El martes 7 de abril fue publicada una entrevista en el suplemento Adrenalina, del periódico Excélsior. Me la hizo el reportero Juan Carlos Vargas, a quien agradezco. El tema se centró en mi libro Polvo somos (treinta relatos futbolísticos) y otros asuntos cercanos. Este fue el diálogo-base del cual partió la publicación que fue acompañada por un cuento del libro.
¿Quién es Jaime Muñoz Vargas?
En mi
perfil de tuiter (@rutanortelaguna) traté de definirme así: “Escritor,
periodista y editor, pero nació y radica en la Comarca Lagunera”. La conjunción
adversativa es, claro, una broma. Un poco azarosamente, sin un plan
premeditado, he dedicado ya casi 35 años de mi vida a esas actividades sin
salir de La Laguna, lo que significa, dicho esto en plan juguetón, que es como
no haberse dedicado a nada pues en mi tierra nunca han sido profesiones
importantes. Pero bueno, eso he hecho y eso hago, y más allá de la ganancia
material y simbólica, me agrada saber que he sido y soy escritor, periodista y
editor en el desierto que me cupo en buena o mala suerte como lugar de nacimiento.
En tu perfil veo relatos más allá del
balompié y trabajos que llegaron hasta Argentina y España. Aunque imagino que
tu infancia estuvo marcada por un balón llanero.
No
provengo de una familia con libros o “intelectual”. A los 16 o 17 comencé a
formar una biblioteca personal y allí intuí que me gustaba mucho el contacto
con los libros, leer. Para entonces ya había vagado toda mi infancia y mi
adolescencia, La Laguna era una zona muy tranquila así que desde muy pequeño
tuve la fortuna de recorrer la calle, de errar por todos los rumbos de la
región. En las etapas de la secundaria y la prepa tuve diferentes grupos de
amigos y claro, uno de mis entretenimientos favoritos fue el futbol. Lo jugué
formalmente, en torneos llaneros, y también en la calle, en las famosas
“cascaritas” o “picas”, como les decíamos. No recuerdo haber hecho tareas en
las tardes durante toda la secundaria y preparatoria, pues apenas daban las
cuatro o cinco cuando todos los mocosos de la cuadra salíamos a jugar y aquello
duraba hasta las once o doce de la noche. Es decir, durante varios años jugué
futbol asfáltico cuatro o cinco horas diarias. Esto no es poco decir, ya que en
La Laguna hay que aprender a jugar bajo temperaturas de 35 a 40 grados. Sin
querer, llegué a tener pues una condición física de maratonista.
Cuéntame tu historia como futbolista
llanero, en La Laguna. Seguro que entre tus equipos existió algún Potro
Silveira, un árbitro Zamudio o un Salvador Izquierdo.
Jugué
en varios equipos de los torneos organizados por las escuelas secundarias de la
región y por el IMSS de Gómez Palacio, Durango, la ciudad lagunera donde nací y
viví hasta los trece años. En ese entonces “el Seguro” apoyaba mucho el deporte
y yo aprovechaba sus instalaciones, sobre todo la alberca y el campo de futbol.
Con mis amigos del barrio o de la secundaria también participé en varios torneos;
no fui tan mal jugador, y hasta creo que de haber tenido mejor orientación pude
llegar al menos al ámbito semiprofesional.
Ahora bien, los personajes de mi narrativa futbolera son inventados,
ninguno calca la realidad, aunque es extraño: si uno se asoma a los llanos y ve
y escucha a los jugadores, al entrenador, al árbitro, al público, descubre que
la ficción no es tan ficción, que en la realidad los jugadores viven el deporte
amateur con una pasión no exenta de cierta épica y comicidad, como creo pasa en
mis cuentos.
¿El equipo Santos te transformó en
pambolero o cómo es que preferiste el balompié por el beisbol?
Mi
padre jugaba beisbol, y por ello el ambiente familiar estaba muy impregnado de
ese deporte. Él nos llevaba los domingos a los diferentes lugares donde se
desempeñaba como primera base y cuarto bat. Tenía mucho poder, era jonronero.
