Nunca dejaré de agradecer al género de la entrevista que,
junto con la crónica, admito como uno de mis predilectos a la hora de merodear
periodismo. Me gusta sobre todo cuando el diálogo es entablado por un buen
entrevistador y, claro, por un entrevistado sensible y/o inteligente. No es
necesario que la entrevista sea hostil, persecutoria, pues al conversar con un
creador o un intelectual no hay tanta necesidad de desenvainar la espada, sino
de mantener, por decirlo así, un clima adecuado a la exposición del pensamiento
dentro de la improvisación que supone una entrevista de corte periodístico.
En el libro El
poeta, el condenado a vivir (Secretaría de Cultura de Coahuila, Saltillo,
2016, 125 pp., de descarga gratuita en la web de la SEC), además de otros
contenidos aparece una de las últimas entrevistas realizadas en vida a Jaime
Sabines. Entablada con Ana Cruz, fue transmitida hacia 1996 en el Canal 22 dentro
del programa Personajes y escenarios,
y en el libro podemos acceder a su transcripción. En ella podemos apreciar con
más calma la sencillez del poeta chiapaneco que, como sabemos, dejó una obra
poética rica en experiencias compartidas en modo conversacional, sin
aspavientos, lista para ser no sólo comprendida, sino también sentida por todos.
Lo primero que le pide la entrevistadora es una especie
de definición: “la poesía es un ejercicio necesario,
absolutamente necesario; inevitable, diría yo. En alguna ocasión dije que era
como un destino. Más que una vocación, la poesía es un destino. En ella se
encuentra un cincuenta o sesenta por ciento de oficio, de rigor, de disciplina.
Lo demás es lo que antiguamente se llamaba inspiración, aunque actualmente ya
no es una palabra muy aceptada. Hay quienes prefieren hablar del subconsciente
o cualquier otro término de la psicología moderna. Pero se refiere a lo mismo,
es la facilidad con la que al poeta se le dan los poemas, como algo natural”.
Un
poeta no descubre de inmediato que es poeta, de manera que a veces pasa mucho
tiempo antes de que advierta lo inexorable de tal “destino”: “En realidad
empecé a tomarla en serio cuando me vine a estudiar medicina a la Ciudad de
México en 1945. Aquí, desgraciadamente, la soledad de esta gran urbe resultó
para mí un ambiente bastante cruel. Yo era un muchacho de provincia al que le
asustaba la ciudad; entonces, como una forma de huir de mis miedos, me echaba
encima de las libretas a escribir todas las noches, desaforadamente,
compasivamente”.
Antes
de adentrarse en el comentario de algunos de sus libros, responde a una
pregunta sobre la libertad creativa: “se adquiere, paradójicamente, con el mayor
rigor y la mayor disciplina. Así es la creación poética. Alguna vez dije que
era un ejercicio impúdico, en el que el hombre se tiene que desnudar para
escribir. El poeta tiene que darse totalmente en cuerpo y alma. (…) Sólo a
través de muchos años se van obteniendo resultados, únicamente cuando se ha
hecho una buena siembra se van cosechando productos consistentes”.
Un buen librito es El poeta, el condenado a vivir, y podemos leerlo gratis.