domingo, enero 22, 2023

Europa 2022

 











Más de dos meses después y ya en el comienzo de este 2023 he podido revisar las fotos del viaje a Europa compartido con Maribel entre octubre y noviembre del año pasado. Lo digo de antemano: fue espléndido, pero menos por la estancia allá que por haberlo vivido junto a ella.

No dejaré de repetirlo: sé que para muchas personas es común viajar y cada vez son más frecuentes los amigos que en sus redes nos comparten, con legítima, con justificada alegría, recorridos lejanos y a veces lujosos. En nuestro caso asumimos el periplo europeo como una aventura largamente soñada y preparada, y así nos fue, de maravilla.

Ambos, Maribel y yo, sabíamos que cada momento de esta experiencia debía quedarse en nuestra memoria, que no podíamos desperdiciar ningún minuto del paso y la estancia por allá. Si estábamos siendo privilegiados con algo así, juntos debíamos disfrutarlo y agradecer a la vida por la oportunidad, y todavía es hora que en las sobremesas evocamos algún pasaje del hermoso recorrido que nos obsequió el destino.

Todo comenzó el lunes 24 de octubre en el aeropuerto Francisco Sarabia, de Torreón. Volamos a la Ciudad de México y de inmediato abordamos la conexión a Madrid. El cruce del Atlántico, pese a las muchas horas que demanda, se desarrolló sin que lo sintiéramos pesado, pues nos tocó un asiento triple que nos permitió pernoctar (per-noctis, pasar la noche) con más espacio. Llegamos a Madrid y en taxi nos trasladamos al hotel Mayorazgo, casi al lado de la gran Gran Vía. Desde ese punto de operaciones hicimos nuestras caminatas por el centro de la capital española. Ofrecí allí, en la Embajada de México en España, la conferencia que amablemente me organizó el Instituto Cultural de México en España, donde saludamos a mi amigo y paisano Jorge Valdez Díaz-Vélez, poeta y exdiplomático, con quien luego departimos en La Pecera del Círculo de Bellas Artes.

En Madrid (que yo ya conocía) mostré a Maribel los sitios de mayor celebridad: la Cibeles, la Puerta de Alcalá (en reconstrucción), la Plaza del Sol (también en reconstrucción), la Plaza Mayor y un montón de recovecos ubicados en sus inmediaciones. Comimos de todo, paella, pizza, hamburguesas, e incluimos en nuestras ingestas unos churros —los del establecimiento Maestro Churrero aledaño a la plaza Jacinto Benavente— que hace doce años probé y quise que Maribel también insumiera dada su devoción fanática por la harina. Madrid fue el único lugar donde compré libros (siete, en Casa del Libro y El Corte Inglés), pues el viaje no había sido preparado para cargar papel.

Luego de Madrid viajamos a Burgos, una hermosa ciudad de Castilla-León, la cuna de mi admirado Alex Grijelmo. Su catedral gótica, llamada Catedral Basílica Metropolitana de Santa María, es un portento arquitectónico, y en todo momento tuve presente que no estábamos lejos de Atapuerca, paraje burgalés donde se han encontrado vestigios antiquísimos de civilización, entre ellos el llamado Cráneo 14, el cráneo de “Benjamina” que ha dado pie a la noción de una sociedad ya humana, preocupada por el cuidado del otro, una sociedad donde es posible ejercer la “cuidadanía” (“cui-da-da-ní-a”, no “ciu-da-da-ní-a”) de la que habla en sus libros José Laguna Matute. Viajar por los paisajes castellanoleoneses, riojanos y después navarros fue un privilegio. En un punto sentí, sentimos, que algo de aquellos escenarios naturales se parecía a los que vemos en la carretera de Torreón a Durango o Chihuahua.

Pasamos la frontera y entramos a Francia por los rumbos de Biarritz, ciudad que siempre me recuerda “Tu rastro de sangre en la nieve”, quizá el cuento más largo de García Márquez, y “Habla, memoria”, de Nabokov, pues varias veces allí vacacionó su aristocrática familia. Después paramos en Burdeos, la tierra de otro querido amigo mío: Michel de Montaigne, capo del Renacimiento francés cuyo legendario castillo está por esos rumbos. No desaprovechamos la ocasión para empujar allí un vino bordelés, quizá el más emblemático en la industria vitivinícola de toda la otrora Galia. Luego, al siguiente día, llegamos a Amboise, bellísima ciudad donde comimos en un mercadito similar a nuestros tianguis. Ubicada junto al río Loira, en esta localidad medieval vivió Leonardo invitado por el rey Francisco I. El viejo Da Vinci murió allí hacia 1519, año en el que, por cierto, Cortés comenzó la conquista de lo que hoy es México. En París nos detuvimos tres días, los tres extraordinarios. Hicimos el recorrido de ley por sus puntos más representativos, como la Eiffel, el Sena, el Arco del Triunfo, el Louvre, los Campos Eliseos y (todavía en faraónica reconstrucción) la catedral de Notre Dame, residencia del jorobado victorhugueano. Aprovechamos un medio día para conocer el palacio de Versalles, último lujoso reducto del decapitado Ancien Régime.

Para llegar a Inglaterra usamos el ferry que parte de Calais, al lado de la peliculesca Dunkerque, hasta los acantilados de Dover. La experiencia de atravesar el Canal de la Mancha fue fenomenal, una travesía que da para poco más de una hora de conversación con sándwiches y cafecito. Tres días pudimos estar en Londres. Igualmente, visitamos los puntos emblemáticos (Big Ben, Westminster y Buckingham) y de casualidad, sin querer, la zona financiera donde nos sorprendieron una buena lluvia y vientos destructores de paraguas. También por allí nos internamos al palacio de Windsor, sitio que es museo sin dejar de ser todavía “casa”.

El regreso de la isla británica al continente se dio de nuevo mediante el ferry, monstruo flotante de metal y de concreto. Nos dirigimos a Bélgica, donde paramos en la húmeda y preciosa ciudad de Brujas, enclave chocolatero. De ese punto nos trasladamos a Ámsterdam, donde hicimos también tres días, los últimos de nuestro viaje. En esta ciudad neerlandesa visitamos la fría y portuaria Volendam y las casitas perfectas, estilo Heidi, de Marken, y en el camino hacia esos puntos no pudimos no asombrarnos ante el sistema de canales que hace tan peculiar y productiva a esta nación atestada de bicicletas. Allí también hicimos un paseo en bote, recorrimos una quesería, el mercado de las flores y visitamos una fábrica de joyas que nos confirmó la fama de los nerlandeses en el trabajo del diamante. Debo añadir que en nuestro último día europeo saludamos a mi querida exalumna y amiga, lagunera ella, Idoia Leal Belausteguigoitia y a su hija Ainoa, quienes generosamente nos visitaron desde Eindhoven, donde radican.

El lunes 7 de noviembre tomamos, muy cansados ya, pero felices, el vuelo de retorno a la Ciudad de México desde el aeropuerto de Ámsterdam-Schiphol, y llegamos a Torreón el martes 8 en la mañana. Así como llegué, con jet lag y todo, pasé directo a la oficina de la universidad, y hasta ahora he podido escribir esta apretada crónica de un viaje que Maribel y yo no podremos olvidar.

De nuevo, una disculpa si los aburrimos con nuestra alegría, pero “así fue”, como dijo el músico-poeta de Ciudad Juárez.

Nota. La foto que encabeza este post fue tomada frente al Louvre, en la puerta del edificio que habitó Tolstoi en París.