sábado, diciembre 31, 2022

Maté a la mariposa o el rigor del cuento

 











Maté a la mariposa, segundo libro de cuentos individual de Elena Palacios (Torreón, Coahuila, 1967), confirma la calidad artística que esta autora había mostrado ya en Cuentos cortos para gente que duerme sola (2018). En efecto, los relatos de su primer título exhibían —o exhiben, pues el libro perdura— una gran solvencia en su ejecución, una certera noción del cuento como universo compacto y eficaz en su punch frente al lector, dicho esto, claro, en alusión a la metáfora pugilística de Cortázar.

Quien recorra ahora las historias de Maté a la mariposa no dejará de apreciar, creo, el cuidado orfebre que su autora ha depositado en cada pieza. El cuento, en la más sólida de sus condiciones, así lo demanda: más que disponer historias en las que el cuento sólo es cuento a propósito de su brevedad, Elena Palacios ha vigilado los variados detalles que hacen de sus creaturas obras breves, sí, pero también dignas de atención y de memoria en función de la compacidad acatada durante su composición.

Quiero decir con lo anterior que el impulso narrativo de Elena no se desborda como río encabritado, sino que fluye como agua gobernada por una sensibilidad cada vez más diestra en el manejo de los elementos que hacen de cada cuento una pieza severa, cerrada en su forma y abierta, gracias a la emotividad que de allí emana, a las inagotables interpretaciones de la subjetividad lectora.

Elena ha sido rigurosa ante todas las exigencias compositivas: sus cuentos avanzan hacia una sorpresa o una perplejidad o un desconcierto bien premeditados; sus cuentos no extravían el impulso poético atañedero a toda literatura digna de este nombre; sus cuentos indagan en el alma de personajes complejos; sus cuentos exploran anécdotas en las que refulgen peripecias inusitadas; sus cuentos tienen, todos, en suma, un esmalte quirogueano de fracaso, dolor, envidia, desdicha, abuso, amor, locura y muerte.

Así he podido ver el panorama general de los cuentos abrazados en Maté a la mariposa. No es poco si pensamos que las exigencias de este género, el cuento, hacen recular a muchos narradores o, si no, los llevan a encararlo de una manera relajada hasta el deshuesamiento que deriva en el cuento que es cuento, como digo, sólo en atención a su cortedad de páginas y no a su endiablado mecanismo interior.

En cuanto a su extensión, la mayor parte de los cuentos de este libro tienen un desarrollo amplio, y son acompañados por textos de contundente brevedad, de una página o poco más. En muchos se siente un abordaje similar en cuanto al tono y el asunto, una suerte de aire sobrenatural, aneblado o lóbrego que en varios casos no llega al terror pero de alguna manera lo insinúa e impregna a las historias de turbiedad y misterio. Es el caso de cuentos como “Ana en el espejo”, “Castaño y aceituna”, “Ya no eres tú”, “La reina”, “Asómate y verás” y “Casa en venta”; en esta lista están, sin duda, varios de los que considero imperdibles (valga el ya manoseado adjetivo) de estas páginas. Ni cómo dudarlo, si son cuentos que apuntalan a Maté a la mariposa como excelente libro.

Otra vertiente, digamos, menos oscura del libro en la tonalidad de su atmosfera, es la de los cuentos de corte más realista en los que campean menos la sensación de horror y misterio que las flaquezas humanas, demasiado humanas, como la envidia, la frustración, el odio y el deseo de venganza. En este casillero podemos enlistar “Entre la humedad de tus piedras”, “El señor Muñoz quiere suicidarse”, “Maté a la mariposa”, “La dulzura de mi abuela”, “Jueves de bar” y “Una insignificancia”, relato este último que casi casi puedo considerar, si otros no le quedaran tan cerca en términos de redondura, el mejor, o uno de los mejores, del racimo. Un caso peculiar es el de “Tía-abuela”, obra un tanto atípica en el libro pero no por ello ineficaz; al contrario, es, por su genuina ternura, una de las más emotivas del conjunto.

Maté a la mariposa es, por todo, un libro variado pero en el que es posible distinguir al menos dos líneas de fuerza tensionadas entre el cuento realista y el sobrenatural cercano a las inmediaciones del terror. No dudo en afirmar que los lectores avanzarán en sus páginas con gratitud hacia Elena Palacios, quien ha volcado aquí su imaginación y su talento en la mejor de las escuelas cuentísticas.

