Un libro eternamente consultable es la Historia general de las cosas de Nueva España, del fraile franciscano
Bernardino de Sahagún. Todos sabemos que gracias a ese trabajo monumental
tenemos hoy una enciclopedia que nos ayuda a ingresar con mayor conocimiento al mundo azteca. El horizonte desde el cual escribía Sahagún era el de su tiempo y
de su condición de español y religioso, pero, a diferencia de sus coetáneos,
advirtió que algo andaba mal si la idea era borrar del mapa la cultura local
hasta no dejar rastro de ella. Protocientífico social, Sahagún coleccionó, analizó,
inventarió y clasificó cuanto pudo sobre los antiguos mexicanos y gracias a esa
labor monstruo tenemos hoy un documento que tranquilamente podemos considerar tesis doctoral en el área de la antropología.
Sabemos que Sahagún recogió el testimonio directo de los ancianos
nativos que en náhuatl le compartieron innumerables datos. Todo lo anotó, por
eso su Historia general… en efecto es
una historia general, un pormenorizado fresco donde vemos todo o casi todo el
accionar de la sociedad subyugada por los españoles. Mientras otros llegaron a arrasar, a no dejar piedra sobre piedra, el fraile leonés notó
que era importante compilar toda la información posible sobre el universo de
los conquistados, de ahí que emprendiera una labor investigativa que a la postre
serviría para documentar la complejidad y el poder de la sociedad azteca, lo
que a trasmano evidenciaría, claro, el mérito de los peninsulares.
Y de veras: todo lo que queramos saber sobre la realidad
azteca está aquí, en esta Wikipedia de la antigüedad mexicana. Es, por ello, un
clásico inagotable de la literatura, la historia y la antropología nacionales. Yo
lo frecuento desde que lo conocí, y lo consulto como obra de referencia, como
quien se asoma precisamente a los tomos de una Británica cualquiera. Miren esto,
por ejemplo.
En el Libro X, capítulo XV, número 1, titulado “De las
mujeres públicas” (mi edición es la de Porrúa, Sepan cuantos…, número 300),
Sahagún describe el comportamiento de aquellas chicas que, pese a su mala reputación,
merecen un lugar en el mural de los aztecas. Más allá de lo que ahora nos
parecería excesiva moralina, la descripción es importante porque dibuja los
usos y costumbres, podríamos decir “sofisticados”, de quienes se dedicaban a la
prostitución. Y más: al saber hoy que en el mundo azteca había prostitución, nos
damos una idea de la complejidad de las relaciones sociales y económicas tejidas
entre sus habitantes. Dice Sahagún:
1. La puta es mujer pública y tiene lo siguiente: que anda
vendiendo su cuerpo, comienza desde moza y no lo deja siendo vieja, y anda como
borracha y perdida, y es mujer galana y pulida, y con esto muy desvergonzada; y
a cualquier hombre le da y le vende su cuerpo, por ser muy lujuriosa, sucia y
sin vergüenza, habladora y muy viciosa en el acto carnal; púlese mucho y es tan
curiosa en ataviarse que parece una rosa después de bien compuesta, y para
aderezarse muy bien primero se mira en el espejo, báñase, lávase muy bien y refréscase para más agradar; suélese
también untar con ungüento amarillo de la tierra que llaman axin, para tener buen rostro y luciente,
y a las veces se pone colores y afeites en el rostro, por ser perdida y
mundana.
2. Tiene también de costumbre teñir los dientes con grana, y
soltar los cabellos para más hermosura, y a las veces tener la mitad suelto, y
la otra mitad sobre la oreja o sobre el hombro, y trenzarse los cabellos y
venir a poner las puntas sobre las molleras, como cornezuelos, y después andarse
pavoneando, como mala mujer, desvergonzada, disoluta e infame.
3. Tiene también costumbre de sahumarse con algunos sahumerios
olorosos, y andar mascando el tzictli,
para limpiar los dientes, lo cual tiene por gala, y al tiempo de mascar suenan
las dentelladas como castañetas. Es andadora, o andariega, callejera y placera,
ándase paseando, buscando vicios, anda riéndose, nunca para y es de corazón
desasosegado.
4. Y por los deleites en que anda de
continuo sigue el camino de las bestias, júntase con unos y con otros; tiene
también de costumbre llamar, haciendo señas con la cara, hacer del ojo a los
hombres, hablar guiñando el ojo, llamar con la mano, vuelve el ojo arqueando,
andarse riendo para todos, escoger al que mejor le parece y querer que la codicien,
engaña a los mozos, o mancebos, y querer que le paguen bien, y andar
alcahueteando las otras para otros y andar vendiendo otras mujeres.
Hasta aquí la cita. Nótese que pese a censurarlas, hay en estos párrafos alguna
tibia pincelada de admiración: “es tan curiosa en ataviarse que parece una rosa
después de bien compuesta”; por supuesto, la curiosidad en este caso significa “cuidado
en hacer algo con primor”, según la RAE. El pasaje en el que describe que
siempre anda “mascando el tzictli, para
limpiar los dientes, lo cual tiene por gala, y al tiempo de mascar suenan las
dentelladas como castañetas”, es un apunte genial: las malas mujeres truenan el
chicle mientras lo mastican, lo que ha sobrevivido como tópico de las “perdidas”
hasta la actualidad, como lo ha exhibido puntualmente el cine de cabareteras.
La edición sahaguneana de Porrúa tiene más de mil páginas.
Imaginen todo lo que podemos consultar y hallar en este portento de
investigación, uno de nuestros libros imprescindibles.