sábado, enero 28, 2023

Una mirada a la mirada vacía

 


















La poesía es un atlas en el que todas las zonas de la sensibilidad humana encuentran acomodo. Su despliegue de temas, formas, ritmos y, en general, tratamientos da para pensar en un catálogo cuya amplitud desborda los límites que queramos imponerle. Así entonces, ¿cuál es la materia del hacer poético? Todo, tanto lo visible como lo invisible pueden hallar acomodo en el verso y por ello no está afuera, sino dentro del poeta, en su elección, qué franja de la realidad escoge para convertirla en producto artístico y qué forma le dará.

De a poco la mirada se queda vacía (Ayuntamiento de Torreón, Colección Viento y Arena, Torreón, 2022, 69 pp.), segundo libro de Alfredo Castro Muñoz (Torreón, Coahuila, 1998), es, como Estar de paso, su primer libro, un viaje, aunque en este caso con un propósito distinto. Mientras en aquél indagaba en una diversidad de motivos observados para insinuar que todo puede ser tan asombroso como pasajero, en Da a poco la mirada se queda vacía (título que no ha terminado por gustarme) hunde su sentimiento, al menos en su primera parte, hasta el hueso de la desolación sin chantajearnos. La sola evocación de ciertas situaciones vinculadas con la barbarie nuestra de cada día da pie al estremecimiento, a la sensación de que hemos estado cercados por la desgracia y el espanto casi hasta inhabilitar nuestra capacidad de asombro y rabia, como si nuestro costado sensible se hubiera secado, como si nuestra mirada poco a poco se hubiera quedado vacía.

Alfredo Castro Muñoz (Torreón, Coahuila, 1998) es egresado en Ciencias de la Comunicación con especialidad en Periodismo por la Universidad Autónoma de Coahuila. Su poesía ha aparecido en distintos medios físicos y digitales como la revista Acequias, de la Ibero Torreón, y Estepa del Nazas, del Teatro Isauro Martínez, así como en los portales Red es Poder y Bitácora de vuelos. Ha publicado reseñas y artículos para la revista Siglo Nuevo. En 2022 publicó el poemario Estar de paso. Actualmente es docente en materias de humanidades para bachillerato. Desde hace seis y tres años, respectivamente, participa en los talleres literarios del Teatro Isauro Martínez y de la UAdeC.

Su nuevo libro, el que hoy nos reúne, ha sido compuesto en dos secciones: la primera es “Sólo la sangre convertida en espejismos” y, la segunda, denominada de manera idéntica al título del libro. Sin malquerer a los poemas de la segunda estancia, me gustan más los de la primera, que es breve. Este par de espacios es complementado por un apéndice llamado “Notas” que quizá sea prescindible pues supone, así sea levemente, una información que quizá ni los poemas ni el lector demandan. En todo caso, si se deseaba una más fácil inteligencia de los poemas, quizá hubieran servido marcas más enfáticas pero colocadas dentro de los mismos versos. Las “Notas”, pues, pudieron omitirse, y más la primera, pues su redacción es menos que deficiente.

Ahora bien, De a poco la mirada se queda vacía contiene piezas estremecedoras en su sobriedad formal de verso corto e imágenes despojadas de retórica. Para marcar la tesitura desgarrada del libro fue harto pertinente ubicar como pieza de apertura el poema “Italia Inn”. Tal vez en otros lugares no lo sepan, pero para nosotros ese par de palabras representa el parteaguas que nos lleva a recordar un hecho siniestro en el que llegamos a la sima (no es errata) de la seguridad en la región. Aquella noche fatal, como sabemos, cerca de veinte personas fueron acribilladas en la quinta Italia Inn, donde se celebraba una fiesta. Los versos del poema hacen un paneo hacia aquel pasado bestial que nos mancha hasta el presente, de ahí los primeros versos en los que refulge el adverbio de continuidad “todavía”:

 

y todavía se puede escuchar

la música saliendo de las paredes

el acordeón que se expande en la memoria

 