Finalizo con dos verbos en esdrújula que la autora bien se ha ganado tras escribir estas páginas: celebrémoslo leyéndola.

Comarca Lagunera, 8, noviembre y 2022

Prólogo del libro Maté a la mariposa leído asimismo en la presentación de este volumen celebrada en la Galería de Arte Contemporáneo del Teatro Isauro Martínez el 15 de diciembre de 2022. Participamos Daniel Lomas, Elena Palacios y yo.

Nota. Esta es la última entrega de Ruta Norte en 2022. Les deseo un 2023 pleno de salud y logros. Muchas gracias por su atención de este año y por aquí me seguiré comunicando.

miércoles, diciembre 28, 2022

Vistazo al vesre











Ahora que se puso de moda lo argentino tuve oportunidad de comentar en una sobremesa la peculiaridad del “vesre”. Se trata, dije, de un juego verbal muy simple y profundamente arraigado en el habla de los argentinos. Su definición está en el nombre que le han asignado: “vesre” es “revés”, escribir al revés. Sólo hay que acotar un detalle: no supone el vesre, como el palíndromo, una lectura de derecha a izquierda, sino un reacomodo (o enrevesamiento, metátesis) de las sílabas, de suerte que con los mismos elementos se produce otra palabra.

Por lo que tengo visto y oído, este juego está muy presente en la comunicación oral y escrita de los argentinos. Puedo suponer que no tanto en la invención de palabras, sino en el uso de muchas que han quedado cristalizadas sobre todo en la conversación informal. Ciertamente, alguien puede acuñar una palabra nueva en vesre y sus interlocutores podrán entenderla al vuelo, sin chistar, pero lo que he percibido como más común es que usen las ya conocidas.

El juego viene, creo, de la obsesión por habilitar un léxico nuevo muy presente en el lunfardo, jerga antaño usada en los bajos fondos porteños, espacio sobrepoblado de migrantes europeos, sobre todo italianos. Esto coincidió con el nacimiento del tango, que al incorporar letras y convertirse en tango-canción, sumó las palabras de la calle y, con ellas, numerosos lunfardismos. Esta es la razón por la que el sentido de muchos versos tangueros se nos escapa: “Cuando rajés los tamangos / buscando ese mango / que te haga morfar” (“Yira-yira”, Enrique Santos Discépolo) aunque la dificultad sólo sea de léxico, lo que se resuelve con el diccionario de lunfardismos: tamangos=zapatos, mango=dinero, morfar=comer.

El vesre también se sumó a las letras de tango. Recuerdo por ejemplo “nami”, por mina=chica; “rati”, por tira-policía y “shofica”, por cafisho=padrote, cinturita. La misma palabra “tango” ha sido usada como “gotán” incluso como título de un poemario escrito por Juan Gelman.

Más palabras comunes en verse: “grone”, negro; “telo”, hotel; “feca”, café; “jermu”, mujer; “garpar”, pagar, entre muchas otras. En México sólo he detectado dos palabras en vesre usadas con alguna frecuencia, ambas por vía de eufemismo: “dope” (“hacerla de dope”) y “gáver” (“mandar a la gáver”).

sábado, diciembre 24, 2022

Pilar Rioja: imágenes de una pasión

 











¿Cómo lograr que la danza, arte esencialmente ligado al movimiento, quede detenida en la fijeza del papel? ¿Es posible que lo expresado por la gramática del cuerpo sea aprehendido con la tinta sobre una hoja? Una respuesta apresurada nos diría que no, que el movimiento es la antítesis de la estaticidad impresa, y, por ello, que la danza no puede ser comunicada, o comunicada muy parcialmente, por la fotografía. La otra respuesta es afirmativa: milagrosamente, la danza puede tener movimiento aun en la petrificación del instante que es la foto, y esta paradoja se debe menos a las capacidades de un mecanismo y una lente que a las virtudes del sujeto fotografiado: cuando la realidad que apresa la imagen es una bailarina consumada, deviene el asombro: la foto tiene movimiento, la imagen danza.

