miércoles, julio 16, 2025

Intelectual y no intelectual

 












Un estudiante universitario (no supe de qué carrera) me envió este cuestionario. Dijo que le serviría, como casi todas las entrevistas estudiantiles, para un trabajo escolar. Escribí las respuestas y se las envié. No me acusó recibo. En la columna del diario publiqué sólo la primera respuesta, dadas las restricciones de extensión. Aquí reproduzco toda la entrevista.

¿Se considera un intelectual?

No. Creo que esa palabra desborda mis contornos. Soy esencialmente un narrador de ficciones que por razones laborales ha hecho crítica de carácter periodístico, general, ajeno a las honduras académicas o filosóficas, podría decirse que impresionista y superficial, con la que puedo lidiar y entenderme. Desde que comencé a vincularme con la literatura en libros y periódicos sospeché que la palabra que alcanzaba, sin mentira, a definir mi actividad era la de “escritor”, y que la palabra “intelectual” calzaba mejor a personajes como Sartre o actualmente Žižek, por mencionar sólo a dos muy evidentes. Siento que la palabra “intelectual” ha sido usada con exagerada ligereza y muchas veces se le cuelga al que simplemente escribe y publica, sea lo que sea. Creo que lo correcto, desde el famoso caso Dreyfus, es adjudicarla y quizá restringirla a aquellas personas que con textos críticos abren camino al debate de las ideas en el espacio público. Aunque se dan algunos casos en los que es posible la mixtura, no me gusta pues pensar que los poetas, cuentistas o novelistas son “intelectuales”, sino quienes tienen una mirada crítica del presente en términos filosóficos, sociológicos, antropológicos, económicos, jurídicos y demás. Por supuesto que hay sujetos (Sartre) que combinan lo creativo con lo intelectual, pero no todos logran tal estatus. Lo más común, a mi juicio, es encontrar al escritor separado del intelectual, un intelectual a la manera de Lipovetsky o Subirts, por ejemplo. No me apena entonces no ser o no sentirme intelectual, pues no lo soy como tampoco soy cardiólogo ni astronauta. Esto lo afirmo sin tragedia, pues no me incomoda ser sólo un escritor en general y un cuentista en particular, un simple creador de ficciones al que siempre le han asombrado, lo confieso, quienes son capaces de percibir, definir y explicar la orientación de las ideas, el camino del pensamiento en la enmarañada realidad. Sartori, Chomsky o Bauman serían otros casos famosos de tal índole.

¿Qué tanto beneficia o perjudica a un creador estar cerca de la reflexión de su tiempo y su lugar?

Creo que a un escritor, que es el creador que mejor conozco, le puede servir el contacto con su realidad inmediata, pero también siento que hay casos en los que puede nacer un buen trabajo de la introspección, del buceo en el ser propio desligado, si esto es posible, del exterior. No desdeño pues a priori al escritor que se encierra en la proverbial torre de marfil y renuncia al mundo. Esto también depende de la personalidad, de la extroversión o la timidez. En lo personal, me siento cómodo en la soledad, nunca me ha asustado, pues soy esencialmente tímido, pero también me seduce el mundo, la vida, el exterior que está más allá de mi biblioteca, los conflictos de mi tiempo, el desastre de la realidad que nos circunda. Por eso también sigo leyendo diarios, por eso busco noticias, para “estar en el mundo”, por decirlo de algún modo. Dije que soy un tímido esencial y sobre esto he pensado mucho: en el gregarismo humano la timidez siempre ha tenido mala prensa, y hoy, con las visiones exitistas impuestas por el capitalismo, cualquier manual de autoayuda indica que debemos salir al mundo y conquistarlo, comernos al que se atraviese, mostrarle nuestra firmeza y seguridad desde que le estrechamos la mano. Yo jamás pude hacer eso, ni podré, no se me dio, me asumo como tímido pero luego deduje que mi gusto por la literatura tuvo su origen en esta deficiencia: la timidez me llevó a la lectura, a los libros, y luego a escribir. No es un gran mérito, pero hoy puedo decir que si hubiera sido extrovertido no me dedicaría a la literatura, actividad que me apasiona. En resumen, digamos que mi personalidad tiende al encierro, a la soledad, y que todo mi contacto con el exterior, que no rehúyo, aunque me desagrade, implica una lucha. En fin, no sé si la respuesta se me fue para otro rumbo.

¿En la era de internet ha cambiado en algo la posición del intelectual?

