sábado, julio 05, 2025

Taza de té en Apostrophes

 







En Opiniones contundentes (Anagrama, 2017), Vladimir Nabokov (San Petersburgo, 1899-Montreux, 1977) explicó su aversión a las entrevistas que no podía controlar, aquéllas en las que el entrevistador recoge las respuestas a mano o con una grabadora, o aquéllas en las que las respuestas son espontáneas, como sucede en la tele y la radiodifusión y hoy también en un millón de programas de internet. Si la prensa quería obtener sus palabras, el novelista ruso exigía que le enviaran las preguntas, luego él las respondía con calma y regresaba el manuscrito que, exigía, los medios interesados debían publicar tal cual, sin ninguna modificación. Ese era el trato; de no aceptarlo, los periódicos y las revistas se quedaban sin las declaraciones nabokoveanas.

Esta es la razón por la que hay pocos registros radiofónicos y televisivos del autor de Lolita, su libro más famoso. Nabokov no aceptaba asistir a programas donde forzosamente sus respuestas iban a ser enunciadas de botepronto, al calor de diálogos casi improvisados que además planteaban el peligro de ser luego transcritos. Estilista como pocos, Nabokov tenía horror a las transcripciones; el solo hecho de pensar que sus ideas fueran trasegadas por cualquier tundeteclas, lo forzaba a seguir su método: quien deseara entrevistarlo tenía que enviar primero el cuestionario y admitir después las respuestas sin modificar ni una coma.

Dos años antes de morir, en mayo de 1975, hace exactamente medio siglo, Nabokov aceptó la más famosa entrevista de televisión en la que se retuvieran sus palabras y su imagen. Otra vez, pidió por anticipado las preguntas y exigió que ya en el estudio de televisión los entrevistadores se las formularan tal cual; él, claro, llevaría en cuartillas las respuestas para leerlas ante las cámaras. Es lo menos periodístico que puede haber en el género de la entrevista televisiva, pero no había otra opción. Era esa sopa o era esa sopa, o de plano no contar con el escritor en el plató.

El programa en el que ocurrió el milagro fue Apostrophes, emisión del canal francés Antenne 2. De contenido literario, el programa duró al aire de enero de 1975 a junio de 1990, y en él fueron entrevistados los mejores escritores y pensadores de aquel momento, sobre todo europeos. Tuvo momentos inmortales, como cuando asistió Charles Bukowski e hizo honor a su leyenda: llegó ostensiblemente borracho y siguió chupando “al aire” hasta que, tambaleando, abandonó el programa a media transmisión. Apostrophes era conducido por Bernard Pivot (1935-2024), periodista culto y cordial.

Apenas unos meses tenía el programa cuando a Pivot se le ocurrió invitar al escritor vivo más rejego de ese tiempo: Nabokov, quien vivía en Montreux, Suiza, a seis horas de París. Toda “la previa” a la entrevista fue contada años después por Pivot en un programa catalán. Allí, el francés recordó que antes de buscar al escritor algunos colegas le advirtieron lo difícil que sería lograr la entrevista. Él decidió intentarlo y se apersonó en Montreux. Al llegar a la residencia, Nabokov dormía su siesta y fue su esposa quien lo atendió. Cuando el genio apareció, ambos se aislaron para abordar el motivo de la visita: Pivot lo invitó al programa de televisión. Según parece, el anfitrión no estaba tan de mal humor o le cayó bien el joven periodista, tanto que aceptó. Claro, con las condiciones obvias: preguntas escritas por anticipado y lectura de respuestas al aire sin desviaciones de esa ruta.

Hubo otro requisito, este de carácter gracioso, nabokoveano: el entrevistado pidió beber whisky durante la emisión, pero no en vaso ni con una botella visible, sino en taza y desde una tetera, como si fuera té, para no dar a los televidentes franceses la imagen de “un escritor ruso-norteamericano un poco alcohólico”. La ventaja del whisky es que tiene el mismo color del té, dijo el escritor, y le indicó a Pivot que de cuando en cuando se lo ofreciera con estas palabras: “Señor Nabokov, ¿gusta más té?”

Por todo, el también autor de Habla, memoria controló su entrevista en Apostrophes. Pivot tenía dos caminos, un poco, si se quiere, como los marcados por Max Weber: la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad. Dejó la primera al lado y optó por su responsabilidad; negar las condiciones de Nabokov era perder un documento que en cualquier caso resultaba harto valioso. Al final, hace cincuenta años el huraño padre de Lolita fue al estudio de Antenne 2 y para la historia quedaron sus respuestas escritas y leídas en perfecto francés ante la orgullosa sonrisa infantil de su entrevistador.