En “Noche de abril”, el segundo poema, se fija en nosotros la imagen de una foto abrumadora en su terrible contexto, la de Debanhi cerca de la carretera y en espera de algo que, en ese momento, ya era la muerte sin que ella lo supiera. Alfredo Castro enuncia esto con una imagen familiar en la que, finalmente, la desgracia guarda distancia y se asienta en nosotros sólo como color-luz en la pantalla:

 

Mi madre ve la televisión al día siguiente

(sigue siendo abril y sigue siendo de noche)

 

                   qué foto tan triste

                   me dice

 

                                      apaga la pantalla (y se apaga el mundo)

                            y se va a dormir

 

Los poemas se suceden y quedan impregnados de un líquido verbal rojo, como si este color fuera el más característico de nuestro tiempo. Adrede, el titulado “Mayhem” instala su mirada en un hecho más lejano tanto en el tiempo como en el espacio, el suicidio de un cantante del rock ubicado en el llamado “black metal”, vertiente que, si no me equivoco, se caracteriza por hacer apología adolescente y teatralizada, por no decir burda, de todo lo que implique el Mal con mayúscula y representado en figuritas diabólicas y sanguinolentas. La presencia de este poema puede sentirse como una ampliación del rango espacial y temporal del libro: las calamidades de la violencia y el derrame de sangre no tienen fronteras en el mundo.

La segunda sección es más diversa, sin un hilo conductor visible en lo inmediato, y en ella incluso aparece un esbozo de sonrisa gracias a un texto, el fraguado en prosa con el título “El ojo que ves”. Si ya produjo esta pequeña obra maestra en la más inmediata cotidianeidad, no veo la razón por la que Alfredo no busque más acercamientos como éste, en pasmada prosa de género difuso. O también el poema dedicado a Silver King, el luchador lagunero que perdió la vida en Londres, tema que da pie a Alfredo para encontrar inusitados paralelismos entre nuestra región y un más allá geográfico.

Felicito a Alfredo Castro por este nuevo libro. Sé que sus lectores hallarán en él versos que serán como pinchazos de alfiler en la memoria.

Comarca Lagunera, 26, enero y 2023

Texto leído en la presentación de De a poco la mirada se queda vacía celebrada el 26 de enero de 2023 en la casona de cantera del Instituto Municipal de Cultura y Educación (Juárez y Colón, Torreón). Participamos el autor, Marco Antonio Jiménez Gómez del Campo y yo. El libro está disponible en el IMCE con la escritora Nadia Contreras, actual responsable de literatura en esa institución municipal.

miércoles, enero 25, 2023

Portación de cara

 








Y recordé que hace tiempo fui testigo de una escena triste en el supermercado. Un par de empleados interrogaba con cierta dureza a un cliente como de sesenta años, moreno, algo sucio de la ropa y poco aliñado en general. Le reclamaban haber abierto un pequeño contenedor de galletas. El hombre se defendía y aseguraba que el producto ya estaba abierto. Uno de los empleados aseguraba lo contrario e insistía que él vio el momento en el que el paquete de galletas fue abierto. “Lo tiene que pagar”, dijo. El cliente respondió luego: “Ya estaba abierto, sólo tomé una galleta”. “Lo tiene que pagar”, remató el empleado. Sin escapatoria, el hombre sacó la cartera de su bolsillo y quiso pagar de inmediato. El empleado se negó a cobrarle allí y se dirigió con él hacia una caja. Al final tuve la impresión de que, dada la apariencia del sujeto, lo siguieron con las cámaras desde que entró. El hombre cometió un error sin saber que desde su llegada al súper ya había sido fichado por el delito de portación de cara.

Se dice que en México no hay racismo, pero esto es sólo una superstición republicana. Sin llegar a los extremos de países en los que las tensiones discriminatorias han llegado a la violencia, en nuestro país es suficiente la apariencia para ser colocado en una zona de minusvaloración de la cual es casi imposible escapar. Cierto que la discriminación por raza es quizá menos severa que la establecida a partir de la condición económica, pero esto no significa que el color de la piel no gravite a la hora de crear crueles estereotipos. Tal es la razón por la que algunos programas o reels, como los llaman ahora, destaquen el color moreno para construir chistes en los que la piel oscura se asocia indefectiblemente no nada más a la pobreza, sino también a la ignorancia, el mal gusto y la barbarie.

