Uno de los hábitos más frecuentes de la literatura es
preguntarse sobre las colindancias de los géneros. Qué es un cuento, qué es una
novela, hasta dónde llega la poesía, cuál es la forma de crónica y otras
preocupaciones que nunca ha desvelado a la mayoría de los lectores. Antes tomaba
muy en serio estas inquietudes, pero luego me di cuenta de que sólo servían
sobre todo para facilitar el trabajo en las aulas, no tanto para resolver los
problemas creativos del escritor o del periodista. Todavía es hora en la que,
al leer y escribir, me planteo la definición genérica de lo que leo y escribo,
pero sin caer en el fundamentalismo de la juventud. Si un libro es bueno o
malo, da igual que sea del género que sea.
El libro de Ruth Castro que aquí presentamos se inscribe
claramente en lo que conocemos como “ensayo”, precisamente uno de los géneros
que más debate definitorio han provocado. ¿Qué es un ensayo?, se han y nos
hemos preguntado incontables veces. En su estado más puro y antiguo, la
respuesta está en Pensar a caballo,
pensar sobre la almohada (El Astillero Libros-Arferit Editorial, Torreón,
2024, 117 pp.) en el que su autora no sólo ofrece en el primer ensayo homónimo
su definición del espécimen, sino que también lo ejerce en las páginas que
componen todo el libro. Por alusiones y dicho sea de paso, una parte de este
volumen se desarrolló durante la pandemia, época que, si un beneficio tuvo, a
muchos resultó adecuada para pensar y escribir.
A continuación y también a caballo, pero galopando, describo por encima cada una de las 21 piezas, todas breves y varias ilustradas por María José Ramírez:
“Pensar a caballo, pensar sobre la almohada” es un ensayo en
el cual Ruth Castro reflexiona sobre el género que en ese mismo momento está
practicando; el ensayo. Es pues una especie de metaensayo. Señala que este
género tuvo dos grandes iniciadores, uno en occidente, con Michel de Montaigne,
y otro en oriente, con la japonesa Sei Shönagon, quien escribió El libro de la almohada, una especie de
diario con reflexiones sobre su circunstancia y a quien Ruth prefiere tener
como engendradora del ensayo, 580 años antes que el francés a quien tenemos
como padre del género. En aquel libro, Shönagon compartió sus problemas, su
vida íntima, una especie de antecedente remoto del ensayo a lo Montaigne. La
autora lagunera confiesa al paso que este es el género que más le acomoda.
El siguiente ensayo, “Escribir la historia con los pies”, es
un elogio de la movilidad pedestre. Lamenta que a diferencia de los hombres,
las mujeres no tienen la libertad suficiente para desplazarse por el mundo sin
el miedo a muy diversos tipos de agresión. Con ideas de Rebecca Solnit como
punto de partida (Una historia del
caminar), luego habla sobre las marchas que permiten, gracias al
desplazamiento a pie, mostrar inconformidades y reclamos de muy diversa
naturaleza. Ruth Castro reafirma su convicción de ganar la calle, de
disfrutarla y de convertirla en espacio público para la manifestación, para la
crítica y para el disfrute. Es decir, opone la participación física, poner el
cuerpo en la calle, a la queja digital contra los abusos de todo poder.
En “Fijación por los calcetines” la autora recurre a su
memoria para evocar, mediante la escritura, la imagen de su padre, hombre con
quien tuvo una relación polivalente entre el cariño, el distanciamiento, el
recelo, la indiferencia y otros rasgos. Habla de su padre como un sujeto
entregado a la curiosidad permanente por explorar con sus manos el mundo
doméstico. Fue un gran desarmador y arreglador de objetos cercanos a la vida
cotidiana, y entre las obsesiones de su padre como herencia del pasado estaba
la de arreglar los calcetines mediante remiendos y así proyectar su vida útil.
Esto podemos vincularlo con la idea que algunos filósofos, como Han, sostienen
en relación con la pérdida de valor de los objetos, hoy desechables casi
inmediatamente. Como en el oficio de costurera de su abuela paterna, Castro
reconstruye su pasado a retazos, zurciendo como puede los fragmentos de tela
real e imaginaria del recuerdo.
“Las piedras saben escuchar” es un ensayo breve y poemático
dividido en todavía más pequeñas estancias en los que la autora reflexiona
sobre su colección de piedras; ante la pérdida de una de ellas se lamenta de
estos extravíos y piensa con certeza que las piedras son seres vivos capaces de
transmitir emociones especiales a quienes saben escucharlas; otra vez nos
encontramos con la idea de las “no cosas” en contraposición con las cosas,
aquellas que permiten una adherencia del recuerdo mucho mayor que la
posibilitada por los objetos
resguardados en medios digitales.