El libro Remembrazas (Instituto Municipal de Cultura y Educación de Torreón et al., Torreón, 2022, 148 pp.) es un paseo de fotografías y palabras por la vida de Pilar Rioja, una de las figuras más importantes que ha dado la danza en México. Los textos y las fotos se estrechan las manos en estas páginas para ofrecernos un perfil, si no completo, sí aproximado a la totalidad vital y artística de la maestra Pilar. Era, sin duda, un libro necesario, y da gusto adicional saber que ha sido impreso en el noventa aniversario de la maestra, quien ha podido ver el libro en el homenaje que en septiembre de 2022 se le tributara en el Teatro Isauro Martínez.

Además de las fotos, en las cuales me detendré más adelante, Remembranzas es una compilación de textos que abordan rasgos de la maestra Pilar. Por ejemplo, Enrique Rioja del Olmo, su hermano, nos aproxima al mundo familiar de la artista, a sus orígenes como niña tocada por la inspiración de la danza. Vemos en estos párrafos la circunstancia familiar y el gran, el tremendo esfuerzo de su padre por conseguir para la pequeña bailarina los mejores maestros de su arte. Da cuenta Enrique Rioja de los ires y venires de su hermana por el mundo, desde las fiestas españolas en La Laguna hasta las dificultades, los tropiezos y por supuesto su gradual ascenso al reconocimiento que la convirtió en artista de excelencia aclamada en escenarios de Nueva York, Madrid, Moscú y México, por citar sólo cuatro entre los cientos de ciudades que la vieron comunicar su flamenco.

Textos de recuerdo de muchas otras personas que la evocan (Ramón Shade, Eduardo Navas, Sabás Santos, José Luis Negrete, Guillermo Barclay, Raquel Ríos, Arturo Martínez, Marta Quijano de Saborit, Marilú Treviño, Elisa Pérez, Fernando de la Mora, Raúl Adalid…), o piezas literarias como los poemas que le dedicó Luis Rius, su esposo, van configurando el fresco mediante el cual nos hacemos una imagen de Pilar niña, amiga, compañera de trabajo, hermana, artista. Es impresionante cómo esta mujer logró lo que muy pocos pueden alcanzar: una dimensión en la cual se torna unánime el aplauso, una admiración que no le regateó ninguno de los miles de espectadores que en el planeta la vieron en teatros donde la pasión de Pilar Rioja se derramó sin escatimar belleza. Los textos contenidos en este libro son un ingrediente necesario para redondear en nuestra memoria la calidad humana y creativa de una lagunera excepcional.

Las fotografías de Eduardo Rioja son asimismo un viaje por el virtuosismo de la maestra Pilar. Como dije al principio, la estaticidad de la fotografía es vencida por el sujeto retratado, como si Pilar Rioja bailara en el instante retenido, como si se negara a detenerse en la imagen. Quiero decir con esto que las fotografías transmiten, no sé cómo, la sensación de movimiento, la perfección motriz alcanzada por la maestra Pilar en diferentes obras y escenarios. Y esto ocurre desde la portada, una imagen en la que la artista, con una expresión de dolor contenido en el rostro, tiende una mano que sabemos temblorosa por algún desgarramiento interior.

En cada una de las fotos ocurre un fenómeno semejante: en ellas la maestra Pilar se mueve, comunica pasión, entrega, entereza, luz interior y exterior. En la foto de las páginas 10-11 vemos un vestido guinda extendido casi en la totalidad de la fotografía: es como un mar de sangre movido por el cuerpo de la artista. En la página 17 (y algunas otras) hay una foto tomada “con bulbo”, es decir, con poca luz y el obturador abierto: en ella vemos que la maestra Pilar avanza de derecha a izquierda y el prodigio de su mano derecha que se eleva hacia la oscuridad del cielo. A doble página, la 24-25 nos muestra a la artista en pleno giro, y al fondo su guitarrista rasgando las cuerdas para provocar la vibración corporal de la bailarina. Y así todas las fotos, inmóviles instantes en paradójico movimiento.

Puedo seguir con la enumeración de las fotos de la maestra Pilar, pero prefiero que las veamos directamente en el libro Remembranzas y admiremos a la artista con sus diferentes vestuarios, en distintas puestas, en instantes que retienen la pureza de su expresividad, el apasionamiento que la movió a darnos, desde Torreón al mundo, el privilegio de su baile, la alta belleza con la que nació el 13 de septiembre de 1932, hace justamente noventa años.

Felicidades al fotógrafo Eduardo Rioja Paradela y a todos los colaboradores (personas e instituciones) que han hecho posible este valioso documento. La maestra Pilar Rioja habita ya, para siempre, en estas páginas.