Y a propósito de esta mirada cada vez más torcida en el humor actual, quizá sea pertinente reflexionar, como quedó insinuado líneas atrás, en la orden que acatan todos los sistemas de seguridad para seguir con las cámaras a tales o cuales sujetos específicos. Con esto podríamos saber si uno es una persona que entra, por ejemplo, al mall y resulta celosamente observada o, al contrario, considerada no preocupante.

sábado, enero 21, 2023

Los demasiados Borges en El forajido sentimental



Durante mi estancia de agosto/2011 en Buenos Aires leí tres libros de Fernando Sorrentino: Conversaciones con Borges (entrevista), El crimen de San Alberto (cuentos) y El forajido sentimental (ensayos). De Sorrentino sólo tenía noticias internéticas y amistosamente indirectas, pues fue o es amigo de mi amigo Juan Pablo Neyret; había leído algunas de sus colaboraciones en Espéculo, la revista virtual de la Complutense, y algún otro texto en su propia web. El encuentro con sus libros me deparó (lo digo así, porque así fue) tres alegrías distintas: un diálogo que no terminará con el más grande escritor de nuestra lengua, unos relatos originales y harto divertidos y un lote de lúcidas aproximaciones al poliédrico Borges.

Publicado por Losada en 2011, El forajido sentimental (Buenos Aires, 200 pp.) está dividido en ocho secciones que a su vez contienen, cada una, un número variable de ensayos. El subtítulo aclara el propósito del libro: Incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges. En efecto, las de Sorrentino son incursiones, exploraciones, sabrosas y asombradas caminatas por el deslumbrante paisaje que es la literatura de Borges. El autor procura en todo momento, con éxito, un tono amable, inteligente y despojado de la grandilocuencia en la que suele incurrir el ensayismo academicista, ése que abusa de jergas intragables para el mortal de a pie.

Un rasgo no menos destacable es la diversidad de los temas. Dado el complejo pensamiento del argentino estudiado, es gratamente inevitable que los abordajes se disparen hacia rumbos inusitados. Borges está en el centro y de él dimanan ideas que alimentan ideas que alimentan ideas. El enamorado de Borges sabe por qué ocurre esto: no se trata de una literatura que se agota, que termina como terminan otros autores: luego de leerlos. El creador de Ficciones queda en la mente como un tatuaje, y la única forma de sacudirse esa terquedad es volviendo a él mediante la relectura, resignarse a padecer la abrumadora belleza de una obra que es una y muchas a la vez.

En el tercero de los párrafos explicativos del libro, Sorrentino confiesa lo que podría confesar cualquier borgólatra de los miles que en el mundo hay: “Desde entonces, en una especie de enamoramiento eterno, continué leyendo y releyendo, una y otra vez, esas páginas que me ponían frente a una literatura única en el mundo, una literatura que no se parecía a ninguna otra que yo hubiera conocido, y que me proporcionaban lo único que mi abyecta frivolidad anhelaba (y sigue anhelando) hallar en los libros: el placer”.