“Atalanta” es un comentario sobre el libro Amazonas, guerreras del mundo antiguo,
de Adrianne Mayor. Trata sobre el mito griego de una mujer excepcional:
abandonada por su padre, criada por un oso y desdeñada y retada por hombres a
los que vence en competencia. Este mito da pie a Castro para pensar en las
historias, míticas o reales, de mujeres que se han impuesto a su circunstancia
para afirmarse como seres creativos y fuertes.
En “Como peces flotando”, la ensayista lagunera trabaja
sobre un libro de Jung en el que reflexiona sobre las casualidades y las
casualidades. Da el ejemplo de los peces que (a Jung) reaparecen en un rato a
propósito a sus tratos en la inmediatez de la vida cotidiana. Luego, a Castro
le sucede lo mismo: muchos peces aparecen en apenas unas horas. Creo que a
todos nos ha pasado, y sobre esto sospecho que se da un fenómeno relacionado
con la atención: encontramos lo que estamos pensando, como ocurre cuando
trabajamos un tema de investigación.
Una paradoja abraza “Escribir desde la negación”: es posible
escribir cuando no se quiere o no se puede escribir. Ante el bloqueo, lo viable,
dice Ruth, es escribir sobre el bloqueo, trabajar sobre la imposibilidad de
escribir y de allí obtener algo: un producto de la escritura nacido como
plantita en la aridez. Como en sus otros ensayos, un libro preside el fondo de
estos párrafos; se trata aquí de Bartleby
y compañía, de Enrique Vila-Matas, exploración
del escritor catalán sobre obras en las que aparecen escritores abrumados por
el bloqueo o prófugos de la escritura, como Rimbaud y Rulfo, entre muchos
otros.
“Para vivir hay que pagar” es un agudo y sutil alegato
contra la ubicuidad de los pagos. En efecto: vivir es sinónimo de pagar.
Sólo los parias que deambulan en la calle se libran de esta piedra sisífica:
todo hay que pagarlo. Hoy, aquí, estamos pagando. Tenemos celular y señal porque
hay un pago. Podemos ponernos de pie porque nos alimentamos pagando la comida.
No andamos desnudos porque compramos ropa. Todo es pagar y pagar, como dice la
canción de Rockdrigo. Y lo peor: tenemos que pagar para morir. Claro, por
adelantado, ya que muertos no podemos sacar la billetera para liquidar la
cuenta de lo que costaremos ya muertos.
Uno de los ensayos más amplios del libro es “De algunas de
las cosas que tomé por buenas y lo que resultó de ello”, y comienza con un
énfasis en el gusto de la autora por los títulos a la usanza antigua, aquellos
que empezaban con las fórmulas “De cómo…”, “De lo que…”, “De cuando…” y otros
semejantes, que muchas veces encabezaban los capítulos como pasa en los Comentarios reales del Inca Garcilaso de
la Vega. Luego de esto, Ruth avanza hacia el sobrevuelo de los trabajos que
suelen atar al artista o a quien se cree artista. En el fondo, se trata de un
texto cercano al debate actual sobre la experiencia de la enajenación en el
mundo neoliberal: hay que ser productivos, no perder tiempo, ganar,
reinventarnos, diseñar nuevos modelos de negocios, producir, atarnos al
“emprendedurismo”. A su modo, la tesis de Ruth no deja de sintonizar con la
renuncia a la productividad y la desaceleración propuesta, entre muchos más, por
pensadores como Bifo Berardi o Kohei Saito.
“Color cúrcuma” es un elogio del té y otras infusiones
descubiertas y preparadas por la autora durante la pandemia. Una prueba más de
que todo es tema posible para las piezas de este libro.
El ensayo puede rozar los territorios de la crónica. De hecho,
puedo rozar, invadir lo que sea. Es un género capaz de internarse en cualquier
espacio, pasar por cualquier rendija. En “Pequeña manada sale a pasear”, con
tono de crónica escrita en presente narrativo, la autora aprovecha una salida
en bicicleta para reflexionar sobre nuestra condición de mamíferos esenciales y
sobre los peligros y las emociones de la vida en una urbe, no lejana de la vida
en la jungla. Obviamente, en los pliegues de la crónica se filtra el ensayo, la
opinión subjetiva, la divagación mientras se da la “vagación” sobre dos ruedas.
