Y recordé que hace tiempo fui testigo
de una escena triste en el supermercado. Un par de empleados interrogaba con
cierta dureza a un cliente como de sesenta años, moreno, algo sucio de la ropa
y poco aliñado en general. Le reclamaban haber abierto un pequeño contenedor de
galletas. El hombre se defendía y aseguraba que el producto ya estaba abierto.
Uno de los empleados aseguraba lo contrario e insistía que él vio el momento en
el que el paquete de galletas fue abierto. “Lo tiene que pagar”, dijo. El
cliente respondió luego: “Ya estaba abierto, sólo tomé una galleta”. “Lo tiene
que pagar”, remató el empleado. Sin escapatoria, el hombre sacó la cartera de
su bolsillo y quiso pagar de inmediato. El empleado se negó a cobrarle allí y
se dirigió con él hacia una caja. Al final tuve la impresión de que, dada la
apariencia del sujeto, lo siguieron con las cámaras desde que entró. El hombre
cometió un error sin saber que desde su llegada al súper ya había sido fichado
por el delito de portación de cara.
Se
dice que en México no hay racismo, pero esto es sólo una superstición
republicana. Sin llegar a los extremos de países en los que las tensiones
discriminatorias han llegado a la violencia, en nuestro país es suficiente la
apariencia para ser colocado en una zona de minusvaloración de la cual es casi
imposible escapar. Cierto que la discriminación por raza es quizá menos severa
que la establecida a partir de la condición económica, pero esto no significa
que el color de la piel no gravite a la hora de crear crueles estereotipos. Tal
es la razón por la que algunos programas o reels,
como los llaman ahora, destaquen el color moreno para construir chistes en los
que la piel oscura se asocia indefectiblemente no nada más a la pobreza, sino
también a la ignorancia, el mal gusto y la barbarie.
Y a propósito de esta mirada cada vez más torcida en el humor actual, quizá sea pertinente reflexionar, como quedó insinuado líneas atrás, en la orden que acatan todos los sistemas de seguridad para seguir con las cámaras a tales o cuales sujetos específicos. Con esto podríamos saber si uno es una persona que entra, por ejemplo, al mall y resulta celosamente observada o, al contrario, considerada no preocupante.