El placer no es lo único que podemos hallar en Borges, pero sí, en efecto, es el mejor de sus dividendos y por eso la permanente aventura de reencontrarnos con sus páginas, de escribir sobre esa obra dueña de incuantificable poder evocativo. Sorrentino leyó a Borges, lo releyó, lo releyó, y al paso de los años fue escribiendo sus impresiones y sus hallazgos hasta configurar un estimable puñado de ensayos.
Creo advertir que los ensayos cumplen cabalmente con el propósito esencial de este género en el caso de El forajido sentimental: todos hallan o tratan de hallar un pliegue, un dato oculto, un rincón inexplorado de la vasta obra borgeana y sus todavía más vastas consecuencias críticas. Así entonces, en el trayecto vemos algunas zonas desconocidas o poco conocidas, como la falsa atribución que hizo Borges a su traductor en inglés; o la manera risueñamente olvidadiza que el ciego de Buenos Aires tenía para embellecer anécdotas; o la relación a veces buena, a veces mala, de Borges con otros escritores (Arlt, Lugones, el anónimo y peleonero Francisco Soto y Calvo, Cortázar, Sabato, Mallea); o Borges y el futbol; o los textos falsamente atribuidos; o las traducciones que no hizo pero le enjaretaron (como la de La metamorfosis de Kafka) y muchos otros temitas más despachados con buen juicio, justas notas y copiosas referencias biblio y hemerográficas.

Un libro mencionado algunas veces en El forajido sentimental es El humor de Borges, de Roberto Alifano. Alguna vez lo leí y lo comenté en parte, y en mi recuerdo sobrevive y sé que seguirá sobreviviendo con agrado; lo mismo pasó con El año de Borges, de mi amigo Gilberto Prado Galán; luego de leer el de Fernando Sorrentino —parejamente bueno, parejamente original—, pasa a ser un acercamiento para mí memorable a la figura del más grande escritor que ha dado hasta ahora el castellano.

miércoles, enero 18, 2023

Tradiciones mancilladas

 







Hace dos semanas, en la pasada ingesta de la rosca de reyes, vi de nuevo la presencia voraz de un mercado que no deja de meter sus manotas en las tradiciones. No es por ser conservador, que es casi lo mismo que decir retrógrado, pero las tradiciones son las tradiciones, es decir, costumbres que se heredan de generación en generación y en teoría deben conservar los mismos rasgos en cada cambio de estafeta. Incluso etimológicamente la palabra “tradición” supone eso: viene del latín tradere, que significa “transmitir”, “entregar”. Pues bien, no sé si estaba mal informado pero hasta ahora noté que las roscas de este año traían una innovación aparte de los rellenos que también hace poco les incorporaron; ahora sus monitos eran de colores, y en algunos casos no eran bebés, sino reyecitos y otras figuras. ¿A quién se le ocurrió esto? No sé, pero ciertamente “la tradición” no sumó tal novedad.

Ya hace mucho pasó lo mismo con el papel picado, el que usamos sobre todo en el Día de los Muertos que también sirve como ornamento “mexicano” al margen del 2 de noviembre. Para hacerlo de acuerdo a la costumbre se cortaba el papel a mano y así se obtenían figuras cuya vistosidad dependía de la pericia en los cortes manuales. Hoy ese papel picado exhibe figuras complejas (calaveras, letras…), obtenidos mediante suajes, es decir, con máquinas, en vulgar serie.

No sé de danzas locales, y sólo identifico, junto con el atuendo, la de matachines. En las últimas peregrinaciones que he podido ver, muchas indumentarias tienen diseños, brillos y lentejuelas totalmente ajenos a los usados por décadas.

Dada la cercanía de diciembre, todavía en estos días hay nacimientos en muchas casas. Algunos tienen figuras de barro con los materiales y los acabados tradicionales algo rústicos. Otros suman figuras con aspectos modernos, disruptivos, de la era digital.

No es exactamente lo mismo, pero las playeras de equipos de futbol tuvieron durante años un diseño específico, el “tradicional”. Ahora los clubes ofrecen variantes cuyo objetivo es, sin duda, sólo vender, y las cambian temporada tras temporada. Han logrado incluso que esto parezca normal, que haya aficionados adictos a la compra de los diez modelos lanzados a la venta cada semestre. Increíble.

sábado, enero 14, 2023

La FIFA nostra

 