Comarca Lagunera, 18, diciembre y 2022

Texto leído el 19 de diciembre de 2019 en la presentación de este libro celebrada en el Archivo Municipal de Torreón. Participamos Cinthia Gaspar, el autor y yo.

miércoles, diciembre 21, 2022

Tremendo Mundial








Creo que no esperábamos mucho del Mundial 2022, y la sorpresa fue que nos sorprendió. Pese a los intereses económicos en juego y la idea de que esto mancha la pureza del deporte, lo cierto es que se trató de un torneo estupendo en lo futbolístico, una muestra de que en el planeta no hay espectáculo con mayor magnetismo que el futbol. Para mí, que soy un irremediable adicto a esta manifestación de la cultura humana, no hay duda ahora de que se trató de un Mundial increíble.

Lo fue desde el principio, con los tropiezos de Alemania y Argentina. Poco a poco veríamos que se trataba de un Mundial atípico no sólo por celebrarse en noviembre-diciembre, sino porque algunas selecciones, como las de Japón y Marruecos, pegaron un salto de calidad notable. En cuanto a México, soy de la idea de que su empate en el primer partido contra Polonia fue la causa principal de su tropiezo. Era un partido ganable, casi la única oportunidad de pasar a la siguiente ronda, y se desperdició. Luego nos topamos con una Argentina en apuros, urgida del triunfo, y hasta el final, contra Arabia Saudita, se levantó un poco la esperanza azteca, pero era tarde: el fracaso ya estaba cocinado.

Hubo partidos extraordinarios, y el de la final, que parecía resolverse de manera un tanto anodina, terminó siendo una batalla de golpe contra golpe, memorable, el escenario perfecto para la consagración definitiva de Messi y la elevación de Mbappé a la categoría de sucesor en el trono del mejor jugador mundial. Vaya partido. Hubo detalles —como el primer penal, muy dudoso, a favor a Argentina—, pero es un hecho que los sudamericanos dominaron todo el primer tiempo y buena parte del segundo. Fue hasta bien entrado el lapso complementario cuando apareció Francia en la figura de Mbappé, y allí el partido adquirió una coloratura que puedo calificar como épica si no fuera porque este adjetivo hoy es sinónimo de cualquier cosa, incluso de lo nada épico.

El debate sobre Messi contra Maradona y Pelé o, más acá, contra Cristiano Ronaldo, me parece insustancial, como escribí hace algunos años. ¿Es ya el mejor de la historia? Vi a Maradona y no dejo de pensar que el mejor fue él, pero, al menos para mí, da igual a esas alturas, pues la calidad es enorme e inmensurable. Ahora, como ocurre desde hace años, disfruté el esplendor de Messi, la fluidez de su juego, su pasmosa eficacia. No recordé a Maradona o a Pelé, y me dejé seducir por el genio rosarino. Celebro pues que sea campeón, haber visto su llegada a la cumbre, pues la copa del mundo era lo único que faltaba en sus abarrotadas vitrinas.

Un gran Mundial, en suma. Argentina supo conseguir el campeonato con futbol y agallas, y a esperar ahora otros cuatro años para volver a la maravilla del futbol expresado con la calidad y la pasión desplegadas en Catar: las máximas.

sábado, diciembre 17, 2022

La guayaba cuarenta años después

 











He escrito alguna vez que coloco en 1982 el momento de mi arranque como lector —lo digo provisionalmente así— “profesional”. Hasta antes de esa fecha había leído mucho, sí, pero libros de texto escolares, periódicos y revistas, alguna enciclopedia y todo lo que me caía de casualidad, sin buscarlo ni pedirlo. Fue en aquel año, más o menos por octubre, cuando armado con una pequeña cantidad de dinero me apersoné en una librería con el ánimo de hurgar y comprar. Poco antes, en agosto, había comenzado a estudiar mi carrera profesional y ya tenía la certeza de que me vincularía con las letras, aunque no sabía en qué grado.