El intelectual llega hoy a un público más amplio, aunque siento que las voces de los críticos de nuestro tiempo ya no pueden ser lo que fueron en otra época, por ejemplo, y disculpen la reiteración del nombre, hombres como Sartre. Hay hoy, claro, pensadores como él, pero su obra se pierde en lo que se pierde todo en este momento: en la enormidad del ruido, en la frivolización de todo, en la condición brutalmente efímera de cualquier aporte, sea profundo o chafa. Gracias a que me tocó vivir la época preinternética, la comparo con el momento actual y hoy pienso que no nos falta información, sino estómago para digerirla, es decir, cabezas para procesar lo que ocurre y recibimos en una avalancha diaria de noticias. Lo penoso es que cualquier pensador serio y capaz, aunque sea un sujeto necesario para orientarnos en el laberinto, es tapado por la ola de la vacuidad, por la superabundancia de naderías que sólo refuerzan la ceguera colectiva.

¿Existe todavía algún espacio para la “literatura comprometida”?

Uno de los triunfos del pensamiento que hoy predomina es haber vaciado y tornado obsoletas o cursis ciertas palabras y actitudes inmediatamente anteriores a nuestro tiempo. Una de ellas es la palabra “compromiso” o “comprometida”, hoy rechazadas casi como si tuvieran lepra. Igual pasa con “militancia” y “solidaridad”. Son los trucos del pensamiento hegemónico para colonizar cabezas y conservar su dominio: destrozar todo aquello que pueda servir luego como contracorriente. Lo curioso es que cuando más se necesitan el compromiso, la militancia y la solidaridad, menos se practican y ni siquiera se enuncian por el temor de ser juzgados como vejestorios. Vivimos, luego, el triunfo del individualismo, de la meritocracia, del famoso sálvese quien pueda, del éxito material a cualquier precio. Ahora bien, ya en los tiempos de la llamada “literatura comprometida” había detractores como Nabokov, un genio trilingüe criado entre sábanas de seda que luego perdió el edén por culpa de la Revolución rusa; en él se entiende el odio a la “literatura comprometida”. Debo decir, sin embargo, que por “literatura comprometida” no entiendo “panfleto”, sino obra en la que el autor muestra el drama humano sin perder de vista los imperativos del arte, es decir, la belleza de su expresión.

¿En qué medida pueden ceder los escritores a las exigencias del mercado editorial?

Sólo una vez me tentó la invitación a escribir con indicaciones y pago. Por supuesto, lo que recibí como propuesta no me agradó, y me alejé. Reconozco que en aquella ocasión me asaltó la duda, pues la invitación implicaba buena paga. Dada mi situación un tanto adversa en lo económico, estuve a punto de acceder, pero luego sentí que escribir lo que me pedían demandaba un esfuerzo desmesurado de mi parte, lo que hizo menos atractiva la recompensa. Aquella corazonada me vuelve cada vez que pienso en libros facilistas de autoayuda o escritura descaradamente comercial: parece fácil, pero no lo es “por la abyección que requiere”, como dijo Borges para referirse a otro asunto. Por supuesto, no juzgo a los escritores que en algún momento, por desempleo y desesperación, acceden a ese tipo de chamba, pero si yo lo rechacé es quizá porque en aquella ocasión no necesitaba tanto el dinero. Lo cierto es que tengo la impresión de que nunca como ahora se publica más basura. Basta ver la mesa de novedades de cualquier librería famosa para notar que la estupidez se enseñorea en el trono del mundo editorial.

¿Qué puede hacer un escritor frente a la falta de lectores?

En favor de esa causa un escritor ya mucho hace con tratar de escribir bien. Si logra cuajar una obra armada con solidez, auténtica, original, no podemos pedirle más. Ahora bien, si logra publicarla debe ayudar, en la medida de sus posibilidades, a difundirla, acceder a las iniciativas de los editores para la difusión, si es que las hay. En esta labor tenemos al menos tres tipos de escritores: los que ven con desagrado difundir su obra (y cualquier otra), los que se resignan y los que sienten fascinación por los flashazos. Por otro lado, y dado que el escritor debe ser primordialmente un lector, en más de una ocasión he comentado que una de las vertientes en las que el escritor puede sumarse al fomento de la lectura es mediante la escritura de reseñas o ensayos, no guardarse el gusto por las obras ajenas, compartirlo mediante la escritura. Yo he escrito muchas reseñas y opiniones sobre libros, y, aunque no forman legión quienes se han interesado en los materiales que comento, algunos sí han ido en busca de lo que recomiendo. La reseña es una complemento o extensión del comentario de sobremesa. No ayuda mucho, pero así sea módicamente permite la divulgación del libro y el siempre inalcanzado gusto masivo por la lectura.

¿Puede el escritor participar en política?

Sí, claro, como cualquier ciudadano.

¿Sirven las nuevas tecnologías al escritor?

Mucho, como a todos, aunque es verdad que su ruido también puede perjudicarlo. Se necesita ser un lector/escritor de mucha garra para no caer seducido por las deslumbrantes tecnologías que hoy nos coquetean por todos lados. El mismo celular es un peligro para quien debe procurar, como el escritor, aislamiento y concentración.