Decir hoy que el futbol es un negocio constituye una perogrullada, pues absolutamente todo es un negocio. Ahora bien, hay de negocios a negocios, y el del futbol es uno de los más lucrativos en el mundo, de ahí que la FIFA, nacida en 1904 con el espíritu amateur de la sana competencia, sea hoy un ente que no sólo administra las reglas, los torneos y los jugadores mediante la coordinación de las federaciones y confederaciones, sino, principalmente, el muchísimo dinero que genera todo eso en todo el mundo. Y donde hay dinero, lo sabemos, abundan los mapaches que desean llevárselo, con mayor razón porque surge de una práctica deportiva tenida por noble y limpia, así que en teoría no debería despertar ninguna suspicacia. Nada más errado en este caso: desde hace cincuenta años, el dinero del futbol no ha estado al margen de la corrupción y la rapiña, y ciertos personajes muy visibles se han entronizado hasta convertirse en faraones con poder no sólo deportivo y económico, sino también político.

Los entresijos de la FIFA, serie de Netflix puesta en la plataforma hacia noviembre del año pasado, examina, en efecto, las tripas (léase “los entresijos”) del monstruo que administra el futbol mundial. Es una mirada rápida y cronológica a la Federación y, sobre todo, a dos de sus dirigentes, hombres que ya han pasado a la historia como epítomes de la ambición.

Si bien el primer capítulo echa un vistazo al pasado remoto de la FIFA para recordarnos que en su nacimiento tuvo un espíritu ajeno al lucro, con la derrota de Stanley Rous en las elecciones por la presidencia del organismo comenzó una nueva era, lapso que recorre la miniserie. Es pues el 8 de mayo de 1974 cuando asciende a la punta del organigrama el brasileño Joao Havelange, quien precisamente ese día también llegaba a su cumpleaños 58. Con el carioca comienza a darse un tipo de administración que advierte la potencialidad del futbol, imparable fenómeno de masas, para sacarle infinitamente más provecho económico y, de paso, político. La vinculación con la marca alemana Adidas, encabezada en aquel momento por Horse Dassler, dio como resultado la combinación patrocinio de marcas comerciales con deporte.

Junto con el crecimiento de la mercadotecnia en el futbol, Havelange promovió en enlace abierto con la política. Lo hizo directamente con una de las peores lacras del siglo XX: la dictadura argentina. Durante 24 años, el sórdido Havelange sentó las bases del monopolio futbolístico, así que este padrino parecía inamovible.

Sin embargo, él mismo había incorporado a su diestra a un suizo chaparrito, hábil e insaciable, quien no sin ardides lo sucedió en 1998: Joseph Blatter. Sepp, como le dicen a este nuevo capo, agrandó el negocio y, como su tutor brasileño, en todas sus reelecciones supo maniobrar para seguir al frente de la presidencia mientras la caja de la FIFA no dejaba de sonar en Zúrich.

En el camino, una larga y ancha estela de corrupción, evidente sobre todo en la compra de votos para amarrar elecciones internas, fue dejando el lucrativo organismo. En esta historia de la infamia tienen un pedestal destacado dos miembros de la Concacaf: el trinitario Jack Warner y el norteamericano Chuck Blazer, quienes serían a la postre dos piezas fundamentales para que en 2015 estallara la bomba por corrupción que estremeció a la FIFA.

El documental cierra con Gianni Infantino y acaso deja ver que es viable abrigar una esperanza de rectitud. No podemos esperar, obvio, pureza en la FIFA como no podemos esperar pureza en el mundo de los grandes negocios, pero quizá sí asegurar que lo peor (Havelange y Blatter, la crema y la nata de lo voracidad) ya pasó.

miércoles, enero 11, 2023

Diez niponismos


 









Suelo eludir esa gastronomía, pero hace poco caí en un restaurante de comida japonesa y al ver su menú noté que varios de los ofrecimientos eran expresados con un —así lo llamaré tentativamente— niponismo, es decir, con una palabra japonesa. Pensé entonces en las que de tal origen se han incorporado a nuestra habla, es decir, que ya son parte del léxico no especializado que a diario usamos en la vida cotidiana. Allí mismo, frente a mi hija, armé la lista de los que recordé y de paso pude hacer un brevísimo resumen de este fenómeno lingüístico: un país económicamente poderoso, como Japón, exporta no sólo sus productos, sino también su cultura, y con ella sus palabras. Al contrario, y dado que Somalia no nos influye en lo económico, no tenemos un solo “somalismo” en nuestra habla.

