sábado, enero 14, 2023

La FIFA nostra

 










Decir hoy que el futbol es un negocio constituye una perogrullada, pues absolutamente todo es un negocio. Ahora bien, hay de negocios a negocios, y el del futbol es uno de los más lucrativos en el mundo, de ahí que la FIFA, nacida en 1904 con el espíritu amateur de la sana competencia, sea hoy un ente que no sólo administra las reglas, los torneos y los jugadores mediante la coordinación de las federaciones y confederaciones, sino, principalmente, el muchísimo dinero que genera todo eso en todo el mundo. Y donde hay dinero, lo sabemos, abundan los mapaches que desean llevárselo, con mayor razón porque surge de una práctica deportiva tenida por noble y limpia, así que en teoría no debería despertar ninguna suspicacia. Nada más errado en este caso: desde hace cincuenta años, el dinero del futbol no ha estado al margen de la corrupción y la rapiña, y ciertos personajes muy visibles se han entronizado hasta convertirse en faraones con poder no sólo deportivo y económico, sino también político.

Los entresijos de la FIFA, serie de Netflix puesta en la plataforma hacia noviembre del año pasado, examina, en efecto, las tripas (léase “los entresijos”) del monstruo que administra el futbol mundial. Es una mirada rápida y cronológica a la Federación y, sobre todo, a dos de sus dirigentes, hombres que ya han pasado a la historia como epítomes de la ambición.

Si bien el primer capítulo echa un vistazo al pasado remoto de la FIFA para recordarnos que en su nacimiento tuvo un espíritu ajeno al lucro, con la derrota de Stanley Rous en las elecciones por la presidencia del organismo comenzó una nueva era, lapso que recorre la miniserie. Es pues el 8 de mayo de 1974 cuando asciende a la punta del organigrama el brasileño Joao Havelange, quien precisamente ese día también llegaba a su cumpleaños 58. Con el carioca comienza a darse un tipo de administración que advierte la potencialidad del futbol, imparable fenómeno de masas, para sacarle infinitamente más provecho económico y, de paso, político. La vinculación con la marca alemana Adidas, encabezada en aquel momento por Horse Dassler, dio como resultado la combinación patrocinio de marcas comerciales con deporte.

Junto con el crecimiento de la mercadotecnia en el futbol, Havelange promovió en enlace abierto con la política. Lo hizo directamente con una de las peores lacras del siglo XX: la dictadura argentina. Durante 24 años, el sórdido Havelange sentó las bases del monopolio futbolístico, así que este padrino parecía inamovible.

Sin embargo, él mismo había incorporado a su diestra a un suizo chaparrito, hábil e insaciable, quien no sin ardides lo sucedió en 1998: Joseph Blatter. Sepp, como le dicen a este nuevo capo, agrandó el negocio y, como su tutor brasileño, en todas sus reelecciones supo maniobrar para seguir al frente de la presidencia mientras la caja de la FIFA no dejaba de sonar en Zúrich.

En el camino, una larga y ancha estela de corrupción, evidente sobre todo en la compra de votos para amarrar elecciones internas, fue dejando el lucrativo organismo. En esta historia de la infamia tienen un pedestal destacado dos miembros de la Concacaf: el trinitario Jack Warner y el norteamericano Chuck Blazer, quienes serían a la postre dos piezas fundamentales para que en 2015 estallara la bomba por corrupción que estremeció a la FIFA.

El documental cierra con Gianni Infantino y acaso deja ver que es viable abrigar una esperanza de rectitud. No podemos esperar, obvio, pureza en la FIFA como no podemos esperar pureza en el mundo de los grandes negocios, pero quizá sí asegurar que lo peor (Havelange y Blatter, la crema y la nata de lo voracidad) ya pasó.