Fui aquella vez a la librería también movido por una noticia de moda: recién le habían concedido el Nobel de literatura a García Márquez. Yo no lo había leído, pero los periódicos decían que era un chinguetas y no quise quedarme con la duda. Cuando llegué a Librolandia, librería ubicada sobre la Morelos, entre Acuña y Rodríguez, en Torreón, vi con asombro que a la entrada tenían pirámides de libros del escritor galardonado. Estaban allí todos los que había publicado hasta el 82. Con tristeza vi que mi plata sólo alcanzaba para adquirir un solo libro, y delgado. Tomé El coronel no tiene quien le escriba en una horrenda edición del sello colombiano Oveja Negra, lo pagué y salí. Ya en casa, leí el librito de un jalón, sin detenerme, seducido sin duda por la sencillez (sólo aparente) de la prosa y de la historia. Cierto o falso, en este recuerdo pongo mi arranque como buscador de libros y lector no azaroso, sino intencionado.

Uno de los títulos que no compré en aquella ocasión fue El olor de la guayaba (1982), de Plinio Apuleyo Mendoza, amigo de García Márquez. Como sabemos, es una larga entrevista al Nobel colombiano originalmente publicada, también, por Oveja Negra/Diana. La portada tiene una foto del escritor en la que luce sonriente, ya con el bigote entrecano y una chaqueta colorada. Fue un libro publicado casi a la par de la obtención del Nobel, así que corrió con mucha suerte.

No lo compré, pero alguien, no recuerdo quién, me lo prestó a finales del 82. Lo leí y cometí el error de regresarlo. Me gustó, pero a cuatro décadas de distancia lo olvidé de pe a pa. Hace pocos días lo hallé de casualidad en un lote de ofertas ($99), lo compré y lo releí. Como le dije hace poco a Daniel Lomas, tras revisitar sus páginas el contenido me gustó más, casi como si el libro no hubiera envejecido.

Está compuesto de catorce estancias, cada una con un eje temático. Algunas tienen una especie de texto introductor, nada malo, de Plinio Apuleyo Mendoza. Las demás páginas contienen la conversación en sí, con preguntas y respuestas. En el diálogo se rastrean los orígenes del escritor, sus predicamentos iniciales, sus viajes, la hechura de Cien años de soledad, su filiación política, su contacto con celebridades de la cultura y la política y un montón de asuntos más.

Ya para el 82 García Márquez parecía haber vivido tres o cuatro vidas, por lo intenso de su experiencia. Era imposible imaginar que todavía le quedaba cuerda para llegar hasta 2014. A cuarenta años de su Nobel, puedo pensar que un buen libro introductorio a GGM es El olor de la guayaba, también cuarentón.

miércoles, diciembre 14, 2022

Greene en La Habana

 











La única vez que acá, en La Laguna, conversé a fondo sobre la obra literaria de Pedro Juan Gutiérrez (Matanzas, Cuba, 1950) fue con Eduardo Olmos, exalcalde de Torreón. Ambos coincidimos en la admiración por el autor caribeño cuya narrativa logró, por su peculiar mezcla de rudeza y sinceridad, trascender los litorales de Cuba y llegar mediante Anagrama a muchísimos lectores de Latinoamérica y España. En estos días he vuelto a leerlo gracias a la FIL de Guadalajara, ya que en el local de ediciones cubanas pude conseguir tres títulos que de él no conocía.

Nuestro GG en La Habana (Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2020, 105 pp.), que recién despaché, es una excelente nouvelle. Su protagonista es Graham Green, el escritor británico que alguna vez escribió Nuestro hombre en La Habana, de ahí el juego de palabras con el título. Gutiérrez la ubica en 1955, todavía durante el gobierno de Batista, y esto posibilita asomarnos a la isla en el momento inmediato anterior al triunfo de la revolución, cuando Cuba aún era una densa mezcolanza de Miami con Las Vegas.

El Green imaginario de Nuestro GG en La Habana es un escritor azorado ante la realidad cubana. La trama tiene algo de policial, o, más bien, de novela de espionaje. Por motivos que no viene al caso traer, el famoso escritor está en La Habana, y sin desearlo es tironeado por tres fuerzas políticas distintas: los soviéticos, los norteamericanos y unos judíos cazadores de nazis. Todos desean que escriba un libro con los materiales que le suministran, casi como si lo solicitaran de amanuense. GG les da a entender vagamente que acepta, pero rehúye, pues los tipos exudan, todos, un claro tufo de maldad.