Las primeras palabras que se arraigaron entre nosotros fueron marcas comerciales, casi todas asociadas al mundo de la tecnología: Nissan, Sony, Mitsubishi, Sanyo, Toshiba, Toyota, Honda, Kawasaki... Luego llegaron las de índole más cercana a lo cultural. Ordenadas alfabéticamente, estas son sólo diez que, creo, usamos e identificamos de manera ya natural en nuestra habla:

Geisha. Literalmente significa “persona de las artes”, es decir, que se dedica al entretenimiento musical, narrativo o dancístico.

Godzilla. Uno de los personajes ficticios más famosos de la cultura japonesa. Descrito como un gran dinosaurio.

Kamikaze. “Viento divino”, asociado hoy en occidente con los ataques suicidas japoneses de la Segunda Guerra.

Karaoke. Palabra compuesta derivada de kara, “vacío”, y oke, abreviatura de “orquesta”, orquesta que toca en el vacío.

Karate. Igualmente, la parte kara significa “vacío”, y te, “mano”, mano vacía, como se practica esta y otras artes marciales.

Kimono. Prenda tradicional japonesa, significa “cosa para usar” o simplemente “prenda”, aunque sabemos que su uso y sus características son mucho más que eso.

Manga. Historieta japonesa.

Sake. Bebida alcohólica derivada del arroz.

Samurai. Guerrero japonés. En México fue el apodo del cantante Pedro Vargas, de ahí que la palabra sea usada desde hace mucho por acá.

Sushi. Platillo preparado con arroz, el más popular en el mundo de la cocina japonesa.

Tsunami. Maremoto.


sábado, enero 07, 2023

Ejercicios para la memoria

 











Entre los buenos libros que alcancé a visitar el año pasado está Mentideros de la memoria (Tusquets, México, 2022, 262 pp.), de Gonzalo Celorio (Ciudad de México, 1948). No es común que las dedicatorias, como paratexto por lo regular prescindible, ofrezcan más información que un nombre o una lista de nombres cercanos a las querencias del autor, pero curiosamente en este caso nos informa que fue escrito durante el periodo de confinamiento debido a la pandemia, periodo que hoy, creo, sentimos que no ocurrió hace dos años, sino mucho más lejos. Así de rápido se van los meses, los años, como también se puede sentir en un libro cuyo tema es el recuerdo personal, en este caso el de Celorio.

Escritor y funcionario público de la cultura, Celorio es también, en la actualidad, director de la Academia Mexicana de la Lengua. Menciono estas facetas profesionales porque en Mentideros… trae al presente experiencias vividas en función de sus actividades, de modo que en estas páginas observamos las apreciaciones de Celorio en torno a personalidades del arte con las que se cruzó como escritor y funcionario.

Se podría decir que este nuevo libro de Celorio es, en su bibliografía, el más relajado y amable. No avanza cronológicamente, pues no es una memoria en sentido estricto, sino una sucesión de recortes en los que narra situaciones que por la importancia de los personajes o el valor de las anécdotas pueden ser gratos para el lector.

Son veinte piezas las que componen Mentideros... Los personajes más salientes son Arreola, Cortázar, Eliseo Diego, Dulce María Loynaz, Bryce Echenique, Monterroso, Fuentes, García Márquez, Sergio Galindo, Luis Rius y Umberto Eco. De todos, Celorio nos comparte uno o varios momentos en los que tuvo la suerte, o la obligación por motivos laborales, de ver algo con ellos. Hay una hebra siempre jalada en cada apartado: la del humor, un humor que, claro está, no se desborda pero siempre está presente y es expresado con prosa pulcra, elegante. Se puede afirmar, incluso, que el fleco del humor está presente en el título mismo, pues aunque la palabra "mentidero" es definida como "Lugar donde se reúne la gente para conversar", no deja de parecer, vista a partir de su mera sonoridad, "conjunto de mentiras", como si el autor hubiera querido dejar, en esta memoria, una rendija por donde fuera viable el paso de la ficción si de antemano aceptamos que uno de los fueros del recuerdo es su inventiva.