“Duelos” supone el tránsito por el dolor ante la pérdida de
seres físicos, sobre todo humanos, pero también sobre amistades y proyectos que
han llegado a su fin. El dolor personal debe ser asimilado, nos dice la autora,
en un proceso de aceptación que ojalá termine en el agradecimiento luego de
convalecer ante las pérdidas.
Una evocación de la abuela cuasicentenaria aparece en “Los
botones siempre fueron un tema aparte”, vagabundeo en el recuerdo de una mujer
entregada al oficio de la costura y de la que Ruth Castro reconstruye vida,
oficio y ámbito de trabajo. No me parece demasiado atrevido decir que de ahí le
viene el gusto por la escritura y la edición, que a su modo es lo mismo que
coser, unir tramos de palabras. De hecho, “texto” es una palabra hermana de
“textura”, “textil” y del verbo “tejer”, de suerte que la metáfora “tejer
textos” es casi un pleonasmo.
“Debo trabajar” es la pieza más breve del conjunto y añade
un elemento interesante: el ensayo puede arrimarse mucho al terreno de la
microficción.
El cuerpo nace marcado por rasgos y obligaciones según se
nazca mujer u hombre. En “Para una cartografía de los cuerpos nubosos” la
autora expone sutilmente la necesidad de una liberación del cuerpo, de un
despojamiento o al menos de la conciencia de los prejuicios que determinan qué
es o cómo debe ser el cuerpo.
“Con zapatos de tacón” no es un examen de la famosa cumbia
interpretada por Bronco, sino un paseo típico del ensayismo clásico: asumir lo
inmediato, en este caso el calzado, los zapatos, como punto de partida para
pensar. ¿En qué? Ruth lo hace en torno a las imposiciones sociales, al abuso de
los clichés estéticos, a la aceptación de sacrificios sólo para cumplir con los
estereotipos. Una reflexión excelente, grata e incluso salpimentada por buenas dosis
de humor.
La pieza titulada “Desolación” me deja ver que en la
distancia corta, en sus textos más sintéticos, la autora avanza muy cerca del
microrrelato. Hay allí un juego con la paradoja: el sol y sus rayos inclementes
son tomados como lluvia, lluvia de luz y de calor, de energía que achicharra.
Desaparece aquí el yo autobiográfico del ensayo, asume un tenue rasgo
narrativo, y aparece un tú en segunda persona metido en una atmósfera atroz: la
del calor habitual, por ejemplo, de La Laguna.
En “Affaire” reaparece el yo, la voz de la autora desde el
fondo de las palabras. Se deja escuchar aquí una confesión: cómo se ha prendado
de escritores y escritoras, y cómo eso ha sido elevado a la categoría de
enamoramiento breve o largo, según sea cada caso. Creo que al leer este apunte
no hay lector que no confiese una experiencia similar: leer con pasión es amar
con pasión.
Un viejo y siempre novedoso tema, el del plagio en
literatura, aparece en “Entrecomillar”. La autora recorre aquí, de manera
sumaria, cuáles son las fronteras entre el robo y el préstamo, dónde se ubica
el descaro y dónde la originalidad.
“El dificultoso oficio de comerciar libros” sirve como
pretexto para hablar de su experiencia como lectora, de la relación física y
emocional que ha mantenido con los libros. Su paso por librerías como
compradora, trabajadora y dueña le ha permitido valorar la importancia del
contacto directo con el libro y su gravitación en tanto objeto de cultura.
Por último, “Ixtlilxochitl” es un divertido ejemplo del
camino que por lo regular recorre el ensayista: buscar un tema para escribir es
propiciar casi de la nada la escritora: todo es tema, incluso no tener tema y
buscarlo es tener tema. Es este texto casi una puesta en práctica de lo
insinuado en el segundo ensayo, “Escribir desde la negación”
Saludo la llegada de este libro inteligente y grato, un buen modelo para quienes todavía quieran preguntarse qué es un ensayo. Aquí hay muchos de suyo interesantes, sabrosamente escritos y además muy bien editados en dominante tinta azul, el color del pensamiento, quiero creer.
Nota. Texto leído en la presentación de Pensar a caballo, pensar sobre la almohada, celebrada en la Feria Duranguense del Libro el 13 de julio de 2025. Victoria de Durango, Durango. Participamos Ruth Castro y yo. El libro está disponible en El Astillero Librería, Casa Juárez, Juárez y Degollado, Torreón. Muchas gracias a Shamir Nazer por la invitación y la organización.