Junto con el desarrollo de la historia y sus espías, parte de lo más interesante en esta novela es la mirada al interior del personaje, la reconstrucción de un Graham Green posible. Además, lo que se dice sobre La Habana de aquellos años: “Comenzaba a gustarle la ciudad. Un poco excesiva y caótica, pero el desequilibrio estimula”, “Por un momento le pareció que estaba en un país de locos a donde iba a parar el resto de los locos del mundo. Sin embargo, a simple vista, Cuba parecía un país normal”. En suma, otro buen libro de PJG.

sábado, diciembre 10, 2022

Un instante de luz y eternidad es una foto


 







Este primer párrafo es una introducción breve. Anuncia el reencuentro de un texto ya viejo e inédito, de 2004. Lo escribí porque me lo pidió mi querida amiga Bertha Rivera Fournier, de Durango, quien lo quería como prólogo para un libro que luego no fue publicado. Hace dos semanas, durante el Encuentro de Escritores José Revueltas, saludé a Bertha en su tierra y me recordó la existencia de estos párrafos que yo había olvidado. Tratan sobre fotografía, arte que me gusta mucho. Han pasado 18 años, pero creo estar de acuerdo con el joven que fui. También, si es que lo tiene, por fin, con el “estilo” alcanzado en aquel momento. Comparto un fragmento:

La escultura, la pintura, el cine y el video son manifestaciones artísticas que podríamos emparentar a la fotografía. Tienen en común el afán por asir la realidad tal y como la vemos, aunque cada cual con grados de fidelidad variables. La escultura, pese a sus limitaciones, es la única que permite la mimesis tangible del volumen; la pintura capta y enriquece el color y la forma, en tanto que el cine y el video son especialmente eficaces cuando se trata de simular el infinito movimiento de la vida. ¿Y la fotografía? ¿Cuál es el rasgo que la peculiariza? Creo que, entre otros, la fotografía nos seduce por su capacidad para retener instantes, esos microscópicos parpadeos en los que también medimos al tiempo. La fotografía es, entonces, un instante fabricado con dos materias primas esencialmente fugaces: la luz y la realidad.

Alguien dirá que la pintura —con sus innegables méritos— hace exactamente lo mismo que la fotografía. Casi. Cuando enfrentamos una obra pictórica —así sea hiperrealista— nuestra mente no deja de sentir que lo admirado es una representación de la realidad. El pintor capta una escena, la abstrae y luego, con mayor o menor grado de mimetismo, la plasma sobre el lienzo o sobre el papel o sobre el muro o sobre cualquier otra superficie. El artista es aquí una especie de intermediario, un demiurgo que construye una realidad —el cuadro— paralela a la otra, la denominada, con inevitable pleonasmo, realidad real.

El fotógrafo también es un intermediario, sin duda, pues las fotografías no podrían existir sin la presencia del hombre que manipula una cámara y al fin acciona el disparador. Sin embargo, y a diferencia de la pintura, el lector de las imágenes ordinariamente llamadas fotos no siente la presencia del fotógrafo, hombre que parece diluirse y dejar solos, en silenciosa conversación, al instante retenido y al espectador. El diálogo se da entonces de manera directa: la realidad aprehendida en una foto viaja como flecha al ojo de quienes la observamos y lo que vemos es, resulta innegable, un trozo mínimo de tiempo salvado de la volatilidad en la que sin remedio se ha perdido, se pierde y se perderá la abrumadora mayoría de los instantes.

Al atrapar esos momentos la foto da al instante —quiero decir al indefinible periodo que denominamos instante— un toque de perenneidad que colinda con lo eterno. Una sensación de permanencia nos produce la fotografía: por eso no deja de turbarnos ver nuestro propio rostro, muchos años después, en una vieja fotografía. Admiramos la implacable inmovilidad de nuestro gesto infantil, la frescura de nuestra expresión adolescente, la mirada firme del joven adulto que antes fuimos. Luego, pasados los años, aquellos instantes retenidos, eternizados sobre una placa sensible a la luz, nos confirman que el tiempo ha fluido y que sólo la fotografía ha sido capaz de vencer al reloj, es decir, de aproximarse un poco a la noción de eternidad.

Pero no sólo ocurre eso con nuestras propias fotos. Inquirir fotografías de otros, ver con mirada atenta el rostro de hombres y mujeres a los que tal vez ni siquiera conocemos, es una experiencia mediante la cual participamos un momento de lo eterno. Podemos observar —real, directa, permanentemente— modas, actitudes, usos y costumbres, relaciones sociales, hábitos y expresiones ya perdidas en el pasado, pero, para nuestro asombro, maravillosamente perpetuadas en el instante de luz que la fotografía logró cazar.

