Quizá
es mera paranoia, pero desde hace varios años me persigue como un zumbido en la
cabeza la idea de que todo estallará. No sé cuándo, no sé cómo, pero al menos
quiero compartir sinceramente lo que siento a partir de lo que veo, oigo y
palpo. Con una maestría casi indetectable, quienes han saqueado y siguen
saqueando a México han logrado, por ejemplo, lo que se creía imposible:
convencer al electorado de que las elecciones son fundamentales aunque ya no muevan
nada.
El
abstencionismo que antes era visto con horror y parecía el enemigo a vencer en
cada proceso electoral, ahora es bienvenido porque su llegada es, desde ya,
obvia. ¿Alguien con su razón todavía en uso puede avizorar un futuro
electoralmente participativo y entusiasta? Más allá de que son comicios
“intermedios”, comúnmente menos ajetreados que los sexenales donde se juega la
presidencia del país, el ambiente se nota aguado, vaciado, hueco a más no
poder.
Quizá
con alguna honrosa excepción, los candidatos cuadran en esta tipología: a) los
que van por algo seguro para ellos y para sus partidos; b) los que van a ver si
cae algo y c) los que no tienen esperanza alguna pero de todos modos aparecen
sonrientes en un póster. Su discurso es esencialmente idéntico, como podemos
comprobarlo si vemos un espot: antes de que salga el logo del partido que lo
lanza, es posible atribuir las palabras a quien sea, pues todos hablan de
salvar-renovar-mejorar-cambiar-etcétera a México, a la familia, al empleo, a los
recursos naturales.
No
importa nada, el juego electoral es una pachanga funcional a los intereses de
quienes tienen el control. Las elecciones no sirven para salvar-etcétera a
México, sino para legitimar la rapiña imparable. ¿Al final del trámite quién puede
quejarse? ¿Acaso no vimos todos que hasta los partidos más pequeños tuvieron
sus dos minutos de gloria en los medios?
La
participación electoral es hoy más insustancial que nunca. En el pasado de
partido todopoderoso y casi único al final de las elecciones quedaba siempre en
el aire el problema de la legitimidad. Las agrupaciones contrincantes
reclamaban fraude, y eso derivaba con frecuencia en imposición de ganadores a
grito y sombrerazo. Hoy no se requiere ya ni eso. En México llegamos al extremo
de contar con elecciones que en lugar de provocar cambios y dinámicas de
renovación, paralizan el presente y pudren el futuro.
Hace
muchos años pasó la oportunidad de cambiar. La lid electoral es hoy un montaje
bufo.