Decir
hoy que el futbol es un negocio constituye una perogrullada, pues absolutamente
todo es un negocio. Ahora bien, hay de negocios a negocios, y el del futbol es
uno de los más lucrativos en el mundo, de ahí que la FIFA, nacida en 1904 con el
espíritu amateur de la sana competencia, sea hoy un ente que no sólo administra
las reglas, los torneos y los jugadores mediante la coordinación de las
federaciones y confederaciones, sino, principalmente, el muchísimo dinero que
genera todo eso en todo el mundo. Y donde hay dinero, lo sabemos, abundan los
mapaches que desean llevárselo, con mayor razón porque surge de una práctica
deportiva tenida por noble y limpia, así que en teoría no debería despertar
ninguna suspicacia. Nada más errado en este caso: desde hace cincuenta años, el
dinero del futbol no ha estado al margen de la corrupción y la rapiña, y
ciertos personajes muy visibles se han entronizado hasta convertirse en
faraones con poder no sólo deportivo y económico, sino también político.
Los entresijos de la FIFA,
serie de Netflix puesta en la plataforma hacia noviembre del año pasado, examina,
en efecto, las tripas (léase “los entresijos”) del monstruo que administra el
futbol mundial. Es una mirada rápida y cronológica a la Federación y, sobre
todo, a dos de sus dirigentes, hombres que ya han pasado a la historia como
epítomes de la ambición.
Si
bien el primer capítulo echa un vistazo al pasado remoto de la FIFA para
recordarnos que en su nacimiento tuvo un espíritu ajeno al lucro, con la
derrota de Stanley Rous en las elecciones por la presidencia del organismo comenzó
una nueva era, lapso que recorre la miniserie. Es pues el 8 de mayo de 1974
cuando asciende a la punta del organigrama el brasileño Joao Havelange, quien
precisamente ese día también llegaba a su cumpleaños 58. Con el carioca
comienza a darse un tipo de administración que advierte la potencialidad del
futbol, imparable fenómeno de masas, para sacarle infinitamente más provecho
económico y, de paso, político. La vinculación con la marca alemana Adidas,
encabezada en aquel momento por Horse Dassler, dio como resultado la combinación
patrocinio de marcas comerciales con deporte.
Junto
con el crecimiento de la mercadotecnia en el futbol, Havelange promovió en
enlace abierto con la política. Lo hizo directamente con una de las peores
lacras del siglo XX: la dictadura argentina. Durante 24 años, el sórdido
Havelange sentó las bases del monopolio futbolístico, así que este padrino
parecía inamovible.
Sin
embargo, él mismo había incorporado a su diestra a un suizo chaparrito, hábil e
insaciable, quien no sin ardides lo sucedió en 1998: Joseph Blatter. Sepp, como
le dicen a este nuevo capo, agrandó el negocio y, como su tutor brasileño, en
todas sus reelecciones supo maniobrar para seguir al frente de la presidencia
mientras la caja de la FIFA no dejaba de sonar en Zúrich.
En
el camino, una larga y ancha estela de corrupción, evidente sobre todo en la
compra de votos para amarrar elecciones internas, fue dejando el lucrativo
organismo. En esta historia de la infamia tienen un pedestal destacado dos
miembros de la Concacaf: el trinitario Jack Warner y el norteamericano Chuck
Blazer, quienes serían a la postre dos piezas fundamentales para que en 2015
estallara la bomba por corrupción que estremeció a la FIFA.
El documental cierra con Gianni Infantino y acaso deja ver que es viable abrigar una esperanza de rectitud. No podemos esperar, obvio, pureza en la FIFA como no podemos esperar pureza en el mundo de los grandes negocios, pero quizá sí asegurar que lo peor (Havelange y Blatter, la crema y la nata de lo voracidad) ya pasó.