Eso es lo que propone Padres e hijos. Familias de Durango, obra organizada por la escritora e investigadora duranguense Bertha Rivera Fournier. Son varias fotografías que dan cuenta de instantes ahora fijos y multiplicados gracias al libro. Compartir esos momentos, llevar a un público más amplio el goce del pasado retenido, es el propósito de estas páginas.

Si un instante de luz y eternidad es una foto, los que abrimos ahora este volumen podremos disfrutar, gracias a los afanes investigativos de Bertha Rivera, estos momentos salvados del olvido gracias a la siempre reveladora magia de la fotografía.

Entremos, pues, a compartir muchos fragmentos de luz y eternidad.

Comarca Lagunera, 30, septiembre y 2004

miércoles, diciembre 07, 2022

Intimidad de las “cartas de llamada”

 











Entre los muchos papeles que nos dejó —como su amigo Alfonso Reyes— el erudito jalisciense José Luis Martínez tenemos algunos relacionados con la Conquista y la Colonia. El más famoso es, sin duda, la monumental biografía sobre Cortés, verdadero pozo de información sobre la figura del extremeño que encabezó la expedición a tierras mexicanas. Otro libro sin duda meritorio es mucho más pequeño, un ensayo de divulgación que he leído con gratitud: El mundo privado de los emigrantes en Indias (FCE, 2007, México, 97 pp.).

Su brevedad permite leerlo en dos sentadas, y a esto ayuda la prosa limpia, sin aspavientos retóricos, del maestro Martínez. Digo que es un ensayo meritorio porque gracias a él podemos acceder, como en una amplia glosa, al libro Cartas privadas de emigrantes a Indias, de Enrique Otte. Lo que hace JLM es recorrer la correspondencia de españoles a sus parientes en Europa, las “cartas de llamada” de quienes radicaban en América (las Indias) y se veían forzados por muchas circunstancias a solicitar el viaje de los suyos a nuestro continente.

El valor de estas “cartas de llamada” radica en mostrar detalles de la vida privada de quienes las escribían y enviaban. Si la mayor parte del material epistolar que obra en los archivos de la conquista y la colonización se refiere a tratos de carácter comercial y burocrático, las cartas descubiertas y publicadas por Otte, y comentadas en este libro del Fondo por JLM, son un corpus documental abundante para configurar una idea de la circunstancia íntima de los españoles con radicación americana. Son 650 cartas, la mayoría enviadas desde Nueva España, Perú, Panamá, Potosí y Antillas. La fecha que abrazan va de 1540 a 1616, es decir, cuando ya ha llegado la tercera-cuarta generación de emigrantes.

JLM se mete en los entresijos de las cartas y ordena su examen por temas. Por ejemplo, entre las más numerosas están las de los maridos que solicitan a sus esposas el viaje a las Indias. También, las de los viejos que desean el brinco de sus hijos o sobrinos para que les ayuden en la decrepitud y de paso heredarlos. Los españoles de acá habían hecho fortuna, pero ni así ni con súplicas era fácil convencer a sus familiares. El viaje en aquellos tiempos era largo y peligroso, y no cualquiera se animaba a programarlo. Por ello, las “cartas de llamada”, además de tratar de persuadir a los destinatarios con mimos expresivos y hasta ruegos, dan instrucciones precisas sobre las providencias que los potenciales viajeros debían tomar antes de salir de algún pueblito español rumbo a la lejanía de las Indias. Se da el caso, incluso, de instruir sobre el “matalotaje”, es decir, sobre la cantidad y la calidad de los alimentos que se debían cargar para sobrevivir a la travesía atlántica (recordemos que no había embarcaciones de pasajeros, sino de carga de mercancías, y que en el trayecto no podían parar por chuchulucos en un Oxxo).