Gracias a estas páginas vislumbramos además una época, más o menos la que va de 1960 a 1990. Debido a su trabajo como funcionario en la UNAM, en el FCE y en la AML, Celorio tuvo la oportunidad de participar, incluso como organizador, en actividades culturales cuyos entresijos, nunca ajenos a la polémica, conoció de primera mano. Así el caso de la FIL y el premio Juan Rulfo a Bryce Echenique, quien fue acusado de plagio y desató una tormenta que Celorio vio de (muy) cerca. O, también, su paso por la dirección del Fondo y la redacción del discurso que Vicente Fox leyó en Valladolid, España, sólo para cagarla y decir, frente a todo el mundo hispánico, Jorge Luis “Borgues”.

Una de las mejores piezas es, sin duda, la última, en la que asombrosamente, por su responsabilidad en la UNAM, Celorio se convirtió en guía de Umberto Eco. Porque así fue: aunque parezca increíble, el autor de El nombre de la rosa estuvo en la capital de nuestro país, dio una conferencia en la Universidad y todo terminó en un paseo con cena y tragos por el centro histórico cuyo remate no podría ser otro, muy italiano al menos por el topónimo: la Plaza Garibaldi.


miércoles, enero 04, 2023

Algunos filmes

 











Trabajé unos años como promotor literario del Icocult (Instituto Coahuilense de Cultura, lo que después se convirtió en la Secretaría de Cultura de Coahuila) y mi oficina estaba en la casona de la Juárez y Colón, en Torreón. Fue en los tiempos del calderonismo, cuando La Laguna se convirtió en una sucursal del Lejano Oeste. Recuerdo que una mañana, mientras desahogaba la chamba en mi cubículo, oí una ráfaga cercana, casi a mi espalda, de balazos. Luego supe, supimos, que a la vuelta, por la avenida Hidalgo, mientras eran atendidos en un negocio de teléfonos celulares, fueron ejecutados varios clientes (si no recuerdo mal, militares). Fue uno de los tantos días laguneros en los que la zozobra se apoderó de todos.

Pese a tal desaguisado, retengo en la memoria gratos momentos de mi paso por aquel inmueble. Lo que me trajo ahora el recuerdo de aquella casa fue el nombre del director de cine Sam Peckinpah, que acabo de leer en una nota. Mientras trabajé en la casona creo haber oído que la casona sirvió para rodar una parte de alguna de sus películas. Nunca supe si eso era cierto o falso. Al investigar un poco no hallé nada, como es lógico, pues sólo investigué un poco. Lo que sí encontré fue un dato asombroso: el director Peckinpah fue esposo de la actriz mexicana Begoña Palacios. A ella la recuerdo en programas cómicos (como “sitcoms” o “comedias de situación”) de Televisa; era linda, y hacia siempre papeles como de chica ingenua o tontita. Sabida la fama de las películas de Peckinpah, me costó trabajo asociarlo con la imagen de Begoña Palacios. Sería como asociar ahora a Tarantino con Galilea Montijo o algo así.

Al margen de Peckinpah y la posibilidad de que haya rodado en nuestro rancho, recuerdo otras tres películas importantes filmadas por estos rumbos. El topo (1970), dirigida por el chileno Alejandro Jodorowsky, tuvo como escenario el Puente de Ojuela, en Mapimí, Durango, y tal espacio sirvió también al argentino Luis Puenzo para rodar Gringo viejo (1989), cinta basada en la novela homónima de Carlos Fuentes. Por último, en Viesca y Matamoros, la película Cabeza de Vaca (1991), dirigida por Nicolás Echeverría. Hay más, claro, pero las mencionadas son de las más famosas.