He escrito alguna vez que coloco en 1982 el momento de mi
arranque como lector —lo digo provisionalmente así— “profesional”. Hasta antes
de esa fecha había leído mucho, sí, pero libros de texto escolares, periódicos
y revistas, alguna enciclopedia y todo lo que me caía de casualidad, sin
buscarlo ni pedirlo. Fue en aquel año, más o menos por octubre, cuando armado
con una pequeña cantidad de dinero me apersoné en una librería con el ánimo de
hurgar y comprar. Poco antes, en agosto, había comenzado a estudiar mi carrera
profesional y ya tenía la certeza de que me vincularía con las letras, aunque
no sabía en qué grado.
Fui aquella vez a la librería también movido por una
noticia de moda: recién le habían concedido el Nobel de literatura a García
Márquez. Yo no lo había leído, pero los periódicos decían que era un chinguetas
y no quise quedarme con la duda. Cuando llegué a Librolandia, librería ubicada
sobre la Morelos, entre Acuña y Rodríguez, en Torreón, vi con asombro que a la
entrada tenían pirámides de libros del escritor galardonado. Estaban allí todos
los que había publicado hasta el 82. Con tristeza vi que mi plata sólo alcanzaba
para adquirir un solo libro, y delgado. Tomé El coronel no tiene quien le escriba en una horrenda edición del
sello colombiano Oveja Negra, lo pagué y salí. Ya en casa, leí el librito de un
jalón, sin detenerme, seducido sin duda por la sencillez (sólo aparente) de la
prosa y de la historia. Cierto o falso, en este recuerdo pongo mi arranque como
buscador de libros y lector no azaroso, sino intencionado.
Uno de los títulos que no compré en aquella ocasión fue El olor de la guayaba (1982), de Plinio
Apuleyo Mendoza, amigo de García Márquez. Como sabemos, es una larga entrevista
al Nobel colombiano originalmente publicada, también, por Oveja Negra/Diana. La
portada tiene una foto del escritor en la que luce sonriente, ya con el bigote
entrecano y una chaqueta colorada. Fue un libro publicado casi a la par de la
obtención del Nobel, así que corrió con mucha suerte.
No lo compré, pero alguien, no recuerdo quién, me lo
prestó a finales del 82. Lo leí y cometí el error de regresarlo. Me gustó, pero
a cuatro décadas de distancia lo olvidé de pe a pa. Hace pocos días lo hallé de
casualidad en un lote de ofertas ($99), lo compré y lo releí. Como le dije hace
poco a Daniel Lomas, tras revisitar sus páginas el contenido me gustó más, casi
como si el libro no hubiera envejecido.
Está compuesto de catorce estancias, cada una con un eje
temático. Algunas tienen una especie de texto introductor, nada malo, de Plinio
Apuleyo Mendoza. Las demás páginas contienen la conversación en sí, con
preguntas y respuestas. En el diálogo se rastrean los orígenes del escritor,
sus predicamentos iniciales, sus viajes, la hechura de Cien años de soledad, su filiación política, su contacto con
celebridades de la cultura y la política y un montón de asuntos más.
Ya para el 82 García Márquez parecía haber vivido tres o cuatro vidas, por lo intenso de su experiencia. Era imposible imaginar que todavía le quedaba cuerda para llegar hasta 2014. A cuarenta años de su Nobel, puedo pensar que un buen libro introductorio a GGM es El olor de la guayaba, también cuarentón.