Hago una cita larga que da idea del tipo de emigrantes asentados en tierras de América y urgidos de tener cerca a los suyos: “Durante los primeros años de descubrimientos y conquistas, las oportunidades en las Indias eran para los aventureros y valientes. Una vez que se fueron consolidando los asentamientos, se abrió un enorme campo de posibilidades de mejoramiento sobre todo para quienes trabajaban con sus manos, para los hombres comunes, que dejaban una España empobrecida. Además de la agricultura y la minería, el comercio fue muy activo en los primeros años de las colonias, pese a las dificultades del comercio ultramarino. Y luego llegaron oficiales que encontraron oficiales y artesanos que encontraron también oportunidades abiertas: cantantes de iglesia, carreteros, maestros de obras, albañiles, pintores y doradores, sastres, gorreros, sederos, barberos, azulejeros, cereros, molineros, panaderos, expertos en batanes o curtidores, cinceladores y torneros. Todos ellos escriben a sus parientes en España invitándolos a venir a las nuevas tierras y pidiéndoles instrumentos y materiales para sus especialidades”.

Ellos, sobre todo hombres de trabajo, no nobles ni militares o eclesiásticos, son quienes redactaron las “cartas de llamada”. Lo hacen con sentido práctico, para tener con ellos a sus parientes, pero en el impulso de sus solicitudes no deja de asomar la oreja del sentimiento, la añoranza, el dolor producido por la soledad y u o la tristeza ante la posible negativa del corresponsal. En suma, El mundo privado de los emigrantes en Indias es otro de los buenos libros que nos dejó el prolífico maestro José Luis Martínez.

sábado, diciembre 03, 2022

Sabines entrevistado

 













Nunca dejaré de agradecer al género de la entrevista que, junto con la crónica, admito como uno de mis predilectos a la hora de merodear periodismo. Me gusta sobre todo cuando el diálogo es entablado por un buen entrevistador y, claro, por un entrevistado sensible y/o inteligente. No es necesario que la entrevista sea hostil, persecutoria, pues al conversar con un creador o un intelectual no hay tanta necesidad de desenvainar la espada, sino de mantener, por decirlo así, un clima adecuado a la exposición del pensamiento dentro de la improvisación que supone una entrevista de corte periodístico.

En el libro El poeta, el condenado a vivir (Secretaría de Cultura de Coahuila, Saltillo, 2016, 125 pp., de descarga gratuita en la web de la SEC), además de otros contenidos aparece una de las últimas entrevistas realizadas en vida a Jaime Sabines. Entablada con Ana Cruz, fue transmitida hacia 1996 en el Canal 22 dentro del programa Personajes y escenarios, y en el libro podemos acceder a su transcripción. En ella podemos apreciar con más calma la sencillez del poeta chiapaneco que, como sabemos, dejó una obra poética rica en experiencias compartidas en modo conversacional, sin aspavientos, lista para ser no sólo comprendida, sino también sentida por todos.

Lo primero que le pide la entrevistadora es una especie de definición: “la poesía es un ejercicio necesario, absolutamente necesario; inevitable, diría yo. En alguna ocasión dije que era como un destino. Más que una vocación, la poesía es un destino. En ella se encuentra un cincuenta o sesenta por ciento de oficio, de rigor, de disciplina. Lo demás es lo que antiguamente se llamaba inspiración, aunque actualmente ya no es una palabra muy aceptada. Hay quienes prefieren hablar del subconsciente o cualquier otro término de la psicología moderna. Pero se refiere a lo mismo, es la facilidad con la que al poeta se le dan los poemas, como algo natural”.

Un poeta no descubre de inmediato que es poeta, de manera que a veces pasa mucho tiempo antes de que advierta lo inexorable de tal “destino”: “En realidad empecé a tomarla en serio cuando me vine a estudiar medicina a la Ciudad de México en 1945. Aquí, desgraciadamente, la soledad de esta gran urbe resultó para mí un ambiente bastante cruel. Yo era un muchacho de provincia al que le asustaba la ciudad; entonces, como una forma de huir de mis miedos, me echaba encima de las libretas a escribir todas las noches, desaforadamente, compasivamente”.

Antes de adentrarse en el comentario de algunos de sus libros, responde a una pregunta sobre la libertad creativa: “se adquiere, paradójicamente, con el mayor rigor y la mayor disciplina. Así es la creación poética. Alguna vez dije que era un ejercicio impúdico, en el que el hombre se tiene que desnudar para escribir. El poeta tiene que darse totalmente en cuerpo y alma. (…) Sólo a través de muchos años se van obteniendo resultados, únicamente cuando se ha hecho una buena siembra se van cosechando productos consistentes”.

Un buen librito es El poeta, el condenado a vivir, y podemos leerlo gratis.