Creo
que no esperábamos mucho del Mundial 2022, y la sorpresa fue que nos
sorprendió. Pese a los intereses económicos en juego y la idea de que esto
mancha la pureza del deporte, lo cierto es que se trató de un torneo estupendo en
lo futbolístico, una muestra de que en el planeta no hay espectáculo con mayor
magnetismo que el futbol. Para mí, que soy un irremediable adicto a esta manifestación
de la cultura humana, no hay duda ahora de que se trató de un Mundial
increíble.
Lo
fue desde el principio, con los tropiezos de Alemania y Argentina. Poco a poco
veríamos que se trataba de un Mundial atípico no sólo por celebrarse en
noviembre-diciembre, sino porque algunas selecciones, como las de Japón y
Marruecos, pegaron un salto de calidad notable. En cuanto a México, soy de la
idea de que su empate en el primer partido contra Polonia fue la causa
principal de su tropiezo. Era un partido ganable, casi la única oportunidad de
pasar a la siguiente ronda, y se desperdició. Luego nos topamos con una
Argentina en apuros, urgida del triunfo, y hasta el final, contra Arabia
Saudita, se levantó un poco la esperanza azteca, pero era tarde: el fracaso ya
estaba cocinado.
Hubo
partidos extraordinarios, y el de la final, que parecía resolverse de manera un
tanto anodina, terminó siendo una batalla de golpe contra golpe, memorable, el
escenario perfecto para la consagración definitiva de Messi y la elevación de Mbappé
a la categoría de sucesor en el trono del mejor jugador mundial. Vaya partido.
Hubo detalles —como el primer penal, muy dudoso, a favor a Argentina—, pero es
un hecho que los sudamericanos dominaron todo el primer tiempo y buena parte
del segundo. Fue hasta bien entrado el lapso complementario cuando apareció
Francia en la figura de Mbappé, y allí el partido adquirió una coloratura que puedo
calificar como épica si no fuera porque este adjetivo hoy es sinónimo de
cualquier cosa, incluso de lo nada épico.
El
debate sobre Messi contra Maradona y Pelé o, más acá, contra Cristiano Ronaldo,
me parece insustancial, como escribí hace algunos años. ¿Es ya el mejor de la
historia? Vi a Maradona y no dejo de pensar que el mejor fue él, pero, al menos
para mí, da igual a esas alturas, pues la calidad es enorme e inmensurable. Ahora,
como ocurre desde hace años, disfruté el esplendor de Messi, la fluidez de su
juego, su pasmosa eficacia. No recordé a Maradona o a Pelé, y me dejé seducir
por el genio rosarino. Celebro pues que sea campeón, haber visto su llegada a la cumbre,
pues la copa del mundo era lo único que faltaba en sus abarrotadas vitrinas.
Un gran Mundial, en suma. Argentina supo conseguir el campeonato con futbol y agallas, y a esperar ahora otros cuatro años para volver a la maravilla del futbol expresado con la calidad y la pasión desplegadas en Catar: las máximas.