sábado, diciembre 17, 2022

La guayaba cuarenta años después

 











He escrito alguna vez que coloco en 1982 el momento de mi arranque como lector —lo digo provisionalmente así— “profesional”. Hasta antes de esa fecha había leído mucho, sí, pero libros de texto escolares, periódicos y revistas, alguna enciclopedia y todo lo que me caía de casualidad, sin buscarlo ni pedirlo. Fue en aquel año, más o menos por octubre, cuando armado con una pequeña cantidad de dinero me apersoné en una librería con el ánimo de hurgar y comprar. Poco antes, en agosto, había comenzado a estudiar mi carrera profesional y ya tenía la certeza de que me vincularía con las letras, aunque no sabía en qué grado.

Fui aquella vez a la librería también movido por una noticia de moda: recién le habían concedido el Nobel de literatura a García Márquez. Yo no lo había leído, pero los periódicos decían que era un chinguetas y no quise quedarme con la duda. Cuando llegué a Librolandia, librería ubicada sobre la Morelos, entre Acuña y Rodríguez, en Torreón, vi con asombro que a la entrada tenían pirámides de libros del escritor galardonado. Estaban allí todos los que había publicado hasta el 82. Con tristeza vi que mi plata sólo alcanzaba para adquirir un solo libro, y delgado. Tomé El coronel no tiene quien le escriba en una horrenda edición del sello colombiano Oveja Negra, lo pagué y salí. Ya en casa, leí el librito de un jalón, sin detenerme, seducido sin duda por la sencillez (sólo aparente) de la prosa y de la historia. Cierto o falso, en este recuerdo pongo mi arranque como buscador de libros y lector no azaroso, sino intencionado.

Uno de los títulos que no compré en aquella ocasión fue El olor de la guayaba (1982), de Plinio Apuleyo Mendoza, amigo de García Márquez. Como sabemos, es una larga entrevista al Nobel colombiano originalmente publicada, también, por Oveja Negra/Diana. La portada tiene una foto del escritor en la que luce sonriente, ya con el bigote entrecano y una chaqueta colorada. Fue un libro publicado casi a la par de la obtención del Nobel, así que corrió con mucha suerte.

No lo compré, pero alguien, no recuerdo quién, me lo prestó a finales del 82. Lo leí y cometí el error de regresarlo. Me gustó, pero a cuatro décadas de distancia lo olvidé de pe a pa. Hace pocos días lo hallé de casualidad en un lote de ofertas ($99), lo compré y lo releí. Como le dije hace poco a Daniel Lomas, tras revisitar sus páginas el contenido me gustó más, casi como si el libro no hubiera envejecido.

Está compuesto de catorce estancias, cada una con un eje temático. Algunas tienen una especie de texto introductor, nada malo, de Plinio Apuleyo Mendoza. Las demás páginas contienen la conversación en sí, con preguntas y respuestas. En el diálogo se rastrean los orígenes del escritor, sus predicamentos iniciales, sus viajes, la hechura de Cien años de soledad, su filiación política, su contacto con celebridades de la cultura y la política y un montón de asuntos más.

Ya para el 82 García Márquez parecía haber vivido tres o cuatro vidas, por lo intenso de su experiencia. Era imposible imaginar que todavía le quedaba cuerda para llegar hasta 2014. A cuarenta años de su Nobel, puedo pensar que un buen libro introductorio a GGM es El olor de la guayaba, también cuarentón.