pero no más por ahora,
aunque nunca es bueno cantar victoria
contra tu propio enemigo.
Recomiendo el libro de Enrique Ramos Salas
por esto: porque en el combate ha vencido sus fantasmas y, sin embargo, cierto
de que el hombre nunca está seguro ni en sí mismo, se abstiene de levantar el
brazo.
Prosas leprosas y una que otra letanía profana, Enrique Ramos Salas, Editorial de Mil Agros,
Hermosillo, otoño, 2012, 91 pp. Ilustraciones de Beatrix Prieto. Texto leído en la presentación de este libro celebrada el 14 de marzo de 2013 en el auditorio del Museo Arocena, Torreón. Participamos el autor, Rosario Ramos y yo.