Recuerdo esos domingos como algo maravilloso, los hijos de los peloteros
tomábamos los arreos sobrantes (guantes, pelotas, bates) y hacíamos cascaritas
beisboleras aledañas. El beisbol era jugado sobre todo en el medio rural
lagunero, en llanos enormes, casi como pampas sin pasto, de tierra buena para
correr, sin piedrecilla agresiva. Se marcaban muchos campos con líneas de cal y
aquellos sitios se convertían en polideportivos improvisados, dominicales. Uno
de esos lugares estaba en el ejido Jabonoso, donde recuerdo que a mis nueve o
diez años (1973 o 1974) en vez de ver el beisbol me iba a ver el futbol
llanero. Allí comenzó mi enamoramiento, cambié la loma de las serpentinas por
las porterías. Hoy, sin embargo, me encantan el fut, el beis, el box (vi mucho
box), el futbol americano, la lucha libre. Todo como espectador.
¿Te gusta la literatura del balompié? ¿A
quién lees?
Sí, me
gusta. La mejor y más abundante es la argentina, sin duda. Tras mis viajes a la
Argentina, además de libros sobre otros temas he ido armando una buena
biblioteca de narrativa futbolera. Admiro y leo a Fontanarrosa, Soriano,
Sasturain y Sacheri, y creo que tengo todos los libros que han escrito sobre la
materia. De México es notable la labor de Villoro como cronista/ensayista
futbolero y de Marcial Fernández como escritor/editor. Ficticia, su editorial,
tiene incluso una invaluable Biblioteca del Futbolista.
¿Cómo nace tu libro Polvo Somos?
Polvo somos (treinta relatos
futbolísticos) fue un libro que se armó solo. Durante los mundiales de 2006 y
2010 decidí alimentar mi columna periodística del diario Milenio Laguna con relatos pamboleros, de allí salió la mayor parte
del libro. Luego, poco a poco, escribí algunos relatos más y un buen día me di
cuenta de que ya tenía treinta piezas. Todo fue que Julián Romero y Gilberto
Prado, de editorial Axial-Colofón y Arteletra, respectivamente, me dijeran que
podíamos publicarlos para que yo los puliera un poco y me animara. El libro
salió en enero de 2014.
Aunque el libro Polvo somos explica un
poco su razón de ser, ¿cómo es que lo dividiste en tres partes?
Los
primeros diez relatos fueron escritos en 2006, mientras ocurría el mundial de
Alemania; estos forman la primera parte del libro, y creo que se les nota un
tono y un ambiente parejos. Otros tantos fueron escritos entre 2010 y 2012, los
que forman el segundo tranco del libro, y también creo que tienen cierta unidad
en su tono, son menos populacheros/paródicos que los primeros diez. El último
relato, que es el más largo y el que creo mejor articulado de la serie, ocupa
la tercera sección; este cuento lleva como título “Mancha sobre mi padre” y al
parecer hay interés de unos jóvenes cineastas por convertirlo en largometraje.
En los 30 relatos manejas personajes como
Rogaciano Tlahualilo, el Agujita, el Halcón, el Trucutrú, La Saeta y Manuel
Mijangos, entre otros. ¿Algunos fueron reales o todos salieron de tu
imaginación?
Todos
salieron de mi imaginación, pero sé que en mi subconsciente laten como
personajes reales, como personajes vistos o leídos o soñados en algún momento
de mi vida.
¿Conoces a Oribe Peralta?
Sólo
de lejos, en el estadio de Santos Laguna, donde lo vi anotar muchos goles.
Conozco, eso sí, el ejido donde nació, La Partida, del municipio de Torreón. Un
ranchito como los muchos que tenemos acá, donde siempre hay campo de beis y de
fut y donde se juega a 40 grados bajo el sol. Y sí, la vida de Oribe da para
novela. Es increíble todo lo que ha hecho y el orgullo que ha dado a México. Y el
tipo no se la cree, no anda por la vida fanfarroneando lo que es. En este
sentido, creo que es un lagunero químicamente puro, un sujeto al que le cuadra
el bajo perfil: goles, no palabras.
Pareciera un personaje salido de tus
cuentos.
Sí, la
única diferencia es que mis personajes se mueven en la órbita del amateurismo y
en general bordean el fracaso, la ordinariez. Oribe es un profesional de
excelencia y ha sido el más exitoso jugador de futbol que ha dado La Laguna en
su historia.
A comparación de los escritores
sudamericanos, pocos mexicanos se atreven a escribir de futbol. Y sólo algunos
se animan al cuento.
No son
tan pocos, pero es cierto que los sudamericanos (argentinos, uruguayos,
chilenos) lo han asumido sin complejos como tema. Ahora bien, siempre o casi
siempre el futbol es el pretexto para tocar otros asuntos como el fracaso, la
traición, la venganza, la envidia, es decir, lo humano. En México no son tan
pocos, como lo demuestran las antologías de editorial Ficticia. Lo que pasa es
que salvo Villoro, nadie ha sido consistente en el tratamiento de este tema,
escriben uno o dos cuentos, una novela, y ya, pasan a otros asuntos.
¿Tú editaste el libro? ¿Difícil tratar con
editoriales?
Ayudé,
sí, pero no fui el editor, sino mi querido amigo Julián Romero, de Colofón. En
general he tenido suerte con mis editores. Siempre he establecido una relación
amable con ellos. Como yo edito, sé que no hay nada más molesto que un autor
molesto, de esos que no cooperan o quieren cooperar demasiado, decidirlo todo.
¿Por qué dominan Juan Villoro, el portero
Félix Fernández y el argentino Jorge Valdano?
No
creo que dominen al grado de ser los más visibles. Creo que al menos a esa
lista debemos sumar a Galeano (con su libro clásico), a Fontanarrosa, a Sasturain
y, sobre todo, a Sacheri, el narrador que mejor tratamiento ha dado al cuento
futbolístico. Ahora bien, el primer escritor latinoamericano que metió el
futbol en un relato fue Horacio Quiroga con “Juan Polti, half-back”, ¡publicado
en 1918! Se trata de un cuento espléndido, uno de los mejores de Quiroga, y
trata sobre un jugador real, Abdón Porte, que se suicidó en medio de la cancha
del Nacional, en Montevideo.
Además de Polvo somos, tengo entendido que
has escrito otros libros sobre el futbol.
En
1999 publiqué, en edición casi casera, La
ruta de los Guerreros, vida pasión y suerte del Santos Laguna. Tuvo un
tiraje corto y se agotó de inmediato. En ese libro revelo las primeras andanzas
del equipo lagunero, sus primeros 17 años. También he escrito muchos artículos
y ensayos variopintos no recogidos en libro, sino en periódicos y revistas.
En Torreón hay historias de futbol
dramáticas, como el triunfo de la Sub 17 ante Alemania, en 2011. Cuando
Espericueta y la Momia convirtieron el TSM Corona en un manicomio. También la
vez que se dieron disparos y los jugadores salieron corriendo por todos lados.
Por
dos razones muy distintas, esos dos hechos son inolvidables. Yo estaba en
Buenos Aires cuando se dieron los disparos. Recuerdo que veía un noticiero en
un restaurante y un corresponsal cubría la nota. Pensé: “No puede ser, eso
ocurrió a diez minutos de mi casa”.
¿Recuerdas otras historias?
Los
campeonatos, sin duda, pero sobre todo el subcampeonato que logró Santos Laguna
en el Corona, estadio ya demolido. Por primera vez en la historia en las calles
de La Laguna se desbordó una extraña sensación de triunfo.
¿Qué sigue en la tinta de Jaime Muñoz?
Sigo
escribiendo de todo un poco. Alimento una columna que aparece dos veces a la
semana y tengo un par de colaboraciones mensuales en dos revistas, una de La
Laguna y otra de Buenos Aires. Además, trabajo como editor y maestro en la
Universidad Iberoamericana Torreón. Junto a esto, sigo con mis libros. Este
año, ya pronto, saldrá la reedición en el DF de mi libro Ojos en la sombra, y a ver qué más.
¿Algo que quieras comentar?
Sólo enormes gracias.